Snow, Tyrell, Bolton, Tarly, Frey o Greyjoy… - vamos no soy la única a la que le pasa- todo sigue su curso de tal forma que nos acomodamos casi instantáneamente a la trama. La primera temporada, entonces, sirve para crearnos un panorama mental de cómo se dispone el tablero de estos juegos y de quien es quien dentro de éstos. Pero ojo, este tablero nunca quedará estático, todo está en movimiento, los personajes, las tramas, se van entrelazando constantemente… Y es así que nos adentramos a la segunda temporada. Ahora nos encontramos frente a un mundo partido en tantas partes como personajes tiene la serie. Cada cual parece tomar un rumbo según su propio punto de vista. Aun portando el mismo estandarte los caminos se van separando más y más. George R.R Martin juega a ser Dios
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aquí y lo logra con creses. Su relato, que finalmente durante la primera temporada, había logrado “unir” de alguna manera a los personajes y concentrarlos en tres lugares al menos, se vuelve a desconcentrar, a dispersarse. Como si tuviera un juego de dados en sus manos y los volviera a tirar sobre el tablero. Todos vuelven a desparramarse. Unos buscando escaparse de Kings Landing, otros buscando llegar al trono de hierro, otros buscando poder, dinero, venganza. Si hay algo que une a todos los personajes es la ambición. Todos buscan más, quieren más, y son esos que buscan más los que a la larga salen perdiendo. A esta altura de la serie, conociendo como viene la mano por un lado y el otro, ya cada cual debe tener sus preferidos, sus amados y odiados. Sin embargo si hay algo que no nos permite