ELENA DE TROYA

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Epílogo

Una de mis posesiones más preciadas es un ejemplar dedicado de Helen of Troy, de Jack Lindsay, en el cual confía a su amigo: «Después de acabar Cleopatra, Constable me sugirió otro libro sobre una famosa heroína antigua, pero ninguna tenía la misma fama que Cleopatra. Al final, ellos mismos sugirieron a Helena, al parecer sin ser conscientes de que no era una figura histórica, en el mismo sentido que Cleopatra. Pero me encantó el tema y nunca planteé esta cuestión». Como el señor Lindsay, yo también he ido a Helena de Troya desde Cleopatra, y tenía la impresión errónea de que era una figura igualmente histórica. No es así. No tenemos ninguna corroboración ni prueba de que existiera jamás una Helena de Troya... ni un Agamenón, ni un Menelao, ni un Aquiles o un Paris. Entre los estudiosos, hay acalorados debates sobre Homero, y aunque existe un lugar real con una Troya histórica, se discute si tuvo lugar alguna vez realmente lo que podemos llamar la guerra de Troya. Como Camelot, Troya está empapada en magia. Es posible que tuviese su fundamento en personas reales, pero la Troya que «conocemos» es mitológica. Quizás hubiese realmente un Arturo, un caudillo celta de poca importancia en los días del declive de la Bretaña romana, y quizá sí que hubiera alguna limitada y fea guerra comercial entre unos cuantos protogriegos y una pequeña ciudad fortificada en Asia Menor. Pero la guerra de Troya no tiene nada que ver con todo eso en nuestra mente. La grandeza de la guerra de Troya ha venido a representar la guerra en todas sus facetas: tanto la gloria como la espantosa destrucción. Actúa como paradigma de todas las guerras. De modo que, aunque Helena no sea real en el sentido habitual del término, sigue habiendo fronteras que deben ser respetadas. El periodo histórico en el que ella vivió y en el que tuvo lugar la guerra de Troya es el periodo de la civilización micénica en el Peloponeso, en Grecia. Tenemos ciudadelas, palacios y puentes todavía en pie de aquella época, y también artefactos, de modo que es posible situar a los personajes en un entorno real. Contamos con las descripciones de los personajes, no sólo en Homero, sino en los escritos más amplios que cubren la guerra de Troya (La Ilíada, de Homero, sólo describe siete semanas de la guerra, en el décimo año, mientras que la Odisea resume brevemente la caída de Troya). Otros escritos, conocidos como el Ciclo Épico, rellenan la historia completa, desde el Juicio de Paris, cuando realizó la fatídica elección que le condujo hasta Helena, siguiendo con el destino de los héroes de la guerra, muchos años después. La Eneida contiene vívidos detalles de la caída de Troya, y algunos poemas líricos griegos también suministran información. Quinto Esmírneo (Quinto de Esmirna), que vivió en el siglo IV d.C., recoge el relato donde termina la Ilíada, con la muerte de Héctor y la partida de los griegos, en su Posthomerica, también conocida como La caída de Troya. Más tarde, los escritores medievales añadieron otros episodios; finalmente, Chaucer, Shakespeare y Marlowe escribieron también sus historias troyanas, que culminaban con la famosa frase: «¿Y éste es el rostro que lanzó mil barcos?». Así, la última descripción de Helena fue escrita no por un antiguo griego que hubiese visto su rostro, sino por un poeta isabelino, Marlowe, que sólo la imaginó. Para ser personas que quizá no existieron nunca, los personajes de la guerra de Troya tienen unas personalidades de excepcional colorido, inolvidables. Por eso «sentimos» que son tan reales, y por eso deseamos con tanta fe que sean reales. Hablan directamente con nosotros, y nosotros creemos en ellos. De modo que he decidido obrar como si todos hubiesen sido reales y hubiesen vivido de verdad, y como si sólo se hubiesen perdido los documentos de identidad oficiales que lo confirman. Quizás algún día los encontremos. Eso espero, ya que parecen muy vivos. He colocado a los personajes en su adecuado entorno histórico y he intentado ser lo más precisa posible. Por ejemplo, Helena era hija del rey y de la reina de Esparta, y la corona pasaba por línea materna, de modo que era Helena quien le otorgaba el trono a Menelao. Esparta, en aquel tiempo, no era «espartana» en el sentido que damos ahora a la palabra, sino más bien lo contrario: allí florecían la literatura y la música. Homero sólo cita la escritura una vez en la Ilíada, y aunque había inventarios de palacio en un manuscrito griego realmente antiguo, el Lineal B, no se han descubierto cartas de aquella época, de modo que a menos que sea absolutamente necesario (o forme parte de la leyenda, como cuando Paris escribe su nombre en el vino en una mesa) mis personajes no escriben cartas. El oráculo de Delfos quizá no hubiese estado plenamente desarrollado en tiempos de Homero (aunque los personajes de la serie troyana lo visitaban), pero la sibila Herófila, que predijo la guerra de Troya, ciertamente sí que estaba allí en aquella época. En Homero no aparecen jinetes, pero sabemos que los acróbatas realizaban sus números a lomos de caballos, y Quinto de Esmirna recoge un episodio en el que aparecen jinetes, que yo he conservado. El símbolo griego, los Juegos Olímpicos, no existía todavía, pero las competiciones atléticas locales eran muy populares e importantes ya en esa época. Además de la realidad histórica de los personajes, surgían otros dos problemas a la hora de tratar esta historia. La primera tenía que ver con la mitología; la segunda, con el tono y la voz. Ambos son graves obstáculos para el autor y para el lector moderno. ¿Aceptar la mitología o dejarla fuera? En el relato original de la historia, los dioses son personajes principales, igual que los humanos. Existen dos niveles de drama: los humanos, que más o menos son juguetes de los dioses, y los dioses, que los miran desde arriba y representan sus propias luchas de poder con sus indefensas marionetas. Una discusión entre tres diosas sobre quién era la más hermosa condujo a la historia de amor entre Helena y Paris. Determinados dioses se alineaban con cada bando en la guerra de Troya; Atenea, Hera y Poseidón estaban del lado de los griegos; Apolo, Afrodita y Ares, del lado de los troyanos. Además, muchos de los humanos tenían un padre divino (Aquiles, Eneas, Helena), de modo que sus padres se implicaban en su protección. ¿Qué se puede hacer con todo eso? Eliminar a los dioses por completo hace que se desmoronen todas las motivaciones, pero, para nosotros, el hecho de que los dioses se peleen y se engañen unos a otros resulta caricaturesco y resta seriedad a la historia. He decidido mantener a los dioses «a nivel individual», pero no representar lo que estaba ocurriendo en el monte Olimpo. En primer lugar, como la historia está contada desde el punto de vista de Helena, ella no podía estar al tanto de todo eso. Pero, en el mundo moderno, la gente sigue teniendo contacto con sus dioses, todavía les reza y busca orientación en ellos, y a menudo nota su presencia. También he decidido dejar intacta la idea de tener un dios como pariente. Así, Helena es la hija de Zeus, que llegó a su madre en forma de cisne, aunque ella no nació de un huevo. Después de todo, aquella gente creía en tales parentescos. Esto era cierto incluso en tiempos de Alejandro Magno: el oráculo de Siwa le reveló que era hijo de Amón, y él lo asumió y se lo creyó. El tono a la hora de contar la historia es otro asunto. Para materias tan elevadas parece que se requeriría un tono heroico, pero de nuevo esto podría resultar cómico para nosotros, hoy en día. Por otra parte, el uso moderno del argot, en un intento de hacer a los personajes más accesibles, rebaja la historia. De alguna manera, no parece correcto. Al ser mitológicos, debían ser un poco más elevados. De modo que he intentado mantener una forma de hablar y un lenguaje dignificado, y un poco «ajeno», sin resultar pomposo. Me he tomado la libertad de usar términos reconocibles para las personas de hoy en día, como «los griegos», en lugar de «los aqueos» o «los dánaos», para evitar confusiones u oscuridad. También faltan dos personajes asociados en ocasiones con la historia: Crésida y Teseo. Crésida, al parecer, es una invención tardía de la tradición romántica medieval y que no se encontraba en la historia original, y que incluye a Troilo. Teseo, del mismo modo, es un añadido posterior, ya que los atenienses, que no participaron en la guerra de Troya, ese gran momento


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