Padres e hijos

Page 42

Iván Turgueniev

Padres e hijos

si él es ruso, ¿acaso no lo soy yo también? -No; no es usted ruso, después de todo lo que acaba de decir. No puedo tenerle a usted por ruso. -Mi misión es labrar la tierra -respondió con insolente altanería Basarov-. Pregúntele usted al más querido de sus braceros a cuál de nosotros dos, usted o yo, tiene por más patriota. Pero usted ni hablar con él se atreve. -Usted, en cambio, habla con él y lo desprecia al mismo tiempo. -¿Por qué no, cuando se hace digno de desprecio? Critica usted mi actitud; pero ¿quién le ha dicho que ella sea efecto del acaso, que no esté ligada a esa misma alma del pueblo que usted tanto cacarea? -¡Cómo! ¿Que los nihilistas son necesarios? -Necesarios o no..., no hemos de decirlo nosotros. Tampoco usted se tiene por inútil. -¡Señores, señores, por favor, nada de personalizar! -exclamó Nikolai Petrovich, y se levantó. Pavel Petrovich sonrió, y poniendo su mano en el hombro del hermano, obligólo a sentarse de nuevo. -No te inquietes -dijo-. Yo no me acalora, precisamente por efecto de ese sentimiento de dignidad de que con tanta crueldad se burla el señor..., el señor doctor. Permítame -añadió dirigiéndose de nuevo a Basarov-: ¡se figura usted acaso que sus doctrinas son una novedad? Pues si es así, se equivoca. Ese materialismo que usted predica, ha pretendido ya más de una vez abrirse paso, y siempre ha resultado insolvente... -¡Y dale con las pallabras de extranjis! -atajóle Basarov. Empezaba éste a enrabietarse, y su cara tomaba un colorcillo de un rojoplomizo-. En primer lugar, nosotros no predicamos nada; no está en nuestras costumbres. -Entonces, ¿qué hacen? -Pues verá usted lo que hacemos. Al principio, en una época aún reciente, decíamos que nuestros burócratas cometían exacciones, que no tenemos caminos ni comercios, ni tribunales regulares... -¡Bah..., bah!, ustedes acusaban... ¿no es ese el término exacto? Yo estoy de acuerdo con muchas de sus acusaciones; pero... -Pero luego comprendimos que hablar y sólo hablar de nuestros males no merecía la pena, que eso sólo conducía a la ruindad y el doctrinarismo: pudimos cerciorarnos de que nuestros inteligentes, los llamados avanzados, y los acusadores no iban a ninguna parte, y de que nos debatíamos en un absurdo. Hablamos de cierto arte, de una vaga creación, de parlamentarismo, de abogacía, y el diablo sabrá de qué; mas cuando de lo que se trata es del plan cotidiano, cuando la más burda superstición nos ahoga, cuando todas nuestras sociedades por acciones quiebran únicamente para que se demuestre la incapacidad de las personas honradas, cuando la propia libertad, por la que tantos calores se toma el Gobierno, apenas si nos 42


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.