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Un grupo importante de analistas políticos y constitucionales, aunque reconocen el pobre historial del presidencialismo en América Latina, lo atribuyen a causas que no tienen mucho que ver con el modelo democrático escogido, sino a razones ajenas al mismo: condiciones históricas (incluidas las relativas a nuestra “herencia colonial” ibérica y latinoamericana); condiciones culturales; a la tradición y desarrollo de nuestros partidos políticos (a lo que da mucha importancia SARTORI), al “pluralismo subcultural” o a fuertes conflictos culturales o étnicos (ver Robert DAHL), geográficas y climáticas (Latinoamérica, se dice, está ubicada especialmente entre los trópicos de cáncer y capricornio y los países europeos y los anglosajones están ubicados principalmente por encima o debajo de los mismos paralelos), religiosas (catolicismo latinoamericano vs. protestantismo, conforme a la versión simplificada de Max WEBER). los sistemas electorales (en la línea de DUVERGER y, en menor medida, de SARTORI). Otro grupo de analistas, como dije, atribuyen los problemas del presidencialismo latinoamericano a las variantes de presidencialismo y no al sistema presidencialista como tal (MAINWAIRING, NOHLEN, LIPSET). Es obvio que todas esas explicaciones juegan su papel, pero ello no desdice ni contradice la evidencia empírica citada, sino solamente la matiza y contextualiza (como corresponde a cualquier análisis que se afirme científico). Otros autores defienden nuestro modelo presidencialista, reconociendo sus limitaciones, pero atribuyéndoselas también al parlamentarismo. Para ello, afirman que también éste tiene fallas y citan en su favor los ejemplos excepcionales de países con “sistemas parlamentarios” donde hay o ha habido alta inestabilidad política (Turquía, ponen de ejemplo reciente o a la República de Weimar y a la francesa de la IV República). También destacan la existencia de países con alta estabilidad política que son presidenciales (Estados Unidos, Costa Rica, por