Monografía del Municipio de Amatitlán

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Municipalidad de Amatitlán

LA tierra del AMATLE

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cuesta había una especie de casa de espera o de reunión para los que suben o bajan aquel precipicio aterrador. Los que suben hacen bien en proveerse de algo que les permita afrontar las dificultades de la ascensión, y los que han corrido los peligros de la bajada merecen alguna recompensa. Entramos en el pueblo a eso de las seis de la tarde...

Domingo, 22 de mayo (1825)... A las cinco tocaban las campanas a misa. Me levanté temprano, encontrando la plaza atestada de gentes que venían de todas partes para cumplir con sus deberes religiosos. La iglesia es grande, cómoda y puede contener ampliamente 400 a 500 personas. Diversas congregaciones la llenaron sucesivamente hasta las once horas en que fueron cerradas las puertas. Toda la plaza se había convertido entonces en una feria; por todas partes, como al azar, las diversas mercaderías traídas por los tenderos de la capital. Grupos de éstos guisaban su comida, al modo de los gitanos, debajo del árbol que ocupaba por supuesto el centro de la plaza... El bello lago de Amatitlán tiene unas tres leguas de largo y una de ancho. La extremidad más distante del pueblo se pierde a la vuelta de la encumbrada montaña que lleva el mismo nombre de éste. A la izquierda está limitado por colinas en declive, coronadas de altas sierras; de suerte que sus márgenes sólo son accesibles por el costado derecho, a lo largo del cual corre un camino mediocre, pero sumamente pintoresco y bello, flanqueado de altas arboledas umbrosas y estupendas barrancas. La montaña es volcánica y el lago, así como el aspecto de las tierras que lo rodean, son prueba indiscutible que todo el paisaje es obra de una erupción. Nadie pretende saber cuándo aconteció. El lago es muy antiguo y los habitantes creen que a la llegada de los españoles los indios echaron en él todas sus riquezas. Es ésta una historia tan trillada en todos los dominios de la América del Sur, que apenas si vale la pena de hacer mencionar de ella, como no sea para refutarla y desmentirla. Pero lo que pude averiguar hablando con los mismos indios, es que éstos tienen una tradición al respecto y que le dan entero crédito. Convienen en que se han hecho algunas tentativas insignificantes para sacar las riquezas que suponen sumergidas, pero siempre en vano hasta aquí. A cincuenta yardas de la orilla del lago no se le puede dar fondo; todos parecen estar de acuerdo en esto; y como los indios creen que los tesoros se echaron en un punto situado entre esa profundidad insondable y la tierra, lo probable es que desde hace largo tiempo hayan sido arrastrados al abismo. Sin embargo, todos los indios concuerdan en decir que no hace muchos años uno de los garfios de que se sirven en sus embarcaciones enganchó una gran tinaja que en vano trataron de sacar por haberse roto la cuerda, habiendo sucedido después lo mismo siempre que han tenido la suerte de tropezar con ella.


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