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nuevo ferrocarril que pretendía unir las localidades de Cattaraugus, Buffalo y Washington, pero pronto fue en busca de un empleo menos severo en alguna granja: “Había caminado ochenta kilómetros sin pausa ni alimento. Esa noche dormí bajo un cobertizo y justo al día siguiente conseguí trabajo con buena paga en el armado de algunos vapores que el ferrocarril de Erie estaba construyendo entonces para el tránsito en el lago Superior. Con intervalos de otros tipos de empleo, cuando por alguna razón u otra escaseaba el trabajo en el astillero, mantuve el ritmo de labor durante todo el invierno y me volví bastante opulento, hasta el punto de poder comprarme un traje nuevo, el primero desde que había desembarcado”40. Con su traje nuevo decidió ingresar en el mundo del periodismo y trató de emplearse en el Courier y el Express sin éxito alguno. Sus siguientes oficios, como agente comercial, primero de muebles en el próspero valle petrolero de Allegheny, y luego, de planchas de hierro de rizar, le hicieron medrar durante un tiempo. Contrató a vendedores para cubrir distintas zonas, pero estos le estafaron: “Evanecido por mis triunfos como vendedor cedí en mala hora a los halagos de mis fabricantes, y acepté la agencia general del estado de Illinois, con sede central en Chicago […]. Chicago aún no se había recobrado después del gran incendio, y sus hombres jóvenes fueron demasiado avispados para mí. En el término de seis semanas me habían desplumado totalmente, habían escapado con mis planchas y con el dinero que yo les había prestado para que se iniciaran en el negocio. Volví a Pittsburg tan pobre como siempre, para enterarme de que los agentes que yo había dejado en mi territorio de Pensilvania habían procedido conmigo de la misma manera”41. Después de este desengaño se encaminó a Nueva York. Allí, en la ciudad a la que había prometido no regresar tras el incidente en la comisaría de policía, se matriculó en un curso de telegrafía que se costeó vendiendo planchas puerta por puerta. Mientras ocupaba su tiempo de esta manera, leyó en un periódico una oferta de trabajo como redactor del Review, un semanario local de Long Island, y decidió probar suerte de nuevo en el mundo del periodismo. Esta vez obtuvo el empleo. Por ocho dólares semanales escribía la columna local y se ocupaba de los asuntos generales de los 40

Ibíd., p. 75.

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Ibíd., p. 86.

Las dos mitades de Jacob Riis

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