Revista Actual Edicion 58 Abril

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Costumbres

Juan Jacobo Rousseau, Robert Schumann y Wolfgang Amadeus Mozart, célebres paranoides.

“Hoy vi a tu novia en la calle, estaba hermosa”, le dijo un amigo a otro, sin imaginar que lo desestabilizaría emocionalmente, de un modo tal, que el otro lo acribilló a preguntas: ¿En qué lugar la vio, cuál era su actitud, cómo vestía, habló con ella?, y en la madrugada le llamó para preguntarle qué había querido decir con el elogio a su belleza. De nada vale que el nuevo funcionario extreme su gentileza y gestos de confianza para ganar su camaradería, José piensa que todo ello no es más que una taimada argucia para tomarlo desprevenido. De este modo, José se despierta por la mañana y repasa una y otra vez su desempeño profesional buscando algún flanco que podría permitirle al enemigo montar la falsa acusación. La investigación obsesiva lo vuelve aún más hosco y hermético. Si su idoneidad y franqueza le han ganado algunas simpatías, su desconfianza extrema erige una barrera que impide el acercamiento de compañeros de trabajo que lo ayudarían gustosamente. Dicen los que saben que, en alguna medida, paranoides somos todos o casi todos y que, en última instancia, es un mecanismo para protegernos de la animadversión y la deslealtad, reales o

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imaginarias, de otras personas. Dicen, también, que los paranoides perciben o intuyen cuando hay sentimientos hostiles en los demás con una certeza asombrosa y muy tempranamente, antes de que esa hostilidad se transforme en acto, lo que en la mayoría de los casos nunca ocurre. “Tú me traicionarás”, le dice el rey a su consejero más fiel. El monarca ha adivinado la ambición secreta de su súbdito y el anhelo recóndito de reemplazarlo, por más que el acusado no esté en condiciones de llevar a cabo la empresa o que le falte valor para realizarla. Y la amable señora que desconfía hasta de su sombra, verá en cada gesto de sus vecinas una intención oculta e imaginará, en cada conversación, que mira pero no puede oír, que su honra está siendo despellejada. La acaudalada Lady Darlington se hizo famosa por cambiar periódicamente el personal de su castillo:

despedía un sirviente tras otro porque suponía que le robaban las joyas. Pero es en las relaciones amorosas donde el paranoide se vuelve más obsesivo y controlador. Si el amor, sobre todo en sus formas más pasionales, es de por sí un sentimiento cercano al delirio, en el paranoide se torna una tortura para sí mismo y para el ser amado, que se verá sometido a un acosamiento silencioso o explícito. Es que, en el fondo, las personas paranoides proyectan sus propios conflictos y hostilidades en los demás, de ahí que las personalidades celotípicas (una de las formas del trastorno paranoide) atribuyen a la persona celada sus propias fantasías de infidelidad. “Hoy vi a tu novia en la calle, estaba hermosa”, le dijo un amigo a otro, sin imaginar que lo desestabilizaría emocionalmente, de un modo tal, que el otro lo acribilló a preguntas: ¿En qué


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