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inspirada en el derecho natural o iusnaturalismo, de raíz teológica, que solo concibe que el hombre tenga derechos como criatura de Dios. Se entiende entonces que las “verdades evidentes por sí mismas” de la Declaración sean los “derechos inalienables” de los que nos ha dotado el Creador. La mayoría de textos posteriores con los que se articula la vida política americana obedecen a ese preámbulo como principio rector. Ahora bien, lo que se lee como una declaración de derechos puede ser leído también como una serie de obligaciones, en la medida en que un derecho inalienable no es solo un derecho del que no se pueda privar al individuo, sino también un deber que no puede ser transferido: preservar la vida, la libertad y buscar la felicidad son responsabilidades de cada ser humano. Dicho de otro modo, en el mismo texto las garantías que tiene cada ser humano pueden ser leídas como deberes que contrae con el fin de preservarlos36. Esta idea forma parte del discurso de Riis: “Debemos seguir peleando, satisfechos si en nuestra época desviamos el peligro que espera caer sobre la tercera o la cuarta generación de aquellos que olvidaron la hermandad”, es decir, de aquellos que olvidaron los valores primigenios con los que se fundó América37. Y añadiría, recurriendo de nuevo a la fraseología cristiana: “Como hombre que trata con su hermano, puesto que es la voluntad de Dios que sus hijos sieguen los campos, para que con trabajos y lágrimas obtengamos la lección que resume todos los mandamientos, y que por sí sola puede hacer que el mundo se prepare para el reino que está por venir”38. En resumen, Riis no descubrió el problema de los barrios bajos. Su mérito radicó, hasta cierto punto, en convertirse en un instrumento afín a la retórica de los textos fundacionales capaz de animar a toda una generación posterior a luchar por el progreso social y político. “Su contribución consistió —diría Richard C. Wade— en dar al problema una dimensión 36

Esta interpretación tiene su fuente en Morton White. Véase Morton White (1978). The Philosophy of the American Revolution, en especial el cap. 4, “The Laws of Nature and of Nature’s God” (pp. 142-184). Nueva York: Oxford University Press. 37  De nuevo, “el peligro que hay que eliminar” es el de los disturbios, si se quiere evitar metafóricamente un nuevo Apocalipsis. La tarea ha de recaer en quienes cosecharon “la cepa que hizo crecer la cizaña”: “La propia codicia de capital que engendró el mal debe deshacerlo, en la medida en que esto sea posible”, diría. Véase supra, p. 148, nota 134 del cap. 2. 38

Véase Jacob A. Riis (1902). Introducción a La batalla de los barrios bajos, op. cit., p. 523.

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