REVISTA DE INVESTIGACIONES PSICOLOGICAS

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se manifiesten dichas dimensiones en un individuo concreto. Dodge (1985) ha señalado que los jóvenes agresivos están propensos a interpretar las situaciones interpersonales ambiguas como hostiles, de modo que para un niño agresivo la acción agresiva es en realidad un acto de castigo o represalia. Pero el acto agresivo provoca el rechazo de los compañeros, de modo que en el niño agresivo se acrecienta la creencia de que el medio es hostil. Sin embargo, como Bueno (2000) ha argumentado, las interpretaciones o atribuciones erróneas que realiza el individuo son parte del comportamiento de agresión, no su causa. Pero, como indican Kazdin & Buela-Casal (1994), es de gran importancia la identificación de los factores de riesgo más útiles para propósitos preventivos. Entre los factores de riesgo más comunes para el desarrollo de comportamientos antisociales se encuentran el consumo de sustancias; la impulsividad, las actitudes hacia la violencia; presencia de problemas de conducta desde la niñez; las prácticas inadecuadas de comunicación e interacción dentro de la familia; el soporte social basado en los compañeros más que en la familia y la presencia de problemas escolares y abandono de la escuela (Bueno, 2000; Loeber, 1990; Kazdin & Buela Casal, 1994). González, García & Tapia (2002) ponen a prueba un modelo ecológico como marco teórico explicativo de la antisocialidad juvenil. 204 jóvenes mexicanos que cursaban la educación secundaria o preparatoria contestaron un cuestionario con preguntas acerca de la violencia intrafamiliar, su conducta antisocial, la ingesta de alcohol de sus madres, los problemas de conducta escolar, algunas características del ambiente familiar, escolar y del barrio y las actitudes acerca de la violencia. Los datos fueron analizados a través de un modelo estructural en el cual las variables investigadas constituyeron factores e índices que representaban a los niveles de la teoría ecológica. Los resultados mostraron que el microsistema tuvo un efecto directo en la conducta antisocial de los menores, el exosistema mostró un efecto también directo en el microsistema y por lo tanto uno indirecto en la conducta antisocial de los menores, y el macrosistema tuvo un efecto directo en el exosistema y uno indirecto en la antisocialidad de los jóvenes. González, García & Tapia (2002) en otra investigación sobre trastornos de conducta antisocial en niños y adolescentes en una muestra de 240 sujetos, señalan que los resultados obtenidos, en una fase preliminar, indican que de los sujetos evaluados un 5.83 % presentan conductas antisociales, lo cual se ajusta a resultados obtenidos en otras investigaciones. Muñoz, Navas & Graña (2005) en un estudio que tuvo por objetivo analizar la influencia y el peso diferencial de determinadas variables psicológicas en la conducta antisocial de los adolescentes. Para ello

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utilizaron una muestra de 1.851 adolescentes de ambos sexos (49,92 % hombres y 50,08 % mujeres) de la Comunidad Autónoma de Madrid. Realizaron varios análisis de regresión por pasos teniendo en cuenta tres grupos diferentes de edad (14-15, 16 y 17-18 años) con las variables criterio confirmaron que los principales factores de riesgo psicológicos para explicar la conducta antisocial eran variables vinculadas al constructo búsqueda de sensaciones (desinhibición, impulsividad, búsqueda de excitación, etc.), mientras que los factores de protección estaban representados por variables como la empatía y la práctica religiosa. Algunos autores señalan que la conducta antisocial suele aparecer en niños de familias marginales o muy inestables. En una investigación realizada por la Policía Nacional (1997; referido por Ugarriza, 1999) encontraron que el 80% de los niños en estado de peligro moral y los que han cometido algún delito provenían de hogares mal constituidos; sólo el 20% de los niños tenían un hogar estable. Sin embargo, Dughi (1996), en un trabajo publicado por la UNICEF, señala que, cualquiera sea el contexto histórico social en que se le examine, la familia debe cumplir cuatro tareas esenciales: 1. Asegurar la satisfacción de las necesidades biológicas del niño y complementar sus inmaduras capacidades de un modo apropiado en cada fase de su desarrollo evolutivo. 2. Enmarcar, dirigir y canalizar los impulsos del niño con miras a que llegue a ser un individuo integrado, maduro y estable. 3. Enseñarle las funciones básicas, así como el valor de las instituciones sociales y los modos de comportarse propios de la sociedad en que vive, constituyéndose en el sistema social primario. 4. Trasmitirle las técnicas de adaptación de la cultura, incluido el lenguaje. A la familia como sistema se puede estudiar desde tres perspectivas básicas: la estructural, la funcional y la evolutiva. Estructuralmente la familia es un conjunto de demanda funcionales que organizan los modos en que interactúan sus miembros y contemplan aspectos de su organización, tales como: subsistemas, límites, roles y jerarquía (Minuchin, 1990). Desde el punto de vista funcional, se enfocan los procesos y patrones de interacción a través de los cuales la familia cumple con sus funciones afectivas e instrumentales. Desde la perspectiva del desarrollo evolutivo se identifican los estadíos propios del ciclo de vida de la familia, las características y tareas típicas de cada estadío y los patrones transaccionales desde los cuales se van dando su evolución. Olson (1985), define la Satisfacción Familiar a través de la interacción entre la cohesión y adaptabilidad. Es decir considera que una familia es satisfecha en la me-

Universidad Nacional Federico Villarreal


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