Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

razón; es posible que cada hombre... sea un enigma. Usted, por ejemplo, rehúye la sociedad, se aburre en ella, e invita a su casa a un par de estudiantes. ¿Por qué con su talento, con su belleza, se aviene a vivir aquí, apartada en este lugarejo? -¡Cómo! ¿Qué dice usted? -exclamó con vivacidad Odintsova-. ¿Con mi... belleza? Basarov frunció el ceño. -Eso es igual -refunfuñó-. Yo quise decir que no comprendo bien por qué vive usted en una aldea. -No comprende usted eso... Pero, de algún modo, tratará de explicárselo. -Sí... Supongo que vive siempre en un mismo sitio porque se cuida, porque ama la comodidad, la conveniencia, y todo lo demás le es indiferente. Odintsova volvió a reírse. -Decididamente, no quiere usted que yo sea capaz de entusiasmarme. Basarov miróla de reojo. -Por curiosidad... acaso, pero no por otra cosa. -¿De veras? Bien; ahora comprendo por qué nos hemos reunido; porque usted es como yo. -¿Nos hemos reunido? -murmuró secamente Basarov. -¡Ah, sí!... Olvidaba que quiere irse. Basarov se levantó. Brillaba, opaca, la lámpara en medio del penumbroso, perfumado y solitario aposento; a través de los visillos, que de cuando en cuando se agitaban, filtrábase la incitante frescura de la noche y se oían sus misteriosos murmullos. Odintsova no movía ni uno solo de sus miembros; pero era presa de cierta agitación... Se lo comunicó a Basarov. Este sintióse de pronto a solas con una mujer joven, bellísima... -¿Adónde va usted? -dijo lentamente. No respondió él, y dejóse caer en el asiento. -A propósito: usted me tiene por una criatura feliz, melindrosa, mimada -dijo ella con la misma voz, sin apartar sus ojos de la ventana-. Pero yo sé muy bien que soy desdichada. -¿Desdichada usted? ¿Y por qué?... ¿Puede usted dar alguna importancia a sucios chismorreos? Odintsova frunció el ceño. Le dolía que él la comprendiese así. -Esos comadreos no me afectan, Yevguenii Vasilich, y soy lo bastante orgullosa para no permitirles que me inquieten. Yo soy desdichada porque... no me siento con deseos, con ganas de vivir... Usted me mira, escéptico, piensa: "Eso lo dice una aristócrata que viste toda de encajes y se sienta en sillones de terciopelo." Y no se lo oculto: amo todo eso que usted llama comodidad: pero, al mismo tiempo, tengo muy pocas ganas de vivir. Es 79


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