Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

-Gracias -balbuceó Basarov, haciendo un esfuerzo-; no me esperaba esto. Está muy bien. Hemos vuelto a vernos, según me prometió. -Anna Serguieyevna ha sido tan buena... -empezó Vasilii Ivanovich. -Padre, déjanos. Anna Serguieyevna, ¿lo permite usted? Según parece, ahora... Señaló con la cabeza su cuerpo decaído y sin fuerzas. Retiróse Vasilii Ivanovich. -Bien; gracias -repitió Basarov-. Un rasgo imperial. Dicen que también los zares visitan a los moribundos. -Yevguenii Vasilich, yo espero... -¡Ay Anna Serguieyevna! Díganos la verdad. Para mí todo se acabó. Caí bajo las ruedas. Y no hay que pensar en el porvenir. La muerte es una broma vieja que para todos resulta nueva. Hasta ahora fui valiente...; pero ahora vendrá la inconsciencia... -agitó débilmente la mano-. Bueno..., ¿qué voy a decirle a usted? La amaba... Antes no tenía la menor duda de esto; pero ahora sí, y con creces. El amor... es la forma y mi forma personal ya se deshace. Mejor diré: ¡qué magnífica es usted! Y ahora está ahí..., tan hermosa... Anna Serguieyevna estremecióse sin querer. -Bien; no se inquiete..., siéntese ahí... No se me acerque; mi enfermedad es contagiosa. Anna Serguieyevna cruzó rápidamente la habitación y sentóse en una silla junto al diván en que estaba acostado el enfermo. -¡Qué grandeza de alma! -murmuró Basarov-. ¡Ah, qué cerca..., y qué joven, lozana y pura... en este inmundo cuchitril...! Bueno..., adiós... Que tenga larga vida, eso es lo mejor de todo, y aprovéchese mientras sea tiempo. ¡Ya ve usted qué espectáculo tan feo: un gusano medio aplastado y que todavía colea! Y eso que antes pensaba: "Tengo que hacer mucho en el mundo; no moriré". ¿Adónde? Ese era el problema, porque yo era un gigante. Y ahora todo el problema del gigante se reduce a cómo morir decentemente, aunque a nadie le importe Todo es igual; no hay escapatoria. Calló Basarov y alargó la mano en busca de su vaso. Anna Serguieyevna diole de beber sin quitarse los guantes y respirando con susto. -Me olvidará usted -empezó él de nuevo-; los muertos no hacen buenas migas con los vivos. Mi padre le dirá a usted qué hombre se ha perdido Rusia... Es un absurdo; pero no trate usted de disuadir al viejo. Ya usted sabe..., de todo consuelan los hijos. Y sea cariñosa con mi madre. Personas como ellos en balde los buscaría usted en su gran mundo en pleno día... Rusia me necesitaba... No, a la vista está que no me necesitaba... Y, además, ¿quién es necesario?... Necesario es el zapatero, el sastre, el carnicero..., que despacha la carne..., el carnicero...; pare usted, que me hago 160


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