Ícaro_Incombustible_nº4

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INCOMBUSTIBLE


Rafael Altozano raltozano@hotmail.com 3

Icaro Incombustible Nº4 Todas las obras y opiniones pertenecen a sus autores. Portada y poema contraportada Enrique Molina Campos enriq_emc@hotmail.com Diseño y maquetación Muba ·www.muba.tk· Logotipo Vero y Añil Agradecimientos a todos los lectores y colaboradores de la revista. irevistaindependiente@gmail.com

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EDITORIAL Desde nuestro mundo estandarizado, superficial, frenético, una nueva edición de Ícaro Incombustible sale a bailar con el sol. Cada uno de los participantes que componen el cuerpo de la Revista de Arte Independiente traza un nuevo rumbo para Ícaro. No sabemos a donde le llevará, si bien pensamos que la estela es lo que importa


Hacia la odisea de aband “¿Quien hubiera dicho que lo imperecedero fuera algo que anhelar? Cuando el cambio se sucede vivimos nuestras mayores satisfacciones y alegrías o nuestras mayores penas y tormentos”. Así empezaba a perderse Holfman en sus pensamientos. Cómo otros perdidos en su existencia perecedera buscaba un motivo para bajar de aquel tren. Ya se había acostumbrado la gente a verle vivir allí, sólo abandonándolo en alguna parada para sobrevivir. Ya lo exterior quedaba demasiado trascendente para centrarse en ello y demasiado intranscendente como para dedicarle demasiado tiempo en el conjunto de cosas. Le pesaban los recuerdos de momentos en que el decir algo sumamente importante desembocara, por circunstancias diversas, en caos y destrucción de algo construido con confianza y deseos positivos. -Señor, no puede quedarse en el tren a horas tan tardías. Es la última parada de la línea más lejana del país. –Le dijo alguien que no pudo reconocer. -Ya me marcho. Discúlpeme. –Le respondió. Así salió del tren y contempló que tenía la frente helada. Le costaba pensar en esos momentos y sólo le venía a la mente una circunstancia perdida en las piedras y aguas del tiempo, en los fuegos del recuerdo y en la escarcha de la vida. Cual meteorito que va y a la tierra cae, los hechos comenzaron muy calientes ardiendo pero el paso del tiempo hizo que todo ello se evaporara y un hielo permaneciera durante algún tiempo. Aún recordaba como le ardía y tiritaba la frente mientras hacía las cosas mal antes de hacer lo correcto y como eso último fue una de las decisiones más duras a tomar en su vida pero que toda la circunstancia le llevó a tomar esa decisión. Comenzó a salir de la estación y pasó a pensar en todas las paradas que había hecho y como se encontraba en un nuevo lugar. Ya no le quedaban más países por recorrer, había recorrido el mundo, el conocido por los antiguos y el mundo en general. Se sentía ciego, casi sordo y sólo había un momento en que pudiera revivir esos recuerdos sin que le hicieran daño o le causaran una alegría; cuando la frialdad de la inmensidad de la lejanía de aquellos permitía coger el libro de las hojas inarrancables y arrancarlas para que volvieran a su lugar.

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donar el fin del mundo Salió a la calle de una ciudad portuaria y vio a la gente pasar. En medio de una playa ponía un cartel que decía “Bienvenido al fin del mundo”. Junto a él había una tumba, bañada por las olas. La miró y tuvo una sensación desagradable por haber algo así en aquel lugar. Entonces comenzó a sentir una suave brisa de un aire que no le costó identificar. -Fue su último deseo. Aquí pudieron pintar su realidad de todos los colores. –Dijo una joven de belleza ordinaria dentro de lo extraordinario, de dulce mirada, que hacían derretir, y una melena azabache a la que era imposible no mirar. -¿Quién eres? –Preguntó Holfman sobrecogido ante aquella mirada que no dejaba de llamarla y cuya sola presencia decía todo sin decir nada. Demasiado real para ser una visión, contempló el rostro de la joven y esperó a que esta respondiera con inocencia e ingenuidad, haciéndole recordar y olvidar en tiempos diferentes pero iguales, dos en uno único, todas las veces que no había dicho cosas importantes por miedo a no estar preparado para decirlas, no ser el momento propicio, esperar a saber con mayor certeza a quien decírselas, plantear que siempre habrá tiempo o no estar lo suficientemente seguro de si hacerlo o no. Entonces su mirada y sonrisa le hicieron derretirse mientras ella recogía un libro puesto sobre la piedra lisa junto a la lapida. -Me llamo Nausícaa. –Dijo solamente. Cogió un lápiz de color y se puso a pintar de lila la lapida. Su actitud juvenil y aniñada la hacían parecer ingenua, inocente y a la vez sobrecogía esa capacidad de insistir en las mismas preguntas hasta empezar a responder, paulatinamente, a las respuestas. -¿Qué haces? –Preguntó Holfman sin poder articular palabra, ante aquella joven alcanzable e inalcanzable al mismo tiempo.

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-Muestro la magia de sus vidas y recojo el libro que él se dejó. –Dijo recogiendo un ejemplar de La Odisea. -¿Quién se lo dejó? –Preguntó entre cautivado, fascinado y sobrecogido por la situación. -Un señor cuarentón, muy marrón pero de mirada tímida, quien volvió a su Itaca antes que bucear por el mundo conmigo. Mucho tiempo pasó desde entonces, aunque todavía sea joven porque estar siempre viajando por meses no cambia demasiado las cosas. Icaro me pidió que se la dejara (La obra de “La odisea”) y (Lo haga) junto al dibujo de tu sombra, multicolor si tú quieres y llena de notas descriptivas. –Dijo con tristeza en sus ojos, por recordar esos momentos, previos a la separación en que le ofreció el mundo. Él, ante eso, no supo que hacer pero sugirió que su sombra fuera apenas visible, accesible a cualquiera dispuesto a soñar, para así dejarlo todo atrás, y la pintó a ella en su libro de hojas que al arrancarse vuelven. ¿Tal vez sólo lo imaginaba y nunca las pudo arrancar? Miró al mar, donde el sol hacía aparecer la sombra y el viento generaba dunas. Se despreocupó de no tener anillo que echar al mar y se quedó un momento asumiendo lo recordado y olvidado. La miró con alegría y cierto toque infantil, riendo, y sacó un lápiz de ceras blandas, de color lila. Comenzó a pintarle la cara y ella a él en un juego agradable y personal. Entonces ella guardó silencio asintiendo ante lo que iba a decir y él dijo, finalmente: -¿Vamos a devolver el libro a Icaro y a volver al mundo?

Inspirado en los relatos “Odisea” y “Fin del mundo” presentes en números anteriores.

Javier Valladolid valladolid_javier@hotmail.com

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DOBLEMENTE ENJAULADO 1/3 serie ENCARCELACIÓN URBANA

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EMOCIONES TENSADAS 2/3, LIBREMENTE OXIDADO 3/3 serie ENCARCELACIÓN URBANA Saragraphika.com 2

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Monika

Óscar Alberdi info@alberdibolaviga.com 2

Y nuestros sexos en espiral piensan en voz alta vocales mudas escapando por nuestras bocas abiertas hasta la extenuación, en las que sorbemos con la lengua las yemas de los dedos que se cuelgan de sus labios y las agrandan, desencajando aún más dos rostros contraídos por el éxtasis de un nudo de venas escurriendo todo su húmedo contenido como una cascada imposible a la que practicar un torniquete. De pronto, nuestros cuerpos se sacuden como dos sombras atrapadas en el sol. Deslumbrado cierro los ojos para admirar un sanguíneo universo palpitando en mis párpados. A oscuras recupero próximo el sonido de tu respiración; luego, la punta de tus cabellos mojados desplomándose como un aguacero, rocía mi pecho nuevamente retorcido por esta pequeña repentina aún más grata impresión. Y afuera, la ciudad con sus luces nocturnas parece una salamandra desparramada a la que es imposible ubicar los ojos. Los trenes han dejado ya de pasar y bajo tu ventana la calle estira más su tenue soledad con el lucernario resplandor de las farolas. Cuando llegué y me esperabas tras la puerta entreabierta, te besé y te avisé de que había un escalón suelto en la escalera. Tú buscaste en mi rostro predecir qué tipo de paso traigo hoy. A fin de cuentas, somos dos personas que no sienten miedo a haber vivido, sólo, a las que da vértigo y lastrada pereza 97 sospechar que aún les puedan quedar más vidas por morir.


Barco de la Relaci贸n Sexual (de la serie Moving Planets) Ola is fun Olaisfun@yahoo.de

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Llevaban todo el día paseando por San Telmo, disfrutando en silencio de esas calles angostas y empedradas. Aunque iban de la mano, estaban a miles de kilómetros el uno del otro, cada uno saboreando la experiencia de manera diferente, única. Si hubieran hecho ese mismo viaje, ese paseo, hace unos años, ese silencio hubiera sido distinto, hubiera estado plagado de complicidad, de miradas llenas de ilusión. Pero ahora, todo eso se había apagado, y sólo les quedaba el gesto mecánico de agarrarse de la mano para pasear por la ciudad. Ella empezaba a darse cuenta de todo eso, quizás ese fuera el motivo por el que le pidió que hicieran este viaje. Él parecía tan distante,… puede que incluso deseara estar allí mismo, pero acariciando otra mano, compartiendo todo con otra persona. Quizás ella misma añorara otros brazos en los que perderse… pero tenían miedo. Se resistían a dejar marchar lo único sólido que les quedaba, y se agarraban el uno al otro como dos náufragos a su tabla de salvación. A lo lejos suena un bandoneón, y como cualquier otro turista deciden acercarse a ver el espectáculo. No podían decir que habían estado en Buenos Aires y no habían visto una actuación de tango callejero, aunque lo que menos les apeteciera fuera escuchar música. Al doblar una esquina descubren una plaza, Plaza Coronel Manuel Dorrego, se lee en un cartel y, justo en medio, un grupo de gente ha hecho un círculo para ver a una pareja bailar. Él moreno, pelo engominado hacia atrás, a lo Carlos Gardel, chaqueta gris, camisa blanca con pañuelo al cuello, y pantalón de rayas oscuro con zapatos a juego. Ella, majestuosa en un vestido negro que marcaba todas y cada una de las curvas de su cuerpo, el pelo rubio recogido en la nuca y una flor como único adorno. Los zapatos son de un rojo brillante, como la flor de su pelo y el rouge de sus labios. Siguiendo el ritmo de la música de desplazaban, acariciando el pavimento a cada paso, derrochando pasión en cada movimiento. Sus miradas transmitían calor, fuerza, un empuje que ella hacia mucho que no sentía por el hombre que le agarraba la mano. Algo comenzó a apoderarse de ella, una intranquilidad, que por segundos se iba transformando en tristeza por lo innegable de la situación. No había vuelta atrás, todo se había acabado, pero tampoco sabía cómo salir. Lo único que logró articular fue: -Hace mucho que ya no me miras asíSe dio la vuelta y empezó a caminar, pero no conseguía soltarle la mano, muchos años de matrimonio, y el miedo a lo desconocido fuera de él, se lo impedían. Él la siguió, callado, y probablemente pensando algo similar.

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“Lo único que logró articular fue: -Hace mucho que ya no me miras así-”

La bailadora de tango se miraba en el espejo, comprobando los últimos detalles antes de salir a bailar. Llevaban muchos años bailando juntos… Al principio, toda la pasión del baile la trasladaban al dormitorio al acabar las actuaciones. O quizás era al revés, y la pasión del dormitorio se abría paso a través del baile y hacían el amor repetidamente delante del público. Con el paso de los años, los movimientos se habían acabado por hacer mecánicos, en ambos lados, todo se había enfriado, lo único que los hacía permanecer juntos era su pasión por el baile. Realmente eran buenos como pareja de baile, y eso les marcaba a la hora de dejar que los sentimientos, o la falta de estos, les hicieran separarse. En la pista de baile seguían deseándose, bailaban como al principio, y, por los años de práctica, nadie podía percatarse de que algo se había roto. Esa noche, mientras bailaban, vio entre el público a una pareja, aproximadamente de su misma edad. Iban de la mano, y disfrutaban juntos del espectáculo. Escuchó como ella le decía: -Hace mucho que ya no me miras asíY los observó marcharse de la mano y desparecer por Defensa. Los imaginó llegando al hotel y haciendo el amor apasionadamente, como hacía mucho que ella no lo hacía, y sintió envidia de aquella mujer, que aún disfrutaba de un paseo de la mano de su marido.

Dobles Parejas Daniela Murciano Olivencia dmolivencia@gmail.com

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Londres Mano Lunar Azul anita.dan@hotmail.com 2


ARTGERECHT “¡Yo también quiero ser especie protegida!”

Especial

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Sara Martínez sara.martinezorio@gmail.com

Como siempre que se adentraba en aquel terreno vedado para el grueso de los mortales, la percepción del muchacho se inundó de aromas de imaginación y sabiduría. Desde que comenzara a trabajar de ayudante allí, en la vetusta biblioteca de su ciudad natal, el depósito —o Cementerio de los Libros que Casi Pueden Darse por Olvidados, como él lo solía llamar bromeando— era su rincón predilecto. Por descontado, no siempre le tocaba cumplir tareas en aquella zona privada; pero a menudo se esforzaba por hallar rocambolescas excusas para descender a los corredores del subsuelo, donde dormitaban ciertos tesoros hermosos que muy pocos sabían apreciar: decenas de hileras de compendios sobre conocimientos ignorados para él, algunos de los cuales, con más vida por delante, nunca hubiera osado desdeñar; novelas que pernoctaban desde hacía décadas en espera de nuevos corazones en los que echar raíces y sentirse vivas; cuentos etéreos que se diluían en el tiempo de un espacio minúsculo, demasiado insignificante para albergar toda la maravilla de su pequeña inmensidad.


Era un buen principio para una historia, se dijo: el chico especial, el elegido para protagonizar aventuras y narraciones inenarrables, explora con reverencia las galerías del más mítico santuario de los saberes y los sueños humanos... y de pronto, desde una estantería en las antípodas del callejón, siente la llamada urgente e ineludible del libro. Su libro. Un poco típico, no obstante, opinó a la luz de su dilatada experiencia como lector y su amplio bagaje cultural. Mejor que la vulgaridad, con todo... No era que no fuese feliz, por supuesto; y nada sentía tener que envidiar a todos los famosos que poblaban las crónicas de la realeza o la prensa del corazón. Simplemente deseaba ser especial. De un modo diferente; a su única y personal manera que lo distinguiese del resto de las criaturas que poblaban los parajes de la humanidad... él deseaba ser especial. Pero él no tenía nada excepcional... O casi nada. Rozó con una sonrisa entre hastiada y satisfecha la cicatriz de su frente. La inevitable —aunque enorgullecedora— comparación con el chico Potter terminaba por hacérsele en ocasiones reiterativa y pesada, pero la sobrellevaba con ánimo porque aquel rasgo le hacía sentirse marcado con el don de la diferencia. Suponía, se dijo con resignación, que aquel sería el único regalo que la vida le daría en ese aspecto. Agitó la cabeza para apartar las divagaciones de su mente y decidió beneficiarse de la situación: como solía hacer cada vez que le correspondía bajar a depósito, aprovechó para perderse unos minutos a lo largo de la sección de libros antiguos; acarició los lomos cenicientos de algunas de aquellas reliquias, ojeó unos cuantos catastros que referían cifras y crónicas de los anales de la localidad y escudriñó en las páginas de aquel descomunal códice medieval que tanto le gustaba. Entonces, acusando la llamada revoltosa de su curiosidad, decidió seguir indagando y obvió el hecho de que alguien comenzaría a echarlo en falta en las plantas superiores. Y así, consumiéndose en los años de una esquina sobrecargada de humedad añeja, descubrió aquello que habría de cambiar su mentalidad: periódicos. Cientos, miles de periódicos, de todos los tiempos y de épocas de las que él nunca se había planteado llegar a ver un periódico, amarillentos y rancios, víctimas en ocasiones del acoso de las despiadadas polillas, descansaban muy enrollados y comprimidos con dificultad en los estantes al fondo de la habitación. Se acercó a ellos casi temblando, con un mariposeo en el estómago que le costaba explicar... y, estirándose todo lo que su brazo le permitió, extrajo uno. Uno en concreto. Se trataba de un diario del día en el que había visto la luz del mundo; y casi se sorprendió de que las páginas quebradizas no se desmenuzasen entre sus dedos. Con un malestar doloroso, leyó la asombrosa noticia local en primera plana, ardiendo cual fuego vivo a sus ojos:

NACE NIÑO CON CUERNO EN LA FRENTE El insólito defecto congénito será corregido en breve, nos informan las autoridades del hospital. En la fotografía, su madre no parecía jactanciosa de sostener al monstruoso retoño. Y ¿acaso podía reprochárselo?, se preguntó. No todos pueden comprender lo que significa ser especial... Y, si bien su oportunidad le había sido arrebatada, el resentimiento se lo guardaría para siempre. 16


La añoranza Estómago de embustero Ya no hay que comer. Los trozos de carne muerta se sientan en nuestros sillones Y esperan la resurrección ¡Apartaos! No hay cadáveres para esta guerra devastadora ¡Parad de llorar! Las piedras que lloraron vuestros ojos no son mi sustento... Son sólo piedras que lloraron vuestros ojos... ¡Abridle al último león! Viene a enseñarme el olor de la carne viva. 17 La añoranza. Leticia Camacho Leticiacamachocalvo@gmail.com


AstĂş. Mano Lunar Azul anita.dan@hotmail.com 2

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Teatro de Anestesia y Sombras -Tiene la piel del color de la tierra. Entre nosotros, Estelle, es un ángel. Estelle ni siquiera era su verdadero nombre, pero ese tipo de declaraciones iban y venían en la oscuridad de las galerías acompañados de esa desagradable forma en que la boca se abre y se cierra emitiendo sonidos y, lo que es peor, palabras. Ella no las soportaba. Si hubiera sido Blancanieves no habría dudado en escapar con Mudito. Pero por desgracia no era Blancanieves sino una puta y los pocos enanos que conocía apenas si sabían callar. Estelle además de puta era triste. Una puta triste de esas de las que tan sólo se enamoran los hombres a los que les queda más dinero que corazón. Pero ella no estaba triste por ser lo que era, ella era triste porque era lo único que sabía ser. Quizás fue el olor a sudor que impregnaba sus sábanas de niña o los furiosos jadeos que le hacían de nana antes de dormir. Tal vez el crujido de las tablas del escenario frente al que se reunía lo más selecto del arroyo le corrompió la sangre con el virus de la melancolía. Fuera como fuese, aquellos ojos sin alma que escarbaban tras sus líneas infantiles se convirtieron en su única familia y el decadente teatro , que abría sus puertas cada noche con la única aspiración de consumar las pesadillas de los muchos que se perdían tras ellas, en su hogar. Estelle, además de triste era una puta buena, lo que suponía una excepcional condición. Según los viejos patrones una puta buena era aquella que no derramaba lágrimas la noche en que era sometida por primera vez. Aquel momento en el que las muchachas iniciaban su carrera marcaba su futura posición en la dudosa jerarquía del cabaret. Estelle no sólo no derramó ni una lágrima sino que durante el escaso tiempo que duró su estreno, a sus doce años recién cumplidos, se dedicó a observar a su profanador con una sonrisa entre satisfecha y curiosa. Todos, desde los empleados hasta el público más asiduo, aplaudieron con ganas el espectáculo y aquella noche todavía era recordada y celebrada con gloriosos y groseros brindis. Desde entonces ostentó el título de ”L’orgueil” que tan sólo había llevado su difunta madre. Incluso, colgado en un lugar de honor, habían enmarcado el paño, sucio de sangre, con el que la limpiaron al terminar.

“Estelle, además de triste era una puta buena” Los años transcurrieron transformando a Estelle en una princesa del infierno. Pero no una cualquiera, sino en la princesa concubina de todos los pobres diablos que daban con sus huesos en las redes de aquella inmensa telaraña que eran sus ojos y su piel oscura. Los tentáculos de la adormidera acaso se fueron cebando con sus pequeños y escasos sueños de adolescente, y el monstruo de la anestesia campó a sus anchas, y definitivamente, en su corazón.


Una noche fue informada de un servicio especial en uno de los palcos sin nombre. Los distinguían así porque tras las cortinas, que siempre acababan salpicadas, se ocultaban aquellos que escogían mirar a participar. Aquello disgustaba a Estelle. La intimidad invitaba a la conversación y ella detestaba hablar, pero sobre todo que le hablasen. Resolvió concluirlo pronto. Desvestida para la ocasión, el dulce tintineo de las muchas pulseras que adornaban sus esbeltos brazos y tobillos le precedió en la penumbra. Se encontró con un hombre apenas un poco mayor que ella. La frente pronunciada y un delgado bigote acentuaban un rostro demacrado por los excesos que ella bien conocía, restando importancia a sus ojos torvos y oscuros, nublados por el alcohol. Se sentó a su lado. Él apenas le dirigió una mirada. Tomó la jarra de vino y sirvió dos vasos hasta el colmo. Sin mediar palabra él apuró el suyo hasta el fondo y de un único trago. Tras dejarlo en la mesa con un violento gesto ella hizo lo propio, imitándole. Tras el desafío hubo más silencio y, tal vez, algo de complicidad. Los vasos se llenaron de nuevo repitiéndose el ritual, en el mismo orden, en tres ocasiones más. Las fuerzas abandonaron la mano que sostenía el vaso sobre la mesa, derramando las reliquias de líquido sobre la madera oscura como una invitación. Estelle cayó al suelo y andando sobre las rodillas se acercó a él despacio, deleitándose en sus pequeños y exquisitos movimientos. Alargó el brazo y acarició su entrepierna. Descendió hacía la oscuridad y usó su boca, la lengua, concentrándose en su labor. Percibía como el cabello le rozaba las mejillas como una caricia que sabía que no iba a recibir y que tampoco esperaba. Un pequeño mechón húmedo fue el preludio. Después su cuello comenzó a recibir un ligero rocío de pequeñas gotas cálidas. Despegó sus labios soltando la pesada carga de su boca y le miró a la cara, con una pregunta escrita en su expresión. No obtuvo respuesta y no se quedó a esperarla. Decidió dejarlo a solas con su llanto, pero antes de que pudiera incorporarse la agarró con fuerza de las muñecas y murmuró: -Eres una puta. Eres una pequeña, fea, triste y oscura puta. Y nunca podría enamorarme de ti. Estelle se zafó de él como pudo, sin rencor alguno, dejándolo a solas con su borrachera y sus demonios. Creyó entonces que nunca más volvería a pensar en él. Sin embargo, apenas unos pocos años después, mientras vomitaba ríos de sangre sobre las sábanas impregnadas esta vez por su propio sudor, en su último y febril delirio, vio de nuevo su rostro y escuchó de su cruel y torcida boca aquellas palabras inconscientes. -Eres una puta. Pequeña. Fea. Triste. Oscura puta. Y nunca nunca- podría enamorarme de ti.

Tormenta latormenta8@hotmail.com 3

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Mis silencios De pronto tu voz con tono herido me saca de ese estado, en que te prometo a pesar de que reiteres con mal disimulado interés tu pregunta, que no pensaba en nada; pero al mismo tiempo, porque mi alma por breves instantes ha pertenecido más a mi cuerpo, es imposible que no estuviera barruntando algo inútil de explicar con palabras y que tu apremio ha convertido en cenizas que has esparcido celosa por ocupar su sitio, haciendo latente tu pudorosa inseguridad ante mi largo silencio. Esas situaciones de ausencia que tanto te inquietan porque te ves incapaz de interpretar, son el profético anuncio de algo que quiere llegar pero ignora aún en que parada apearse; que viaja nómada a toda prisa saltándose los semáforos a la misma velocidad con que el silbido de las alas del diablo imitan el sonido de las sirenas persiguiendo a las ambulancias, y otras, con el paso exasperante de un viejo cruzando la calle, obstruyendo como un infarto al impaciente e irracional tráfico. Regala con lascivia drogas a la salida de un colegio de señoritas o se impone salvar al mundo sin que nadie se lo haya pedido; se imagina en secreto el olor de los rincones en cuerpos que no son el tuyo pero a los que me encantaría poner tu rostro con los ojos cerrados y los labios tan apretados como tus manos agarran a las sábanas; o se mueve, sigiloso como un escualo, entre los esqueletos del pasado 19

flotando en el magma de mi memoria de la que me es imposible evadirme.


1¿Cuántas primaveras tuvieron que pasarnos por encima? ¿Cuántos otoños enajenados, vendidos…? Desde que he vuelto a nacer, la cordura no me acompaña. Se desespera. Duda. Sospecha. Me tira de la cama. Quisiera hablarle con esa voz de fondo del mar. Con la voz de los creadores primeros. Con aquella voz que dijo: estoy vivo. Con aquella otra voz que dijo: sin este abrazo estoy muerto. Quisiera decirle: ¡Quédate conmigo! ¿No ves que en este mundo no queda sitio donde pueda esconderme? Pero ella se tapa los oídos con lo poco que tiene. Con lo poco que le dimos aquella madrugada. Pero no es suficiente. Nada es suficiente… Para no escuchar… Que me da miedo esta primavera. Que me da miedo crecer entre las flores que van envenenando nuestro jardín de profetas vacíos. Que me da miedo andar, sin subirme a tus pies que huelen a paz y a último silencio.

Leticia Camacho Leticiacamachocalvo@gmail.com

Óscar Alberdi info@alberdibolaviga.com

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Tiempos de Hoy El sol brilla en Berlín; los niños en el metro sonríen. Desean aprender y conocer vivir con ilusiones. No más generaciones del fracaso. Corporaciones colonizan contaminan explotan destrozan son monstruos egoístas. La televisión nos enseña: consumir qué opinar qué es bueno y qué es malo incultura

MIEDO

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Eres inútil, no puedes cambiar nada. Sigue la corriente, aguanta esclavo. La tierra prometida es pura cosmética. A menudo héroe es el inmigrante. Olvídalo, Papá político no está interesado. Ellos deben arreglarlo todo yo sólo puedo quejarme o quejarme de el de al lado. No podemos hacer nada, no existen respuestas ¿podemos crearlas? Podemos desahogarnos ¿nos levantaremos del asiento? Llega el 2012 habrá que dar la bienvenida a muchas cosas tal vez al cambio tal vez a un nuevo sistema feroz. El pueblo muerde el anzuelo no es dueño de su tiempo somos hormigas conectadas a la reina somos pequeños estamos todos controlados.

El peregryno roleander@hotmail.com 5


Guante. Jmsalas Jmauxes@gmail.com

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Laura L.A. lauralopal@gmail.com

Turco (de la serie Moving Planets) Ola is fun Olaisfun@yahoo.de

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Te envío mis lágrimas La mañana amenazaba con ser gris y triste, a juego con su corazón. Alzó la cabeza y miró a través de la copa del árbol en la que se recostaba, entonces el frío de la mañana le golpeó en la cara anegada en lágrimas y suspiró. Se sentía tan estúpida y vacía… ¿cómo había podido estar tan ciega? Levantó una mano y se secó inútilmente el rostro, ya todo daba igual. Sus ojos se bajaron y observaron cómo la niebla matutina se iba formando, a lo lejos podía ver una mujer caminando hacia donde estaba ella. Vestía con ropas grises y vaporosas. Su piel era pálida, como sus cabellos; sus ojos tenían el color de la plata y brillaban como las gotas de rocío cuando el sol las iluminaba. La vio detenerse a los pies de otro árbol, agacharse y sentarse. Pero cuando la vio llorar en silencio, tomar sus lágrimas e irlas dejando en el aire, la muchacha se olvidó de sus problemas y emitió una exclamación de perplejidad. Sin poderlo evitar se acercó corriendo, aquello debía ser cosa de magia… pero cuando vio que las gotitas colgaban encima de una telaraña, se sintió decepcionada. v-Que tengas un buen día- le saludó la mujer con una gran sonrisa mientras seguía colgando sus lágrimas-, hoy seguramente tendremos una mañana preciosa. -Sí, claro.- Murmuró ella en respuesta Por unos instantes, pensó en marcharse y volver a su árbol a regodearse en su dolor, aunque al final se sentó al lado de la desconocida. Ésta, en poco tiempo, había cubierto toda la tela de araña y había empezado a dejar su llanto encima de las flores. Permanecieron en silencio durante mucho tiempo, la joven no deseaba interrumpir la labor de la extraña. -No merece la pena- al oírle decir aquello, la miró dubitativa-. Derramar tus lágrimas por él, es echarlas a perder y son muy valiosas. -¿Cómo sabes…? -Tus lágrimas hieden a dolor y amargura, eso sólo ocurre cuando a una le rompen el corazón- afirmó ella sin detener su labor-. No las malgastes así, si no, no te quedaran para cuando seas feliz. -Creo que me he perdido.- Reconoció la chica sintiendo miedo, pero al ver la expresión en los ojos de la mujer, se disipó como si fuera humo. Había algo en ella antiguo, sabio, que la ayudaría y reconfortaría. -Hace mucho tiempo, conocí a un hombre maravilloso, con un corazón cálido y buenocontinuó ella-. Tanto, que un día los dioses, al sentir que su poder menguaba, le rogaron que utilizara su amor para dar calor y cuidar de todas las personas del mundo. Pero él no podía hacerlo, ya que no deseaba abandonar a sus hijas y su mujer- antes de que ella pudiera musitar alguna palabra, su acompañante cogió una de sus lágrimas y la colocó en la punta de la nariz de la muchacha-. Entonces los dioses, decidieron otorgarle la eterna compañía de sus hijas, que brillarían a su lado en el cielo y de su amada esposa. Fue así como nació el sol y las estrellas. 24


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-¿Y la luna? ¿Su mujer no se convirtió en la luna?- La gotita corrió a través de su nariz y aterrizó en su boca. Para su sorpresa, no tenía sabor salado. -No le gustaban las alturas- al oír aquello, la chica, muy a su pesar, tuvo que reírse con ganas-. No deseaba dejar su hogar, pero tampoco a su esposo. Al final, se quedó aquí abajo, pero todas las mañanas, en cualquier lugar del mundo, le dejaba a su marido una pequeña señal de que aún seguía aguantando. Era algo imperceptible a los ojos de los demás, pero que para él significaba que ella le seguía amando: las gotas de rocío. Las lágrimas solo deberían usarse para demostrar la felicidad y el amor que siente uno… no malgastes tus lágrimas en alguien como él, has de regalárselas a aquel que se las merezca.La mujer se levantó y la joven, sin poderlo evitar, le preguntó. -¿Nunca volvieron a reencontrarse? -Aún no, pero ya llegara ese día- replicó la mujer comenzando a marcharse-. Hay que ser pacientes y además, siempre pueden comunicarse con los amaneceres y el rocío. -¿Y cómo sabe…?- Intentó decirle, pero la otra la interrumpió ya en la distancia, con un susurró que se fue apagando. -Las lágrimas de felicidad saben dulces y al calor de la mañana se evaporan- consiguió oírle decir-. El siente por el vapor del rocío que su mujer sigue queriéndole y es feliz. Cuando la joven se dio cuenta, ya había amanecido y el sol iluminaba el lugar, brillando con especial intensidad en las pequeñas gotitas. La joven siguió sintiéndose triste y sola, pero de alguna forma, sabía que todo eso pasaría y volvería ser feliz. Así que se recostó entre las raíces del árbol y se durmió.

Lerne Loslassen “Aprender a dejarse llevar” Phonografie.com

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Cronopiolato

Carlos rubiespin@hotmail.com

- Hostal Epi jajaja vaya nombre! - Murmuraban entre risas los turistas camino de las habitaciones, tras recoger sus llaves. Cuando se hubieron alejado, el conserje giró la vista hacia el letrero que tenía bajo el mostrador - Desde que quité esta parte del luminoso tengo mas clientes - Pensó mirando aquellas letras: “tafio”. Habitación II – Los conserjes de noche cuidan de los hostales – Canturreaba mientras hacía su ronda. – Deberíamos establecer esta canción como himno nuestro – Pensaba – al menos son los únicos que nos tienen en cuenta. No había nada para él más aburrido que ser conserje. Pero cuando recibió la noticia de que retomarían las funciones de los antiguos serenos fue el que mas se alegró de todos. No soportaba una noche más aquel cuchitril del portal en forma de L tras el que había pasado gran parte de su vida. La zona que le habían asignado ocupaba varias manzanas, y en ellas junto a variados comercios alternaban hostales que en aquellas fechas de carnaval se hallaban repletos. Fue precisamente ante un hostal que detuvo su ronda aquella noche. La puerta de entrada cedió fácil al tocarla. Le había extrañado la falta de luz exterior, pero una vez dentro, aquel silencio. Todo el mobiliario permanecía intacto. Pero nadie había en recepción. De pronto le sobrecogió el sonido de un tremendo portazo. Cuando volvió hacia la entrada y tiró de la puerta, ésta no podía abrirse. De repente las ventanas comenzaron a repicar como en una especie de coral de ánimas hasta que quedaron todas cerradas en un completo silencio. – ¿Hay alguien!? – Gritó, mas bien mezcla de miedo y de un mosqueo que le ayudaba a llevarlo. Fue entonces cuando sintió aquella fría mano sobre el hombro. Se giró rápidamente, pero ya no había nadie. Habitación III

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El invierno trae el gris de un cielo húmedo y una ciudad hastiada. Un viento gélido se abraza a ella envolviéndola en una oscuridad sin tiempo. Pende inerte del techo de la habitación la bombilla sin que una mota de polvo ose cruzar el espacio vacío que se extiende ante mi. Silencio parece decir el televisor atrapándome en su pupila. A través de la ventana del busco un sol que me prometa un amanecer. No se escucha nada, ni un ruido. Ni una luz. El hotel parece vacío. Fue entonces cuando sentí como algo tiraba de mis piernas hasta quedar colgado boca abajo. No podía ver quién o qué era lo que me sujetaba, pero sin tiempo a que pudiera decir nada me tumbaron sobre la mesa. Es curioso, no siento dolor y sin embargo acaban de cortarme los brazos y en varios trozos las piernas. Me arrancan la columna de cuajo y


arrojan el resto del cuerpo por la ventana. Sobre el asfalto soy devorado por varios gatos. Ahora me gustaría despertar, pero no consigo abrir los ojos. Por fin puedo abrirlos! Pero… ¿Dónde estoy? Habitación IV Observaba desde la cama las puertas y contrapuertas del balcón, entreabiertas lo justo para un rayo de luna entrara. Era una noche extraña para lo que acostumbraban a serlo en aquel hostal de nombre Epitafio. Sobre la sábana un frasquito de cristal contenía en su interior la pócima que el conserje le había dado por ser 14 de febrero. Por no hacerle un feo la cogió. Se quedó un instante contemplándola. Y si…. Nada tenía que perder se dijo. Y de un sorbo se la bebió. Tal como pensaba aquello no sería más que agua coloreada. Se abochornó al pensar por un momento que aquel brebaje surtiría el efecto deseado. Cerró los ojos para dormir, cuando de repente una flecha entró por el balcón atravesando su cuerpo e hiriéndole mortalmente. Habitación V - Quizá sea tarde, pero aún tengo la pistola en el bolsillo - Dijo aquel tipo antes de disparar sobre ella. En ese momento alguien golpeaba la puerta de la habitación. Eran casi las 7 de la mañana. Fuera quien fuese le aguardaba de todo menos un buen recibimiento. - ¿Es que no ven el “No molesten”!? - Abra! policía! Aquello atemperó mi enojo al tiempo que, liberado de la tensión frente a la máquina de escribir, el cansancio pareció devolverme a la realidad. - ¿Qué desean a estas horas? Me habían asegurado que se trataría de cuestión de minutos y sin tiempo apenas para adecentarme estaba acompañándoles hasta la morgue. Tras seguir al detective por un estrecho pasillo llegamos al depósito y nos detuvimos en torno a un cadáver que permanecía cubierto por una sábana. El oficial allí presente la retiró. El detective preguntó. - ¿La conoce? La joven que yacía sobre la mesa de acero, esbelta y de aspecto más bien escandinavo, presentaba un orificio de bala a la altura del corazón. - No, no la he visto en mi vida - Respondí con certeza. - ¿Seguro? - Persistió el detective - Obsérvela bien - Inquirió. - Ya le he dicho que no la conozco de nada. Siento no poder ayudarles en su identificación - En ese instante añadí - ¿Y por qué me lo preguntan a mi? - Porque tenía apuntado el nombre de su hotel “Epitafio” y su nombre Dijo mostrando un pequeño bloc. En aquel momento estremecí al escuchar aquello. Así era como había pensado que continuase la novela, la que estaba escribiendo cuando me interrumpieron.

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Hay noches en que los sonidos se reconocen con tal claridad que parecen descubrirse con la percepción de los sentidos un animal salvaje. El murmullo lejano de voces tornándose en repentino estruendo al abrirse la puerta del bar, que deja escapar los ecos de música inundando las solitarias calles como un vomito sanguinolento con manchas de humo y hedor a alcohol. El taconeo lejano de unos pasos a los que inmediatamente pongo sexo. El suave ronroneo del motor de un coche de policía pasando despacito. El siniestro silbido del batir de las negras alas de los demonios que persiguen a una ambulancia. El chapoteo húmedo de una manguera remota que borra las pisadas del día hasta convertirlas en barro cayendo como una cascada de cadáveres por la cloaca. Los sucios pensamientos y las bonitas palabras que viajan en la parte de atrás de los taxis, purándolos para que no respeten los semáforos con muestras esdrújulas de mal disimulada ansiedad. Hay noches que no necesito salir para saber que estáis haciendo, de que habláis. Hay en la noche cosas que no se ven durante el día, por ejemplo puedo saber que pensáis.

Óscar Alberdi info@alberdibolaviga.com 2

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Reunión. Solatz solatz.blogspot.com 2

Hay noches



Revista de Arte libre e independiente

Tambien Ă?caro, puede hoy ser una pequeĂąa paloma Agua fuimos, y salada seremos, cuando sufrimos, lloramos, cuando lloramos, lagrimamos, lagrimamos cuando amamos, amamos cuando vivimos aguando. *

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