ELENA DE TROYA

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XXXIV

Fuimos con el carro por aquí y por allá, buscando por un camino y luego por otro, y dando la vuelta en torno a Troya. Mientras la rodeábamos, vi que Troya era más elevada por el lado que daba al mar, donde el acantilado de piedra se alzaba desde la llanura. Por los otros lados, la pendiente era más suave; por el sur, casi era totalmente plana. Ése era el camino por el que habíamos entrado en Troya la primera vez, por la enorme puerta cubierta. Recordé lo nerviosa que estaba..., ¿sólo habían pasado dos días? —Esto debe de tener un nombre —dije. —Es la puerta Dardania —dijo—. La del sur, la que conduce al país de Eneas, y recto hasta el monte Ida..., el umbral de Zeus. —Se rio—. A veces la llamamos también puerta del Mercado, ya que es la más ajetreada. Pero ¿por qué no me preguntas por la misma que todo el mundo, la puerta que está junto a la famosa Gran Torre de Ilión? —Muy bien. Cuéntame. —Es la puerta Escea. Es la que usan los guerreros cuando salen de la ciudad. —¿Por qué sólo ésa? —Ah, es una tradición. Aunque es el camino más rápido para que un carro llegue a la llanura. Por eso —me atrajo hacia él como confidente —, vamos por ahí ahora. Se suponía que no debíamos hacerlo, pero... La torre. La Gran Torre. ¿Por qué no me había llamado la atención antes? Se alzaba por encima de todo lo demás, como un gigante. —«Las torres sin coronar de Ilión» —dije. —¿Cómo? —Paris me miró extrañado—. ¿Qué quieres decir con eso de sin coronar? —Pues no lo sé..., la frase me ha venido a la mente —dije, y no por primera vez. «Y ardieron las torres sin coronar de Ilión.» Ahora había más, otras palabras que procedían de algún lugar lejano, como pasaba a veces—. Nada. —Meneé la cabeza como para librarme de lo que la invadía: brillantes imágenes de llamas, gritos, humo. Sin embargo, la torre permanecía tranquila, sólida a la brillante luz del sol, con los pájaros volando por encima. —Estás preocupada —dijo él entonces—. Por el Rey y la Reina. Por favor, no te preocupes. Que pensara que era eso. No sabía, ni podía explicar tampoco, lo que acababa de ver, relampagueando por un instante en mi mente. —Ese Calcas... —Es un vidente engreído —dijo Paris—. Ya te dije que Troya está llena de adivinos —añadió, y volvió los caballos hacia el lado oriental de la ciudad, donde la muralla se volvía sobre sí misma creando una puerta protegida, casi oculta. —Estamos muy orgullosos de las murallas que tenemos aquí —dijo—. Son las más nuevas, con la mejor piedra. Las que dan al lado oeste son más viejas y débiles, y queremos reforzarlas, pero... el consejo de ancianos..., bueno, son ancianos. Los ancianos pueden ser muy tacaños. Si algo no hace falta mientras ellos viven, no los preocupa en absoluto. —Pero ¿el rey no puede hacer lo que quiera? —Me parecía curioso que no fuera así. —Ciertamente. Pero les hace mucho caso. Él también es viejo, como ya habrás visto. —Se rio y azuzó a los caballos para que fuesen más rápido. El carro dio una sacudida y se balanceó. El sol estaba casi vertical encima de nuestras cabezas, haciendo invisibles los delicados encajes de los muros. —Estas murallas cambian de aspecto según el momento del día —exclamó Paris—. Son mucho más bonitas cuando sale el sol y las sombras se ven más pronunciadas. Había otra gran torre al doblar el recodo, un poco más allá de la puerta oriental. —Es nuestra torre de agua —dijo Paris—. Nuestro pozo principal está muy hondo en su interior, después de un tramo de escalones tallados en la roca. Nadie puede cortarnos el suministro de agua; no tenemos que dejar la ciudad para conseguirla. —Pero ¿y los de la ciudad baja? —Tienen también fuentes y el Escamandro —dijo. —¿Y no podría apoderarse de todo eso el enemigo? —Sí —admitió él—. Pero esa gente podría huir a los campos circundantes en busca de seguridad. Tenemos aliados en todo nuestro contorno: los dardanios, los frigios..., dispuestos a proporcionar ayuda. —Pero ¿y si el enemigo atacase primero a los aliados? —¿Por qué eres tan agorera? Nada está decidido. Los ejércitos vienen, golpean rápidamente y se retiran. No se quedan en el terreno. No pueden. Eso requeriría comida y disciplina, más allá de todo lo imaginable. Y el invierno troyano les haría desistir. El tiempo invernal aquí es duro: humedad, frío, un viento muy intenso, a veces incluso nieve. —Hizo parar a los caballos y se volvió hacia mí—. Pero ahora se aproxima el verano..., ¿tienes que insistir tanto en el invierno? «Pero ahora se aproxima el verano..., ¿tienes que insistir tanto en el invierno?» En aquellas pocas palabras, Paris se describía a sí mismo. Incluso ahora, cuando pienso en él, pienso en el verano y en la calidez que él llevaba consigo como un manto que le envolvía adondequiera que iba. En mi mente, siempre está rodeado de campos floridos, mariposas y brisas suaves. ¡Qué invierno más largo ha sido mi vida sin él! Paris detuvo el carro. —¿Adónde vamos, amor mío? Ya hemos rodeado todas las murallas. —El polvo se iba asentando a nuestro alrededor. «Hemos rodeado todas las murallas.» Un rugido resonaba en mis oídos y oía el estruendo, el estruendo de cascos, oía un carro, oía gritos de aflicción que procedían de las murallas..., pero ¿cuáles? ¿Por qué? Y luego, reemplazando los cascos, ruido de pasos, gente que corría apresurada, pero ¿cuántos? Más de uno, era lo único que sabía. ¡Basta! Me cogí la cabeza entre las manos. ¡Basta! —¿Qué te pasa? —preguntó Paris. —¡Nada! —respondí, desafiante—. ¡Nada! —Levanté la vista. Los muros se erguían silenciosos, nada los rodeaba salvo nosotros. —He traído vino, queso e higos —dijo—. Sentémonos a la sombra, junto a las orillas del Escamandro, y comamos algo. La oscuridad iba en aumento cuando volvimos a la ciudad a través de la puerta Dardania; las grandes puertas estaban cerradas y tuvimos que pedir que nos abrieran. Normalmente no se permitía a nadie que entrase después de ponerse el sol, y las estrellas ya brillaban en la cúpula del cielo. Esperándonos en los aposentos de Paris se encontraba un mensajero de Príamo. —¡Acudid de inmediato ante el Rey! —exclamó.


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