Hackers de arcoíris: los días orbitales de Frank -- Cap. 5, "Catemaco"

Page 1

HACKERS

DE ARCOÍRIS Los días orbitales de Frank

MÉXICO, ENERO DE DOS MIL TRECE



HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

CAPÍTULO

5

Catemaco (カテマコ)

Mocambo, Veracruz. 29 de octubre, 2002

NOODLE CHAN CRUZA LAS PIERNAS: la falda negra (escasamente) arriba de las rodillas deja ver su brutal blancura. Sentada en aquella sala de juntas con aire acondicionado y ventanas a prueba de ruido y balas, apenas y se nota su cuerpo gordito de tuinki envuelto en un outfit ejecutivo. Lleva una taza de café Starbucks. Bebe. El ambiente en la oficina de la Sexta División es frío. Corporativo. Solo están las sillas, las pantallas hache-dé y un altavoz para conferencias telefónicas en medio de una mesa rectangular. El run run del aire acondicionado, apenas perceptible. El país de dios se maneja desde una Windows PC, piensa Noodle Chan. 3


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

La puerta se abre. Es el Avocado, con su acostumbrado atuendo como tomado del set de El sastre de Panamá. Lo acompaña un cheloveco más bien maduro, de tez blanca, piernas cortas y vientre prominente. Una especie de Danny DeVito jarocho. “Noodle”, saluda el Avocado, mirando aquellas piernas lechosas. “Te presento a Twinkle Kotzwinkle.” “Buenas tardes”, saluda Noodle Chan con una voz tierna, “al fin nos conocemos”. Twinkle mira a Noodle Chan con un dejo de perplejidad. “¿Habíamos hablado? Recuerdo a un hombre…” “Noodle es una proteana”, explica el Avocado mientras coloca su sombrero en la mesa. “Oh, ya veo. ¿Puede asumir cualquier forma, agente?”, interroga Twinkle. “Solo cambiar de hombre a mujer y viceversa”, responde Noodle Chan con un tono neutro. “Suena hermafrodita…”, dice Twinkle, y un silencio incómodo se apodera de la sala de juntas. … “Bien”, carraspea el Avocado y se dirige a Noodle Chan: “Como sabes, Twinkle lleva el caso del renegado que ha estado asesinando funcionarios católicos y yajudis por igual”. “Es correcto”, empieza Twinkle, “se trata de actividad inusual en ambos frentes, pero lo curioso es que nadie sabe nada. Hackeamos las comunicaciones habituales de Harpoon y no hay registro de operaciones encubiertas… nada”. “¿Y de nuestro lado?”, pregunta Noodle Chan. “Twinkle no tuvo acceso a nuestras bitácoras”, aclara el Avocado, “pero hemos cotejado el último semestre en B.O.D. y no hay nada”. “Confío en la información que ustedes me dan”, dice Twinkle con una sonrisa socarrona. “¿Alguna idea de qué pueda estar sucediendo con nuestro renegado, batuchka Kotzwinkle?” 4


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“No podría asegurar la teoría del ‘renegado’, pero es útil analizar qué clase de sicario está llevando a cabo estos golpes. Por lo que sabemos, es extremadamente sigiloso. No hay registros de video, avistamientos, testigos… nada.” Silencio. “¿Entonces?” “Todo apunta a que se trata de un sujeto que puede entrar a sitios de difícil acceso sin ser detectado: cosas que hacen muy bien los channelers y los… proteanos.” Noodle Chan traga saliva incómodamente. “Adelante”, pide el Avocado. “Un channeler puede entrar y salir de la mente de un cheloveco en minutos. Toma posesión del sujeto, lo usa para matar y después abandona el cuerpo.” “Lo cual no tiene sentido”, dice Noodle Chan, “pues el sujeto usado por el channeler típicamente es arrestado en el lugar del crimen con una especie de amnesia…” “Exacto, un channeler es perfecto para incriminar a un inocente. Esto es diferente.” “¿Entonces?” “Veamos la hipótesis de un proteano: puede aprovechar su capacidad de metamorfosis para infiltrarse, asesinar y salir sin ser detectado. Lo cual suena más lógico.” “¿Pero…?” “El modus operandi. No he conocido a un solo proteano que haga lo que nuestro renegado hace…” “Un psíquico.” “Eso es un bingo”, dice Twinkle y se aproxima a una mesa con botellas de agua de 330 mililitros, abre una y la bebe. “¿Ustedes conocen a un proteano psíquico?” Silencio. “Yo no”, remata Twinkle. 5


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Pero podría existir”, dice el Avocado. “No es la primera vez que vemos a un sujeto combinar dos talentos.” “De acuerdo, pero usted sabe, batuchka Avocado, que difícilmente un psíquico resiste las ganas de que lo vean demostrar sus habilidades telepáticas.” Una botellita de agua se levanta por los aires y delicadamente termina en las manos del Avocado, quien no se ha movido de su asiento. “Lo sé”, dice con una sonrisa pedante. “¿Quieres una, Noodle?” “No, señor. Gracias, señor.” “Este telépata no quiere llamar la atención”, insiste Twinkle. “¿Aunque enlató con su propio auto a un códer católico en Liniers?”, pregunta Noodle Chan. “Lo cual habla de mal gusto”, dice Twinkle, “pero igual el cheloveco no se mostró. Nadie supo nada. Nadie grabó nada. Como si fuera invisible.” “Quizá es invisible…” “Pfff.” “¿Alguna otra idea?” “Bueno, hay una tercera opción…” El Avocado y Noodle Chan miran con expectativa a Twinkle Kotzwinkle, que cada minuto que pasa se parece más a Danny DeVito. “¿Cuál?” “Un parasomne.” “Okey…” “Sé que suena raro. Los parasomnes son ladrones… no sicarios. Y es gente extra sigilosa… necesitas un ejército de okashis para detectar a uno y bloquear sus entradas y salidas de las redes.” “¿Un parasomne que se proyecta por las redes y mata gente?”, pregunta, incrédulo, el Avocado. “No podemos descartarlo.” “ ¿Un parasomne que además es telépata?”, el Avocado ríe. “No mames, Twinkle.” “Tengo una pista.” Silencio. 6


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“¿Qué pista?” “Un e-mail.” “¿Qué e-mail?” “Algo está pasando en los Tuxtlas. Muy adentro de los Tuxtlas…” Noodle Chan se encorva hacia la mesa, prestando atención. “No sé exactamente qué sea… pero están hablando de un ‘durmiente’. Con un tono mesiánico. Como con Junior Junior.” “¿Quiénes están hablando?” “No lo sé. Son direcciones que se hacen pasar por spambots. Pero un tercio de las IP pertenecen a los Tuxtlas. Como si estuvieran preparando algo…” “¿Qué?” “No lo sé”, dice Twinkle con un rostro honesto. “Pero insisto: se están juntando… para algo.” “Bots en los Tuxtlas que se juntan para algo”, dice Noodle Chan. “Eso no es muy útil, batuchka Kotzwinkle.” “Lea el e-mail, agente”, dice Twinkle. “Verá que algo está sucediendo allá. Y de alguna forma estas muertes podrían estar relacionadas…” “¿Por qué lo dice?” “Es como si las muertes fueran parte de… un proceso. Un ritual, o algo.” Silencio. “Necesitamos más información, Twinkle”, dice el Avocado. “Investiga más de lo que está pasando en los Tuxtlas.” “¿Eso quiere decir que me renovarán mi contrato para todo noviembre?” Noodle Chan sonríe coquetamente. El Avocado asiente. “Ahora lo veo con administración”, dice Noodle Chan. “¿Tenemos recibos suyos, batuchka Kotzwinkle?” “Hasta marzo…”, es la respuesta, desganada. *** Universidad Bayona, Tangamanga. 31 de octubre, 2002

7


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

LOS ESTUDIANTES DISFRAZADOS, caminando por el campus, algunos patinando, o en patinetas, con sus libros bajo el brazo, o con las bolsas del grocerí llenas de cerveza, trece calacas, siete brujas, cuatro frankensteins, en el ambiente festivo, en la noche de Halloween. Tadeus está parado en una esquina, recargado contra una columna de piedra. Su disfraz: Cameron Frye en Ferris Bueller’s Day Off. El jersey de Gordie Howe. Los khakis. La boina a cuadros. Mastica una barra que en el empaque dice ENERGY BAR Y mira a ese zombi acercársele. No cojea. Ni arrastra un pie. Ni gime. De hecho, la sangre falsa en la comisura de los labios es… bastante falsa. “Hola man”, saluda el zombi. “¿Te conozco?”, responde Tadeus. “No…” La expresión del zombi es confusa. Al parecer, no está acostumbrado a ser tratado con poca cortesía. Tadeus simplemente mira hacia otro lado. “Vine por…”, intenta de nuevo el zombi. “¿Por?” “Tú sabes. La onda.” “¿La onda?” “Shitware…” Tadeus mira con fastidio al zombi. “¿Shitware?” “Me dijeron que aquí había alguien que vendía…” “¿Y cómo sabes que soy yo? ¿Y si te equivocas de persona? ¿Y si soy un policía?” Silencio. “No, pus…” “¿Tienes dengo?” “¿Perdón?” 8


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Dengo.” “Sí, sí.” El zombi saca de sus bolsillos dos billetes de cien dólares, arrugados. “Guarda eso, tich”, dice Tadeus, pudoroso. “Siéntate en esa banca.” El zombi obedece. Mueve los pies impacientemente. Pasan más estudiantes frente a ellos. El ruido, la multitud y la noche ayudan a pasar desapercibidos. El negocio marcha bien: muchos, muchos clientes. En el último mes, Tadeus se ha comprado dos pares nuevos de tenis (¡unos de ellos con la innovadora plantilla de aire de burbuja comprimida!), una consola de Sony, un chaleco de pluma de ganso en McFly’s y una docena de playeras hipster en aquella página de internet. Observa con atención al zombi: posee un rostro de idiota que no podría determinarse si viene de nacimiento o por consumo de shitware. Hasta parece salivar. “Dame los doscientos”, le ordena Tadeus. El zombi obedece. “El shitware que manejamos esta temporada”, dice Tadeus, sonando como experto, “son mapas alienígenas como tomados de Halo”. “¿Gravedad cero?” “Cien por ciento customizables”, Tadeus toma su teléfono, lo enciende y selecciona un muestrario. “Escoge dos menos Narwhal y Orca que esos se los llevó alguien hace rato.” El zombi lee: Panda Mammoth Ocelot Chameleon Wallaby Iguana Aardvark Narwhal 9


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

Salamander Flamingo Toucan Orca Peacock Chinchilla Orangutan “¿Dos?” “Eso dije.” El zombi se chupa el dedo índice mientras observa el muestrario. “No sé, supongo que… ¿Salamander?” “¿Cuál otro?”, le urge Tadeus, mirando precavidamente hacia todos lados. “Y… Wallaby.” “Buena elección, tich.” Tadeus mete la mano a la bolsa de su pantalón y coge un paquete de discos M.O. amarrados con una liga. La quita y barajea su producto. “Salamander… y Wallaby.” Los entrega al zombi. Todos los discos M.O. tienen pegado un masking tape con el nombre del shitware escrito con marcador. “Cool”, dice el zombi al recibir los discos de plástico. “Vete. No me conoces, y si me ves: no me saludes.” “Claro, claro.” El zombi se levanta. Una vez que está de pie, sin embargo, le dice a Tadeus: “¿De qué es tu disfraz?” “De Cameron, el mejor amigo de Ferris Bueller.” “¿Uh?” “Es una película vieja.” “Nunca la vi.” “¿Reconoces el jersey?” Tadeus le muestra, orgulloso, su casaca de Gordie Howe. 10


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Y… no.” “Equis”, dice Tadeus y con un ademán, el zombi da media vuelta y desaparece. *** Xalapa, Veracruz. 2 de noviembre, 2002

ES SÁBADO. Y ES DÍA DE MUERTOS. Demasiado temprano, quizá. Un café humeante lo acompaña. Un radio portátil también. Suena otro episodio de La tremenda corte. Pero Leví Mongo no ríe con las predecibles aventuras de Trespatines. Se espachurra en su silla giratoria de piel sintética. Se acomoda la bata. Y mira, aburrido, hacia la máquina de fax. Es un rectángulo color crema. Con un teléfono y un teclado numérico. Y una ranura para el papel. Nada más. Leví Mongo bebe de su café. Un foco verde se enciende. Su corazón late. El papel fotosensible comienza a asomarse por la ranura. Tiene la anchura de una clásica cuartilla tamaño carta. Es delgado, y poco blanco. Después de unos segundos, parece como si a la máquina de fax le hubiera salido una lengua. Leví Mongo espera pacientemente a que termine de imprimir. La máquina de fax suelta un chirrido. Ha acabado. Apaga el radio. No más Trespatines. Leví Mongo toma el papel. Las letras, escritas a mano, dicen: BIONDI CUMPLIÓ. ENTREGÓ EL PAQUETE CON EL DISCO M.O. HOY TEMPRANO. TE ANEXO EL OFICIO. ESTAMOS LISTOS. N 11


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

Una ola de regocijo se instala en el pecho y el estómago de Leví Mongo. Respira hondo y sonríe. La luz verde, de nuevo. Debe ser el oficio, piensa. Un minuto más tarde, la máquina de fax suelta otro chirrido. Leví Mongo toma ese segundo papel. Lee: Oficio número SCOP/X1/020102 Gabinete Extraordinario de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas Base Júpiter, Campeche, a 1 de noviembre de 2002 General de División Lem San Román Destacamento legionario H/5101 Karmacoma, Veracruz PRESENTE Con fundamento en la Ley Federal de Emergencias Sanitarias, cap. III, art. 10, le solicito sírvase acusar de recibido el paquete con folio I-3941 proveniente de SCOP que acompaña el presente oficio. Su contenido es confidencial y deberá ser almacenado en las bóvedas del destacamento legionario H/5101 hasta nuevo aviso. Agradeciendo de antemano su atención, le envío un cordial saludo. Dr. Estanislao Biondi Miembro del Gabinete Extraordinario SCOP “Estanislao”, lee Leví Mongo en voz alta. Se da una vuelta, satisfecho, en la silla giratoria de piel sintética. 12


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

*** El río Catemaco. 3 de noviembre, 2002

EL VAPOR TODOTERRENO HENRY PRICE se abre paso lentamente por el río Catemaco. El sol vespertino cae sobre el angosto pasillo de agua dotándolo de un agradable tono anaranjado. Las manchas de aceite se mueven, oscilantes, y trozos de cascajo chocan contra el casco del Henry Price y ralentizan su travesía. Frank Chibi, vestido con pantalones de lino más claros de lo normal, una cazadora ligera color mostaza y camisa aperlada, bebe algo en cubierta. Un trago transparente y burbujeante con alguna yerba apretujada al fondo del vaso, lo cual le da el aspecto de un mojito –aunque no se trata exactamente de un mojito. Suspira. Sobre una mesita se ven un cenicero, una revista Newsweek y un teléfono móvil. Pero Frank no usa ninguno de los tres. Solo observa la turbia agua del río, rebanada lentamente por el Henry Price. La tarde es apacible, pero el sonido de los cuervos en las arboledas colindantes provoca una extraña atmósfera fatalista. Isabel lee en una silla de bejuco contigua; una revista de cotilleo. Toma un poco de té helado. “¿Cuánto falta para llegar?”, pregunta Isabel sin quitarle los ojos a su lectura. “¿A Catemaco? Unas ocho horas”, instruye Frank. “Este río es muy denso. Demasiada basura.” “Mmm.” Pilar está junto a ellos, tirada en cubierta sobre una toalla, jugando con una baraja. “¿Cómo vas, Ardilla?” Pilar no dice nada. Solo voltea una carta más. Un 7 de diamantes. “¿Ardilla?” “¿Uh?” “¿Estás bien?” 13


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Rien, je suis juste concentré.” “En español, Ardilla…” “Estoy concentrada, papá…” Frank hace un chuik con la boca y toma el móvil en la mesa. Lo revisa. Sin conexión. Luego lo sacude como maraca. “Seguimos incomunicados. Totalmente offline.” “No solo el río es denso”, replica Isabel con un dejo de sabiduría, aún enfrascada en su revista. “Las frecuencias de radio están caóticas.” Dos viejos arriban a cubierta. Ambos con ropas ligeras y elegantes sombreros de paja, un poco encorvados. Él, flaco y de talante extraño; ella, con flores en el empeine de las chancletas. El viejo saluda con una caravana, y su mujer con una sonrisa mongólica. Se sientan en una mesa más o menos alejada. Isabel reconoce al viejo. Traga saliva. Apurada, le dice a Frank, dejando su revista a un lado: “Mira, ese es el par que se subió en Tlacotalpan”. “¿Quiénes son?” “Un doctor y su esposa, creo.” “¿Cómo sabes?” “Y… algo oí en el bar. Creo que son católicos.” “¿De este lado de Penn? No lo creo.” “¡Buenas tardes!” Ese fue el viejo, levantando ligeramente su sombrero. “¡Buenas tardes!”, saluda afablemente Isabel. “Buenas tardes”, saluda Frank sin prestarle mucha atención. El viejo se acerca a él. Le extiende la mano: “Soy el Dr. Biondi.” Desconfiado, y luego de un par de segundos, viene la réplica: “Chibi. Frank Chibi.” “No parece muy contento de verme.”

14


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“He hablado con muchos doctores a lo largo de mi vida. No soy fan”, dice Frank y carraspea con velocidad al tiempo que señala con los ojos a Isabel. “Mi esposa Isabel.” “Claro, los Chibi”, dice el Dr. Biondi con una sonrisa malévola. “¿Nos conocemos?” “Soy pediatra. Miembro del consejo de la Sociedad Yajudi de Pediatría…” “¡Oh, claro! Todo el tiempo nos invitan a sus galas de beneficiencia”, exclama Isabel. “Es lo menos que podemos hacer. Dados sus generosos donativos, batuchka Chibi.” Frank no reacciona. Ni un sí. Ni un no. Solo atina a farfullar, una vez que habían pasado varios segundos: “Por supuesto. Los donativos.” “Y ella es mi esposa”, exclama el Dr. Biondi, rompiendo deliberadamente con el incómodo momento. La mujer ensaya otra sonrisa mongólica. “Tanto gusto.” “No parolea mucho”, aclara el Dr. Biondi y ríe picosamente. Llama a un mesero robot, ataviado con esmoquin blanco. Le pide un martini. Jala una silla. Su esposa hace lo mismo. Frank los mira con recelo. Gente que se autoinvita, piensa. La peor calaña. Permanecen unos instantes en silencio. “¿Se dirigen a Sontecomapan?” “No. Nos bajamos en Catemaco.” Esa fue la respuesta tajante de Frank. El Dr. Biondi se estira en la silla y respira hondo: “Ah, el trópico. Un poco de aire fresco no nos hace daño. Estábamos en el camarote, tratando de videar el fido, pero es por demás. La recepción en este lugar es pésima…” “Las frecuencias de radio están caóticas”, repite Isabel, juguetona. 15


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Totalmente, cariño. Totalmente”, el Dr. Biondi recibe su martini. Eleva la copa para brindar y añade otra pregunta a la charla. “¿Viaje de placer o negocios?” “Ambos.” Silencio. “Por supuesto”, el Dr. Biondi tose. “Mi esposa y yo estamos de vacaciones.” Muestra los dientes al decir lo último. Amarillos. Ligeramente podridos. “Si me disculpan”, Frank se levanta. “Caminaré un poco.” “Sea mi huésped, batuchka Chibi.” El Dr. Biondi lo mira alejarse hacia proa. Así es que solo quedan él… Isabel… y la mujer con flores en el empeine de las chancletas, casi en estado catatónico. “Hola, Isabel.” Silencio. “Doctor…” “¿Se sorprende de verme?” Silencio. “En realidad no.” “Los encuentros fortuitos siempre son encantadores”, tose de nuevo el Dr. Biondi. “Quería decirle…” “¿Qué?” Silencio. Miradas cruzadas. “Que me encantaría que usted y su esposo nos acompañaran a nuestra gala de año nuevo.” “¿Gala de año nuevo?” “Todos los años la hacemos. En esta ocasión se llevará a cabo en el Hotel Overlook. En el strip del puerto, ya sabe.” Isabel no responde. El Dr. Biondi se pone de pie bruscamente y muestra un sobre, y lo deposita sobre la revista de Isabel. Aún en su silla, Isabel solo atina a voltear a ver hacia arriba al viejo. “¿Eh?” 16


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

“Espero que nos puedan acompañar. Será algo inolvidable, lo garantizo.” “Eso qué…”, murmura Isabel y mira al Dr. Biondi despedirse haciendo una caravana, y abandonar la cubierta de la mano de la Débochca Floral. Los últimos rayos de sol se esconden, dando paso a las lamparitas de vapor de sodio que cuelgan de las columnas de palma atrancadas a los cobertizos. Las moscas se arremolinan a la luz artificial, y una brisa ligera llega y arropa al vapor todoterreno Henry Price, que continúa rebanando lentamente el agua contaminada. Algún lugar de los Tuxtlas. 4 de noviembre, 2002

EN LA ESPESURA DE LA JUNGLA, entre las copas de los árboles, un templo olmeca olvidado, y un amplio camino de tierra que lleva hasta él. El templo es piramidal, simple, y destacan en su centro unas antiguas escaleras, carcomidas por el moho. Haciendo valla, un centenar de guerrilleros vestidos de negro con sus cuernos de chivo y sus paliacates en la cabeza, ululan un cántico. Ooohoo, oohoo, oohoo… En la parte más alta del templo, un hombrecillo duendecil, regordete y tan colorado como un jitomate. Se toquetea nerviosamente las manos. Parece esperar algo. A alguien. El cielo retumba. Es el ruido de una explosión entre las nubes. Una explosión sónica. Frank, piensa el hombrecillo. Los guerrilleros gritan, animados. Elevan sus armas. Un silbido crece en tamaño. Crece. Y crece. Todos voltean al cielo. Una figura desde arriba vuela a toda velocidad hacia su posición. La valla se abre. Frank va a aterrizar. Y lo hace. Con un estruendo, se derrapa en el camino de tierra levantando una polvareda que cubre a los milicos que lo estaban esperando, y que ahora bajan sus paliacates para taparse los rostros. Una nube de polvo y tierra café los cubre por completo. 17


HACKERS DE ARCOÍRIS: LOS DÍAS ORBITALES DE FRANK

Una vez que la nube amaina, se descubre un surco en la tierra, y el acumulamiento del barro, como si una cuchara gigante le hubiera arrancado un pedazo al terreno. Frank se asoma por ahí. Comienza la gritería de nuevo. El ulular. Ooohoo, oohoo, oohoo… Frank camina, robóticamente, hacia la escalera del templo. No sabe por qué lo hace. No sabe qué hace ahí. En realidad, no sabe quién es esa gente. Simplemente se deja llevar por ese extraño estado que lo invade, entre el sueño y la vigilia, la realidad y la irrealidad. No sabe si está en el mundo real o en la frecuencia UHF. No recuerda mucho de su vida, de su pasado… solo siente el poder. Pequeñas vibraciones recorriendo sus huesos y sus músculos y sus venas. La quijada tensa, los ojos saltarines. Un hueco en el estómago. Así se siente Frank Chibi. Cuando alcanza la parte superior del templo, el hombrecillo duendecil se arrodilla ante él: “Mi señor”, dice. “Noodle Chan”, saluda Frank con un tono cavernoso. “Todo está listo, señor. Es tiempo.” “Es tiempo”, repite Frank. “Tiempo de probar quién es usted. Tiempo de enseñarles. De darles una lección.” “Sí, eso… una lección…”, dice Frank con voz somnolienta y tortuosa, “tenemos que matarlos. Incinerarlos. Cerdo tras cerdo. Vaca tras vaca. Pueblo tras pueblo. Ejército tras ejército…” “Mátelos”, dice Noodle Chan. “Vaya a Karmacoma. Mátelos.” Frank asiente. Un segundo después, desaparece.

Proxima entrega: Capítulo 6, “No es la Isla de la Fantasía, Ricardo” Copyright ®2013 Rodrigo Xoconostle Waye 18


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.