MATERIALES COMPLEMENTARIOS SOBRE FLAUBERT

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35 Unos meses después, a Mlle. Leroyer de Chantepie: “Le seul moyen de supporter l’existence, c’est de s’étourdir dans la littérature comme dans un orgie perpétuelle" (Carta del 4 de septiembre de 1858). Diez años más tarde, a la princesa Mathilde: ‛‛A défaut du réel, on tâche de se consoler par la fiction”,21 afirmación que, completada con esta otra de tres años después, a la misma princesa Mathilde, explica lo que llamo el “elemento añadido": “Quand nous trouvons le monde trop mauvais, il faut se réfugier dans un autre” (Carta del 3 de mayo de 1871). Dos años más tarde será aún más explícito al decir a George Sand que la literatura es su pasión porque escamotea la vida: “Dès que je ne tiens lus un livre ou que je ne rêve pas d’en écrire un, il me prend un ennui à crier. La vie ne me semble tolérable que si on l’escamote”.22 Creo que estas citas son suficientes para mostrar hasta qué punto y con qué constancia Flaubert se consideró un ser marginal a la sociedad y cómo creyó siempre que su vocación literaria era consecuencia directa y afirmación de esta marginalidad.23 Pienso que el transtorno que significó para la cultura en general y para la literatura en particular el nacimiento de la sociedad industrial, el desarrollo veloz de la alta y media burguesía, es tan [273] importante para explicar el anacoretismo de Flaubert como su situación familiar. En todo caso, es evidente que las condiciones estaban dadas para que, a partir de esta actitud de desesperado individualismo ante la vocación, lúcidamente asumida como una ciudadela contra el mundo, surgiera una estética de la incomunicabilidad o del suicidio de la novela, un arte en el que la marginación social y psicológica del artista tuviera un equivalente formal, es decir un arte de lo particular, de lo fragmentario, de lo inexpresable, de la destrucción. De una vocación apoyada en el rechazo furibundo de los hombres podía haber nacido una literatura en la que la palabra no fuera lugar de encuentro, sino escudo, frontera, tumba, prueba de la imposibilidad de conciliar arte y diálogo en la nueva sociedad tumultuosa. Y sin embargo, no, Flaubert no fue el sepulturero genial de la novela. Su pesimismo no se tradujo en una literatura del silencio, en un virtuosismo solipsista, en un aristocrático juego lingüístico de reglas vedadas a la ingerencia pública. Desde su mundo aparte, Flaubert, a través de la literatura, entabló una activa polémica con ese mundo odiado, hizo de la novela un instrumento de participación negativa en la vida. En su caso, pesimismo, desencanto, odio, no impidieron la imprescindible comunicación, lo único que puede asegurar a la literatura una función en la sociedad más importante que ser un quehacer lujoso o un deporte superior, sino que, más bien, dieron al diálogo entre creador y sociedad una naturaleza tirante y arriesgada, entrañable, y, sobre todo, sediciosa. Flaubert tenía 18 años cuando escribió: “Si jamais je prends une part active au monde, ce sera comme penseur et démoralisateur” [274] (Carta a Ernest Chevalier, del 24 de febrero de 1839). Cumplió rigurosamente su palabra, y, al hacerlo, señaló la temeraria pero posible y fundamental misión que podía cumplir la literatura en esa nueva sociedad en la que, debido a la creciente concentración del poder y al desarrollo de la tecnología, todo tendería a ser planificado, controlado, orientado, centralizado: constituir la negatividad (el “mal”, diría Bataille), el reducto siempre incontrolable de la insatisfacción y la crítica, ese corrosivo margen desde el cual todo se cuestiona, relativiza o impugna, el último bastión de la libertad. La literatura fue para Flaubert esa posibilidad de ir siempre más allá de lo que la vida permite: “Voilà pourquoi j’aime l’Art. C’est que là, au moins, tout est liberté dans ce monde des fictions. On y assouvit tout, on y fait tout, on est à la fois son roi et son peuple, actif et passif, victime et prêtre. Pas de limites; l’humanité est pour vous un pantin à grelots que l’on 21

Carta s. f., de junio de 1868, Corresp., vol. V, p. 378.

22

Carta del 20 de julio de 1873. El subrayado es de Flaubert.

Que esta marginalidad fuera una actitud psicológica y moral y no una realidad económica en quien podía dedicar todo su tiempo a escribir porque percibía rentas, es obvio, pero para lo que quiero decir esta distinción carece de importancia. 23


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