INTEGRA 9 | ¡Porque somos Anáhuac!

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sto mismo comentaba una persona hace tiempo que, aturdida y adolorida por la infidelidad de su cónyuge, se preguntaba si valdría la pena encerrarse en el pasado, tirar por la borda todo y divertirse, o bien, buscar otra oportunidad. Frente a un fracaso (no precisamente al fracaso) matrimonial no hay más que esas tres opciones: vivir lamentándolo, olvidarlo, o enfrentarlo y buscar una solución, y puede ser que se encuentre una satisfactoria.

Vivir lamentando lo sucedido. Es un camino seguro para amargarse la vida, para sembrarla de pesimismo, es la puerta inmediata a la depresión; y hoy tenemos de sobra, como lo han comprobado muchos (y muchas) especialistas. Lamentar un error, un fracaso, un desacierto y quedarse en los puros lamentos, es olvidar esa otra verdad acuñada en el dicho: “es de humanos equivocarse”.

El problema en nuestro tiempo es que todos queremos ser dioses, infalibles, omnipotentes, no reconocemos nuestra humanidad débil y limitada, no aceptamos el error y, ante la evidencia de los hechos, preferimos buscar un sinfín de justificaciones, y a la hora de la hora, “también los criminales van al cielo”.

Buscar los caminos del olvido. Esto es todavía más frecuente que lo anterior. En una cultura de superficialidad lo más fácil es perderse en lo superficial. La pena se olvida con una buena copa, la depresión se supera con una buena compra, la felicidad se encuentra en una buena “mota”… El viaje, la diversión, el trabajo, la aventura; hay mil maneras de salirse por la tangente y evadir el problema. A veces, esto culmina en el abandono irresponsable del cónyuge y de los hijos, si los hay. Simplemente “nos vamos”. A eso se le llama, con frecuencia, “rehacer la vida”, como si la vida pudiera “volverse a hacer”.

Enfrentar el problema. Las dos opciones anteriores son salidas más o menos fáciles al problema, pero no son soluciones. Una herida no sana con simplemente olvidarla, además, no es tan fácil olvidar algo que duele, que molesta día con día. Puedes tomar analgésicos, puedes hacer como si no pasara nada; pero si no la tratas con los medicamentos adecuados, corres el riesgo de una infección y algo peor. La infidelidad en el matrimonio es una herida dolorosa, y grave también. Es como una bala cerca del corazón, o una puñalada profunda en alguna parte del cuerpo; perdonando lo cursi. Solucionar una herida, por cuan grave sea, amputando la parte herida, no es precisamente una solución, o eliminar a un herido porque recibió una bala tan sólo a unos

milímetros del corazón, tampoco es solución. Suena más bien a una salida tragicómica.

¿Se puede sanar una infidelidad? Si están dispuestos los dos, ciertamente se puede. Muchos lo han logrado, pero hay algunas condiciones que conviene tener en cuenta.

1.Cortar con determinación e inmediatamente la relación de infidelidad. No se vale “pedir tiempo” porque es difícil hacerlo de un día para otro. Hay quienes tienen el descaro de pedir unas semanas o unos meses. Una infidelidad no se supera “dejándola poco a poco”… De nada sirve que el ofendido perdone si no hay disponibilidad de cambio por parte del otro.

2. Acudir inmediatamente con un especialista. Por la vergüenza de lo acontecido se tiende a callar y guardar la ofensa, y la herida se infecta, el dolor se acrecienta inexorablemente y causa estragos en la afectividad de los cónyuges. Rencor, coraje, rechazo, desconfianza y celos son algunas de las peores bacterias que pueden llevar a la muerte de la relación. Un buen especialista puede evitar que esto suceda, un orientador matrimonial, un psicólogo, un orientador espiritual, un amigo bueno y sensato; cualquiera de estas personas puede ser determinante para evitar el

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