Liahona Mayo 2010

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la fe en el plan del Padre para nuestra inmortalidad y vida eterna; la fe en la expiación y la resurrección de Jesucristo, lo cual da vida a este plan de felicidad; la fe para hacer del evangelio de Jesucristo nuestro estilo de vida; y la fe para llegar a conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien [Él ha] enviado” (Juan 17:3). La palabra de Dios, como dijo Alma, es como una semilla que se planta en nuestro corazón, la cual produce fe a medida que empieza a crecer en nuestro interior (véase Alma 32:27–43; véase también Romanos 10:13–17). La fe no se logrará del estudio de textos antiguos como actividad estrictamente académica. No provendrá de excavaciones ni de descubrimientos arqueológicos; no provendrá de experimentos científicos; ni siquiera provendrá por presenciar milagros. Esas cosas pueden servir para confirmar la fe, o a veces para ponerla a prueba, pero no la crean. La fe viene por el testimonio del Espíritu Santo a nuestra alma, de Espíritu a espíritu, al escuchar o leer la palabra de Dios. Y la fe madura al seguir deleitándonos en la palabra. Los relatos de las Escrituras sobre la fe de otras personas sirven para fortalecer la nuestra. Recordamos la fe de un centurión que permitió que Cristo sanara a su siervo sin siquiera verlo (véase Mateo 8:5–13), y la curación de la hija de la mujer gentil porque esa humilde madre estuvo dispuesta a aceptar, por así decirlo, incluso las migajas de la mesa del Maestro (véase Mateo 15:22–28; Marcos 7:25–30). Oímos el lamento del sufrido Job: “…aunque él me matare, en él confiaré” (Job 13:15), y lo oímos profesar: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo. .. [y] aún he de ver en mi carne a Dios” (Job 19:25–26). Cobramos valor al escuchar la determinación de un tierno y joven profeta, odiado e implacablemente perseguido por tantos adultos: “…había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo” (José Smith—Historia 1:25). Debido a que las Escrituras exponen la doctrina de Cristo, van acompañadas

del Espíritu Santo, cuya función es dar testimonio del Padre y del Hijo (véase 3 Nefi 11:32). Por lo tanto, el enfrascarnos en las Escrituras es una forma en que recibimos el Espíritu Santo. Naturalmente, el Espíritu Santo es quien da las Escrituras en primer lugar (véase 2 Pedro 1:21; D. y C. 20:26–27; 68:4), y ese mismo Espíritu puede testificarnos a ustedes y a mí de la veracidad de ellas. Estudien las Escrituras de manera detenida y deliberada. Mediten en ellas y oren al respecto. Las Escrituras son revelación y brindarán revelación adicional. Consideren la magnitud de nuestra bendición de tener la Santa Biblia y unas 900 páginas adicionales de Escritura, incluso el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Luego consideren que, además, las palabras que hablan los profetas cuando son inspirados por el Espíritu Santo en ocasiones como ésta, a las que el Señor llama Escritura (véase D. y C. 68:2–4), fluyen hacia nosotros casi constantemente por televisión, radio, internet, satélite, CD, DVD y material impreso. Supongo que nunca en la historia se ha bendecido a un pueblo con tal cantidad de escritos sagrados, y no sólo eso, sino que todo hombre, mujer y niño puede poseer y estudiar su

propio ejemplar personal de estos textos sagrados, la mayoría en su propio idioma. ¡Qué increíble le habría parecido tal cosa a la gente de la época de Guillermo Tyndale y a los santos de dispensaciones anteriores! Ciertamente, con esta bendición, el Señor nos está diciendo que la necesidad de que recurramos constantemente a las Escrituras es más grande que en cualquier época anterior. Ruego que nos deleitemos continuamente en las palabras de Cristo, las cuales nos dirán todas las cosas que debemos hacer (véase 2 Nefi 32:3). He estudiado las Escrituras, las he escudriñado, y en esta víspera de Pascua de Resurrección, les doy mi testimonio del Padre y del Hijo tal como se revelan Ellos en las Santas Escrituras, en el nombre de Jesucristo. Amén. ■ NOTAS

1. Se consultaron las siguientes fuentes acerca de Guillermo Tyndale: David Daniell, The Bible in English, 2003, págs. 140–157; Lenet Hadley Read, How We Got the Bible, 1985, págs. 67–74; S. Michael Wilcox, Fire in the Bones: William Tyndale, Martyr, Father of the English Bible, 2004; John Foxe, The New Foxe’s Book of Martyrs, 1997, págs. 121–133; William Tyndale, http://en.wikipedia.org/wiki/William_Tyndale, accedido el 28 de febrero de 2010. 2. Véase entrevista de Richard Neitzel Holzapfel en el artículo de Michael De Groote “Questioning the Alternative of Jesus”, Deseret News, nov. 26, 2009, M5.

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