Literatura griega

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JEnofonte La vida de Jenofonte (en griego

Ξενοφῶν, Jenofón) nos es bien conocida,

además de por

los amplios datos autobiográficos de sus obras, gracias a su inclusión en las Vidas de filósofos de Diógenes Laercio. Hijo de Grilo y Diadora, nació entre el 430 y el 425 a. C. en el demo ático de Erquía, en el seno de una familia acomodada, como se desprende de sus amplios conocimientos hípicos. Ello se vio abonado en su juventud y ajcmhv por sus vivencias durante la fase final de la Guerra del Peloponeso, con la derrota de Atenas, y por el proceso y muerte de Sócrates en el 399, que marcarán su quehacer personal y literario. Así, tras el derrocamiento de la tiranía de los Treinta en el 403, abandona Atenas bien por un nada claro decreto de exilio, bien por su decepción ante los acontecimientos políticos, de acuerdo con su declarada postura filoespartana. A partir de aquí participa en la expedición de mercenarios reclutada por Ciro el Joven en el 401 para hacerse con el trono de Persia, que sirve de base argumental a su Anábasis. Tras la frustrada intentona y huída del contingente, Jenofonte une sus fuerzas a Tibrón, el general espartano que desarrollaba una campaña contra el sátrapa Tisafernes en Asia Menor. Su amistad personal con Agesilao dará lugar al encomio del mismo nombre y al retrato paradigmático del personaje en Helénicas, y los servicios al ejército espartano serían recompensados con la donación de un predio en Escilunte, cerca de Olimpia. Tras la derrota espartana en Leuctra (371), Jenofonte debe marchar a Corinto. Estos años coinciden con la alianza de Atenas y Esparta para hacer frente al creciente poderío de la Tebas de Epaminondas y, así, Jenofonte puede regresar a Atenas, en cuya caballería se alista junto a sus dos hijos. Grilo, el mayor, caerá muerto en la batalla de Mantinea (362 a. C.). Cabe suponer que los últimos años hasta su muerte, en torno al 356, los dedicara a la redacción definitiva de sus obras, práctica que parece común entre los escritores-soldado de la época. Jenofonte, tan excelentemente considerado en otros tiempos entre los grandes clásicos de la prosa —Diógenes Laercio lo catalogó como la Musa ática—, experimentó un notable declive en su valoración a partir de finales del siglo XIX, siendo, en ocasiones, objeto de severas críticas. Sin duda, la comparación con otros grandes prosistas —“la artificiosa tríada historiográfica: Heródoto, Tucídides, Jenofonte”- ha influido sobremanera en esta consideración. Tanto la comparación de sus Helénicas con la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, como la de sus obras socráticas con los Diálogos de Platón, provocan una percepción desventajosa de su testimonio histórico y literario. Frente al planteamiento globalizador de Heródoto, nuestro autor es continuador de la práctica de distribuir un material heterogéneo en obras diferentes. Su carácter precursor del helenismo se aprecia en su fuerte tendencia al individualismo, al retrato moral de los protagonistas; en los esbozos de nuevos géneros literarios, como la biografía (en su encomio Agesilao) y la novela (con su Ciropedia); en su preocupación por la pedagogía un tanto idealizada; en sus breves tratados de carácter práctico, como la equitación, la caza o la distribución de los recursos económicos, que entroncan con la literatura científico-técnica. Departamento de Griego 2010/2011

Grecia y su legado

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