Liahona Noviembre 2004

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REUNIÓN GENERAL DE LA SOCIEDAD DE SOCORRO 25 de septiembre de 2004

El pertenecer es nuestra sagrada primogenitura B O N N I E D. PA R K I N Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Les testifico que en verdad son parte de ella, que ustedes pertenecen a la Sociedad de Socorro que es el redil del Buen Pastor para las hermanas.

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ermanas, me regocijo por estar juntas en esta ocasión. ¡Gracias por sus incontables actos caritativos, por el progreso constante de sus testimonios, por las muchas comidas que llevan a los demás! ¡Ustedes marcan la diferencia y son la luz del sol para el alma! En estos tiempos peligrosos, hallo consuelo en la promesa de que “si [estamos] preparados, no temer[emos]”1. La Sociedad de Socorro nos ayuda a estar preparadas, no sólo

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temporal, sino espiritualmente. ¡Pero la Sociedad de Socorro no puede ayudarnos en nuestra preparación sin nuestra participación! Me preocupa que algunas de ustedes sientan que no encajan en la Sociedad de Socorro, que no pertenecen a ella. Ya sea que nos consideremos muy jóvenes o muy de edad, muy ricas o muy pobres, muy inteligentes o muy poco instruidas, ¡ninguna de nosotras es tan diferente que no pueda pertenecer a ella! Lo que más deseo es que cada una de ustedes sienta que en verdad encaja, que pertenece. Les testifico que en verdad son parte de ella, que ustedes pertenecen a la Sociedad de Socorro que es el redil del Buen Pastor para las hermanas. Me compenetro con el presidente Joseph F. Smith, cuando dijo en 1907: “En la actualidad se da mucho el caso de que nuestras hermanas jóvenes, vigorosas e inteligentes piensen que sólo las de más edad han de estar vinculadas con la Sociedad de Socorro”; y añadió: “Eso es un error”2. Hace poco, visité Etiopía y conocí a Jennifer Smith. Si alguna mujer podía decir que no pertenecía a la

Sociedad de Socorro, ésta era la hermana Smith. Ella dijo: “Era tan diferente a las otras hermanas de nuestra rama. El idioma, la ropa, la cultura, todo parecía ser una brecha entre nosotras. Pero, cuando hablábamos del Salvador… la brecha disminuía. Cuando hablábamos de un amoroso Padre Celestial… ya no había brecha”; y siguió diciendo: “No podemos cambiar ni quitar las cargas de los demás, pero sí podemos incluir y hacer pertenecer a cada una con amor”3. Aquellas hermanas encontraron paz en Sión al llegar a ser una en corazón y voluntad4; porque, como dice el Señor: “si no sois uno, no sois míos”5. El presidente Hinckley ha dicho que si “nos unimos y hablamos con una voz, [nuestra] fortaleza será incalculable”6. Como hermanas en Sión, ¿de qué manera llegamos a ser una? De la misma forma en la que pertenecemos a nuestro cónyuge o a nuestra familia: compartimos lo que somos, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestro corazón. En un barrio, las madres presentan a sus hijas a la Sociedad de Socorro en una reunión dominical cuando cumplen dieciocho años. Una madre expresó con ternura la forma en que las hermanas de la Sociedad de Socorro la habían fortalecido desde el principio de su matrimonio: “Me han llevado alimentos y abrazos en los momentos tristes; y risa y apoyo para celebrar. Me han enseñado el Evangelio al visitarme y permitirme que las visite; me han dejado cometer errores y han tenido paciencia”. La madre le explicó a la hija que las margaritas de su jardín se las había llevado Carolyn; las azucenas, Venice; los ranúnculos, Pauline. La hija estaba asombrada y la madre agregó: “Estas mujeres son mis hermanas en todo el sentido de la palabra y estoy agradecida por traerte bajo su cuidado”. La variedad en un jardín es lo que contribuye a su belleza: necesitamos margaritas, azucenas y ranúnculos; necesitamos jardineros que rieguen, nutran y brinden cuidado.


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