EL HOMBRE QUE CONFUNDIÓ A SU MUJER CON UN SOMBRERO

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necesario, como da a entender Head, quizás tengamos que ser hombres y no perros (3). Y sin embargo la experiencia de Stephen D. nos recuerda, como el poema de Chesterton «El canto de Quoodle», que a veces necesitamos ser perros y no hombres: No tienen, no, narices los hijos caídos de Eva... ¡Ay, para el olor feliz del agua, el recio olor de una piedra!

Postdata He encontrado recientemente una especie de corolario de este caso: un hombre de grandes dotes que sufrió una lesión en la cabeza, que deterioró gravemente sus áreas olfativas (son muy vulnerables en su largo

recorrido

por

la

fosa

anterior)

y,

debido

a

ello,

perdió

completamente el sentido del olfato. Esto le ha sorprendido y desconcertado por sus efectos: «¿El sentido del olfato?» dice. «Nunca había reparado en él. No sueles reparar en él normalmente.

Pero

cuando

lo

perdí...

fue

como

quedarse

completamente ciego. La vida perdió mucho de su sabor... uno no se da cuenta de hasta qué punto el «sabor» es olor. Uno huele a las personas, huele los libros, huele la ciudad, huele la primavera... puede que no lo haga uno conscientemente, sino como un telón de fondo inconsciente y espléndido de todo lo demás. Todo mi mundo se empobreció radicalmente de pronto... » Había una sensación intensa de pérdida, y una sensación intensa de anhelo, una verdadera osmalgia: un deseo de recordar el mundo de olores al que no había prestado ninguna atención consciente, pero que había constituido, ahora lo comprendía, el fundamento mismo de la vida. Y luego, unos meses más tarde, para su asombro y gozo, su café matutino favorito, que se había hecho «insípido», empezó a recuperar el sabor. Probó entonces la pipa, llevaba meses sin tocarla, y captó


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