Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

-Pero ¿dónde anda Arkadii Nikolaich? -preguntó la dueña de la casa, y al enterarse de que hacía una hora ya que nadie lo veía, mandó a buscarlo. No lo encontraron en seguida; habíase internado en lo más hondo del jardín, y apoyada la barbilla en las cruzadas manos, estaba sentado y sumido en sus pensamientos. Eran estos profundos y graves, pero no tristes. Sabía que Anna Serguieyevna estaba a solas con Basarov, y no sentía celos, como antes; lejos de eso, su rostro brillaba tranquilo. Parecía como si se admirase de algo y se alegrase y hubiese tomado alguna determinación.

26 No gustaba el difunto Odintsov de innovaciones: pero buscaba "algún juego de noble gusto", y por ello levantó en el jardín, entre el invernadero y la alberca, un edificio por el estilo de un pórtico griego, de adobe ruso. En el muro trasero de dicho pórtico o galería labraron seis hornacinas para otras tantas estatuas que Odintsov mandó traer del extranjero. Esas estatuas representaban la Soledad, el Silencio, la Meditación, la Melancolía, el Pudor y la Sensibilidad. A una de ellas, la diosa Silencio, con el dedo en los labios, la trajeron y colocaron en su sitio: pero aquel mismo día los chicos de los colonos le rompieron la nariz, y aunque el vecino estuquista se comprometió a hacerle otra nariz -doble mejor que la primera-, Odintsov mandó que la cogiesen y la arrumbasen en un rincón del granero, y allí llevaba ya largos años, inspirando un terror supersticioso a las mujeres. La parte delantera del pórtico hacía ya tiempo cubriéranla espesos arbustos; sólo los capiteles de las columnas dejábanse ver por sobre el tupido verdor. En el pórtico, aun en el mediodía, hacía fresco. A Anna Serguieyevna no le agradaba frecuentar ese lugar desde una vez que se vieron por allí culebras; pero Katia solía ir a sentarse en el gran banco de piedra debajo de uno de los nichos. Rodeada de frescor y de sombra, leía, hacía labor o se entregaba a esa sensación de plena paz que probablemente todos conoceréis, y cuyo hechizo consiste en una profunda libertad vital, apenas consciente, tácitamente presentida, que sin cesar se difunde en torno a nosotros mismos. Al otro día de la llegada de Basarov, estaba Katia sentada en su banco preferido, y otra vez tenía a su lado a Arkadii. Este habíale rogado que lo acompañase al pórtico. Faltaba alrededor de una hora para el almuerzo. La fresca mañana empezaba ya a cambiarse en un día caluroso. El 143


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