Sandokán.Los tigres de la Malasia

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EMILIO SALGARI

El piloto, loco de terror, se debatía como un desesperado, dando vueltas sobre sí mismo y lanzando gritos espantosos. En su rostro, cuyas facciones se contrajeron horriblemente, se retrataba una angustia indescriptible. -¡Socorro! ¡Socorro! ¡Perdón! ¡Salvadme!- gritaba haciendo sobrehumanos esfuerzos para romper las cuerdas que le sujetaban las manos. Yáñez, de pie sobre la borda, agarrado a la escalera de alambre de babor del trinquete, lo miraba impasible, mientras que los cocodrilos procuraban agarrar la presa lanzándose hasta la mitad del cuerpo fuera del agua, ayudados con enérgicos coletazos dados en ella. -Si no muere de miedo Podada- dijo Tangusaserá un milagro. -Los malayos tienen dura la piel- contestó Yáñez-. ¡Dejémosle gritar un poco! El pobre hombre seguía gritando y diciendo siempre: -¡Socorro! ¡Perdón...! ¡Que me alcanzan!... ¡Perdón, señor! Yáñez hizo una seña a Sambigliong para que tirase un poco de la cuerda, pues un cocodrilo había rozado la presa con la extremidad del hocico; ense86


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