ProyecciónEs Morelos Num 14

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Sigue vigente el ideario de Zapata a 133 años de su muerte a traición Cruz Pérez Herrera

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Emiliano Zapata Salazar, el más destacado revolucionario de Morelos, nació el ocho de agosto de 1879 en Anenecuilco y murió fusilado en Chinameca, el 10 de abril de 1919. Fue el penúltimo de 10 hijos de Cleofas Salazar y Gabriel Zapata, un hacendado mestizo que entrenaba caballos. Quedó huérfano a los 17 años de edad. Quienes lo conocieron en su niñez cuentan acerca de una experiencia que por siempre marcó su vida: cuando Zapata tenía nueve años, vio a su padre llorar porque la autoridad injustamente se había adueñado de las tierras comunales de su pueblo. Zapata juró que esto no sucedería de nuevo, y que recuperarían las tierras perdidas. La reforma agraria fue su meta desde entonces. Los historiadores consignan que desde muy joven, Zapata se destacó por sus cualidades de liderazgo y su amor por los caballos; su mayor placer consistía en cabalgar sobre el lomo de su caballo preferido usando botas y espuelas nuevas y de buena calidad. A pesar de ello, Zapata nunca perdió su sencillez. Hablante de náhuatl y de español por igual, el dirigente revolucionario gozaba de un gran respeto por parte del campesinado del sur. En 1897 Zapata fue arrestado por participar en una protesta contra la usurpación de tierras campesinas. Al ser perdonado continuó agitando a los indígenas de la región, por lo que fue incorporado al noveno Regimiento del ejército, bajo el mando directo de Ignacio de la Torre, yerno del presidente Porfirio Díaz. En 1909 fue elegido presidente de la junta de defensa de las tierras de Anenecuilco. Pocos meses después, concurrió a una reunión en Villa de Ayala donde comentó el Plan de San Luis, y el 10 de marzo de 1911, también desde Villa de Ayala, se lanzó a la lucha revolucionaria junto con otros 72 campesinos. Su consigna, “Tierra y Libertad”, ha sido la más famosa de sus frases. Cabe recordar que cuando la Revolución Mexicana llegaba a su apogeo. Francisco I. Madero, un terrateniente del norte, había perdido las elecciones de 1910 frente al dictador Porfirio Díaz y huido hacia Estados Unidos, donde se proclamó presidente y

retornó a México. Zapata decidió apoyar a Madero, y en 1911, sitiaron la ciudad de Cuautla y cerraron el camino hacia la capital. Una semana más tarde, Porfirio Díaz huyó del país y designó a un presidente sustituto. Mientras tanto, Emiliano Zapata y un ejército de cinco mil hombres tomaron la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Para algunos Emiliano Zapata fue simplemente un revolucionario sangriento. Pero para otros es un personaje interesante, una figura histórica de proporciones míticas. Fue uno de esos líderes mesiánicos que se convirtió en encarnación de sentimientos colectivos y que por corto tiempo arrasó la faz de la tierra transformándola. La guerra de Emiliano Zapata fue una guerra de reivindicación agraria cuyas raíces estaban en antiguos arquetipos de la “madre tierra”. En unos pocos meses, luego de haber sido llamado por los líderes de su pueblo porque necesitaban a alguien “que se pusiera los pantalones” para luchar contra la inescrupulosa usurpación de las tierras de labranza de la comunidad (que necesitaban para sobrevivir) por parte de los grandes hacendados, el joven de 31 años se había convertido en el “general Zapata”, en el símbolo de una utopía de orden religioso a quien todos seguían con fervor. Sobre su muerte se afirma que Jesús Guajardo le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza y que estaría dispuesto a unirse a él. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se las dio al fusilar a aproximadamente 50 soldados federales, con consentimiento de Carranza y Pablo González, y ofrecerle a Zapata armamento y municiones para continuar la lucha. Así, acordaron reunirse en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919. El coronel Guajardo fue nombrado general y recompensado con 52 mil pesos.


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