Revista 2384 - Número 1

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Mayo Junio 2012

TEXTOS

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EL HOMBRE DE LA PLAYA Michel Laub

Traducido por Sergio Colina

Primero la parte de abajo, dice. El agua de la bañera está tibia, los jaboncitos tienen forma de corazón y de fresa. ¿Cuántos años tienes? Cuarenta, contesto. Cuando Nelson me toca los pies, tengo treinta y cinco. Luego, treinta como máximo. Voy camino de la edad en la que empezaré a usar bikini, y el paseo marítimo estará lleno, e iré hasta la playa con bolso y pintalabios. Nelson no estará por allí cerca, pero sé que es cuestión de tiempo hasta que él aparezca también en escena. El agua de la bañera es verde por las sales, y apenas oigo el goteo difuso, y cuando llego a los veinticinco años me dejo sumergir con el cuerpo entero distendido, cada músculo, cada fibra. Sólo siento la mano de Nelson, su voz grave hablando de mis piernas. Él siempre insiste en hablar de mis piernas, y es en ese momento cuando me toca intervenir, decir que tomé el sol y que hice ejercicio toda la tarde. ¿Había mucha gente en la playa?, pregunta. ¿Te molestó alguien? Tengo veinte años cuando explico que un hombre me molestó. Un hombre, murmura Nelson. Sí, un hombre que estaba sentado en el quiosco y me preguntó a dónde iba con tanta prisa. El hombre se levantó y empezó a seguirme, me dijo que vivía cerca, en un edificio a dos manzanas de allí. ¿Y dijo algo más? Contesto que no, pero sé que Nelson no me cree. Va a insistir hasta que confiese. Para eso me metió en la bañera, para eso me dio una taza de vino. Hace mucho tiempo que Nelson lo sabe: no hay nadie con menos resistencia a la bebida que yo. A los dieciocho años, una mujer es débil para casi todo. Es incapaz de oír la invitación del hombre de la playa sin prestarle atención. Eso es lo que le digo a Nelson mientras me enjabona los tobillos. Sube los dedos por las espinillas, por las rodillas, y las preguntas se vuelven incisivas, obligándome a describir con tanto detalle la conversación con el hombre de la playa, mi entrada en el apartamento, él cogiendo


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