ELENA DE TROYA

Page 224

aquello? —No me importa qué medios tenga que usar para matarle, no me importa nada del honor ni de la costumbre. Lo único que quiero es que muera. Si tiene que ser con un vestido contaminado o con una flecha empapada en veneno, ¿qué importa? El noble Héctor se enfrentó a él con justeza y murió. Yo mataré a Aquiles. Él caerá por mi mano. —Me cogió las manos, las besó—. ¿Comprendes lo que digo? Le mataré. Si yo muero y si alguien me llama deshonroso por la forma que tuve de matarlo, ¿tengo tu promesa de que nunca te avergonzarás de mí? Le miré. —Es imposible que me sienta avergonzada de ti alguna vez. —Parece que tú y yo hemos traído la muerte con nosotros a Troya —dijo—. ¿Nos enfrentaremos a ella con fortaleza o nos acobardaremos y nos esconderemos? —Me atrajo hacia él—. Helena, quiero vivir contigo hasta que la vejez nos alcance y nos separe al uno del otro. Pero esta guerra... La guerra que nosotros habíamos traído, pensé yo. No podíamos dejar que Príamo y Andrómaca y Troilo pagaran el precio por nosotros. —Nuestra guerra —dije—. Es muy adecuado que muramos en ella. —Entonces, lo comprendes de verdad. —Comprendo que hemos atraído todo esto sobre nuestras cabezas y las cabezas de los demás. Oh, Paris, deberíamos haber navegado muy lejos de Troya, como dijimos... —Si hubiera podido cambiar la vela de aquel barco... —Pero no lo hicimos. Estamos aquí. Y aquí debemos resistir. La noche había pasado lentamente. Por la mañana me levanté y vi una mancha larga y roja que marcaba las piedras debajo de uno de mis joyeros. Sabía lo que era antes de examinarlo: el broche rezumante de Menelao lloraba sus lágrimas de sangre por los muertos. No valía la pena ir a buscar un trapo para limpiarlo, porque la mancha no se desvanecería hasta que terminase aquella guerra, tal y como pretendía Menelao. Los días siguientes no parecieron días, sino noches perpetuas. Cuando los recuerdo, sólo veo antorchas, sombras, guardias nocturnos, murciélagos, tinieblas y rincones oscuros. Parecía que el sol no volvería a brillar nunca. Héctor había muerto y Troya se sumergía en la noche eterna. Habían pasado ocho noches desde que los fuegos funerarios ardieron por Patroclo. Los juegos se habían celebrado, y los huesos de Patroclo se habían reunido y permanecían colocados en una urna de oro. Pero el odio de Aquiles se alimentaba de sí mismo y crecía, más que extinguirse como la pira. Príamo se había encerrado en su palacio, insomne y medio loco. Sabía que Aquiles estaba deshonrando el cuerpo de Héctor manteniéndolo atado a su carro y conduciéndolo en torno a la pira funeraria con regocijo. ¡Ocho días! Aquella noble forma habría empezado a descomponerse, y al aire libre, donde todo el mundo podía verlo. Los mensajeros de Príamo eran despachados y su oferta de rescate por el cuerpo fue recibida con risas. —Le dije al propio Héctor que no aceptaría rescate por su cuerpo ni siquiera por su peso en oro, no bronce sino oro puro. ¡Hasta veinte veces su peso! Lo tendrán las aves, y lo que quede se lo daré a los perros. —Una risa salvaje resonó en el casco del mensajero, y Aquiles corrió a su carro y lo sacó, con Héctor arrastrando detrás—. ¡Mira hasta hartarte! —chilló, azuzando a sus caballos. Paris y Deífobo intentaron hacer un trato con Aquiles, pero Príamo se lo prohibió. —¡Y no desobedezcáis como vuestros dos hermanos muertos! —dijo—. Nadie debe ir más que yo. Los ruegos de Hécuba, las súplicas de Andrómaca, las advertencias de Heleno, nada consiguió disuadirle. Príamo se despojó de todas sus vestimentas reales y fue a suplicar a Aquiles. —Si me mata, sea. Ya estoy muerto, ya que debo hacer lo que nadie ha tenido que soportar nunca...: besar la mano del hombre que ha matado a mis hijos. Así que dejadme morir después. La novena noche salió conduciendo él mismo una carreta con mulas. Las puertas se abrieron ante él y la carreta bajó por la llanura, dirigiéndose por el sendero entre los campos y a través del vado del Escamandro. Llevaba dos antorchas montadas a cada lado de la carreta, y vimos que sus puntas llameantes se volvían cada vez más débiles hasta que desaparecieron en la noche. Se encaminaba él mismo directamente hacia el corazón del enemigo.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.