Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

lanceta, ¡y basta!... En cuanto a su tío de usted, era todo un caballero, un verdadero soldado. -Querrás decir un botarate en toda regla -observó con indolencia Basarov. -¡Ay Yevguenii, y qué expresiones gastas!... Sé más benévolo... Sin duda que el general Kirnasov no pertenecía al número de... -Bueno, ¡déjalo en paz! -atajólo Basarov-. Al venir hacia acá, vi con placer tu plantel de arces, que ha crecido maravillosamente. Animóse Vasilii Ivanovich. -¿Y no has visto, además, cómo he puesto mi jardincito? Yo mismo planté árbol por árbol. Y los hay en él que dan frutos y bayas, y también toda suerte de plantas medicinales. Sí; por más que vosotros los jóvenes agucéis el ingenio, tendréis que darle la razón al viejo Paracelso en su In herbis, verbis et lapidibus... Yo, ya lo sabes, dejé la práctica; pero un par de veces por semana necesito sacudirme la vejez. Vienen a consultarme... y no los puedo echar. Vienen los pobres en demanda de ayuda. Porque diz que hoy no hay médicos. Uno de estos vecinos, un mayor retirado, figúrate, a su vez curetea. Yo pregunté: "¿Estudió medicina?" "No -me dijeron-, no ha estudiado; lo hace más que nada por filantropía... ¡Ja..., ja! ¡Por filantropía!... ¡Ja..., ja! -Zedka, tráeme la pipa -ordenó en tono adusto Basarov. -Hay aquí asimismo otro doctorcillo que fue una vez a visitar a un enfermo -siguió diciendo con cierta desesperación Vasilii Ivanovich-, y el enfermo estaba ya ad patres; no lo dejaron pasar, diciéndole: "Ya no hace falta." Él, que no se esperaba aquello, se aturrulló y preguntó: "¡Cómo! Bueno...; pero, dígame, ¿antes de expirar tuvo hipo el barin?" "Sí, lo tuvo." "¿Mucho?" "Mucho." "¡Ah! Entonces está bien" y dió media vuelta y se largó... ¡Ja..., ja! El anciano era el único que se reía. Arkadii sólo esbozaba una sonrisa, y Basarov se contenía. La conversación continuó de aquel modo cosa de una hora. Arkadii diose traza luego de retirarse a su cuarto, el cual parecía un antebaño, pero muy cómodo y limpio. Finalmente, llegó Taniuscha y anunció que la mesa estaba servida. Vasilii Ivanovich fue el primero en levantarse. -Vamos allá, señores -dijo-. Tengan la bondad de perdonarme que les haya aburrido. Puede que la patrona les satisfaga mejor que yo. La comida, aunque rápidamente preparada, resultó muy buena y hasta opípara; sólo el vino anduvo escaso (un jerez casi negro, comprado por Timozeich en la ciudad en una tienda conocida, que sabía unas veces a miel, otras a colofonia), y también las moscas molestaban. Habitualmente, un chico liberto las espantaba con una gran rama verde; pero aquella vez Vasilii Ivanovich habíalo despedido por temor a las censuras de la nueva 96


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