Revista Coroto 2

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el desaliento que transmite su figura. Después de recorrer los pasillos de la planta baja un par de veces, por fin decide tomarse la tensión. La mujer que lo atiende intenta levantarle el ánimo, pero es imposible. Los ancianos, el segmento de la población más afectado por la catástrofe, parecen aceptar con resignación lo sucedido. Más alegre se muestra Makoto, un voluntario de 24 años que no para de sonreír desafiando la rutina. Estudia electrónica en la Universidad de Tohoku. La tragedia no le ha afectado directamente, pero ha querido estar aquí para ayudar durante sus vacaciones. En un respiro, Makoto se acerca y me dice que en verano se irá a Francia para seguir sus estudios en la Universidad de Grenoble. “Estudio francés desde hace seis meses… ¿Español? Solo sé decir ‘hola’ y ‘de nada’”, me explica como disculpándose. La conversación fluye distendida, como si estuviésemos en una cafetería. “¿Conoces el Mont Blanc? Cuando esté en Francia, me gustaría subir al Mont Blanc”, me dice. En Yamamotocho había a finales de abril cerca de 2.000 personas viviendo en seis refugios temporales, es decir, más del 10% de la población. El peso de la organización de estos albergues instalados en escuelas y centros culturales recae en las autoridades locales con la colaboración de las Fuerzas de Autodefensa japonesas y los bomberos. Sin embargo, el quehacer diario dentro de los refugios también pasa por las manos de voluntarios de la Universidad de Tohoku, como Makoto. Los estudiantes formaron un grupo de apoyo llamado Haru (“primavera” en japonés) el día después del terremoto y, desde entonces, cada día, varios autocares parten de la universidad con destino a los centros de coordinación de voluntarios desde donde se distribuyen a los diferentes refugios. Son inconfundibles por su peto azul y una sempiterna sonrisa. Mientras conversaba con Makoto, algunos niños ya han acabado los primeros dibujos. Kazuya, un niño de cuatro años, tira del pantalón de Arisa y le dice que ya ha terminado. “¿Qué es?”, le preguntamos. Se ríe sin contestar y empieza a pegar puñetazos al aire. “¡Es un avión!”, irrumpe en la conversación Aki, una niña de 11 años que [crónica]

95 los niños del tsunami David Taranco y Arisa Terada

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