Una perspectiva de desarrollo para Costa Rica

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capitalismo. ¿Acaso nos podemos olvidar que vivimos una drástica ruptura con varios de los pivotes de la modernidad, que cuestiona y replantea el lugar del Estado-nación? Todo apunta a la ruptura de monopolios estatales y a la participación de la empresa privada, aunque también, de una manera más general, a la acción de la sociedad civil. Ahora bien, el punto aquí debe girar alrededor de ¿cómo debe darse esa participación privada y civil en el actual escenario para que beneficie el progreso del país? ¿Romper el monopolio, vender los activos del ICE y privatizar completamente el sector? Esta opción no nos parece la más adecuada. Tal vez, si nuestro Estado fuese más fuerte (lo que no sucede no solo por razones de evolución sociohistórica interna sino por las mismas dimensiones del país y su carácter periférico), y si la credibilidad de la clase política fuese mejor, así como nuestra democracia más avanzada (por ejemplo, con una capacidad superior en el control ciudadano de la gestión estatal), sería posible considerar como conveniente o posible una privatización del ICE, y la realización completa de estos servicios vía privada (aunque siempre con apropiadas fiscalización y control estatales, para, por ejemplo, limitar los segmentos de intervención, distribuir los márgenes de competencia, proteger la seguridad social y el equilibrio ambiental, etc.). Pero está claro que eso no es así ni lo será por mucho tiempo. Puesto en otros términos: existen bastantes razones para considerar como necesaria la existencia del ICE en manos estatales (sirve para ejercer el control y la regulación, por ejemplo). Pero una duda emerge aquí, sobre todo con relación al sector telecomunicaciones: ¿podría el ICE, con su fardo de limitaciones en cuanto a organización y recursos humanos, dentro de un sector público muy vulnerable e ineficiente, tener la calidad y la competitividad que exigirá el futuro? Es evidente que no podrá competir con la calidad necesaria si no realiza transformaciones importantes tanto en la excelencia de su recurso humano, su adecuación a los cambios tecnológicos, su organización interna, y los componentes de su vínculo con el entorno. La ausencia de monopolio inevitablemente tensará sus fibras, y no podrá dejar las cosas como hasta ahora. Y en particular pondrá en jaque al sector laboral (aunque para bien del país). Quién diga lo contrario, miente. Ya en general, sobre esta relación entre lo estatal y lo privado, el ejemplo de la banca es útil: tanto hay que reconocer que la banca privada ha contribuido a la modernización y eficiencia de los bancos estatales (un beneficio de la competencia), como también la existencia de los estatales ha servido para regular a los privados: un equilibrio de influencias recíprocas. Una opción complementaria, que podría generar mayores recursos para esa institución, es convertirla en un ente accionario y realizar la venta de un porcentaje apropiado de sus acciones a la ciudadanía (con regulaciones para impedir su concentración) o al sector privado en general, con el Estado preservando la mayoría, y, por ende, su control. Hay que considerar opciones como la de la misma China continental, todavía comunista en su régimen político, que, para su modernización, decidió recientemente abrir sus empresas telefónicas a las compañías transnacionales (un 49% de su capital, y un 100% en su administración), todo en el marco de un acuerdo 191


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