Atlas de divagantes nº 1 - mayo 2010

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Tanta divagación peripatética, tanto abrazarse, amigos, lleva a esto, a la lógica de lo incoherente. Ya empieza el desconcierto ¿cuál será la temperatura de aleación entre los envidiados y envidiosos? Para la vanidad está la pira. Acércate maestro al desvarío. Ven Rubén. Ya está bien de plancton de las jergas, mucho malabarismo de la palabrería es lo que tiene el vino así al gaznate. Lobo probo y feroz de San Francisco, acércate hasta aquí, lobo de Gubbia, muerde al pavo real en su currículum, al cisne en su retórica pregunta. Clávales tú, Rubén, el colmillo de absenta, tu dactílico de ancha es Castilla con pasto de víboras, y que se callen y aprendan del páramo. Acércate a la hoguera. Tendremos que quemar lo innecesario. Pero es lo innecesario casi todo. El día desveló la herida barahúnda entre los soportales de las parras. Era un tizne de vértebras y de caparazones. La aurora en las botellas buscaba sus espíritus. ¿Quién se pone a ordenar este carámbano? Tiemblan las sámaras del arce y vuelan. El chamariz chirría en el olmo a la alborada. El ciclamen me alumbra con su fanal de pétalos. Las primeras culebras se encamisan silbando; la que estaba enroscada entre las alhucemas es una trompetista melancólica siempre con sed. Cuando el amanecer se hizo naranja se lo bebió de un trago con azúcar.

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