Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

empezaba a palidecer-. Ahora, no soy yo un duelista, sino un médico, y ante todo vengo obligado a examinar su herida. ¡Piotr! ¡Ven acá, Piotr! ¿Dónde te has metido? -Todo esto es un disparate... Yo no necesito ayuda de nadie -dijo con intervalos Pavel Petrovich-, y... es preciso... nuevamente ... Hizo ademán de atusarse el bigote; pero le flaqueó la mano, cerráronsele los ojos y perdió el sentido. -¡Vaya, se desmayó!... -exclamó involuntariamente Basarov, tendiendo sobre la hierba a Pavel Petrovich-. Vamos a ver qué ha sido -sacó un pañuelo, enjugó la sangre, palpó los contornos de la herida...-. El hueso está intacto -murmuró entre dientes-. La bala no profundizó, resbaló en un músculo, vastus externus..., chocó con él... En tres semanas podrás bailar. Pero este desmayo... ¡Oh, estos individuos nerviosos! Y ¡qué piel tan fina! -¿Muerto? -murmuró a su espalda la trémula voz de Piotr. Basarov volvióse a mirarlo. -Ve corriendo por agua, hermano, que está tan vivo como nosotros. Pero aquel perfecto criado pareció no entender sus palabras y no se movió de su sitio. Pavel Petrovich abrió lentamente los ojos. -Se acabó -murmuró Piotr, y se santiguó. -Tiene usted razón... ¡Qué cara tan estúpida! -dijo con forzada sonrisa el herido gentleman. -Pero ve por agua, ¡diablo! -gritó Basarov. -No hace falta... Fue un vertige momentáneo... Ayúdeme a sentarme... así... Sólo es preciso contener con algo este arañazo y podré volver a casa por mi pie, y si no, se puede mandar por un coche. No repetiremos el duelo, si tal le parece. Usted se ha portado con nobleza…, hoy… hoy..., fíjese bien. -De lo pasado no hay por qué acordarse -díjole Basarov-, y tocante al porvenir, tampoco vale la pena devanarse los sesos, pues tengo intención de marcharme inmediatamente. Deme acá, voy a vendarle en seguida la pierna; su herida no implica gravedad y lo urgente es contener la hemorragia. Pero ante todo hace falta volver a la vida a ese moribundo. Basarov sacudió a Piotr por el cuelllo y lo mandó por un coche. -Mira, no te asustes. A mi hermano -díjole Pavel Petrovich- no se te ocurra decirle nada. Alejóse rápidamente Piotr, y ambos contendientes, en tanto llegaba el coche, siguieron sentados en la hierba y guardando silencio. Pavel Petrovich trataba de no mirar a Basarov; pero, a pesar de todo, no se avenía a reconciliarse con él; sentía vergüenza de su orgullo, de su derrota; sentía vergüenza de todo lo ideado por él, aunque reconocía que la cosa no había podido terminar mejor. -Por lo menos, no habrá escándalo -dijo, tranquilizándose-, y es 127


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