Liahona Noviembre 2004

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mañana, escuché mi buzón de voz y el primer mensaje decía: “¡Vamos papá… ni yo me lo creo!”. ¿Por qué les digo todo esto? Al ver a mi hijo leer el Libro de Mormón, empecé a notar un cambio especial en él mientras se preparaba para entrar en el Centro de Capacitación Misional. Aquella experiencia ha afirmado a mi hijo en el Evangelio de Jesucristo. Recuerdo una experiencia que tuve con un líder de zona en Inglaterra, que se me acercó durante el almuerzo en una conferencia de zona y me dijo: “Estamos enseñando a una mujer que es ciega y casi sorda y que quiere saber si el Libro de Mormón es verdadero. ¿Qué podemos hacer?”. En ese momento no supe qué contestarle, así que le dije: “Se lo diré después de la conferencia”. Durante la sesión de la tarde recibí la clara impresión de cómo ayudar a aquella mujer. Después de la reunión 96

le dije al líder de zona: “Invite a la hermana a sostener el Libro de Mormón y a pasar las páginas lentamente. Cuando lo haya hecho, pídale que pregunte si es verdadero”. Si bien no podía leer ni oír, sintió el espíritu y el poder del Libro de Mormón, lo que cambió su vida. He aprendido a amar el mensaje del Libro de Mormón. A fin de ayudarles a sentir el poder y el espíritu de ese libro, y ayudarles en su trayecto, o eso espero, permítanme extenderles tres invitaciones. Primero. Deseo referirme al relato de Helamán y sus 2.060 hijos. “Y mientras que el resto de nuestro ejército se encontraba a punto de ceder ante los lamanitas, he aquí, estos dos mil sesenta permanecieron firmes e impávidos. “Sí, y obedecieron y procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe; y me acordé de las palabras que, según

me dijeron, sus madres les habían enseñado. “Y su preservación fue asombrosa para todo nuestro ejército… Y lo atribuimos con justicia al milagroso poder de Dios, por motivo de su extraordinaria fe en lo que se les había enseñado a creer” (Alma 57:20–21, 26). Si les preguntara quiénes enseñaron a estos jóvenes guerreros, todos sabrían la respuesta: sus madres. Mi primera invitación es que averigüen qué les enseñaron sus madres. Segundo. Todos conocemos las enseñanzas de Alma sobre la fe, cuando retó a la gente: “Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros… “Compararemos, pues, la palabra a una semilla. Ahora bien, si dais lugar


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