REVISTA GROENLANDIA DOCE

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Ensayos Las grietas de la esperanza Las nuevas tecnologías y la niñez Cultura en tiempo de crisis ¿Qué es ser poeta?

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Reseñas

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Habitantes Ángel Muñoz Rodríguez Antonio Huerta Patxi Irurzun Carmen Luisa Contreras Adolfo Marchena Esperanza García Guerrero Ana Vega Enrique Fuentes-Guerra Pepe Pereza Lucía Fraga Felipe Solano Ana Patricia Moya

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Visitantes Fernando Sanabráis Jorge Decarlini Vanessa Navarro Rafael Zeledón Bernardino Contreras José Antonio Fernández José Pastor González Sergio Sánchez Taboada Miguel Ángel Guerrero Adriana Ventura José Ángel Conde Noel Pérez Alfonso Ortega Borrego Rafael Indi Tomás Illescas

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Groenlandia número doce (Septiembre \ Diciembre 2011). Directora: Ana Patricia Moya – Vicedirectora primera y administradora de la Web: Bárbara López Mosqueda – Correctora: Ana Patricia Moya - Vicedirector y caballero groenlandés de la máxima excelencia: Andrés Ramón Pérez Blanco - Portada y contraportada: Felipe Solano – Ilustrador de partes: Óscar Cardeñosa - Habitantes: Ana Patricia Moya, Enrique Fuentes-Guerra (Córdoba), Antonio Huerta (Cádiz), Ángel Muñoz Rodríguez (Madrid), Patxi Irurzun (Pamplona), Ana Vega (Oviedo), Adolfo Marchena (Vitoria), Pepe Pereza (Logroño), Carmen Luisa Contreras, Antonio J. Sánchez, Esperanza García Guerrero (Sevilla), Lucía Fraga (A Coruña) – Visitantes: Tomás Illescas, Bernardino Contreras (Córdoba), Vanessa Navarro (Cartagena), Sergio S. Taboada (Avilés), Jorge Decarlini, Alfonso Ortega Borrego (Cádiz), José Pastor González (Granada), Miguel Ángel Guerrero (Colombia), Adriana Ventura, Fernando Sanabráis (México), Noel Pérez (Toledo), José Antonio Fernández (Barcelona), José Ángel Conde (Madrid), Rafael Indi (Sevilla), Rafael Zeledón (Nicaragua) – Fotógrafos: Ángel Muñoz Rodríguez, Óscar Cardeñosa (Madrid) – Ilustradores: Óscar 2 Cardeñosa, Felipe Solano, Juankar Cardesín, Jesús Taguas Ruiz - Edita: Revista Groenlandia – Apoyos morales: Angustias Añón, Carmen Serrano Fernández – Corrección: Ana Patricia Moya - DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008 – ISSN: 1989-7407


Dicen por ahí que hay que tener cuidado con lo que se desea, por si se cumple. Pero nadie parece advertir lo más evidente: el dolor que provoca la esperanza. Imaginen un mundo libre de deseos y por tanto de ataduras, eso que Buda proclamaba a los cuatro vientos pero llevado al extremo, casi a la contemplación exacta y precisa de todo cuanto nos rodea, pero sin sentir necesidad alguna de participar en dicho escenario. Imaginen pues un lugar en el que nuestros deseos se cumplen cada día por la ausencia de éstos, es decir, la versión inversa:

darse cuenta del deseo cumplido antes de ser concebido.

Hay una crueldad realmente insoportable en el deseo obsesivo de conseguir algo, en todo deseo, a mi entender. Y la esperanza es algo que crece con los días, con las horas, los minutos, los segundos, hasta inundar todo el cuerpo. No es posible alcanzar la paz cuando el deseo de andar multiplica por mil la inmovilidad de unas piernas yertas, no es posible soportar el dolor físico cuya esperanza es arrancada de los ojos como una venda que te protege la vista; imposible, en definitiva, seguir adelante, caminando, cuando no atisbas horizonte alguno. Difícil entonces levantarse cada mañana, pero más real, más verdad que nunca. Y muchos nos preguntamos si la fe tiende su mano en estos casos, si ante el aullido del dolor más cruento el dios al que se le reza acude a calmar tu agonía. O si lo para los ateos que como yo no vemos nada más allá de la lápida, hemos perdido por el camino cierta ingenuidad redentora de todos nuestros pecados, y sobre todo, nuestros anhelos (lo que no se cumpla aquí que se haga realidad en el otro lado). Quizá ser ateo no sea la decisión más lúcida, siempre he pensado que lo más lúcido se aleja del pensamiento pues nos salva de ver la realidad tal y como es, la ignorancia protege siempre al portador de su milagro: desconocer la violencia que cabe en un grito, el dolor que tantas y tantas veces no se puede amortiguar con nada, la carencia, la 3


desolación, la desesperación de algunos rostros de miradas ya vacías por el sufrimiento acumulado. Curioso hecho: si nos fijamos en dichas miradas, las de aquellos a los que la vida les ha golpeado duro, que ya saben de sobra que no pueden esperar nada, veremos esa falta de luz en sus ojos que ya no miran a parte alguna, la pupila estática. Y eso, precisamente, les mantiene vivos. Si alguien les convenciese de que algún día esa situación podría cambiar, y ellos se confiaran, y su rostro se iluminara por vez primera, entonces, ahí la esperanza aprovecharía la grieta del herido, cuando el mundo cargase sobre ellos de nuevo, más fiero que nunca, entonces ya no existiría salvación posible. La mirada estática se convertiría en cuerpo inmóvil. La esperanza te mina por dentro y sin embargo es un resorte automático que en todo hombre y mujer salta sin previo aviso, colocándonos en una posición de desventaja, en una ingenuidad primera que ya perdimos con el fruto prohibido. Nos devuelve al paraíso para luego arrojarnos fuera. La esperanza en un modo de crueldad como otro cualquiera. Debemos tener cuidado con lo que deseamos, puesto que las grietas que provoca la esperanza en el alma son incurables, infinitas. Es preferible, quizá más duro, más hueco, más frío saber, repetirnos una y otra vez, si es necesario, que toda batalla está perdida de antemano, en ambos bandos siempre crecen muertos. Y es entonces, en la nada más absoluta y blanca, cuando comienza a crecer la calma que creímos imposible, cuando vemos tan sólo el camino que hay bajo nuestros pies y sin mirar al futuro, ni a un lado ni a otro, caminamos con paso firme al compás exclusivo que marca el latido de nuestro corazón. Sólo eso durante todo el trayecto. Ningún deseo ni esperanza alguna interfiere en nuestro camino. El exceso de realidad provoca las mismas

heridas que la bendita esperanza, elijan pues su camino y el peso de sus mochilas.

Ana Vega

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Desde hace unos años podemos ver y oír como va en aumento la violencia juvenil, y me pregunto si una de las causas no será la falta de comunicación en la niñez; hay que ser consciente que el diálogo entre padre e hijo es esencial en su desarrollo emocional. Sin esa pieza jamás se podrá alcanzar una madurez completa. Debemos reconocer que esta falta de comunicación en parte es debido a la afluencia de las nuevas tecnologías, como los videojuegos, ordenadores, móviles, etc… La proliferación de tantos artilugios técnicos influyen en un comportamiento de aislamiento individual; esto hace que la convivencia familiar vaya en disminución y aísle tanto al menor como al adulto en una soledad que no nos atrevemos a reconocer. Todos estos avances intervienen, sin darnos cuenta, en un desarrollo anormal de la personalidad, creando una adicción camuflada de cotidianidad. No es nada raro ver a niños de sólo seis años enganchados a las pequeñas maquinitas de videojuegos, como autómatas que si se les pregunta algo sólo te contestan con monosílabos, siendo casi imposible que desvíen la mirada de ese diminuto artilugio. Esta actitud tiene sus consecuencias, y una de ellas es que puede dar lugar a un estallido de violencia ya que no comunican sus estados de ánimo e inquietudes y se habitúan a estar incomunicados. Esa soledad hace que se alejen cada vez más del mundo que les rodea, los vuelve egoístas e insolidarios y su desarrollo tanto emocional como afectivo queda bastante limitado. No debemos olvidar que el niño, desde pequeño, tiene la necesidad de comunicar, expresar sus inquietudes, sus alegrías,

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miedos… Pero con estas nuevas dependencias, aprende a reprimir esta necesidad, por lo que no habla con quienes le rodean y no es por timidez, como a veces decimos, sino porque no siente esa necesidad de comunicar. Creo que pese a todo esto, no debemos ser extremistas y negarnos al uso de los avances tecnológicos, ya que están presentes en nuestro día a día, convirtiéndose en algo indispensable para el estudio y trabajo. Ahora bien: hay que

dosificar el tiempo que el niño dedica a ella, intentar por todos los medios aumentar la comunicación e invitar a juegos infantiles tradicionales; así haremos posible que desarrolle su imaginación y creatividad, aspectos importantísimos en esa etapa de la vida.

Este pequeño esfuerzo recompensa: disfrutaremos nosotros esos momentos de aprenda a comunicarse sin madurez.

por parte del adulto tendrá su al comprobar como comparte con recreo y a la vez contribuiremos a que temor mientras avanza hacia una sana

Esperanza García Guerrero

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Los tiempos que vivimos están marcados por el fantasma de la crisis, un fantasma que, desgraciadamente, se infiltra en todos los aspectos de la realidad. La falta de financiación y los drásticos recortes presupuestarios han perjudicado a innumerables proyectos personales, empresariales… y también a la cultura. No pasa día en el que no salte la noticia de que algún evento cultural tiene serios problemas de continuidad por falta de presupuesto: la Semana Negra de Gijón, el Festival de Teatro Clásico de Mérida o el Festival de Perfopoesía de Sevilla, por citar alguno de los más conocidos. Pero no sólo se han visto afectados los grandes proyectos: también la programación cultural de pequeños ayuntamientos o de salas independientes han sufrido notables reducciones, dejando a muchos creadores sin el circuito habitual en el que dar difusión a sus obras. En un escenario de cinco millones de parados, con las innumerables historias de angustia y sufrimiento que ello provoca, puede que la reducción de la actividad cultural sea un aspecto muy secundario, pero también es cierto que el estado de la cultura suele ser un buen termómetro del estado de salud espiritual de una sociedad, por lo que es conveniente prestarle atención. Cabe preguntarse qué postura deben tomar los creadores ante la falta de medios: posiblemente, la actitud más positiva sea la de seguir creando y seguir ofreciendo con generosidad arte y reflexión. Puede que todo sea

ahora mucho más difícil, pero en tiempos como éstos, la falta de medios ha de suplirse con la que es la cualidad definitoria de un artista: imaginación. Es tiempo de inventar, de encontrar vías alternativas, de hacer mucho con poco. Y para el verdadero creador ello no es ningún obstáculo. Desde siempre, los creadores han sentido la necesidad de realizar su obra, sin que tenga que haber detrás una remuneración. Se pueden citar, entre otros muchos, los ejemplos de Cervantes, que escribió la segunda parte del Quijote después de que la primera le

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hubiera dado fama internacional, pero le mantuviese en la pobreza más absoluta; o de Van Gogh, que jamás dejó de pintar pese a que en toda su vida sólo vendió algún que otro cuadro a su hermano Theo. Uno de los efectos más perversos de la crisis, que a su vez contribuye a prolongarla, es el miedo, el cansancio y la desidia que se instala en la mentalidad colectiva. Parece que ningún esfuerzo merece la pena, por lo que no se ponen en marcha iniciativas: todos se quedan en casa esperando tiempos mejores. Frente a eso, mantener la actividad contra el

viento de las circunstancias es la mejor aportación que los artistas e intelectuales pueden hacer a la sociedad a la que pertenecen. El mensaje

que eso lanza es claro: no estamos paralizados, se pueden hacer cosas, y se pueden hacer desde abajo, sólo con entusiasmo y esfuerzo, sin necesidad de esperar permisos ni subvenciones. Es bueno que, mientras sea posible, se dote a las manifestaciones culturales de todos los medios que precisen, pero se puede correr el riesgo de valorar el soporte por encima del contenido: es importante que un libro esté bien encuadernado, que se use un buen papel y una buena tinta, pero no se debe olvidar que lo verdaderamente importante es la calidad literaria. Por ello, si no quedan otras opciones, quizás sea el momento de volver a una cultura de trinchera: a publicar fanzines fotocopiados, a organizar conciertos o recitales en bares, sólo con una guitarra y sin micrófonos si no los hay, a demostrar que no nos van a arrebatar las ganas, la iniciativa y el compromiso. Las cosas están mal, se cierra una puerta tras otra, y se pone de manifiesto una desagradable acumulación de injusticias. Hay muchos y legítimos motivos para protestar, pero simplemente quejarse, desde una actitud pasiva, aporta poco. Es mucho más eficaz ponerse en marcha y aportar granitos de arena, por insignificantes que sean. Un gesto

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insignificante siempre es más que ningún gesto. Quien se esfuerza en aprovechar al máximo los mínimos recursos de que dispone se carga de fuerza moral para reclamar a los demás que pongan de su parte. Se suele hablar de cuál debe ser el compromiso social del artista. Más allá del compromiso político, que es una cuestión personal y debe responder a la conciencia de cada uno, la utilidad social del artista se basa en su capacidad para dinamizar su entorno, para inyectarle actividad y ofrecerle material para la reflexión. Y eso, en la actual situación de crisis, es más necesario que nunca. Sin duda, que las manifestaciones culturales cuenten con unos presupuestos económicos adecuados no sólo es lícito, sino necesario, por varios motivos: en primer lugar, en una sociedad en la que todo se mide en términos económicos, que se remunere la cultura contribuye a darle su verdadero valor; además, una manifestación cultural de calidad (libro, concierto, exposición) requiere mucho tiempo y dedicación, y un artista puede volcarse en una obra con mucha más intensidad si percibe una retribución digna y no tiene que preocuparse de ganarse el sustento con un trabajo ajeno al arte. Por otra parte, la creación cultural no sólo implica a creadores, sino a tramoyistas, operarios de montaje, impresores, electricistas, técnicos de sonido, conserjes, etc. Y si un artista puede en ocasiones trabajar “por amor al arte”, los trabajadores hacen su tarea por un salario, y lo justo es que lo perciban puntualmente. Por tanto, la lucha no debe ser por no cobrar - hay que mantener la pelea porque la cultura reciba los recursos económicos que merece -, sino porque, sean cuales sean los recursos disponibles, la actividad no cese. Además, hay que ser consciente del inmenso esfuerzo que supone para muchos mantener su actividad, un esfuerzo que, en muchas ocasiones, se hace insostenible. Por más que hablemos de la necesidad de continuar creando, los creadores y promotores culturales que no tengan capacidad

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o ánimo para seguir adelante merecen toda la comprensión y la solidaridad. Las crisis y la cultura siempre se han llevado bien, y los ejemplos son innumerables: el Siglo de Oro español (el de Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Velázquez, Murillo, Zurbarán…), que floreció en medio de una brutal decadencia; Goya desarrolló una de las más sobrecogedoras obras pictóricas de todos los tiempos mientras sufría en primera persona la invasión napoleónica, la Guerra de la Independencia y la tiranía de Fernando VII. Otro ejemplo más cercano lo tenemos en el primer tercio del siglo XX, un momento en el que la intelectualidad española alcanzó cotas de brillantez inigualable, con la coincidencia de las Generaciones del 98 y del 27, los regeneracionistas, la Institución Libre de Enseñanza, Ortega y su Revista de Occidente, Picasso, Dalí, Buñuel, Falla, y un largo etcétera. Pues bien, una época de tal potencia creativa se abrió con la Guerra de Cuba, se cerró con la Guerra Civil, y está marcada por hitos como el desastre de Annual, la Semana Trágica de Barcelona o el golpe de estado de Primo de Rivera. Quizás sea que la

imaginación se crece con los retos y las dificultades le sirven de alimento y estímulo. Se suele hablar de que los poetas no escriben cuando son felices y sus mejores versos brotan del desamor y la tristeza. Quizás ese mecanismo a nivel personal funcione también a nivel colectivo.

Si eso es cierto, puede que estemos viviendo las circunstancias propicias para que surja entre nosotros una generación cultural sólida y activa. Si son capaces de no dejarse vencer por las múltiples dificultades, ésa será la mejor aportación que podrán hacer intelectuales y artistas a la sociedad en la que viven.

Antonio J. Sánchez

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Pregunta metafísica por parte de esta cada vez más escéptica mujer y propia de esas noches entre copas con amigos no vinculados al “noble” arte del lirismo. Según lo expuesto en el diccionario de la Real Academia española, un poeta es: “Persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas” . Concepto teórico casi correcto, porque todos conocemos la cruda realidad: todos pueden escribir poesía. Ahora todos pueden ser poetas. Con la ingente cantidad de medios que existen para dar a conocer los versos propios (páginas Web, blogs, autopublicación, coedición; no entraré en el tema de la vía tradicional de publicación por la dificultad de su acceso para el resto de los mortales), está al alcance de cualquier romántico que pretenda ser poeta, y digo pretender, porque cualquiera no puede serlo. Hace falta una actitud esencial: sensibilidad. Preciosa palabra presente en los poemas, ausente en los que se colocan automáticamente la etiqueta de poetas. Paradójico, ¿verdad? Porque en nuestra sociedad consumista y mercantilista, la poesía se ha visto despojada de su sentido: es una moda, una manera de colocarse en el mundo como si se fuese alguien especial cuando, en realidad, un poeta dejó de ser alguien especial hace mucho, mucho tiempo; de ahí, miradas de soslayo por parte de la gente, incluso despectivas. Los poetas son despreciados o ninguneados: no sirven para nada. Ni siquiera la excusa sirve para ligar con el mismo \ opuesto sexo (impresiona más que el chaval o la chavala te diga “soy funcionario”, sinónimo de “tengo taco”; sí, la podrida erótica actual del dinero). Y eso lo sabe la propia élite poetil: por eso hay que adaptarse para sobrevivir en esta jungla humana de políticos nefastos, desplomes de bolsa, miles de jóvenes en paro y hombres y mujeres presumidos con preocupante complejo peterpanesco. Hay que entregar una nueva función al poeta, lejos de ser portavoz independiente de las carencias del planeta. ¿Cuál? Pues el de “empleado” (preferiblemente de carácter público) que mantenga o controle un sistema cultural oficialista determinado. La legitimación, por tanto, se asigna a los que tienen méritos: pertenencia a determinados grupos artísticos \ poéticos, libros publicados en editoriales de renombre, obtención de premios literarios, 11


etc. Por desgracia, el poeta es una persona más, otra ovejita que se deja llevar por lo que le dicta el pastor \ maestro espiritual \ profesor académico \ falso profeta \ jefe mayor \ artista con influencias. Es un ser humano normal y corriente como los ciudadanos de a pie, con aspiraciones concretas: vivir de la poesía. ¿Vivir de la poesía? Claro: a costa de lo que sea. No se alejan de esa vergonzosa mentalidad de obtener lo máximo con el mínimo esfuerzo: quejarse con lloriqueos sin mover ni un puto dedo; arrimarse, agacharse, obedecer y si se puede dar la puñalada trapera, se da, y posteriormente se funda un propio castillo fortificado de amigos \ lacayos defensores; pisotear, alcanzar puestos de relevancia mediante la milenaria y eficaz técnica del trepping (trepar, trepar y trepar hasta llegar a la cima), para incorporarse en “seguros” esquemas jerárquicos similares a los de la mafia. Oh, sí: los poetas son traidores cuando se dejan devorar por la ambición. Aquí la “sensibilidad” del poeta se extingue y se transforma en ansias de poder. Sí, señores: la cosa está chunga, muy chunga, y sólo el más espabilado – o canalla que juega sucio – sobrevive: el todo-vale por alcanzar la meta. No hay competencia limpia. Y muchos líricos no agachan el lomo ni agarran el pico o la pala: prefieren apuntar alto sin mancharse las manos porque se consideran demasiado buenos para un curro simplón, porque están convencidos de que son intelectualmente superiores y que no aceptan otra cosa que no sea su especialidad. Sí: muchos poetas son unos señoritos que se mofan del otro escritor que pone copas en un bar o del otro pobrecito compañero que carga ladrillos en la obra. Patéticos los

poetas que presumen de saber lo que es la poesía cuando jamás se han preocupado por sufrir la realidad. ¿Qué diferencia hay con el resto de la

humanidad? Ninguna. ¿Acaso en otros ámbitos del mundo real no ocurre lo mismo? ¿Por qué me cabreo si ya sabemos como funciona todo? Precisamente porque el poeta ha de ser testigo de las desgracias, el mensajero que comunique que existen miserias y que, a diferencia de las personas superficiales, padece también cuando le hacen daño: EL POETA HABLA DE TODA LA MIERDA QUE NOS LLEGA AL CUELLO. El poeta debería ser el único ser humano CAPAZ DE

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METERSE EN LA PIEL DEL OTRO. Pero no. Muchos poetas proclaman a los cuatro vientos que son auténticos liberadores cuando no es así: están mas preocupados en escribir, en lucirse, en promocionarse, que en sentir empatía por el ajeno. Por eso mi decepción. ¿Por qué el poeta escribe con falsa modestia? “Soy un elegido, pero me preocupan los desfavorecidos y lloro cuando hay una injusticia”. Sí, claro, y yo me lo trago: te “escogió” el sistema (mejor dicho, te integraste), te apenan los desempleados y los hipotecados pero recibes dinero público gracias a una mención concedida por el “beneplácito” de un jurado de “conocidos” (¡qué bonita e indecente es la amistad entre poetas!) y sollozas de pura penita cuando un crítico “serio” te pone a caldo (posiblemente, un no conocido, un enemigo, o un enemigo de un amigo). ¿Esto es ser poeta? Vamos a dejar de engañarnos: ser poeta es ser de todo, menos poeta. ¿Y dónde están los verdaderos? Ocultos, no por timidez o el miedo a ser contaminados (porque la honestidad se paga con el ostracismo absoluto y tienen dos dedos de frente) y ofreciendo, como pueden, desde su posición, aportaciones humildes. En lo personal, me definen mejor unas palabras de Jaime Sabines: “soy un peatón”. Camino por la vida, a mi manera, porque la única ambición que tengo es tener un trabajo digno para poder hacer en el futuro lo que me plazca (eso, y un plan de pensiones privado porque lo de cotizar a largo plazo lo veo inalcanzable). Mientras tanto, los “poetas” defienden su poesía, que no la poesía. Ésta sigue agonizando en un rincón oscuro. Y los milagros no existen. Descorazonador. Pero cierto.

Ana Patricia Moya

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AÑO BISIESTO (dirigida por Michael Rowe) Desgarradora producción dramática que destaca por los sencillos medios utilizados para su creación (toda la película se desarrolla en el interior de un apartamento) y por lo contundente de su argumento. Los protagonistas: Laura, mujer soltera de origen indígena que vive sola en la capital, que trabaja como freelance para diversas publicaciones y que ahoga la soledad, o bien masturbándose mientras espía a sus encantadores vecinos, o manteniendo encuentros sexuales con hombres que conoce en garitos nocturnos; Arturo, hombre casado, con temperamento fuerte, y sadomasoquista. Ella, sumisa, se deja hacer: la inmensa necesidad de amor de Laura es tan grande que permite las vejaciones hasta el insospechado punto de querer sacrificarse por ese amante ansioso por satisfacer deseos macabros. Demasiado impactante (las escenas de sexo, de las humillaciones y perversiones que se confunden con el placer y el cariño); demasiado sórdida, pero es tan jodidamente realista que es inevitable pensar que, verdaderamente, las personas estamos tan necesitadas de afecto que somos capaces de soportar cualquier cosa. Un film mexicano intimista, desarrollado con recursos justos, pero efectivos, y con unos actores que hacen un inmejorable papel.

500 DÍAS JUNTOS (500 Days of Summer; dirigida por Marc Webb) No me convencen las comedías amorosas: pocas producciones del género me gustan. Sin embargo, “500 días juntos”, un film de carácter independiente, escapa de las típicas historias amorosas, esto es, que no vamos a tener que enfrentarnos al aburrido argumento de chico conoce a chica, se enamoran perdidamente, el amor triunfa y acaban casándose. Esta película refleja, de manera muy inteligente, las distintas dimensiones del amor. Ya de por sí los protagonistas tienen distintas formas de entenderlo: él, un joven divertido y enamoradizo, que cree que existe una mujer destinada a compartir el resto de sus días; ella, apasionada pero escéptica, piensa que el sentimiento es efímero y que hay que disfrutar de la vida. Naturalmente, no voy a 14


destripar la película, pero el final, aunque previsible, nos enseña como nuestros esquemas que abordan el amor pueden cambiar a lo largo de nuestra existencia. He disfrutado con ella: a veces tierna, a veces cruda, se encamina por los complicados entresijos del amor con gran acierto. Y destaco también la banda sonora, que es genial.

SIETE DÍAS (Les 7 Jours Du Talion; dirigida por Daniel Grou) ¿Qué sucedería si se os presentase la oportunidad de vengaros del asesino de un ser querido? Es lo que plantea esta estupenda película de suspense y terror canadiense. El señor y la señora Hamel intentan superar la pérdida de Jasmine, su hija pequeña, violada y asesinada por un pederasta psicópata que cumple una irrisoria condena en prisión. Sin embargo, Bruno Hamel, reputado médico, no se resigna a quedarse de brazos cruzados: si el juez no cumple con su papel, él impondrá un merecido castigo. Moviendo hilos consigue secuestrar al delincuente para someterlo a inimaginables torturas; aprovechando sus conocimientos profesionales, alargará su sufrimiento hasta el límite. Las primeras escenas de la película son escalofriantes: un buen comienzo, un estupendo arranque que poco a poco va degenerando a la demencia de un hombre que pasa de ser victima del sin sentido a convertirse en un despiadado y retorcido verdugo. Y es que, a mi modo de ver, el punto flaco del film es que la transformación del marido ejemplar en un maniaco obsesionado por destrozar el cuerpo al sinvergüenza que mató a la niña es brutal, sin ahondar mucho en la relación entre ambos hombres durante esos siete días de huesos rotos y sangre en una cabaña oculta en el bosque. ¿Impartir auténtica justicia o caer en la locura? No haré spoiler: hay que verla. Y cada uno que saque sus propias conclusiones.

ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ EL EQUIPO DE GROENLANDIA RECOMIENDA: “Hard Candy”, de David Slade. “La pianista”, de Michael Haneke. “The descent”, de Neil Marshall. “Confessions”, de Tetsuya Nakashima. “Los chicos están bien”, de Lisa Cholodenko. “Grotesque”, de Koji Shiraishi 15 “El origen del planeta de los simios”, de Rupert Wyatt


LOS PATRICIOS (Editorial Dibbuks, por Díaz Canales & Gabor) Un pingüino que toca la trompeta y pinta obras de arte, un cerdito genio que concede los deseos más insospechados, un laureado filósofo narcoléptico de época romana, un hombre lobo con complejo de Napoleón, un samurai glotón con una cabeza en forma de cruasán, un pulpo italiano sinvergüenza fan de la Cosa Nostra y un torpe ninja: estos son los Patricios, divertidísimos seres que surgen de la brillante imaginación de Eustaquio Foz - Taq para los amigos -, un escritor de un gran best seller que, a pesar de que la vida le sonríe - posee un buen empleo, una encantadora y guapísima novia, y su suegro es el alcalde de la ciudad -, se siente frustrado porque su verdadera vocación es la poesía. A través de las páginas de este delirante y entretenido cómic, seremos partícipes de cómo estos pequeños engendros le harán la vida imposible a su pobre creador y a los inocentes habitantes de la ciudad de Wandala. Y es que ellos, a pesar de su estatura, tienen muy mala leche y vienen dispuestos a conquistar el mundo con más de mil estrambóticas artimañas. Carcajadas aseguradas. Una edición estupenda. Uno de los perpetradores de esta pequeña locura es uno de los artistas de Black Sad, el guionista Díaz Canales. Fantástico el dibujo de Gabor. Si queréis pasar un buen rato, “Los Patricios” es, sin duda, una excelente apuesta. Sí, y cómic español. A darle una oportunidad.

PANDAMONIA (Editorial Glénat, por Ecuba, Lauria y Cucca) “Pandamonia” es un buen cómic de ciencia ficción que nos sitúa en un futuro donde el hombre ha perdido la libido: para evitar la extinción del ser humano, la investigación científica consigue transformar a hombres y mujeres en distintas especies animales. En el siglo XXVI, conviven personas y bestias de manera pacífica; sin embargo, una poderosa empresa, Erosgen, 16


y su líder, en secreto, mueven hilos para urdir un ambicioso plan: convertir a todos los habitantes del planeta en mutantes. A pesar de la oposición de grupos de resistencia que pretenden su total destrucción, sólo alguien puede evitar la catástrofe: Vanessa, la mujer panda, una belleza que trabaja como una simple camarera en un antro de bailarinas y que esconde la clave de la salvación de toda la humanidad. Con la ayuda de su amante, la chica puma Susanna, y el terrorista Van Dick, la protagonista recordará su pasado y luchará contra los acólitos de Fumero, el dueño de Erosgen, obsesionado también con atraparla. Rezuma erotismo y sensualidad en todas las páginas. Evidente influencia de Black Sad: el dibujo, soberbio y la historia, trepidante. Ya editado el primer volumen, “Caos Bestial”. Muy recomendable.

ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ

EL EQUIPO DE GROENLANDIA RECOMIENDA: “Olas en el alma”, de Grégory Mardon “El caminante”, de Jiro Taniguchi “El final de la guerra”, de Joe Sacco “Skim”, de Jilliam y Mariko Tamaki “Todo barrio”, de Carlos Giménez “The beats”, de Harvey Pekar & Ed Piskor “Alicia en un mundo real”, por Franc & Martín “Japón”, de Buronson & Kentaro Miura “Españistán, este país se va a la mierda”, de Aleix Saló “El azul es un color cálido”, de Julie Maroh “Habibi”, de Craig Thompson “Himawari”, de Cristina Ortega 17 “Oh-Roh”, de Buronson & Kentaro Miura


MATAR A PLATÓN (Chantal Maillard, Tusquets) Encontrará aquí el lector dos libros dentro de un libro, dos poemas extensos con una única mirada. En el primer poema, Matar a Platón, Chantal Maillard toma como punto de partida un hecho atroz: la escena en que un hombre es atropellado. Este instante da paso a la reflexión y a la búsqueda. Se trata de una versión original subtitulada, como ella misma nos advierte. El poema va acompañado de una pequeña historia (diálogo en varios momentos) que nos conduce de vuelta a la misma escena, al momento tal vez que la precede (“Voy a volver sobre mis pasos: ha sido justo detrás de la esquina”). Con gran acierto nos presenta así una realidad figurada, una imagen que se convierte en hecho poético. Maillard nos hace dudar de si realmente nos hallamos ante un hecho verídico o una imagen poética hábilmente creada. El efecto es el mismo, ha logrado su propósito de hacernos partícipes de todo lo que acontece en torno a la escena. Nos obliga a ver, nos muestra nuestra incapacidad para acercarnos al dolor. Utiliza el poema como herramienta acerada, que, partiendo de un hecho muy concreto nos golpea, forzándonos a enfrentarnos a la realidad, a no esquivar más la mirada (“de saber sin sufrir / de ver sin ser vistos”). Insiste en la indagación de ese rechazo de verse en otro (“el orden nos exime de ser libres, / de despertar en otro, de despertar por otro”.) y en la facilidad por encontrar razones para nuestra huida ante lo que nos asusta, lo que nos negamos a ver (“ ‘Ya van dos mil trescientos’, dice una voz en la

radio, / ‘dos mil trescientos desaparecidos… las lluvias del monzón’ / dice la radio, ‘en Bangla Desh’…, / pero hace un sol insoportable” ). Como el Mersault de

Camus, buscamos una excusa sin sentido pero que sin embargo utilizamos de todos modos. Maillard sabe que un poema puede rescatar, atrapar, el instante y hacerlo eterno, conoce su poder: “Y en ese instante está el universo entero”. Hay una comunión de miradas, los espectadores que ven la escena, Maillard y el propio lector, a quien se dirige para acercarlo aún más, para exigirle que no aparte la vista. Nos introduce en la escena, nos transforma en espectadores pero nos increpa también: “Pudo / cerrar las páginas del libro y no lo hizo. ¿Qué le retiene de hacerlo?”. Ya en las últimas páginas nos desvela el origen del título: “Platón

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desterró a los artistas por temor a que mostraran lo-que-ocurre”. Chantal Maillard se

sirve del poema para hacer justamente eso, exponer la realidad y combatirla de este modo, cambiarla. Como ella misma dice: “El verso ha de ser copia exacta y fidedigna / de no se sabe qué realidad verdadera”. Combativa y comprometida nos insta a abandonar esa coraza protectora que hemos construido: “Lo más frecuente

es / que llevemos cosida el alma a su forro / como los trajes nuevos sus bolsillos, / para evitar que se deformen por el peso”. Escribir, el segundo de los poemas, más

allá de una poética, es una reflexión en la que Maillard nos presenta su visión de la escritura como rebeldía, como análisis e indagación, como grito, como arma para despertar conciencias. “¡Despertad!”, repite a lo largo del poema. Escribir como refugio, para rastrear, para apuntar al blanco…

Chantal Maillard quiere despertar al lector. Utiliza la escritura como vehículo para mitigar y acercar el dolor, para que no haya engaño posible, que la verdad sea el único modo de entendimiento y el poema se transforme en lucha también. Ella misma se siente mediadora de ese vínculo de comunicación y aprendizaje que pretende establecer entre un verso y el mundo, consciente del milagro del poema: “Escribir / como quien muerde un rayo / con los brazos en cruz”. Los últimos versos con los que se cierra el poema, nos descubren esa intención primera y única de Maillard a la hora de enfrentarse a la hoja en blanco: “Escribo / para que el agua

envenenada / pueda beberse”.

ANA VEGA EL EQUIPO DE GROENLANDIA RECOMIENDA: “Cinco raras” (antología de cinco poetisas de Jaén, Ediciones Raro) “Comiendo tierra”, de Antonio Orihuela. “Antología”, de José María Fonollosa “Tres”, de Roberto Bolaño “La voz a las tres de la madrugada”, de Charles Simic “Poesía de paso”, de Enrique Lihn “Especial de poesía andaluza” (antología poética, en dos volúmenes, Sentido Figurado) “Taberna y otros lugares”, de Roque Dalton 19 “Menú del día… a día”, de Gsús Bonilla


EL INFINITO EN LA PALMA DE TU MANO (Gioconda Belli, Seix Barral) La cita inicial de W. Blake nos revela el origen del título de esta novela: “Para ver

el mundo en un grano de arena, / Y el Cielo en una flor silvestre, / Abarca el infinito en la palma de tu mano / Y la Eternidad en una hora”. La autora nos ofrece en esta cita las claves de esta historia, su esencia: El infinito en la palma de tu mano. Más tarde, T.S.Eliot nos revela el resto: “Y el final de todas nuestras exploraciones será llegar al lugar donde comenzamos y conocerlo por primera vez”. Gioconda Belli

nos descubre el misterio que esconde el origen del conocimiento y de la libertad. La autora elabora un relato detallado de una historia que como ella misma indica “por antigua, creía conocer de toda la vida”. Para ello nos traslada al Paraíso, donde Adán y Eva desconocen el Bien y el Mal, el significado de la libertad. En esta ocasión la historia que todos conocemos transforma la manzana prohibida en un higo, fruto que Eva decide comer pese a las advertencias. Por ello, tras comer la fruta prohibida, son expulsados del Paraíso, y obligados a vivir como seres humanos, condicionados por sentimientos y sensaciones que antes desconocían; ahora el dolor, el hambre y la sed llegan a sus vidas. También aparece la cólera, la desesperación, la crueldad, la impotencia… Vivirán ya, por siempre, desterrados del maravilloso lugar que conocieron. Gioconda Belli rescribe una bella historia en un tono poético y apasionado, pero utiliza la frialdad necesaria para describir los pasajes en los que es necesario recordar al hombre la injusticia y la dureza de la supervivencia. Escribe con voluntad inquebrantable una historia que, pese a ser conocida por todos, descubrimos ahora en estas páginas. En cuya humanidad nos reconocemos, los aciertos y errores que nos conducen a aprender de la experiencia adquirida. Como bien dice la autora:

“Ésta es pues una ficción basada en las muchas ficciones, interpretaciones y reinterpretaciones, que alrededor de nuestro origen ha tejido la humanidad desde tiempos inmemoriales. Es, en su asombro y desconcierto, la historia de cada uno de nosotros”. Asistimos al momento en que Adán siente por primera vez la necesidad

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de la palabra: “En su cabeza sintió el revoloteo azorado de las imágenes buscando ser nombradas”. O el momento en que comprende la necesidad de amarse: “Pensó

que podríamos existir como un solo cuerpo, pero no resultó. Te dejó muy dentro. No podías ver ni oír. Por eso nos sentimos tan bien cuando los dos volvemos a ser uno”. La descripción es bella, exuberante, frondosa como el paisaje que les rodea.

Es curioso ver cómo los roles de hombre y mujer aún no presentes entonces comienzan a gestarse, cada uno define sus debilidades y su capacidad de enfrentarse al mundo. Adán presiente que la mujer es poderosa: “Ella confiaba demasiado en sí misma”. Le sorprende su intuición, sus habilidades innatas: “Se preguntaba si ella tendría razón al pensar que estaba con él para cuidarlo de sí mismo”. La mujer percibe señales que él no consigue descifrar: “Su piel advertía, con el olfato del perro y el gato, lo que estaba por acontecer”. Así define a la mujer: “Ella estaba conectada con la tierra, como un árbol sin raíces”. Sin embargo, en el hombre surge la crueldad y el odio: “Tenía miedo de sí mismo, de cuanto estaba dispuesto a

hacer para sobrevivir en esa tierra hostil. Tenía miedo del hambre y de la ferocidad con que uno a uno mató a los conejos, aplastándoles la cabeza con una piedra. Había que ser cruel para matar”.

Es ésta pues la historia del primer hombre y la primera mujer, pero también la nuestra, donde descubrimos lo que la vida nos enseña cada día: “El saber y el sufrir son inseparables”. Cuando Eva ve a sus hijos sabe que “podrían enseñarles cómo vivir, pero no domesticarlos”. En la libertad se encuentra por tanto la bendición y el castigo. La llave de nuestro Paraíso se halla en la sabiduría adquirida con nuestros propios errores, como el Ave Fénix que protege a los desterrados resurge de sus cenizas.

ANA VEGA

EL EQUIPO DE GROENLANDIA RECOMIENDA: “El Aleph”, de José Luis Borges “Adiós, princesa”, de Juan Madrid “El demonio”, de Hubert Selby Jr. “Lennox”, de Craig Russell “Tengo miedo torero”, de Pedro Lemebel 21 “El almuerzo desnudo”, de W.S Burroughs


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テ]gel Muテアoz Rodrテュguez Antonio Huerta Patxi Irurzun Carmen Luisa Contreras Adolfo Marchena Esperanza Garcテュa Guerrero Ana Vega Enrique Fuentes-Guerra Pepe Pereza Lucia Fraga Felipe Solano Ana Patricia Moya 23


(Leganés, Madrid, 1977). Escritor, poeta, fotógrafo, editor. Licenciado en Historia del Arte. Autor de “Ya no leo tebeos de Wonderwoman” (Groenlandia, 2009) y “Como Ulises en una cacharrería” (Bohodón Ediciones, 2010). Sus textos han aparecido en diversas revistas literarias, así como en páginas Web, blogs y antologías literarias. Tiene su espacio en Las Afinidades Electivas y Narrativas. Ha participado en el proyecto poético “Poetrastros: por favor, tratad con cariño” (LaVidaRima Ediciones). Ha participado en multitud de recitales y exposiciones En breve se publicará su próximo poemario, “Amor Manual” (Talentura Libros).

Últimamente llego tarde a tu vida. Demasiado tarde para verte reír, soportar tus quejas o recoger tu llanto. Me he vuelto muy impreciso. Y es en la cama, mientras duermes, cuando me apoyo en tu corazón a explicarte sin más demoras el tiempo que te debo y lo que haré para devolvértelo, aunque tenga que echar más arena en los relojes para estar menos tiempo separados.

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La fantasĂ­a sexual de muchos hombres es hacerlo con dos mujeres a la vez. Me basta con asomarme a tus ojos, similares a dos fresas silvestres, y arrinconar esa fantasĂ­a entre las cosas prescindibles.

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Se acicala con esmero. Es su último día, por el momento, y está plenamente convencida de su victoria, no tanto del retorno más que del retorno de la acogida. Aún recuerda el instante en el que decidió entrar, sin voluntad, eso sí. Pero el límite, el que separa lo racional de lo que no lo es, había quedado a sus espaldas mucho tiempo atrás. Por ella, sobre todo por ella, le dijo, al darle la bienvenida el psicólogo del centro. Tendría que ser egoísta, pero no para destruirse o arrasar todo su entorno, no. Egoísta para curarse. En todo este tiempo su marido no había dejado de visitarla. Tampoco su hijo mayor, Carlos. Con dieciséis años captó, a la primera, la situación. No así Mati. Era pequeño, y ver a su madre, a la familia desestructurada por culpa de tan mal hábito, no le había permitido desde entonces librarse de la medicación para controlar la ansiedad y de la bata blanca del psiquiatra. Mati seguía sufriendo. Puedo, después de tanto tiempo, en el taxi, sentir el tacto del cuero en sus manos, el olor leve y fresco que la perfumaba. Los nervios, transformados, en pequeños pajaritos, bailaban en la tripa sin darle tregua alguna. Daba igual. Daba igual todo. Tenía la victoria, a buen recaudo, en el bolsillo, y su familia, con la cena en la mesa, estaba esperándola. Las peleas, las bofetadas amoratando mejillas, los disgustos, las noches enteras en vela de su marido, desquiciado por saber dónde cojones andaba. Era todo un pasado pisoteado y guardado en el fondo del cubo de la basura. El barrio estaba como siempre. Nunca dejó nada de estar igual. Fue ella la que cambió. Pagó al taxista tras recoger el equipaje del maletero. Los pensamientos iban asaltándola.

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El portal, el mismo que tantas veces la había cobijado, estaba pulcro, brillante: parecía darle la bienvenida. Pulsó el timbre. Su hijo Carlos abrió la puerta. Sonrió con franqueza quitándole la maleta de las manos a su madre. Pascual, con el mandil, salía de la cocina con olor a fritanga. La abrazó. Se abrazaron tanto que, por un momento, Carlos creyó que se partirían el espinazo. Preguntó por Mati justo cuando el crío hizo su aparición por la puerta de la cocina, cargado con una fuente y una ensalada magnífica. A punto estuvo de llorar. Para qué coño negarlo. Permitió una brizna de humedad en sus ojos, pero no más. Toda la fuerza que había ido atesorando en su camino de retorno se fue desmoronando a cada paso que el pequeño daba hacia ella. Pascual y Carlos sabían del difícil reencuentro entre madre e hijo. Permitieron todo. Gestos, lágrimas e incluso espacio. Los abandonaron en el salón para refugiarse en la cocina. - ¿Qué tal estás cariño? - balbuceó ella tratando de contenerse. - Bien, mamá - haciendo una pausa sin atreverse a pronunciar lo que iba a decir, pero el deseo era mayor -. ¿Vas a querer vino para cenar? preguntó. No aguantó más. Rompió a llorar como una mocosa abrazando con fuerza a Mati. - No, mi vida - respondió sorbiendo mocos -, sólo agua. Lo separó de sí para mirarlo a los ojos. - Sólo agua.

Ángel Muñoz Rodríguez

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(Jerez de la Frontera, Cádiz, 1984). Escritor y poeta. Sus poemas han aparecido en revistas de formato electrónico y papel tales como “Groenlandia”, “El Margen”, “Ohjas Sueltas”, etc, así como en antologías literarias. Autor de los poemarios “Mi último verso”, “Tuyo y mío” y “Dichosa tarde en escala de grises” (segunda edición, próxima publicación). Fundador de la Editorial Independiente Origami. Actualmente prepara su próximo poemario.

Para Laura Rayman

Dicen que el Rock & Roll navega por sus venas como un barco a la deriva. Si la consumes, tendrás que hacerlo en pequeñas dosis, tanta pureza puede matarte. Única en nuestro mundo, conoce el amargo sabor de la derrota, tiene cicatrices que recorren su cuerpo de norte a sur, como un swing de Benny Goodman, y son fieles testigos del dolor que aflige al hombre. Frágil, soñadora, enamora a cualquier corazón que se ponga por delante, huye de los poetas pero los quiere más que a su propia vida. Pantalones de pitillo, chupa de cuero, 28


gafas que ocultan sus ojos a quien no merece verlos. Un tango de Carlos Gardel la acompaña a sus sueños y un cigarrillo le ayuda a despertar, a lidiar con el nuevo día. ¡Cómo se atreven a decirte caótica! ¡Cómo, si una de las pocas cosas que valen la pena en este mierda de planeta eres tú!

Antonio Huerta Orihuela

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(Pamplona, 1969). Autor de los libros: “Cuentos de color gris”,

“Cuentos sanfermineros”, “La polla más grande del mundo”, “Ajuste de cuentos” (relatos y cuentos); “Odio enamorado”, “Cuestión de Supervivencia”, “Ciudad Retrete” (novelas). Ha participado en diversas antologías ( “Golpes, Ficciones de la Realidad Social”, “Tripulantes” , etc), ha coordinado algunas (como “Hank Over \ Resaca”, “Simpatía por el relato” , etc) y también ha colaborado en diferentes medios ( “El País”, “ADN”, “Vinalia Trippers”, “Fábula”, etc). Ha obtenido diversos premios literarios por sus relatos.

Era una mañana luminosa de marzo, pero al bajar a la playa aquel sol como una naranja lo consumió una niebla densa, el vapor de un infierno dulce, el aliento de un dios con el corazón de hielo… Tal vez sólo las brumas de una resaca criminal: la noche anterior había estado suturándome las heridas de mi corazón con hebras de marihuana y limpiando el pus que supuraban con alcoholes de diferentes colores. Pero sólo había sido pura rutina, esta vez no iba a tocar fondo, ni siquiera para coger impulso. Ya no me quedaban fuerzas para volver a brindar con extraños. Mi corazón era un estúpido. Sabía que no era bueno dar nunca más de lo que podían coger pero esa era su naturaleza, no sabía comportarse de otra manera… Cada vez que me enamoraba rompía todas las amarras que lo unían a otros extraños a los que había conocido brindando después de algún desengaño. Después todo se acababa y ellos ya no eran los mismos, o se habían olvidado de mí, o yo de ellos… Y volvía a quedarme solo. Aquella vez, al menos, no estaba sentado en la banqueta de un bar, sino sobre la arena húmeda de la playa de Hendaya, encerrado en mi 30


pequeña y asfixiante burbuja de luz, entre aquella niebla que parecía que nunca se disiparía. De vez en cuando entraba en mi planeta un perro persiguiendo un platillo volante, una pareja de enamorados en el séptimo cielo, un surfista de mares lunares, pero me daba miedo perderme en aquella bruma, ser arrastrado sin rumbo por el aliento gélido de aquel dios-demonio… Todo, en realidad, me daba miedo. Me daban miedo las chicas, porque ellas no estaban allí, sentadas en los pupitres del colegio de curas, cuando comenzaba a vivir y decían que me estaban enseñando; me daban miedo los ojos de la gente, en los que brillaba el reflejo de otras personas agazapadas en su interior; me daba miedo que resultara tan fácil perderlo todo a la vez y que cada pequeña victoria, por el contrario, se fraguase después de años y años de pelea, solo, contra todo y contra todos; me daban miedo los hombres que gritaban, las mujeres que se colaban en las filas; me daba miedo el teléfono y sus repiqueteos con noticias de otros mundos; me daba miedo no encontrar la carretera de regreso, al otro lado; me daba miedo, sobre todo, yo mismo, y las fracturas que escuchaba dentro de mí… Y me daba miedo, en aquella playa, echar a andar en dirección al mar y abrazarme a sus olas. Las mareas eran como los primeros amores: unas veces traían botellas con planos secretos de tesoros y caracolas en las que se escuchaba sinfonías de mares remotos, otros cadáveres inflados, lenguas negras de petróleo que mataban todo lo que lamían. Aquellos primeros amores vivos e inmensos como océanos… ¿Qué había sido de ellos? Últimamente todo era distinto, sólo me enamoraba del rumor de esas mareas escuchado a lo lejos, de la idea, la ficción, el engaño de pensar que me estaba enamorando; pero no había nada más, ese rumor sólo eran el de las olas muriendo sobre la arena, descargando todo su esperma muerto y después permitía que aquel simulacro de amor se pudriera y me pudriera a mí, hasta que su 31


hedor resultaba irrespirable y era inevitable hacerse sangre en el corazón escarbando para desenterrar aquel cadáver y así intentar continuar vivo, muerto de miedo. Sí, todo me daba miedo. Hice, de hecho, un inventario de todos mis miedos y cuando terminé el mar se estaba merendando aquel sol como una naranja y sobre él todavía caracoleaban jirones de niebla, pero a través de ellos comenzaba desnudarse la luna. Y, tal vez porque ya no fuera capaz de imaginar nada más que me diese miedo, pensé que quizás esa luna pudiera guiar de nuevo las mareas del amor hasta mi estúpido corazón cubierto de tumbas y que en él germinaría un plancton de esperanza. Después me levanté y eché a andar sobre la arena, buscando las huellas de unos pies cuyo tamaño encajara exactamente en las corvas de mis rodillas durante las frías noches de otros inviernos; mientras caminaba la niebla y la resaca se iban disipando, poco a poco.

Patxi Irurzun

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(Sevilla, 1976). Ama de casa, monitora de guardería, escritora (de poemas y relatos), a golpes de corazón. Junto a Andrés Ramón Pérez Blanco, el poemario “No hay prosa” (Groenlandia, 2011). Su blog: http://bicheja-pelleja.blogspot.com.

Invisiblemente falso, sólo percibo su aliento cercano, merodea en mi nariz como nave sin nodriza. ¿Qué mas puedo hacer que lanzarme a tu acogedora sonrisa? Ansío que tus dientes me visiten cada noche, en mis sueños de horizontes que me soporten por los cielos, llegando a un destino deseado por los pétalos caseros... Esos que comíamos en las alturas de los árboles siameses, donde respirábamos profundo, con los ojos cerrados, jugueteando con peces con alas de matices, sin peso anciano, sólo relajo espontáneo de rostros infalibles. Pero el ambiente no circula con fluidez, me parece extraño que esta vez el sol no tenga fe en sí mismo y que las aves ya no canten con el ritmo que las mantenía en viaje... Mira mis manos, sólo tres dedos en desastre, los otros dos escaparon sin dejarme siquiera un recado fugaz de su paradero cambiante. Creo que escapan, presienten que no hay tal, todo esto fue una faz de greda de mala calidad cuyos pedazos se caen a mí alrededor fuertemente, escucho tu temblor. ¿Qué te sucede? Llueves otras gotas, me ocultabas todo en tan poco espacio... Creo que fue demasiado tiempo, tus mentiras se pudrieron, llegaron a su fin, deben morir lejos de aquí. Callan tus promesas si no son verdaderas.

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La tenue luz del atardecer prolongaba las sombras de los árboles hasta una gran distancia. El templado aire mecía las hojas de los árboles, haciendo una combinación perfecta con la luz vespertina. A lo lejos se podían observar las imponentes montañas cubiertas de hielo. Parecían titanes vigilando aquel extenso y viejo valle. Todo estaba en armonía, excepto por una densa humareda que surgía en la parte norte del valle; era tan densa y espesa que se podía observar casi desde cualquier parte. 34


Lejos de ese lugar, a un día de distancia, un joven observaba el humo desde lo alto de una colina. Sus ojos se esforzaban demasiado y una mueca de desesperación se reflejaba en su rostro. Así paso la tarde, observando silenciosamente, aunque de vez en cuando se levantaba furioso y arrojaba una piedra hacia el vacío. Pero al momento una extraña sonrisa se asomaba en sus perfectos labios. Paso el tiempo. Las tinieblas de la noche estaban a punto de caer sobre el valle. Con la agilidad de un ciervo bajó rápidamente hacia un claro en donde había un hermoso lago. Se detuvo a observar el reflejo que estaba en el agua: joven, de veinte años (aunque no estaba muy seguro de eso), alto, delgado, frente ancha y ojos curiosos, piel blanca, pelo negro. Aunque no alcanzaba a ver todo su cuerpo se imagino a si mismo: musculoso de piernas fuertes y largas, brazos que podían partir un tronco. En fin, tenia con que defenderse. ¿Por qué no podía ir? Era algo que le inquietaba…

Carmen Luisa Contreras

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(Vitoria, 1967). Codirige la revista “Amilamia” , junto a José Luis Pasarín Aristi, con quien publica, en 1992, el libro de poesía “Cartapacios de Lucerna” (Ediciones Libertarias / Prodhufi). Ha publicado en revistas literarias impresas y digitales, como “Cuadernos

del Matemático”, “Río Arga”, “Groenlandia”, “Turia”, “Los Cuadernos del Sornabique”, “Letralia”, “Océano”, “Haritza”, “El cuervo” , etc. Ha publicado el libro de poesía “Proteo; el yo posible” y “La mitad de los cristales” (junto con el poeta Luis

Amézaga; Bubok, 2010). Sus poemas han sido traducidos al alemán, francés, euskera y árabe. Ha publicado dos libros digitales: “La reconstrucción de la Memoria” (Groenlandia, 2008) y “Planta de Neurocirugía” (Editorial Remolinos, 2008).

…de la muerte asesinando al transeúnte con el fuego de la hoguera. Serpientes de la primavera reptan al híbrido concepto del mate, sepia, el colorido de lo que fuera. Llega el presente bajo los tejados, bajo la efigie de Pollock trasquilando borracho la corteza de un árbol desnudo. 36 36


…encontrarse fuera después de haber estado adentro, en el útero artificial donde el abecedario resulta un número insurrecto y los años un renglón de palabras calcificadas. Esta es la casa en la que habito. No tiene muros, candados que los niños abren con sus abrelatas. La casa donde nacieron mis padres y mis abuelos. Aún recuerdo el tejado rojo de la tarde, la estancia en un purgatorio amarillento como calendario de la retaguardia, el sonido metálico de una radio que anunciaba el calor o la desidia.

Adolfo Marchena

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(Sevilla). Forma parte del proyecto Fahrenheit 451 (Las Personas Libro). Sus poemas aparecen en diversas antologías: “Poemas para un minuto” (Editorial Hipálage, 2007), “Girapoemas” (2009). Ha participado en diversas revistas y algunas páginas Web de Literatura. Ha formado parte del ciclo “Versos Sumados” , dentro del Festival Cosmopoética (Córdoba, 2009).

Ya no retrasaría más la decisión: hoy cuando ella entrara en el vagón, le entregaría el libro, terminaría con las miradas esquivas e iniciaría una conversación. Desde que la vio leyendo “La Metamorfosis” de Franz Kafka y tropezó con su pie, pensó que debía conocer a esa joven. No creía en la predestinación pero era demasiada coincidencia que la chica leyera esa novela, justo la que él leía y releía todos los días durante su trayecto en el metro. A raíz de ese traspiés intentó encontrar el valor suficiente para hablar con ella: había ensayado ciento de veces el modo de acercarse, más de una vez consiguió ocupar el asiento continuo al suyo, sentir el roce de su brazo, aspirar su perfume… Incluso comenzó a prolongar la duración del viaje con tal de disfrutar más tiempo de su presencia. Todos los días llegaba con el propósito de dirigirle la palabra, pero en ningún momento encontró una excusa apropiada: la veía tan atrapada por las páginas que postergaba su decisión, limitándose sólo a observar. 38


Sin embargo, ayer ocurrió un hecho inesperado: justo al bajarse ella del metro, el libro se cayó del bolso; él lo recogió con rapidez, pero las puertas se cerraron antes de que pudiera entregárselo. Esta mañana, cuando por fin la vio entrar en el vagón, se dirigió lentamente hacia ella: -Perdona…Creo que este libro es tuyo… Seee… se te cayó ayer - dijo con la voz entrecortada La joven asintió con una sonrisa: sabía que el dinero empleado en la compra de ese extraño libro, al final, daría su fruto. Nunca leyó ni la primera página: sólo quiso captar su atención con ese ejemplar que tantas veces le había visto leer, fue difícil la conquista, incluso llegó a necesitar la ayuda de una pequeña zancadilla; pero ahora eso era lo que menos importaba, la conversación había comenzado.

Esperanza García Guerrero

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(Oviedo, Asturias, 1977). Escritora, crítica literaria. Miembro de la Asociación de Escritores de Asturias. Ha colaborado en diversas revistas literarias. Autora de los libros “El cuaderno griego”, “Realidad Paralela” y “Breve Testimonio de una mirada”. Obtuvo el accésit del XXVI Premio Nacional de Poesía Hernán Esquío (2008). Posee varias obras inéditas (de poesía y relatos). Ha participado en recitales y en distintas antologías (la última, editada por Bartebly, “La manera de recogerse el pelo: Generación Blogguer”) . Ha sido traducida al inglés. Actualmente, organiza eventos culturales y coordina talleres literarios. Recientemente, ha publicado otro poemario, “La edad de los Lagartos” (Editorial Origami, 2011) y, en breve, aparecerá su segunda obra en versión digital, “Herrumbre”.

tú, David González En las noches más frías, cuando las sábanas pesan sobre el cuerpo sigues llegando tú, sigiloso, rompiendo el vértigo de las visiones nocturnas, de las heridas abiertas que aún sangran. Sigues acariciando mi mano con la tuya,

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tapando con tu boca el recuerdo que me muerde siempre a ciertas horas. Y sigues llegando a tiempo para curarme...

En la barra permanece anclado el último cliente del bar. Con la mirada fija en el fondo del vaso, como cada día, cada noche. Ella observa el esmalte rojo de sus uñas, mientras ordena las botellas. Manos agrietadas de dedos largos, marcadas por el frío, por el uso, la caricia extrema que nunca regaló al hombre adecuado. La noche parece caer ahora con todo su peso sobre la espalda. La atmósfera es demasiado densa, el humo condensado, el olor a piel y sudor. El tiempo que se detiene. Dos hombres salen del baño; la miran como a un objeto más, algo que hace tan sólo un par de horas podría haber resultado útil, quizá menos ajeno, y que se convierte ahora en simple mobiliario. La caza se abandona por puro cansancio. Ella intenta arreglarse el pelo, el escote, situar la falda en el punto exacto que le enseñó su madre. Para ganar ciertas cosas has de conocer ciertos trucos, le repetía siempre. El espejo que hay tras las botellas le devuelve una imagen distorsionada pero quizá más real de lo que ella desea ver. El hombre permanece quieto junto a su vaso, la mano temblorosa pero firme ante la destrucción que sin duda lo conduce cada noche a ese mismo lugar. Ella decide acercarse y susurrarle al oído, con dulzura, que debe marcharse, es tarde. Entonces él, sumiso, se levanta con cierta torpeza, bebe el último trago y se dirige a la puerta. Justo en ese momento se da la vuelta y dice: “¿Georgina, crees en el amor?” Ella siente un escalofrío repentino, recuerda la nieve bajo sus pies y un dolor intenso. Un tipo alto y desgarbado cruza la puerta entonces apartando al hombre que permanece inmóvil a modo de interrogante - con cierta súplica en los ojos difícil de describir, de entender 41


incluso -, agarra su brazo y la empuja hacia él mordiéndole el labio inferior con fuerza, a modo de marca. Ella se golpea contra la barra por la agresividad del impulso. “Hora de irnos a casa, nena”, dice él. Cuando ella busca con la mirada al hombre en la puerta ya no hay nadie, tan sólo la lluvia contra los cristales, cada vez más fuerte, más profundo… dentro.

Se cruzaron en el pasillo. Él la vio de rodillas, intentando arrancar una mancha amarillenta del suelo. Se quedó quieto, como hipnotizado por las piernas que ofrecía aquella mujer a modo de animal extraño; no podía ver su rostro, tan sólo intuir su silueta bajo el uniforme, el cabello recogido detrás, quién sabe si largo o corto. Permaneció allí, de pie, mirándola como atrapado en su propia red. Algo ardía por dentro, quizá el instinto de sentir la necesidad inmediata de un cuerpo ajeno jadeando junto a ti, sobre tu hombro. Podía imaginarla con toda exactitud en la intimidad de su habitación, dejando caer la ropa despacio hasta quedarse desnuda frente a la ventana, justo en el momento en que el sol puede definir con total precisión las curvas de una mujer. Imaginaba su mano descendiendo lentamente por su espalda y cómo ella se abandonaba a esa caricia que tomaba impulso hasta llegar al lugar exacto entre sus piernas. Podía sentir esa humedad en sus manos, su olor… Incapaz de permanecer inmóvil avanzó un paso, luego otro y ya a punto de tocarla, de provocar ese bendito encuentro, ella se levantó de forma abrupta, chocando ambos en una especie de ridículo baile en el que él agarró con fuerza su cintura mientras sus miradas se cruzaban por vez primera. Segundos, un minuto tal vez. No alcanza a recordar en qué momento ella se deslizó entre sus brazos para perderse para siempre en aquel pasillo. Cada año, el mismo día, a la misma hora, él regresa al hotel. La mancha permanece todavía en el suelo.

Ana Vega

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(Córdoba, 1958). Escritor y poeta. Ha publicado los libros de poesía “Lo que arde (el sueño del herido)” y “El laberinto sentimental” . Sus poemas han aparecido en distintas publicaciones, páginas Webs y blogs.

Próximamente seré sólo un alcohólico escandalizado más con la cabeza llena de fantasmas y desentendiéndome de todo asunto. Entonces paré el coche y miré por la ventana y se acercó un hombre con levita y pajarita que llevaba en una mano una versión antigua de “Las fabulas de Esopo” que me decía que nunca lo tocara y me miraba fijamente con sus ojos húngaros. Mediría cerca de metro noventa. Sin resto de humanidad ni civilización sólo intentando que lo adulara pero estaba más enredado que un pedazo de aluminio roto y sabía que yo nunca sería su estúpido particular. Hay una rapsodia para su dureza pero tan ininteligible como las ropas de seda y lazos oscuros de los lunáticos. Sólo es alguien cálido y salvaje alguien con pocas recompensas si exceptuamos su locura tardía. Era como la mayoría de nosotros, sólo sabía opinar.

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Pidió una copa de coñac caliente al camarero y empezó a leer el significado de una naranja que había caído ante sus ojos. Su delirio no se parece a nada …Dulce y terrible. Al fondo unas chavala pensativa rascándose con sus uñas negras lleva una gorra de piloto y una manta vulgar de tanto colocarse y con los ojos hinchados a poco de transformarse en un simple agujero estelar de tanto obsesionarse con su tristeza. Debería de tener algo que hacer en su vida …Pienso yo. Pero le da igual lo que cavilen sobre ella. Sabe que su historia terminará como un experimento no tomado demasiado en serio. Pero le da igual. Sabe que acabará entre vómitos y estertores azules ….Como siempre. No tiene absurdos temores sobre su reputación. Sólo quiere saltar al infierno con sus burbujas de colores. Hay pocas recompensas aquí pero al menos no hay juramentos inútiles de esos que apenas duran unos segundos. ¿Me oyes? Dos errores no significan apenas nada.

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Olvídalo, no te preocupes. Glorifica aquello por lo que pasaste y olvida lo demás pero no montes más escenas en medio de la calle. Siempre hay gente que no lo entiende y pone el grito en el cielo. Piensa que sólo eres una guapa atea sin derechos adquiridos. Seguro olvidó tomarse sus pastillas, esas que la convierten en la nena salvaje. A fin de cuentas no sabes nada de mí lloras por encima de la media y me da igual lo que pienses ni siquiera sabes que es crear algo bonito. Mientras padre y su fantasma encaramados a las ramas de un roble madre rezando y prometiendo paraísos y yo pegando fuego a mi cama cantando mientras todo comienza a arder. Pero algún día cantaré en un bosque y tendré un amigo, o un enemigo, perpetuo o un hechicero de aspecto elegante hirviendo en mi interior. Me sirvo para seguir vivo de lo material y de lo inmaterial. Mi mente sólo es un campo de cangrejos y advierto a todos que se mantengan alejados …Arrojo bolas de fuego azulado Y chillo, y babeo palabras de sudoroso predicador pero no puedo explicar lo que sucede a mí alrededor. 45


Obtengo mi energía de las estrellas y bebo de la alineación de mis versos. Todo lo escribo para mí. Lo bueno y lo malo está escrito en ellos. Aunque a veces, como la vida, parezcan sin sentido.

Enrique Fuentes-Guerra

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(Logroño). Ex – actor, guionista, poeta, escritor y director. Sus relatos han aparecido en diversas revistas y fanzines como

“Narrativas”, “Lafanzine”, “Al otro lado del Espejo”, “Agitadoras”, “Cruce de Caminos”, “Deshonoris Causa”, “En sentido figurado”, así como en diversos blogs: “Crónicas para decorar un vacío” (de Xen Rabanal), “Hank Over \ Resaca” (Vicente Muñoz Álvarez y Patxi Irurzun), etc. Ha publicado los libros de relatos “Putas” (Ediciones Groenlandia; segunda edición, próximamente) y “Momentos Extraños” . Aparece en las antologías “Viscerales” (Ediciones del Viento), “Los rincones más oscuros: antología del miedo”, “Desamor”, (Groenlandia) y “Beatitud: Visiones de la Beat Generation” (Ediciones Baladí). Su blog: http://www.asperezas.blogspot.com.

Ahí estaba ella, con más de sesenta años y haciendo la calle junto a jovencitas que no habían cumplido ni los veinte. ¡Puta vida la suya! Cómo competir con esas chiquillas que estaban en lo mejor de sus vidas. Cómo podía rivalizar ella con sus jóvenes y deseables cuerpos. A ella los pechos le colgaban como globos deshinchados, su trasero era tonel y su cara parecía una ciruela podrida. El paso del tiempo se había encargado de rebozarla en años, kilos y arrugas. ¿Qué otra cosa podía hacer? Otra cosa no sabía, sino de qué iba a estar allí. Hacía décadas que tendría que haber abandonado la profesión, pero claro, eso era más fácil decirlo que hacerlo. Cuando no se tiene otro medio de vida es complicado dejar aquello que te da de comer. Del fondo del polígono llegó el ruido del motor de un vehículo. Las putas acudieron al borde de la carretera y dejaron al descubierto sus tetas. Ella no. ¿Para qué iba a enseñarlas? Ella cuanto más tapada mejor. Su fisonomía hacía mucho que dejó de ser apetecible. Cuando

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tenía la suerte de conseguir un cliente, éste, únicamente, reclamaba sus servicios para que le chupase la polla. Así que sacó el pintalabios y añadió una nueva capa a sus labios. Efectivamente, un coche llegó donde estaban las mujeres. Desde su puesto pudo ver que los ocupantes eran cuatro jóvenes con claros síntomas de embriaguez. Mal asunto. Su dilatada experiencia le había enseñado que jóvenes y alcohol no mezclaban bien. No se preocupó demasiado pues intuyó que no la elegirían, aun así, permaneció junto a la carretera. El vehículo desfiló lentamente por delante de las chicas, pasó junto a ella sin detenerse, pero a los pocos metros el coche dio marcha atrás y se detuvo a su lado. - ¿Cuánto por chuparnos la polla a los cuatro? – quiso saber el conductor. ¿Por qué la habían elegido a ella cuando era evidente podría ser la abuela de cualquiera de ellos? Había chicas preciosas. Entonces ¿por qué se habían decidido por un vejestorio como ella? ¡Cuidado, no te fíes! Algo en su interior la avisó del peligro y se puso a la defensiva, por si acaso. - ¿Cuánto nos cobras? Ella dijo una cifra. De inmediato los jóvenes la regatearon intentando bajar el precio a una ridiculez. Ella estaba necesitada; de hecho, necesitaba clientes urgentemente, pero para trabajar por una miseria era mejor no hacerlo. Así se lo dijo a los chicos.

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De pronto, uno de los c h a v a l e s q u e i b a e n e l a s i e n t o trasero apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta. Lo vio llegar a cámara lenta, luego notó el dolor. De seguido y entre risas, el conductor pisó el acelerador y el coche salió a toda potencia quemando rueda. Era aguafuerte. Ella, con las manos en la cara, gritó pidiendo ayuda. A su auxilio acudieron algunas compañeras. Le lavaron la cara con botellas de agua mineral y trataron de aliviarla como buenamente pudieron de los escozores y quemaduras. La ambulancia tardó casi una hora en llegar. Después de pasar unos días ingresada, los médicos le dieron el alta. Salió del hospital ciega de un ojo y con manchas rosáceas en el rostro. Un recuerdo de por vida del incidente. ¡Puta suerte la suya! Una semana después ya estaba ocupando su puesto en el polígono. Las demás compañeras la recibieron como a una heroína. Todas admiraron su coraje y fortaleza. Sin duda se había ganado el respeto de todas ellas, y no por ser una veterana, que también. Se lo había ganado porque ni el paso del tiempo, ni el deterioro de su cuerpo, ni tan siquiera las violaciones y humillaciones que había sufrido a lo largo de su carrera habían logrado que abandonara su profesión. Como tampoco había abandonado después de que aquellos jóvenes irresponsables la hubieran dejado medio ciega y desfigurada. Ella seguiría allí mientras la salud se lo permitiese, y no por orgullo, tampoco por honor, no. Lo único que la mantenía anclada a aquel lugar eran la necesidad y la falta de recursos. Sólo eso.

Pepe Pereza

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(A Coruña, 1979). Traductora y asesora lingüística. Actualmente, estudia psicología. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidade da Coruña. Especialista en el área de Teoría de la Literatura; posee diploma de Estudios Avanzados y un curso de especialización en Teatro, Cine y Audiovisuales. Ha elaborado diversos trabajos sobre escritores de lengua gallega y cine. Coeditora del proyecto de investigación poética “Cien Años de Poesía”. Ha residido en Alemania, donde impartió clases de literatura contemporánea y literatura aurisecular. Miembro fundador del grupo poético Los Vándalos, y de su revista “Méster de Vandalía”. Sus textos han aparecido en diversas publicaciones: “Coolcultural Galicia,

“La Bella Varsovia”, “Piedra de Molino”, “Al otro lado del espejo”,

etc. Ha participado en antologías poéticas. Ha publicado el poemario

“Nostalgia del acero”.

El final no es una despedida, Es la soledad frente al espejo de la decrepitud. Las noches frías en la que la manta no nos tapa Y el reloj hace demasiado ruido con su tic-tac impertérrito. El final es un grito desgarrado. El final no es una despedida. Es el pulmón abotargado por el que trata de salir el humo. Las viejas fotografías todas rotas dentro de un cajón. La calefacción que no funciona pegada a tus huesos. Un libro amarillento que se ha leído no sé cuántas veces. El final no es una despedida. Es el combate del yo contra su otro yo. La lucha descarnada por la supervivencia. Las luces que apagan sus letreros de neón 50


Y los últimos borrachos a los que hay que echar. El final no es una despedida. Es el último salto mortal sin red y sin seguro a terceros. El vómito ensangrentado en medio de las sábanas. Los acreedores que aporrean la puerta, Porque no hemos saldado nuestras deudas de juego con la vida. El final no es una despedida. Es un vaso vacío y un cepillo de dientes gastado. Un plato de comida reseca rodeado de moscas. Botellas de ginebra tiradas debajo de la cama. Poemas y versos esparcidos por los rincones. El final no es una despedida. Es una inadecuada maniobra a la derecha. Un frío helador que se escurre por la espalda. Una indecisión sobre la vida o la muerte. Un baño ensangrentado donde yaces tú.

La verdad duele. Huele a batas de hospital y a alcohol Que se gravan en la pituitaria a fuego. Duele saberse loco, poeta o trapecista. Es el precio de la vida. La verdad duele. Es un cuchillo oxidado Que nos atraviesa el estómago Y nos muestra la putridez de nuestro pasado. Es la gran herida abierta. 51


La verdad duele. Ese dolor de cabeza que nos lleva En un tiovivo macabro al fondo del vaso. Ese fracaso inmotivado que nos obliga A tachar y escupir versos. La verdad duele. Seamos reyes o mendigos, La verdad nos mata de manera sigilosa. Dadme una palabra verdadera Y yo desmontarĂŠ el mundo.

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Silencio. Soledad. Abandono. De lágrimas tengo preñados los ojos En esta noche de oscuras manos. Y mi alma, hecha añicos, Sólo siente el frío del Silencio. Silencio. Escuchadlo. Sobre sus alas mudas, Vienen las pesadillas que recorren Un cuerpo abierto en canal Por el cuchillo del sueño negro. Mi cuerpo sin entrañas donde se alimentan los pájaros del placer. Silencio. Escuchadlo. Amordazada por el dolor que me tapa la boca, Trato de encontrar a oscuras, Un interruptor que no funciona, Porque la noche se ha instalado en mí Como un invitado fuera del horario de visita. Silencio. 53


Escuchadlo. Sentid la clamorosa llamada del Silencio Que os conducirá a un mar incierto, Allá donde se hunden los continentes En un letargo de Eternidad. Mi testimonio será la condena. Silencio. Silencio. Silencio. Haz que me calle, Amor, con el fervor de tu boca Y libérame de la carga de mis pensamientos. Beso. Silencio. Escuchadlo.

Lucia Fraga

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(Madrid, 1976). Licenciado en Ciencias Biológicas. Estudió fotografía, ganó premios y participó en exposiciones colectivas; el boom de la fotografía digital, su corrección de pixeles y su alta definición empezaron a aburrirle. Al estudiar Diseño se reencontró con la fotografía y los complejos programas de retoque fotográfico que consiguen devolver a las imágenes toda su imperfección. Su blog es: www.imágenesimperfectas.blogspot.com. Los versos que acompañan a sus fotografías pertenecen a Fernando Pessoa, Jim Morrinson y J.M Fonollosa (respectivamente).

Cortemos flores, tómalas y ponlas En el regazo y que su perfume suavice el momento Este momento en que sosegadamente no creemos en nada, Inocentes paganos de la decadencia. Al menos, si fuere sombra antes, te acordarás de mí después Sin que mi recuerdo te queme, te hiera o te mueva, Porque nunca entrelazamos las manos, ni nos besamos Ni fuimos más que niños. 55 55


¡Piensas que no sé eso! Tu poesía es tan obsesiva Me gustan mis locos personajes fríos El Hotel abandonado Suciedad de flores en sus paredes El laberinto de entrañas se mueve lentamente con horrendo desperdicio Los niños juegan aquí, esperan y dominan aquí, cansadores para su desfalleciente verano abovedado y lánguidos junto a la proa Esther se sienta, vestida como una reina, puerto en la tormenta, tocando campanas de incendio en sus cajones, escribiendo con tiza la negra calle con salvajes mentiras.

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No me gusta quién soy ni cómo soy. \ Quisiera en verdad ser alguien distinto. \ Liberarme de mí, del yo que ostento. \ Vivir en una vida como aquellas \ que uno advierte que admiran una flor \ un ave. Incluso a un ser humano a veces. \ Me cambiaría al punto por aquel \ capaz de sonreír a un nuevo día. \ Desearía no ser mi yo más tiempo.

Felipe Solano

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(Córdoba, 1982). Licenciada en Humanidades y Master en Textos, Documentación e Intervención Cultural (especialidad en Edición). Pluriempleada. Sus textos - poemas y relatos - han aparecido en distintas publicaciones (revistas, fanzines, panfletos literarios), digitales e impresas, de España e Hispanoamérica, así como en distintas páginas webs, blogs, plaquettes y antologías. Tiene su espacio en Las Afinidades Narrativas y Las Afinidades Electivas. Ha publicado el poemario “Bocaditos de Realidad” (segunda edición del 2010) y “Cuentos de la Carne”, su primer libro de relatos. Sus poemas han sido traducidos al catalán, italiano, inglés, francés, portugués y alemán. En breve publicará en una editorial independiente “Material de Desecho”.

Tanta ternura me asfixia: Disney ha violado mi inocencia con ridículos animalitos parlanchines y atractivos héroes azules y anodinos. Me asquea la imagen de una cenicienta dulzona en pantalla; ni feas ni gordas protagonistas. Todo-perfecto-ideal-divino. El amigo Walt está seguro en su congelador: las mujeres que vivieron sus idílicos relatos le odian con todas sus jodidas entrañas: porque obvió que las auténticas princesas tienen celulitis y menstruación, porque los príncipes tienen el encanto escondido en unas mallas de payaso ajustadas, porque las brujas son siempre las que gozan del final feliz.

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Sólo los “poetas” y los perros ladran: alborotan mucho pero son incapaces de morder. 59


“Ánimo” : se dice a sí misma cuando se aproxima el

primer cliente. Saludo educado con sonrisa forzada; uno a uno, va cogiendo los productos de la cinta trasportadora para pasarlos por el lector; no reconoce el código de barras de una lata de tomate en oferta; teclea, torpe, los números en la caja registradora: Error. Otro intento. Error. “Mierda”, dice por lo bajo ante la mirada de aquel hombre que deja de sacar las cosas del carrito. Se guarda el “perdone usted, es mi primer día”, pero el orgullo no se lo permite. La máquina no da su brazo a torcer: Error. Con los dedos temblorosos, marca el teléfono del supervisor; aumenta la fila de personas impacientes, unas resoplan, otras miran sus relojes de muñeca. El superior se retrasa: ella se siente pequeña, se traga las lágrimas, se mantiene firme. “Es más fácil escribir versos” . Sí, es sencillo escribir poemas y conocer amigos afines y publicar libros y ganar premios literarios y ser una joven promesa poética. Lo que no es fácil es sobrevivir en la realidad con el sudor, los callos, los dolores de espalda y de cabeza. Allí sentada, indefensa y humillada, es sólo una empleada más que tendrá que aguantar la desaprobación de sus jefes, clientes desagradables, broncas con los compañeros, horarios abusivos, sueldo paupérrimo. Dentro de aquel supermercado, la poetisa se siente indigna, pero las malditas facturas no se pueden pagar con el talento.

Welcome, querida poeta, welcome to the real world.

Ana Patricia Moya

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Fernando Sanabráis Jorge Decarlini Vanessa Navarro Rafael Zeledón Bernardino Contreras José Antonio Fernández José Pastor González Sergio Sánchez Taboada Miguel Ángel Guerrero Adriana Ventura José Ángel Conde Noel Pérez Alfonso Ortega Borrego Tomás Illescas Rafael Indi 62


(Ciudad de México, 1985). Escritor. Autor de relatos, ensayos y crítica literaria. Realiza sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad Nacional Autónoma de México); allí forma parte de algunos proyectos sobre crítica literaria. Ha sido colaborador en diversas publicaciones, como “Moho”, “Generación”, “Los suicidas”, “Velocidad crítica”, etc. Ha realizado algunos proyectos performance y videoarte en centros culturales.

“Aquella para lo que encontramos palabras es algo ya muerto en nuestras almas. Hay siempre una especie de desprecio en el acto de hablar” (Nietzsche).

- He decidido comenzar a escribir. - ¿Qué tratas de decir, Australia? - Dedicarme a ello de manera profesional, como tú. A eso me refiero. - ¿Esto te parece profesional? - ¿Cómo lo llamarías tú? Es lo más cercano que tienes a un trabajo; sin sueldo, claro, pero trabajo. - Entonces llamémosle como prefieras. - ¿Es todo? ¿Qué te parece? ¿Qué piensas? - Bien. No tengo nada más qué decir. Suerte. - Entonces no te interesa. ¿No me preguntas nada? ¿El tema? Todos los escritores tienen un tema predilecto, ¿no? - No quisiera interferir en tu carrera profesional. Posiblemente a ti te paguen. - Posiblemente. Pero sigamos con lo del tema. La masturbación, por ejemplo, es tu favorito, si no recuerdo mal. - Muy bien, no recuerdas mal. Ahora dime qué carajos quieres. - Que contestes a mis preguntas. Sólo estamos conversando sobre escritura. ¿Es tan incómodo? Cuando alguna escritora atractiva lo hace no

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pareces sentirte así. Es más, le invitas a unos tragos. Con mi dinero, por supuesto. En cambio, cuando es tu mujer quien hace las preguntas, te sientes agredido. - Masturbación, fornicación, misoginia. Todo en ese orden. Esos son los temas. ¿Qué intentas, Australia? - Hago lo posible por mantenerte. ¿Lo sabes? - Por supuesto. Y te lo agradezco. - Entonces, ¿por qué me haces esto? ¿No merezco un poco de respeto? - ¿Hacer qué? - Escribir esas cosas. ¿No podrías cambiar un poco eso, por mí? - Claro, podría hablar de la maternidad, elaborar recetarios, tal vez una obra acerca de ángeles. Es una idiotez, Australia. Han pasado ya varios años, ¿por qué ahora comienzas a chingarme? - Necesito un poco de respeto. - ¿Acaso no lo tienes? Esas mujeres de las que hablas saben que estoy derrotado. Es decir, que vivo contigo y no deseo complicar las cosas aquí. Entran al departamento únicamente cuando tú estás y se largan inmediatamente. - Ese es el problema. ¿Cómo podría alguien comprender que en realidad eres así después de lo que escribes? - No necesitamos que lo comprenda nadie más. ¿Qué te ocurre? - Todos tus conocidos me miran de manera extraña, con lástima. Las mujeres me desprecian. Ni siquiera intentan hablar conmigo, sólo los borrachos que van solos a las fiestas. Piensan que soy una de esas mujeres que describes. - No creo que sea así. Simplemente no le tomes tanta importancia. - Es fácil decirlo. - ¿En realidad eso te afecta tanto? - No sólo ellos. También ha sido mi madre. Ha leído algo. Elogio de la castración. Pide que vuelva a casa, lejos de ti. - Haz lo que te parezca mejor. - No sé que hacer. ¿Recuerdas aquella vez que me golpeaste al volver de la reunión con mis amigos?

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- Han pasado cinco años. Además, te lo merecías. No fue un golpe precisamente. Fue una respuesta a las mordidas en los brazos y al arrojarme la plancha en la cabeza. Era necesario. ¿Qué tiene que ver eso? - Que tal vez no seas tan distinto a lo que escribes. Que eres un miserable. - Tal vez tengas razón. Entonces la solución es hacerte también escritora. Divulgando la clase de mujer que en verdad eres, tu sufrimiento al vivir con el escritor demente. Tu bondad. Calcuta. - ¿Sabes? Ya tengo un mejor tema. - Perfecto. Aún así, sigue sin interesarme. - Posiblemente si fuera alguna de esas menores de edad que frecuentabas, emborrachabas y que te leían sus textos en cantinas, te interesaría. ¿No es verdad? Horas y horas leyendo esas idioteces. Dándoles consejos estúpidos. - Probablemente tengas razón. Sólo les decía lo que querían escuchar y no deseaba ser descortés. A ti, por desgracia, sólo puedo desearte suerte. - ¿Eso es todo? El cabrón no quiere ser descortés. ¿Por esa misma razón te las follabas? Por tu incontenible generosidad. El tema: un escritor mediocre que tiene una mujer que le odia. Dime ahora qué piensas - Probablemente no sea tan generoso, en efecto. No follábamos. Sí, por supuesto que pensaba en hacerlo, entonces las escuchaba con atención. Me masturbaba, claro, y luego podíamos volver a su texto con calma. El coito potencial siempre es un impedimento; así que era mejor hacer las cosas de esa manera. Algunas tenían talento, pero lo supe desde el principio. Se los decía, y luego las citaba, para jalármela. ¿Lo imaginas? Ellas acudían, posiblemente lo sabían. A ti te recomiendo, ahora que ya te he follado en algunas ocasiones: no lo intentes. - Maldito. Eres un embustero. Te consideran escritor, ¿no? Pues eres un farsante. - Lo sé. Deja de chingarme. - Te detesto. Dime algo más sobre las escritoras que conoces, que son bastantes. Sobre su trabajo.

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- Por ahora las evito. Me parecen insoportables. O más bien es como tú dices: sólo leo el trabajo de las escritoras si están muertas, o si me interesa penetrarlas. Ese es uno de mis principios frente a su influencia. - El sexo. Ese es el tema. Sólo piensas en eso. Dime, en serio, ¿qué te gustaría? ¿Tienes algún temor de qué me convierta en escritora? ¿Qué debas competir conmigo? - Totalmente. Otro temor es viajar, coger, comer, dormir con una escritora. Literatura todo el jodido tiempo. Las escritoras no son tan interesantes, ¿sabes? Por lo menos no con aquellas con quienes lo he intentado. - Tengo un tema que podría interesarte. Un hombre, un pobre diablo, un inepto, digamos de veintitantos años. Un escritor mediocre. Su tema preferido: sexo. Busca mujeres en la calle. El cabrón no puede hacer nada más que mirarlas. Entonces escribe. Un hombre que observa. Su inagotable fuente de inspiración: el semen. Jalársela. Escribe algunas páginas. Nadie paga por ellas. Esa es su manera de jalársela. - Perfecto. Suena muy bien. Será un best seller.

Fernando Sanabráis

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(Puerto de Santa María, Cádiz, 1987). Poeta y escritor. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Ha publicado en diversas revistas literarias, impresas y digitales, tales como “La Bolsa de Pipas” o “Cuadernos del matemático”, entre otras.

Míralos. Ahí. Vistiendo la ropa que alguien les dijo que tenían que vestir. Moviéndose como alguien les dijo que había que moverse. Cantando las canciones que alguien les dijo que cantaran. Usando las expresiones que alguien les dijo que debían usar. Imitaron, adoptaron, asimilaron, emularon. Se mimetizaron para ganar seguridad colectiva. Mientras perdían libertad individual. Yo no necesito aparentar nada ante nadie. Es algo que creo haberme ganado. Peleando,

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a tumba abierta, contra mis propios fantasmas.

Mírame a los ojos que una vez creíste que existían únicamente para mirarte. En serio, mírame. Húndete. Hazlo mientras me aprieto la nariz con el índice y el pulgar para que la sangre no fluya libremente. Claro, he debido golpearme con algo. Dices que soy la imagen más patética que jamás contemplaste. Y que ni siquiera soy capaz de venir afeitado tal y como me exigiste.

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Pero aquí sigues, mirándome. Ya no me necesitas, y yo ya no te necesito. El río permanece azul pese a los cadáveres que esconde en su fondo. Mírame a los ojos. Si quieres, puedes volver a bañarte. Un breve chapuzón. Yo reprimiré las ganas de ahogarte. No sé quién trajo aquel sonido horrible que nos transporta a cuando fuimos felices. Deberías ponerte a gritar (como solías hacer con el otro) para acallarlo.

Jorge Decarlini

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(Cartagena, Sevilla, 1979). Licenciada en Filología Inglesa. Su gran pasión es la literatura. Trabaja como profesora de inglés en Secundaria y que lo compagina con sus estudios en Grado de Psicología. En el 2002 fue seleccionada para una exposición colectiva de jóvenes poetas. Un año después, obtuvo el premio Antonio Oliver Belmás, y en el 2004, consiguió un accésit en un concurso poético regional. En el 2009 inició su bitácora http://vainillayangora.blogspot.com. Ha sido publicada en revistas digitales de creación literaria ( “Almiar”, “Ariadna”, etc) así como en blogs. Ha sido incluida en la antología VI y VII “Cuaderno de Profesores Poetas” .

Este silencio que flota entre nosotros no se rompe con palabras; no las hay tan poderosas o sinceras. Antes las hubo, brillantes como gemas, danzando en la mañana o en la noche, arropadas por suspiros. 7070


Se perdieron en la bruma, la palabra en la palabra, olvidado su sentido. Frases vacías sustituyen a los versos. No hay rencor entre nosotros y la rosa no recuerda nuestra casa, - un año atrás me enviabas flores -. El gris se ha apoderado del anochecer y del alba. Las sábanas están frías y las velas, apagadas. Ropa sucia se amontona en una silla. La mesa de la cocina está tan desordenada… El suelo, cubierto de migas y el perro ladra pidiendo comida. Después de tanta quietud, ¿qué clase de ruido? Un patético chillido que no puede detenerse, quizás tos, un golpe, o llanto fingido, - el auténtico murió para dar vida al silencio -; un portazo o un silbido. “No he empezado esta disputa sin un marcado objetivo”. Y negamos la evidencia, la disfrazamos de mala racha o rutina, ocultamos el miedo a hacerla real. Estuve una vez a tu lado

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y olvidada la pasión me aferré a tus palabras. ¡Qué bellas surgían en torrentes de tus labios! Se mezclaban con las mías, se besaban, se bebían. Ansiaban siempre un nuevo flujo de sonidos y de vida, a estrellarse en la otra boca en oleadas fluían. Vacíos mis labios ahora y mi lengua, adormecida. El corazón que una vez latió de calor, odio y ternura se transforma en tumba fría. El asesino es difuso, no restan ni las heridas. Despertaremos un día y, al fin, uno de los dos hará estallar el silencio con una palabra: adiós.

Vanessa Navarro

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(Jalapa, Nueva Segovia, Nicaragua, 1990). Estudiante de ciencias sociales de la UNAN (León). Miembro del grupo Conliabulo. Coeditor de la revista literaria “Cuatro Ases”. Sus textos han sido publicaciones en revistas y blogs.

¡Llegó el 2012! El Día anda de bar en bar, la Noche es una puta barata. Las Estrellas enmarihuanadas chocan unas con otras. El Sol con sobredosis de cocaína danza a duras penas de galaxia en galaxia. El Día se está orinando en la puerta de un bar, la Noche baila en un tubo como puta empedernida. Las estrellas caen a la Tierra cagándose de la risa. El Sol, ¡quién sabe dónde rayos está muerto ahora! Y la raza humana, escondida entre la maleza, en subterráneos,

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debajo de sus camas. Claman Lloran Gimen Rezan Piden a Dios por sus vidas. Mentiras Patrañas ¡Se jode el mundo! ¡Llegó el 2012! Un perro se coge a una perra en la calle, ¡ah, quién fuera como el perro! No le importa nada, sólo cogerse a la perra. Rezar Rezar Rezar ¡HIPOCRESÍA! ¡Es el fin del mundo! FIN DEL MUNDO MUERTE

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Santa Muerte. ¿Estás preparado? Reza Reza Reza ¡HIPÓCRITA!

Rafael Zeledón

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(Córdoba, 1967). Escritor. Estudió Filología Hispánica. Ha trabajado como mozo de almacén, cocinero, socorrista, camarero, ferrallista, administrativo, comercial, chofer, etc. Ha vivido en Mallorca, Jaén, Cáceres y Málaga. Le obsesiona la difusión de contenidos culturales por Internet, pues para él, es lo único que puede salvarnos, sin filtros, sin desmayo, sin piedad.

- Anoche te vi muerta – me dijo respondiendo al buenos días. A mi me dieron las siete cosas. No me lo esperaba. La cuidadora de la mama había soñado conmigo muerta y me lo contaba como quien habla del tiempo. Por supuesto cambié de tema. El anillo no aparecía. Estábamos decidiendo si denunciarlo o no. La abuela no había salido de casa, el anillo debía estar cerca. Los brillantes eran buenos y la pieza era seguro muy cara pero lo más valioso eran los cuentos de la mama. A lo largo de mi infancia y mi adolescencia la procedencia del anillo cambió varias veces, se lo regaló un militar que lo pretendía, se lo encontró sacando agua de un pozo o era un regalo de la abuela. Ya daba igual. No me acostumbraba a ver a la mama sin su anillo. Sin poderse mover ni hablar, miraba a veces su dedo desnudo y luego al vacío. Posiblemente no se daba cuenta de que le faltaba el anillo, pero estoy segura que dentro de ella algo quedaba. Yo sospechaba de la cuidadora, María, había algo maligno en su expresión, le hablaba a la mama, que no la podía oír, tan alto para que todos la oyéramos, demostrando un cariño tan interesado, tan culpable tal vez, y encima soñándome muerta. Gabriel me dijo que me hacía un favor, que aparecer muerta en el sueño de alguien es presagio de larga vida, pero esa mirada se

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clavaba en mí haciéndome daño, recordando los temores de la infancia. La cosa quedó en nada, el anillo no apareció y cambiamos de cuidadora al mudarnos al campo. Ya lo había olvidado cuando un día, en el Asilo de Santa Justa volví a ver el anillo. Había ido a visitar a un enfermo cuando lo vi puesto en un dedo extraño. Era una señora mayor que paseaban en silla por el jardín. Me acerqué y lo pude ver claramente. Era el mismo, inconfundible. Aún más, la señora era María, muy desmejorada. Ella había sido la ladrona. La pude reconocer por su mirada. Aunque no me reconoció (no reconocía a nadie) la mirada seguía ahí, en el fondo, fría, dura. Su castigo era verse en el mismo estado que la señora un día cuidó. Lo tenía que haber dejado así, pero no pude evitar ofrecerme como voluntaria en el asilo, ocuparme de la silla de María y llevarla a pasear por el jardín. Fue tan fácil. Frente a la fuente, en la soleada mañana, me arrodillé frente a ella y le dije mientras le sacaba el anillo:

- Qué sencillo es hacer justicia. A lo mejor te hago un favor deshaciendo tu crimen. Con el anillo en el bolso, devolví a María a su habitación, sin culpas, con la satisfacción del deber cumplido y salí a la calle. En la puerta me encontré con la sobrina de María. Sorprendida de verme allí me dio dos besos, y antes de que me preguntara nada, le dije: - Anoche te vi muerta.

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Apagué el despertador tres veces. Es la hora y aún estoy en la cama. ¿Dónde están las alas que da el amor? Por fin salto de la cama y caigo en los zapatos. Al incorporarme noto que el suelo está más cerca que nunca. No soy más bajo. Sólo son mis pies que se hunden en el piso. Me cuesta trabajo ponerme los pantalones, por qué tengo que levantar tanto los pies, por qué me sigo hundiendo. Por que, por que. No hay tiempo para explicaciones. Es la hora, pero tú siempre te retrasas cinco minutos. No pierdo tiempo afeitándome porque ya no llego al espejo del baño. Me tengo que lavar la cara en el bidé. Cuando espero el ascensor el piso me llega por la cintura. Casi no llego al botón. Menos mal que hemos quedado en la esquina. La gente no me ve. Tengo que esquivarlos para que no me pisen la cabeza. Teníamos que haber quedado en mi casa, pero eres tan así. Llego al quiosco justo a tiempo, te veo acercarte mientras acabo de hundirme. Ya estás aquí y no me ves, mi cara está justo una cuarta debajo de tu tacón. Te tiro besos mientras me alejo lentamente. Adiós amor. Lástima, hoy que te habías puesto las braguitas blancas con lacito.

Bernardino Contreras

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(Terrassa, Barcelona, 1963). Su profesión siempre ha estado relacionada con el ferrocarril. Ha participado con sus poemas en diversos recitales y revistas literarias, digitales e impresas ( “Manxa”, “Pliego de

Murmurios”, “Palabras Diversas”, “El coloquio de los perros”, “Fábula”, “Ágora”, “En sentido figurado”, “Almiar”, “El laberinto de Ariadna”,

etc). Ha obtenido diversos premios por sus poemas y relatos. Ha publicado el poemario “La profundidad del agua”. En breve, editará su próxima obra poética, “La eterna pubertad de Lino”. Tiene obras inéditas. Su blog: http://joseantoniofs.blogspot.com.

Siempre a las seis en punto suena el despertador de la mesita. Siempre a las seis de la mañana en punto. Cuando empiezan las sombras a marcharse. En el momento justo en que el tranvía sale de la cochera reluciente, borrado ya el graffiti inverosímil. Cuando emprende de nuevo la ciudad el cuándo, el qué y el cómo. Siempre a las seis, aunque las persianas seguirán tan cerradas como siempre. Hasta que sea de noche ya del todo.

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He de salir con un paraguas pues nunca sé si me caerán encima, desde esos ventanales donde esperan su turno tanta gente sin nombre (José Antonio me llamo, para quién no sepa). Nunca sabré si aquel que salta me pertenece. 80


Al ver el taxi alzo la mano izquierda. A mi lado se encuentra una mujer con un bebé entre sus brazos, muerto. Yo aún no lo sé, ni ella tampoco, pero el bebé presenta un cuello flácido y unos brazos sin fuerza que le cuelgan. En el momento de subir al taxi se oye el graznido de una urraca cuya sombra me dice que aún la ciudad se mueve. Cierro los ojos y me esfuerzo en entender porque la luz, a veces, poco ilumina.

José Antonio Fernández

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(José Pastor González, 1967). Ha publicado en la colección “Literatura de Kiosko” (Ediciones RaRo), así como en varias revistas literarias con otros pseudónimos. Después de dar vueltas y vivir por media España, ha decidido asentarse por un tiempo en las Alpujarras granadinas. Escritos, aficiones, lecturas y viajes en el blog: http://librosyvanguardientes.blogspot.com.

pero es el abandono y el olvido lo que mata *** cuando nunca has tenido un abrigo de piel no sabes lo que es el frío *** estamos condenados al fracaso

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cualquier batalla estรก perdida de antemano pero seguimos en lucha aplazando la derrota final y sobretodo la venganza de la victoria *** abrir los ojos no ahuyenta el miedo *** me gustan las mujeres salvajes esas que suelen escapar armando ruido *** escupe que el odio no alimenta

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(Avilés, 1974). Desde niño se recuerda escribiendo. Quizás escriba por la frustración de no poder cantar o tocar algún instrumento. En la poesía tiene su desahogo, leJosé ayudaAntonio a estructurarFernández el pensamiento de la mente. Sus versos tienen clara influencia musical y contienen mensajes de clara denuncia social. Comparte un blog con el ilustrador César Nevado Linos y ha autoeditado el poemario “Y la vida”. Comparte espectáculos poético-musicales con el D.J Antistailo, donde mezcla la poesía con estilos musicales tan dispares con el Ska, Reggae, Drum and Bass, Punk, etc. Entusiasta organizador de eventos culturales, gran defensor de cualquier expresión cultural alejada de dinámicas mercantilistas. Su segundo poemario, “Ana y la incertidumbre”, ha sido publicado digitalmente por Groenlandia.

No tengo por qué renunciar al soy. Las líneas de fuga son carreteras de doble dirección. Ir y volver, aquí y allí. A cada patada le siguen dos abrazos, cada tres rutinas aguarda una sorpresa. Necesitamos tanto los llantos de la risa como las sonrisas de la tristeza. El verbo hablar se vacía sin una mirada, que ya sabemos que sabemos conjugar blablablear, y también, y tampoco. Que si las palabras se visten de carnaval, los ojos nos quitan las caretas.

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Que un reflejo del agua en movimiento me puede devolver la conciencia perdida. Que ya está bien de huir huyendo hacia los lugares comunes de callejones sin salida. Además, hoy no tiene que ser como ayer, pero si se fotocopia, ya llegará mañana para ver en espejos opacos quiénes somos, quién soy, si hoy es el hoy que va a cambiar el mundo. Porque el mundo cabe en una cabeza. Escucha si no el vaivén de las mareas en el bullicio de la oscuridad.

Todas las texturas de las ciudades condenan nuestros pies a cadena perpetua de suelas y complementos alejan horizontes de la memoria.

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La estación y quince días insisten en caras, gestos, tímidos saludos de costumbre. Uso de lo ordinario. No resulta inusual, cuando nos regalan una nueva faz, que las atenciones se desvíen en reojos interesados, ávidos de misterio. Si se le ocurriera reincidir, fin, una más, suma de tedios. Todos parecemos querer acercarnos, hablarnos, nunca sucede. Una mirada, una sonrisa, uno se esconde bajo un reproductor de música, otra se introduce en la pantalla del portátil, él se abandona a la somnolencia, ella lee entrelíneas, yo me emborrono de tinta, un móvil o dos, varias miradas hacia algún dónde. Hoy es un día de esos de quince de estación. Y no. Alguien cambió el guión. A primera hora de la tarde, ninguna cara conocida. Daniel se marcha. Él y yo, en un abrazo que es un cuídate, hasta pronto, joder que rápido pasó el verano, te quiero. Yo alejándome sin mirar atrás, que si miro arranco a llorar y no paro. Que no digo no me guste llorar, sólo que no me parece momento. Sigue siendo un día de esos de quince de estación. Y no. Una Ella-nueva se sienta a mi lado. Nos miramos, reojos de curiosidad, trato de esconderme tras la pluma. No me deja. Entre sonrisas va leyendo cada palabra siempre recién nacida. Y me sonríe. Ojalá no vuelva mañana.

Sergio Sánchez Taboada 86


(Colombia). Actualmente estudia sociología en la Universidad Nacional de Colombia. Finalista en diversos premios literarios ( I

Premio de Literatura Palindrómica, Primer Concurso de Relato Corto Histórico de la Editorial Meyalihuitl, IV Muestra Cryptshow Festival de Relato de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción, etc). Sus microrrelatos y poemas en páginas de Internet, blogs y revistas literarias digitales.

Tenía que caminar por los renglones que surcan la respiración de la brisa y que suelen escribir las mariposas con su vuelo, y seguir el rastro de las flores que retoñan en la espesura del olvido, para dar con la asesina de los ojos verdes. Tenía que organizar los dígitos del caos para buscarla a ella, entre la opulenta vibración de la muerte y el río arterial de la oscuridad. Tenía que dar con su mirada inquietante e inconmovible, de esencias nítidas e incorpóreas al acecho, presta a lanzarse en un escape furtivo hacia la luna, para encontrarla a ella tras una de sus típicas y acostumbradas masacres.

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Tenía que seguir la estela de su energética y maligna presencia, fluyendo entre las so m bras de la ciudad, para dar con su mirada verde y enhebradora de lunas, de las lunas más bellas que puedan llover sobre una piel deseosa, para preguntarle por qué, por qué cuando aprendí el arte de la confesión que es el arte de dejar el corazón desnudo, ella utilizó el arte del crimen, del crimen de cl a var sus agujas, como a otros tantos, en mi decidido e ilusionado corazón.

Miguel Ángel Guerrero Ramos

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(Chilpancingo, Guerrero, México, 1982). Estudió la Licenciatura en Literatura Hispanoamericana. Actualmente radica en México D.F y es becaria del Programa del Estímulo para la Creación Artística.

¡Corre! Nuestro hijo puede devorarnos. Porque caigo, me encuentro cayendo, de espalda, hundiéndome en la efervescencia del panorama. Así voy, línea enferma que se tuerce, puntos al oído, surco de mi tiempo, burbuja embotellada. espiral de tu cuerpo. 89 89


Sí, caigo, suelto tu mano, mi fuerza me revuelve, por el tubo de tus ojos, resbalo. Miro las bombas al lado, me clavo.

Si pudiera solidificarse, la tristeza, seríamos en inmensidad fósiles, blanca armonía del silencio, violenta calma. Las utopías serían horas inútiles, años, valdría cerrar la boca, decir ojos y anhelar un sabor nata. Entonces no habría manos, ni voces, ni aldea blanca.

Adriana Ventura

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(Madrid, 1976). Licenciado en Comunicación Audiovisual. Ha sido operador y auxiliar de cámara, eléctrico y técnico de vídeo freelance para varias televisiones y productoras. Es director, guionista e iluminador de varios cortometrajes en vídeo digital; también ejerce como ilustrador, diseñador freelance, articulista y comentarista de sitios Web. Autor del poemario “Fiebres Galantes” (publicada en la página de distribución libre Shiboleth) y “Feto Oscuro” (Groenlandia, 2011). Ha colaborado en distintas revistas literarias, digitales e impresas, tales como “Letras Anónimas”, “Groenlandia”,

“Enfocarte”, “Gotas de Tinta”, “Shiboleth”, “El laberinto de Ariadna”, “Poesía+Letras”, “Divague”, “Narrador.es”, entre otras. Sus poemas han aparecido en las antologías “Des-amor”, “El tamaño del tiempo”, “Cuentos selectos, volumen IV” , etc.

pisoteando al cazador con sus pezuñas y convirtiéndolo en hermano de los gusanos. Un cadáver viviente con una lengua ciempiés, llena de patas y tentáculos, avanza por las carreteras, comiendo almas en sucios moteles baratos. Mientras, en las ciudades malditas, los vagabundos de los bancos son momias ensangrentadas enterradas vivas con sus posesiones. En este cementerio de cruces de piedra y aluminio ¿es posible la figura de un redentor? Cuando este surge recibe el abrazo de las tribus y cae de rodillas sobre su sangre en un fétido subterráneo. El susurro metafísico de un tren espectral 91


es el preludio de la gran matanza de familias en el hipermercado, r e ventadas por fragmentos diamantinos. PodĂŠis preguntar a la figura de retorcidos cuernos negros con vestimenta de cuero negro y botas claveteadas, con ojos como ventanas de fuego sin pupilas y aliento condensado en humo verde, que acerca a su cara oscura sin rasgos una botella indescriptible albergando un alma destilada. Apoyado en la barra, al fondo del local, en el centro de la ciudad, ĂŠl siempre tiene sed.

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Cada acto a tu lado se convierte en una runa de inexplicable significado. Los niños congelados gritan pero no puedo dejar de abrazarte. Espuma debajo de tu nuca y vainilla gaseosa en tu cuello. Te mereces todo y todo te quiero dar, incluso que veas a los montículos de nieve llorar con gemidos metálicos en tu nombre. Mientras, mis dedos son monstruos manejando torpemente un cigarrillo. Y tú detienes el aire con cada calada, saludando al mundo, los árboles como velas celebrándonos, la reina de la brisa respirando amor conmigo en la terraza.

José Ángel Conde

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(Pseudónimo de José Luis Fernández, Toledo, 1979). Dedicado profesionalmente a la gestión empresarial, reside actualmente en Vigo. Además de su licenciatura en Administración y Dirección de Empresas, realiza estudios de Filología Hispánica en la Uned de Pontevedra. Ha resultado finalista en diversos certámenes literarios gracias a sus relatos, también seleccionados para ser publicados en antologías. Ha colaborado con cuentos en la revista “Narrativas”.

Aquel camarero nos echó del bar poco menos que a patadas. Fredi y yo habíamos quedado allí la noche antes para ver el partido de fútbol por televisión, pero cuando encajamos el segundo tanto, Fredi brincó en el acto del asiento. Agarró la silla y, en un segundo, insultando al televisor como loco, la atizó tan fuerte contra el suelo que una de las patas salió volando despedida. Lo cierto es que era una de esas sillas baratas de plástico y la pata no aguantó un trastazo así. Por suerte no golpeó a nadie, de casualidad. Fredi y yo nos tronchamos de risa al instante. Incluso brindamos con una cerveza. Aunque para el camarero, sin duda, eso fue la gota que colmó el vaso. El tipo ya nos había estado llamando durante todo el encuentro la atención. Primero nos avisó desde la barra, en cuanto intentamos encendernos un cigarrillo. — ¿Qué pasa? — dijo —. ¿Vais de graciosos? Aquí no se puede fumar. Después, apenas nos marcaron el primero, Fredi pegó un puñetazo en la mesa, atestada de cañas de cerveza vacías. Uno de los vasos saltó entonces por los aires, impactó en el suelo y se hizo pedazos. El camarero vino a recoger el estropicio, corriendo, con la cara descompuesta. — ¿Nos vamos a tranquilizar un poquito, chavales — nos gritó casi —, u os marcháis por donde habéis venido? Sin embargo, tan pronto como el tipo se dio la vuelta, Fredi y yo nos partimos de risa a su espalda. Ni siquiera nos molestamos en disimular. Pero fue el golpazo de la silla lo que le sacó por completo de quicio. El camarero dejó una cerveza a medio servir, abandonó a toda prisa la barra y se nos acercó chillando como un energúmeno. Se nos encaró sin bajar el 94


tono, farfullando, con los ojos encendidos, y hasta nos arrancó las cervezas de las manos. Todo el bar estaba pendiente. Incluso un par de metomentodo se unieron a la fiesta también. Enseguida el camarero nos sujetó como pudo con la ayuda del otro par de tipos y, amenazando con llamar a la policía, nos echó a empujones del bar. Una vez en la calle, el camarero y los otros dos se quedaron en la puerta del local cruzados de brazos, murmurando en voz alta, mientras esperaban que nos marcháramos. Fredi trató de enfrentarse de nuevo con los tres. No obstante, lo cogí rápido de la camiseta y procuré detenerlo cuanto antes. — Vamos, hombre. Pasa de estos gilipollas — dije. A pesar de que por fuera yo intentaba aparentar, en realidad estaba otra vez muerto de risa. — Largaos de aquí a tomar por culo, niñatos — gritó el camarero —, o llamo a la policía y que ellos se encarguen. — Estarán ocupados con la puta de tu mujer — contestó Fredi. El tipo hizo en ese momento el amago de salir disparado detrás de nosotros, pero se detuvo al ver que Fredi y yo retrocedíamos llorando de risa. Al final, medio reventados ya los dos del cachondeo, dejamos allí a aquel payaso con la mandíbula desencajada, y nos alejamos. De todas maneras el encuentro estaba perdido. Y aquel idiota, tan fuera de sus casillas como el capullo de mi padre aquella misma mañana, cuando volví a casa de fiesta. La noche anterior, tal cual solíamos, Fredi, unos amigos y yo habíamos salido a tomar algo. La mañana se nos echó encima sin darnos cuenta, y si bien no regresé a casa demasiado tarde aún, mis padres ya estaban desayunando en la cocina. Intenté escabullirme sin hacer ruido a mi habitación. En cambio, apenas me dio tiempo a cerrar la puerta de la entrada antes de que mi padre me llamara a gritos. — ¡Yago! — chilló. La inercia era lo único que me tenía en pie, aunque fui a la cocina de todas formas y me sostuve apoyado allí en el marco de la puerta. Tan sólo pretendía mantener los ojos abiertos y conservar el equilibrio en la medida de lo posible. Pero a mi padre le faltó desde luego

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tiempo para ponerme a caldo, mirándome de la cabeza a los pies, por no haberle ayudado a cargar las verduras en el furgón. — Me quedé estudiando — mentí —; tengo examen. Le dio lo mismo. Siempre había que acatar sus santas órdenes. Al hombre lo habían prejubilado haría unos meses y ahora, para no aburrirse, se pasaba el día en un huerto que había comprado años atrás. En él plantaba melones, lechugas y no sé qué historias, que vendía después con mi madre a la puerta de casa. Ni se molestaba en preguntar siquiera, pese a que nos tenía a todos pringados con la tontería del huerto cada dos por tres. Entonces el pesado me insistió para que desayunara. No entiendo, sinceramente, por qué me senté a la mesa en mi estado. Me serví café, con temple, procurando que no se me cayera, y para poder pasarlo, me encopeté la taza hasta arriba de azúcar. Además, me temblaba la mano de semejante modo, que dejé un reguero blanco por toda la mesa. Creí en serio que el azúcar sería suficiente, que me podría contener, si bien se me contrajo el estómago en cuanto me acerqué el café a la boca. Salté de la silla al instante. Ni me dio tiempo de llegar al fregadero casi. Aunque vomité en la pila lo que pude, la mayoría se desparramó por la encimera, por el mueble, incluso manché parte de la pared. Mi madre no abrió la boca, la pobre. Pero el anormal de mi padre se levantó lanzado. Me agarró de la camisa como un salvaje y con el gesto retorcido, gruñendo, me sacó a guantazos de la cocina. — Vete a dormir la mona — me chilló —. Sal de aquí. Estaba tan furioso que hasta le temblaban los labios. Antes de regresar aquella noche de fiesta, yo ya había quedado con Fredi para ver el fútbol en algún bar. Así que según el camarero nos echó, y sin opciones en el partido, decidimos comprar algunas cervezas y sentarnos en cualquier lado a dejar pasar la tarde. Nos hicimos con varias litronas en el primer supermercado que encontramos abierto, y buscamos después una calle tranquila, por la que no pasara demasiada gente. Fue ahí donde le conté a Fredi el numerito de la vomitona. El tío se partía de risa al escucharlo. Se tronchó de tal forma que hasta se atragantó con la cerveza y terminó morado de toser tanto como lo hizo. — Pero, espera — añadí —, que eso no es lo peor.

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Necesitaba tabaco antes de marcharme a ver el partido con él, conque me acerqué al bar de enfrente de mi casa a comprarlo. Iba a salir por el portalón del garaje, pues mi padre colocaba delante el puesto de verduras y, quizá por comodidad si tenía que entrar en casa y salir luego, dejaba abierto el portón. Entonces, cuando asomé la cabeza, me encontré el tenderete destrozado: los pimientos, los tomates, casi todo estaba en el suelo esparcido aquí y allí. Un cochazo enorme había arrollado el puesto de verduras de mi padre. Y para colmo, el muy bruto sostenía un melón y se dirigía directo al cochazo con intención acaso de reventarle la luna. De repente, mientras le contaba a Fredi la historia de aquel desastre, se nos acercó un tipo que apestaba a alcohol agrio y a orín. Estaba escurrido y medio doblado. Parecía una de esas momias incas, aunque no sería mayor que nuestros padres. — Eh, chavales — nos dijo —. ¿Me dais un trago? — Lárgate — contestó Fredi enseguida. Pero el tipo en ese momento alargó la mano sin más e intentó alcanzar una cerveza. Fredi le pegó una guantada en el brazo y acto seguido se levantó, encarándose con él. —Vete a tomar por culo, gilipollas — dijo. Me incorporé corriendo de inmediato y, sujetando del brazo a Fredi, le retiré un poco hacia mí. — Tranquilo, chaval — respondió el tipo —. Dadme un traguito al menos. — ¿Estás sordo? ¡Qué te largues! Fredi empujó al fulano con el brazo que le dejé libre. El tipo trastabilló hacia atrás, como si sus piernas fueran de alambre oxidado y a duras penas mantuvo el equilibrio. Luego, de improviso, se marchó, farfullando a voces mientras se agarraba los genitales y nos hacía gestos con la mano alzada. Fredi cogió al instante una botella de cerveza medio vacía y se la arrojó al fulano. Le cayó bastante cerca, aunque no le alcanzó, y la botella terminó hecha añicos en el suelo; con franqueza, no creo que Fredi tuviera intención de atizarle de verdad. El tipo se alejó por fin, a saltitos, igual que si caminara por la luna. En cuanto le perdimos de vista, nos sentamos de nuevo y Fredi dio a la cerveza un buen trago. —Menudo capullo — dijo. 97


Enseguida me encendí un cigarrillo y le ofrecí otro a él. Permanecimos un segundo callados, si bien terminé en breve de contarle la historia de mi padre con el melón. Yo estaba apoyado en el portalón de mi casa, atento. Entonces el burro de mi padre se dirige con el melón a romperle la luna al cochazo que le ha destrozado el tenderete. Lo alza sobre la cabeza y, de pronto, cuando va a tomar impulso, se escurre con alguna de las frutas o verduras desparramadas por la calle y se cae en el suelo de bruces. Pero lo más extraño es que el idiota no intentó ni levantarse, se quedó allí tirado, sin soltar siquiera el melón. — Y tú, ¿qué hiciste? — me preguntó Fredi. — Nada — contesté —. Crucé la calle y fui a comprar tabaco. Fredi apenas sonrió de medio lado, suspirando casi, aunque en absoluto se giró hacia mí. Bebió un gran trago de cerveza y me la pasó luego. Yo di una calada al cigarro alargando la otra mano hacia la botella. Después nos quedamos en silencio los dos. Sin previo aviso, el mamarracho de antes salió de quién sabe dónde blandiendo una estaca. No le vimos hasta tenerle encima. Pero se abalanzó sobre nosotros, nos lanzó un golpe con el palo, y de milagro no nos abrió la cabeza a ninguno. A mí incluso se me escurrió de la mano la litrona. ¿De dónde coño lo habría sacado? Nos incorporamos de un brinco y Fredi embistió en el acto a aquel imbécil, que a trompicones, aferrándose a la estaca, terminó de boca por el suelo. El tipo procuró recuperarse enseguida. No obstante, parecía un tentetieso mutilado, y al final volvió de nuevo a caer. Desde el suelo entonces, nos arrojó la estaca con sus últimas fuerzas disponibles. El palo ni de lejos nos rozó. Aunque Fredi agarró en ese momento la única cerveza que nos quedaba e, impidiendo con el pie erguirse al tipo, despacio, le vacío la litrona por encima. — Aquí tienes tu trago, capullo — dijo carcajeándose. El anormal se retorcía gruñendo por el asfalto, esforzándose en taparse la cabeza, igual que un gusano que quisiera perforar una pared. Era la viva imagen de mi padre, allí tirado en el suelo, sujeto a un melón resquebrajado como a un salvavidas, mientras el zumo le resbalaba por los nudillos y el tipo que le había destrozado el tenderete huía en su cochazo, sin disculparse siquiera. De repente, furioso, comencé a golpear al pobre infeliz. Intentaba de veras contenerme las lágrimas. Pero le pateé el estómago, el pecho, le pise los riñones, hasta

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que Fredi tiró la botella de cerveza y me detuvo. Me rodeó con ambos brazos, apartándome de aquel tipo de manera inmediata. — Tranquilo, hombre. Tranquilo — me dijo. Los gemidos del fulano allí encogido en el suelo parecían venir del interior de una fosa. Si Fredi no me hubiera retirado al instante, creo en serio que lo habría matado. Apenas podía ya reprimir las lágrimas y, cuando Fredi me separó, agaché la cabeza, rendido. De hecho, no peleé ni un segundo por zafarme. Además el tipo consiguió levantarse del suelo por fin y, gimiendo y empapado de cerveza, se marchó en cuanto se puso de pie. Esta vez no hacía más gesto que oprimirse el estómago con los brazos cruzados. Hasta que el fulano no se alejó lo suficiente, Fredi no me soltó. Luego me miró derecho a los ojos. Pero aunque aparté la vista corriendo, tratando de disimular las lágrimas ante él, Fredi me pegó con afecto un tortazo en la cara. — ¿Se te ha roto algo ahí dentro? — dijo —. No era para tanto, hombre. Entonces me di la vuelta y, mientras apretaba los dientes, empecé a caminar en dirección al supermercado. Tan solo pretendía mantenerme firme y que Fredi no me viera llorar. — Vamos a comprar más cerveza — dije. Fredi aceleró el paso y se colocó a mi altura. Yo seguí andando con la mandíbula contraída, y, sólo después de que Fredi me diese alcance del todo, hice algún empeño por sonreír. No sabía durante cuánto tiempo podría aguantar sin derrumbarme, la verdad. ¿Pero a quién demonios le importaba?

Noel Pérez

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(Jerez de la Frontera, Cádiz, 1974). Ha trabajado como educador social y profesor de español para extranjeros. Leer, escribir y traducir son tres de las patas donde se apoya para seguir caminando. Ha publicado relatos cortos y poemas en revistas digitales y antologías. Su primer libro de poemas es “Lluvia de manos” (Editorial Padilla, Sevilla, 2007). En la actualidad, prepara su segunda obra poética.

Salgo a tomar el aire, cansado, cierro puertas de una casa vacía. Paseo con tu bicicleta por estas calles que conocí a tu lado y hasta los gemidos de las ruedas me recuerdan tu nombre. Voy a parar esta falsa huida

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buscar una mesa libre en algún café del centro y escribir con prisa estos versos para sentirme más cerca de tus besos.

Me gusta esperarte en la cama que me busques bajo las sábanas me gusta encontrarte, encontrarnos, en este rincón del mundo. Bésame la nuca dulce de mi sentirte y acopla tu respiración al juego de la mía. Quiero vivirte pegado a mi espalda cada noche y cada segundo. Déjame vivirte cerca. Quédate a dormir conmigo y dejemos que la felicidad llene los secretos bolsillos de nuestra piel. Quédate a dormir conmigo y dejemos que la felicidad nos cubra la piel y llene nuestros bolsillos secretos.

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Espero que entres en el baño detrás de la cortina, llegas cantando en voz baja y te percibo desde mi trinchera. No escondo nada a tu persona pero me gusta espiarte desde la bañera, ver como te afeitas y luego torteas tus mejillas. Desde aquí estudio tu baile, tu desnudar de ataque. Tengo preparadas mis armas y bien lista mi estrategia. Pasa a compartir conmigo tiernos secretos de guerra.

Alfonso Ortega Borrego

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(Sevilla, 1988). Fundador y miembro del movimiento “El okapi fucsia”. Está preparando su primer poemario. Mantiene el blog personal: http://animalendisturbio.blogspot.com .

Esta ciudad se parece demasiado a nosotros. Calle a calle competimos en número de batallas perdidas y luces escondidas bajo alguna latitud incierta. Sus noches justifican al fin el insomnio errante de unos bien desnacidos. Como ella, hemos soñado ya todos los sueños azules que quedaban por soñar. Esta ciudad se parece demasiado a nosotros.

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Avivando una vigilia en el trasluz de mi muerte equivocada con la aurora; confrontando lo trémulo de mis sienes con una ciega áspid de ojos violetas. Inerte en el cuadrante cero, donde se afirma la indeterminación infinita tan fútil como una gangrena, tan breve como un abismo que presagia el terrible reverso: todo vuelve a las formas, se rehace atroz materia y gravita sin piedad. Cercenado sobre límites radiales me entrego. Exánime desvelo. Únicamente ya mi sombra hilvana lo concreto a jirones. Y luego el vómito: ventanas, paredes, fotografías, lienzos… La vida jadea rectangular, abatida por crasos vértices, tóxicas aristas. Había que solimantar el veneno, 104


extasiar a Quimera en un brutal arrebato. Ahora sé como se franquean las arcadias de la duermevela. Pues esta noche pude rozar el orgasmo disolutivo, cruzar el extremo terminal de lo simétrico. Volátiles curvas desnudan el vacío. Tomé una decisión: he acabado del lado nunca visible de lo secreto.

Rafael Indi

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(Córdoba, 1965). Escritor y poeta perteneciente a la generación X cordobesa. Comparte aficiones tan dispares y poco comunes como la poesía y la micología. Actualmente reside en Sevilla. Es miembro de la Asociación Cultural Soñando Caminos y ha participado en varios recitales colectivos de poesía, cuya labor divulgativa ha sido premiada. Obtuvo el V Premio Literario Saigón de Poesía. En breve publicará su primer poemario en versión digital, “Emisión Analógica” , de mano de Groenlandia Ediciones. Tiene otro poemario inédito: “El pueblo”.

Un país (o muchos países en uno) que limita al norte con la riqueza, al sur con el desierto, al este con la Historia, al oeste con su pasado. Un país donde nunca llueve lo suficiente, o llueve demasiado. Un país donde nunca llueve a gusto de todos.

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Un país con eternos y cíclicos reyes, pícaros, nobles. Un país que, alternativamente, busca la libertad y las cadenas. Un país cuya historia parece de risa pero es de llanto. Un país que en alguna ocasión ha logrado ser grande. Un país capaz de la Inquisición, de la Mezquita, del Quijote. Un país lleno de unos seres extrañamente alegres llamados españoles. El país más al norte de África, más al sur de Europa, más al este de América, y más cerca del fin de la Tierra.

Tomás Illescas

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Groenlandia, revista cuatrimestral de Literatura, Opinión y Arte en general número doce (Septiembre \ Diciembre 2011)

Junto con esta publicación, se presenta el suplemento de Groenlandia correspondiente (suplemento Groenlandia número doce, correspondiente a los meses de Septiembre \ Diciembre). Todos los textos e imágenes pertenecen a sus

respectivos autores. Los textos, fotografías e ilustraciones pertenecen a Antonio Huerta, Enrique Fuentes-Guerra, Ana Patricia Moya, Antonio J. Sánchez, Pepe Pereza, Ángel Muñoz, Esperanza García Guerrero, Adolfo Marchena, Lucia Fraga, Patxi Irurzun, Carmela Contreras, Ana Vega, Bernardino Contreras, Sergio Sánchez Taboada, Fernando Sanabráis, Jorge Decarlini, Tomás Illescas, José Ángel Conde, Vanessa Navarro, Rafael Zeledón, Óscar Cardeñosa, Felipe Solano, José Antonio Fernández, José Pastor González, Miguel Ángel Guerrero, Adriana Ventura, Rafael Indi, Alfonso Ortega Borrego y Noel Pérez. Para el diseño de esta publicación se han utilizado fotografías e ilustraciones, extraídas de la red, pertenecientes a los siguientes artistas consagrados: David Lachapelle (página 25), Heile Grüsse (29), Henri Cartier Bresson (32), Ben Heine (37, 46), Erwin Olaf (39, 59), Jean-Claude Claeys (48), Liu Liu (52), Garry Winogrand (66), René Maltête (69), Lucien Clergué (70), Tiago Hosiel (75 y 106), Brian Day (80), Daria Endresen (82), Jean Louis Courtinart (85), Laurei Lipton (88), Roger Ballen (89), Mikel Uribetxeberria (92) y Pablo Iglesias (100).

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También se han empleado obras de Felipe Solano (portada y contraportada, páginas 55, 56, 57, 108 y 109), Óscar Cardeñosa (22 y 61) y Ángel Muñoz Rodríguez (2, 34, 40, 77 y 95). Groenlandia respeta las opiniones de sus colaboradores – las cuales son de su total responsabilidad – y defiende la autoría de sus obras. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión, sin censuras. Groenlandia es, desde el número cero, una publicación que no busca lucro.

Groenlandia defiende la cultura gratuita. Todas las publicaciones son de descarga gratuita desde las distintas plataformas de la red (página Web oficial, SCRIBD, ISSUU). Todos los contenidos de esta revista corresponden a sus respectivos autores; desde el número cero, todas las obras que contienen las publicaciones están protegidas. Groenlandia respeta los derechos de autor: para proteger nuestra cultura, es esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. www.revistagroenlandia.com http://www.scribd.com/RevistaGroenlandia http://issuu.com/revistagroenlandia

DEPÓSITO LEGAL : CO-686-2008 ISSN: 1989-7405

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Groenlandia presenta sus cuatro nuevos libros: “Escupí sangre”, poemario del joven poeta mexicano Abel Isaac Contreras, con arte de Helio Lozano, prólogo de Beatriz García y epilogo de Jorge Manzanilla; “El salto del cojo”, poemario de Danilac, con prólogo de Ada Menéndez y epílogo de Ángel Muñoz Rodríguez; “Ana y la incertidumbre”, obra poética de Sergio Sánchez Taboada, con portada y contraportada de César Nevado, y epílogo de Eva Márquez; y la nueva obra de narrativa, con relatos de Alfonso Vilas Francés, “La vida mientras tanto”, con diseño de Rezgo Reis.

Próximamente: Poesía “En el invierno de la lluvia”, de Helena Ortiz “Material de Desecho” (segunda edición), de Ana Patricia Moya “Emisión analógica”, de Tomás Illescas “Herrumbre”, de Ana Vega “No frenes la lengua de los pájaros”, de Begoña Leonardo “Poesía de guerrilla”, de Eric Luna Narrativa “Contrafábulas”, de Franco Dimerda

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LIBROS DE GROENLANDIA Poesía La reconstrucción de la memoria (Adolfo Marchena) Bocaditos de Realidad, segunda edición (Ana Patricia Moya) El Gotero (Luis Amézaga) Las aguas y las horas (Saúl Ariza) Autorretrato sin óleo (Pablo Morales de los Ríos) La conspiración de la sirena (David Morán) Ya no leo tebeos de Wonderwoman (Ángel Muñoz) Cosas que nunca te diré (Eva Márquez) Te lo verso a la cara (Ada Menéndez) Transeúntes del olvido (Velpister) Apología de la muñeca de Bellmer (Jorge Heras García) No hay prosa (Andrés Ramón Pérez & Carmen Luisa Contreras) Feto Oscuro (José Ángel Conde) Urbe Desta Historia (Rubén Casado Murcia) Carne (Daniel Rojas Pachas) Narrativa Putas (Pepe Pereza) Realidad Paralela (Ana Vega) Cuentos de la Carne (Ana Patricia Moya) Momentos Extraños (Pepe Pereza) Antologías Los rincones más oscuros: antología del miedo Poetas Guerreros (antología jóvenes poetas mexicanos) Un poema siempre será nada más que un poema Lo que habita en el cristal (antología poetas españoles) Des-amor: antología literaria groenlandesa TODOS ESTOS LIBROS DISPONIBLES EN: www.revistagroenlandia.com 111


LakĂşma PusĂĄki, revista chilena de Literatura http://www.poesias.cl/

Palimpsesto 2punto0 http://palimpsesto2punto0.com/webzine.htm http://palimpsesto2punto0.com/

Literatura cien por cien independiente http://escriturasindie.blogspot.com/

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Editorial Origami presenta sus tres próximos libros de poesía: “La involución cítrica”, de Adriana Bañares Camacho (con prólogo de Octavio Gómez Milián), “Vivimos encerrados en brujas transparentes”, de Jorge Barco, y “La piedra nocturna (poesía vertical)”, de Pedro Sánchez Sanz (con prólogo de Antonio J. Sánchez). Próximamente, la nueva colección de narrativa: “Te escribiré una novela”, de José Ángel Barrueco, “Relatos de humo (y hachís)”, de Pepe Pereza, “Manos tan pequeñas” (Vera Zieland), etc.

www.editorialorigami.com

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“No soy Shakespeare pero puede ser que algún día ya no escriba más, abstractos o de los otros. Siempre habrá dinero y putas y borrachos hasta que caiga la última bomba, pero como dijo Dios, cruzándose de piernas: veo que he creado muchos poetas pero no mucha poesía”.

(Charles Bukowski) 114


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