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Ricardo Laguna De La Maza 1


GRAFFITI 2012

Imagen de la portada: Intervención de fotografía de dominio público. Diseño y maquetación de publicación: Nat Gaete. Una publicación de Editorial Digital LetrasKiltras. Todos los derechos reservados.

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LetrasKiltras tiene el agrado de presentar el libro Graffiti de Ricardo Laguna De la Maza, ganador de Concurso de Microrrelatos Palabras Mínimas 2011 con el notable cuento urbano 17 Escalones.,.

En la presente publicación el escritor nos brinda una recopilación de algunos de sus trabajos literarios que se unen bajo el común denominador de un lenguaje pulcro que describe con esbozos grafiteros los ambientes y atmósferas en los que acontecen los sucesos siendo realzados además con un notable desarrollo del aspecto psicológico de los protagonistas.

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Partenza e arrivo Ayer me suicidé. No fue gran cosa. Asalté el cajón donde mi padre guarda sus remedios e hice una selección de pastillas: Anafranil, Actan , Aurorix y Zoloft . Luego las extendí en una mesa, preparé un café cargado, cumplí con el rito de la nota suicida y me di un festín con canapés de Fluoxetina. Me encontraron de madrugada. Creo que fue mi madre. Lo lamento por ella, porque quizás fue la única persona que me adoraba, pero que ella y sólo ella me amara, no fue motivo suficiente para padecer otro día de existencia. La Melba estará frustrada y se sentirá, un poco, culpable. Me decía que exageraba, que dejara de hablar bobadas y que enfrentara la vida, porque una desilusión amorosa no es excusa para llegar un momento y autoeliminarse. Le respondí que bromeaba y que no debía tomarme en serio, que si ya lo había intentado hace cinco años y no tuve el valor para abrir la trinchera en mis muñecas, nunca más tendría el coraje suficiente para re-intentarlo. . . Hoy, un día después, es tiempo de afrontar mis faltas. Estoy en una góndola pestilente, camino a-quién-sabe-dónde, mientras un silencioso barquero da remadas con un largo madero. No me quedan dudas que esta barca me lleva al lugar donde afrontaré mis actos frente a un tribunal de demonios y ángeles caídos. ¿Será esto el infierno? ¿Y quien es este hombre? —¿Cómo te llamas? —le pregunto con cortesía al remero— ¿Dónde estoy? —Tú sabes bien quien soy, no preguntes. —No lo sé. La mitología no es mi fuerte. —Entonces déjalo así y guarda silencio. —Dime quién eres y para dónde vamos... —Calla, no debo hablar con los condenados. Mi misión está cumplida. Hemos llegado. Te daré una sola indicación. Escucha bien, lo diré una sola vez, sigue el camino que bordea los muros de piedras negras hasta que encuentres un portón. Debes tocar dos veces. Te atenderá una madre superiora: Rosa Bianca, ella es la encargada de revisar tus antecedentes y, si lo mereces, te admitirá en este lugar. No tuve tiempo para hacer más preguntas, una neblina fantasmal se tragó al balsero y su embarcación y, en pocos segundos, me encontré solo frente a un mundo desconocido y atemorizante. Era tiempo de acabar con la comedia y emprender la marcha. Caminaba con nerviosismo, el paraje por momentos era tan familiar, tan cercano, que me parecía muy diferente al dantesco cuadro que me 7 5


habían relatado en mi niñez, y tenía también la extraña convicción de que este mal sueño tendría un final feliz. Pero, los suicidas no conocen finales felices, solo pueden esperar castigos eternos. Y hoy en este lugar, mis culpas debían pagarse. . . En el camino me entretuve con mis ensoñaciones, miedos y dudas y la senda se hizo un poco menos tediosa, y con sorpresa en cuestión de minutos, ya me encontraba frente al portón. Toqué 2 veces. No abrieron. Volví a tocar esta vez con más fuerza, pero tampoco hubo respuesta. —¡Buenas noches! ¿Hay alguien por ahí? —grité con voz de Groucho Marx. El chillido de los goznes respondió a mi pregunta y una espectral mujer con hábitos religiosos de la orden de la Sagrada Familia me miró sorprendida —¿Y tú? ¿Quién eres? —¿Yo? , Ricardo. . . me enviaron acá —¿Te enviaron? ¿Quién te envió? —Que sé yo, desperté en la mañana en un bote y el balsero me dijo que. . . —Aquí hay un error —dijo interrumpiéndome—lo veré en el libro. . . Sacó de entre sus hábitos un libraco que tenia un título espeluznante “Condenados del día” y me pidió que le dijera mi nombre: —Ricardo Laguna —Labbe, Lacoste, Lagos. . . Lo lamento no hay ningún Laguna, usted no está en la lista, no puede entrar. —¿Cómo que no? Dios mío. ¿Cómo llegue aquí entonces? — ¡Modere su vocabulario! no diga palabrotas. No se las voy a permitir. Este es un lugar honrado y si usted no está en la lista no es mi culpa. Pero de ahí a mencionar el nombre de Dios ¡acá! —Bueno, bueno, bueno, ya llámeme al superior. —Si tiene alguna queja, debe escribirla en el libro de reclamos. Tome, anótela aquí y veremos que se puede hacer. Me pasó un lápiz y un libro y me instó a anotar en él mi reclamo. Pero no sabía exactamente porque tenía que reclamar. Me había suici8 6


dado y el infierno estaba reservado para mí. ¿Cómo se explicaba entonces que no me esperaran en los dominios de Hades? Y si no estaba en la lista de afortunados del día, acaso, debía “festejar”, porque me tenían reservada una habitación en el cielo. ¿Cómo me podían esperar en el Edén, si nunca en mi vida había creído en Dios? Ante tantas dudas sólo pude escribir en una pagina del libro: “Por favor déjenme entrar, no creo en Dios, me he suicidado porque el mundo no me llenaba. Yo pertenezco a este lugar”. La madre superiora leyó mi reclamo y me pidió que la acompañara a un tribunal de apelaciones, ya que suponía que en mi caso existía definitivamente un error. Me senté frente al estrado que usaría el juez; la monja, por su parte, ya abandonaba el cuarto y me lanzó la última mirada de desprecio, ya afuera del auditorio y, quizás creyendo que no la escuchaba, se despachó un honesto comentario: “Estos suicidas, ¡que nunca aprendan! Cada vez llegan más a nuestros dominios y los estúpidos creen que lo saben todo y ¡no nos aportan nada!” No me importaban los comentarios de esa monja, si el residir en el reino de las tinieblas, significaba soportarla. . . lo haría con gusto, pero prefería esto a tener que escuchar: “Vuelva a la tierra, tiene otra oportunidad”. Que oportunidad, ¡gracias!, me devuelven a la muerte en vida, cuando ya me acostumbraba a la verdadera vida. Así que meticulosamente revisé los argumentos que le explicaría al juez para que éste comprendiera mi postura, pero fui interrumpido por el sonido de una puerta que se abría y por la cual ingresaba al tribunal el juez de mi causa. —Así que reclama que lo aceptemos en este lugar. —Así es su señoría, no hay otra opción. —¿Otra opción?, quien ve las opciones aquí soy yo. Tenga más respeto. . . ¿o no sabe con quien está hablando? —Con el juez ¿no? —¡Demonios! Estos suicidas nunca entienden nada. . SOY LUCIFER. . . —¡Ah, don Sata! ¿Qué tal, como lo trata la vida. . . —No se haga el simpático, y vamos a cerrar este caso, el solo hecho de estar aquí, analizando su caso, me parece una pérdida de tiempo. Así que quiere que lo aceptemos en nuestra patria de condenados. ¿Por qué? - Porque me suicidé. . . 9 7


—El suicidio no es motivo suficiente para pertenecer a los nuestros. Veamos su prontuario —dijo mientras revisaba y ojeaba un libro que me recordaba a mi primer diario de vida—. —¿Ya lo vio? Yo debo estar acá. . . —¡No! Usted no merece estar acá. Es un pan de Dios. No tiene ningún antecedente penal: no asesinó, no violó, no trató mal a nadie, se portó como todo un caballero cruzado, usted, créame, debería estar en el cielo. De hecho, no entiendo como alguien tan santo como usted puede suicidarse. — Fue por una desilusión amorosa. . . —¿Y? Eso no lo hace más o menos culpable. De hecho, ya tengo claro que haré en su caso: lo enviaré al cielo. . . —Es que usted no puede enviarme allí, yo soy malo, yo también hice malas acciones, antes de suicidarme, escribí una nota de despedida donde culpaba de todo a “esa mujer” y seguramente con esa mala acción le destruya su vida y sus remordimientos terminen por hacerle la existencia una pesadilla. —Ella, seguramente, leerá su carta tras su muerte. De hacerle el daño que usted desea éste ya será cuando esté muerto y esas malas acciones quedan prescritas cuando no se realizan en vida. Por tanto, sigue siendo un niño de pecho, Ricardito. —Pero fue un acto planeado cuando estaba con vida...Soy autor intelectual y eso me hace culpable. . . —¿Qué no entiende que nuestra legislación es distinta a la de la tierra, el cielo o el purgatorio? , si usted no hace malas acciones en vida no cuentan. Fin del caso. No hay más que decir hay que dictar sentencia. —Pero no puede mandarme al cielo. . .no creo en Dios. —Entonces al purgatorio se irá, pero acá no se queda. —Al purgatorio tampoco. Cuando pague todas mis faltas en el purgatorio, me enviarán al cielo y volvemos al punto de inicio. —¿Quiere volver entonces a la tierra? Porque eso es imposible, o ha creído esas burdas historias de Hollywood de ángeles y demonios en la tierra haciendo el bien y el mal. . . Como si yo y mis compinches tuviéramos tiempo para posesionarnos del cuerpo de Linda Blaire. —Y si no me dejan aquí, ¿a dónde me enviarán? —Creo que Caronte, ya ha tenido suficiente trabajo con su góndola, así que gustoso aceptaría una jubilación y volver a llevar una vida familiar con Carontida. Mi veredicto señala entonces que pague sus faltas como el gondolero que transporte las almas perdidas a nuestro venerable sitio. —Pero. . . 10 8


—Es definitivo, no se habla más. *** Primer día de mi nuevo trabajo. No pasa nada. Ninguna mísera alma en el horizonte. Necesito una sola, una que se suba a mi barca, para conducirla hasta el puerto de los condenados. No me motiva esta nueva vida monótona e insoportable, pero si no supe valorar mi existencia en la tierra, no me queda otra opción que aceptar esta labor. Una mujer está en el muelle esperándome, es la primera alma del día. Debo cruzar con ella este lago y depositarla en la otra orilla. Luego repetirá el ciclo, caminará por la senda de los perdidos, llegará a la puerta y tocará dos veces, abrirá la monja y la enviará donde Don Sata que la juzgará y le impondrá su pena; yo, por el contrario, el resto de mi vida, viviré en esta tierra de nadie, en este lugar donde no soy completamente feliz porque mi sitio es el paraíso del sufrimiento y no esta balsa que me hace esclavo de mis recuerdos y miedos. Por ahora ella y yo compartimos este trayecto. La extraña no habla ni media palabra y viste un resplandeciente luto; yo, por mi parte, tengo la promesa de no hablarle a los condenados. La mujer me mira y la pesadilla vuelve a tomar forma. Me reconoce, me habla, me pregunta porqué, me dice que yo soy el culpable de todos sus males, que era feliz, que yo destruí su vida, que la condené, que me odia, que nunca volverá a cruzar palabra conmigo. . .es —cruel ironía— la mujer que me llevó a la muerte y esta acá en mi balsa camino al Infierno. Mi ex novia me confiesa, entonces que días después de mi muerte, se suicidó, presa de sus remordimientos, cumpliendo así su parte en este extraño pacto de tortolitos autoeliminados. Y entonces algo pasa, un débil gesto de felicidad eclipsa los remordimientos. Me sonríe y me despedaza con un comentario piadoso: “Si allá no pudimos ser felices; acá, en el infierno, podemos empezar todo de nuevo, ¿no crees?, Me suicidé porque tenía que seguirte. No me iba a quedar sola, además, ¿No prometimos alguna vez amarnos hasta la eternidad?. . . Yo no lo soportaría, la miro por última vez y recuerdo las palabras de Lucifer: “No hablas con nadie en esa balsa, si me desobedeces, no me temblará la mano para enviarte al cielo”. Si ya cobardemente huí una vez, puedo hacerlo nuevamente. Suelto el remo y me arrojo al oscuro lago esperando no emerger nunca y que allí, en lo profundo, encuentre, al fin, la paz que siempre he buscado. . . 11 9


Primer Lugar Certamen de Microrrelatos Palabras Mínimas 2011

17 Escalones Barrí la casa. Lavé la loza. Preparé una pequeña merienda. No tengo apetito. En esta encrucijada vital comer es casi un capricho. Afuera, parece un día como cualquier otro. Las luces del barrio se apagan una a una y las sirenas ululan lejanas. Aún me queda tiempo. Salgo de la cocina y enfilo hacia mi pieza. Levanto la trampilla debajo de mi cama. Me escondo en el frío, húmedo y estrecho agujero. Ayer se llevaron a Doña Mabel, la señora del piso de arriba. Eran las siete. Los policías repitieron el ritual: botas repicando en el parquet, puerta abierta de un patadón, gritos que claman piedad, cuerpo que rueda los 27 peldaños de la escalera y patrulla que se aleja con el detenido. Luego el silencio devora el miedo. Se han llevado a todos en este edificio, sólo resto yo. Las sirenas se acercan, el barrio se ilumina. Es mi turno. Las botas suben la escalera, abren la trampilla, me arrastran al abismo, puñetazo en la ingle y una interminable caída de 17 escalones. . .

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Barrotes Hoy, finalmente, ocuparé la residencia que compré hace ya largos años. La adquirí de un amigo que se radicó en el extranjero y que ya no necesitaría de “esa casucha tenebrosa” como solía llamar Alberto a este conjunto. Pronto, nuevas edificaciones fueron repletando el sector siguiendo las líneas arquitectónicas de mi “casucha tenebrosa”. Ya no era el sitio eriazo que mi padre desmanteló con su particular ironía: “Buen negocio hiciste, veamos si, al menos, sale petróleo de este pordiosero”. Ni siquiera respondí. Sabía muy bien que en un par de años, mi viejo ya no sería el mismo y no podría rehuir la hora a la que todos los hombres escapan, la hora en que la vejez acuchilla el cuerpo y la mente. Cuando las manecillas de su reloj vital marcaran esa hora, mi padre me pediría utilizar esa casa deshabitada, escapando así de los padecimientos habituales del asilo de ancianos. Le di un rápido vistazo a nuestro nuevo hogar. En la entrada unos macizos barrotes de hierro forjado nos protegen de los amigos de lo ajeno. Los límites de nuestra edificación los marcan cuatro paredes recubiertas con una capa de albo y virginal estuco. Tenemos, también, grandes ventanas que nos permiten iluminar el interior de esta casa, tanto en la mañana, como en la tarde. Existe, a su vez, una salita de recepción algo estrecha, pero bien adornada con un florero, fotos de la familia y alguna imagen religiosa. ¿Los cuartos? Son fríos y estrechos, pero, hace algún tiempo, me preocupé de instalar un buen sistema de calefacción. Cuando me disponía a revisar el sótano, escuché que alguien me gritaba desde la calle. Un vecino quería darme la bienvenida. Era viejo, tenía una cara blanquecina y casi no le quedaba un pelo en la cabeza. Poseía, también, unos penetrantes ojos negros y una boca fina que masticaba cada palabra, y de la cual pendía un hilito de saliva, que el viejo no tardaba en limpiarse con un pañuelo amarillento. —¿Es nuevo por el barrio? —Sí, me mudé hoy, aunque espero que mi señora y mi hija se me unan a la brevedad. Vine, precisamente, a preparar nuestro nuevo hogar. —Me parece muy bien. Ellas amarán este lugar. Ha tomado una buena decisión al mudarse acá. Venga, le daré un recorrido por el barrio. No sea tímido. Caminamos juntos por las calles de mi nuevo barrio. En el trayecto 13 11


me explicó que éste era el sector más nuevo de la ciudad. “No tiene más de diez años, y, si no me equivoco, su casa fue la primera del sector. Bonita edificación”. El viejo se detuvo y saludo a un guardia vestido de azul; sin embargo, el hombre de seguridad se hizo el desentendido y siguió su camino silbando una vieja canción popular. “Y, como ve — agregó el viejo— tenemos un buen servicio de guardias. Al menos, en nuestro barrio nos hemos librado de los asaltos. Los delincuentes saben que en este sector, no podrán desvalijar las casas contando con la protección de nuestros vigilantes. El único problema de estos guardias es que están demasiado concentrados en su trabajo y nunca nos saludan, es como si no nos vieran. Pero poco me importa que los guardias tengan estas actitudes robóticas, si cumplen su labor y nuestras casas están seguras”. Seguimos nuestro camino y el viejo me señaló una casa a la distancia. —¿Ve esa edificación de ladrillos? Allí, hace dos días, hubo un asalto, no se robaron mucho, pero son los peligros de dejar las casas solas por mucho tiempo. Me creerá que no se ha visto un alma en esa casa en más de dos décadas. —Yo no estoy asustado con eso de los asaltos. Tengo fuertes barrotes en la entrada e instalé una alarma. Si intentan asaltarme, se llevarán una desagradable sorpresa. — Excelente. Con su permiso, me retiro, debo atender otros asuntos. Nuevamente, bienvenido. *** Volví a la casa y me tiré en el lecho. Desde la ventana veía como la tarde pintaba con una capa de hollín el cielo. Por primera vez en el día me sentí solo. Recordé a mi esposa Daniela y a mi pequeña hija Sofía ¿Qué será de ellas? ¿Me vendrán a visitar? Quizás no las vuelva a ver. El último recuerdo que Daniela tiene de mí es, seguramente, la pelea que tuvimos en el living de nuestro hogar. En esa ocasión, me quedé bebiendo unos tragos con los amigos y llegué tarde al departamento. Estaba borracho y Daniela no me esperaba con buena cara. Ni siquiera le permití hablar. Yo comencé con mi monólogo y su epitafio. Fui hiriente, ni siquiera alcé una mano para cruzarle su cara con el golpe liberador. Me bastó un comentario certero y cruel. “Para lo que me importa estar con una mujer como tú, una mujer que tiene el vientre infértil. Un día de estos le diré a Sofía la verdad: que es adoptada. Porque, que no se te olvide, ni siquiera es hija tuya”. Ella cayó al piso y se deshizo en lágrimas. Yo ni siquiera sentí piedad, sólo 14 12


me puse el abrigo y salí de ese maldito departamento. No volví nunca más. Tampoco ellas me buscaron. Hoy, no me queda otra que aceptar este aislamiento. Las noches serán más frías, no tendré a la Sofi dándome el beso de buenas noches ni tampoco las caricias que me daba Daniela cuando llegaba cansado a casa después de la jornada laboral. Pero hoy mi vida es muy distinta. Mi realidad es deprimente y estoy abandonado en la “casucha tenebrosa”. El dormitorio donde descanso es estrecho y me cuesta tanto moverme en este lecho gélido y pétreo. La sabana, semejante a una mortaja amarillenta, se resbala por mi cuerpo y descansa muda en el piso de mármol. No me interesa recogerla. La calefacción funciona y extermina al frío que eleva, agónico, un chillido sobrenatural. Me abandonan las fuerzas, cierro los ojos, y me repito para tranquilizarme que todo irá mejor y, tal vez, tendré una posibilidad de redención; que sólo estaré un día en esta casa; que mañana volveré donde mi esposa y será mi turno de llorar, de arrastrarme en el piso como un gusano, exigiendo su compasión. Es sólo una noche, esta noche. Mañana, temprano, escaparé de acá y volveré a la vida. Me reuniré con Daniela y Sofía, les pediré que nos mudemos a esta casa y que empecemos otra vez, sin miedos ni dudas, juntos, hasta la eternidad. *** Hoy me visitaron mi esposa y mi pequeña hija. Estaban tristes, intenté consolarlas sin éxito. Estuvieron poco tiempo, y en sus gestos y miradas me mostraron que no están muy seguras de mudarse a esta casa. Me dejaron dos cartas sobre la mesa y se marcharon. No entiendo porque no desean estar conmigo. Aunque, revisando mis actos, reconozco que no fui el mejor padre. Pero, creo que aún tengo tiempo para corregir mis errores pasados. Tomo una de las cartas. Es de Daniela, mi esposa. “Cariño desde que te fuiste he pensado en muchas cosas. Nunca esperé que lo nuestro terminara así. Créeme, eres la persona a la que más he amado. No me culpes si te digo que es difícil tomar esta decisión. Han sido largos años de sufrimiento, de no tenerte cerca, de querer abrazarte y decirte como está creciendo la Sofía, y tú, simplemente, no estás con nosotras. Sé que entenderás la situación en la que me encuentro. Yo, necesito un padre para nuestra hija y tú no puedes cumplir esa labor. Sólo quería decirte que reconstruiré mi vida con una nueva persona. Se llama Rodrigo. Es un buen hombre y sé que quiere lo mejor para mi y para la Sofía. Créeme que te extraño y te amaré siempre. Nunca conoceré a nadie como tú y guardaré tu recuerdo hasta el día en que muera y te haga compañía. Adiós. Tu esposa Daniela” 15 13


Ps: La Sofía te escribió una cartita: “Papa te echo mucho de menos. ¿Te volveré a ver? ¿Cómo es allá?, ¿te acuerdas de nosotras? Mi mamá dice que si me porto bien me iré al cielo y podré encontrarte allá. Papi te quiero mucho. Sofía” ¿El cielo? ¿Es que acaso yo. . . No puede ser. No puedo estar muerto. No, esto no me está pasando. Que hago aquí, en estas estrechas cuatro paredes, en este mausoleo, en este sitio frío e impersonal. Y además estoy solo, completamente solo… ¡La salida! ¿Dónde está la salida? Corrí con desesperación hasta la puerta e intenté aferrarme a los barrotes y forzarlos. Mis manos de espectro no pudieron asir el pesado fierro. Grité, pero ¡quién escucha a los fantasmas! Cuando ya no me dieron las fuerzas, caí de rodillas, me arrastré por el suelo y leí otra vez la carta de mi hija. Sofía, mi querida, Sofía, nunca me acompañarás aquí en este mausoleo, ahora tu madre tiene una nueva familia y, seguramente, cuando mueras, descansarás en un nuevo cementerio. Tampoco nos encontraremos, en el cielo, porque yo no estoy allá, me encuentro aquí, soy un alma en pena aprisionada en este mausoleo protegido por estos fuertes barrotes de hierro forzado; soy un alma en pena que sufrirá el peor de los castigos posibles: no te veré nunca más, mi querida Sofía.

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Graffiti Sobre tu tumba, una mano anónima, con pulso tembloroso escribió PROSTITUTA. Esas letras negras que han defenestrado el mármol, me regresan al instante que quiero olvidar para siempre. Ahí estás, suplicándome que te escuchara, que te apoyara; que me necesitabas más que nunca en esa encrucijada vital que era tu primer embarazo. Yo, respondí con un gesto silente, frío, implacable, avancé hasta la puerta de entrada y te señalé tu nuevo destino: “ándate, no quiero verte nunca más”. La historia, tu historia se quebró para siempre. Desfilaste por tugurios infectos, ofreciste tu carne magra en lupanares de poca monta. Con los escasos billetes que le birlabas a la inmoralidad, alquilabas un cuartucho en la periferia. Los vecinos dicen que alguna vez, te apareciste por el barrio y preguntaste por mi. Yo, no prestaba atención, los despedía son una frase recurrente: “Tengo poco tiempo. Si la vuelven a ver por el barrio, díganle que no insista, que ella, para mí, está muerta”. Y tú volvías. A veces, te animabas y deslizabas una esquela por debajo de la puerta. En otras ocasiones, tus cartas eran más extensas. Daba igual. Siempre terminaban en la chimenea como un montón de cenizas. Tu última misiva la recibí ayer. Aún se encuentra en el piso, navegando en el polvo. No he tenido el suficiente valor para recogerla. Ya no me escribirás nunca más. Hace dos noches, el navajazo de un cliente insatisfecho puso fin a tu vida. Ese navajazo es, también, un recordatorio de que te falle como padre. Un recordatorio de que yo te impulsé a esa mísera vida que te tocó sufrir. Sobre la tumba de mi hija, una mano anónima, con pulso tembloroso escribió PROSTITUTA. Sobre mi lápida, una mano conocida, con pulso firme escribirá ASESINO.

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Tauromaquia Por las rendijas de los postigos ciegos, los ojos de los toros encandilan con el terso color de la sangre. De este lado de la barrera, los jóvenes expelen la cálida fragancia de la adrenalina lisérgica. Hombres y bestias aguardan nerviosos la inequívoca señal de la libertad. Ese gesto cordial que abre los maderos de par en par y permite a los toros avanzar en un tropel desesperado. Por ahora, y sobre las tablas, se adivinan los cuernos y los brunos lomos de los futuros perseguidores. La muchedumbre exige que la función comience. Un edicto sonoro, cumple el sueño popular, abriendo las puertas y liberando a las bestias. La multitud rojiblanca huye desordenadamente. El pavimento repica entre el golpeteo de zapatos y pezuñas fungiformes. Acariciadas por el viento, las pañoletas rojas se mofan de los toros y ese inexplicable deseo de persecución. Las bestias responden a esa burla, repartiendo cornadas y escupiendo por las narices un vaho viscoso que se acompaña con un mugido de venganza minotáurica. Esta tarde, como todos los años, estas avenidas serán el campo de batalla donde raza humana y estirpe taurina se abracen en esa lucha milenaria y atávica que sólo conoce de victorias pírricas.

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Epitafio 11 de febrero de 1961 Mi querida Mariana: Te escribo estas líneas, en estas servilletas, después de haberte perdido para siempre. Mi tren parte en media hora más y te dejaré esta carta de despedida. Creo que lo eché todo a perder y mereces una explicación. Hace minutos, sentados en el umbral de esta vieja casona, debí confesarte mi amor; pero, en cambio, me entretuve en múltiples cavilaciones. Tus pupilas tintineaban y tus labios se sacudían por el temblor del deseo. Y yo, ¡sí yo!, simplemente acaricié tu rostro de mujer entregada y escupí un lacónico: “Esto no conduce a ninguna parte”. Tú, alisándote el pelo, respondiste: “Tienes razón. Que tengas mucha suerte en tu vida. Adiós”. Te vi alejarte por aquella calle que tantas veces recorrimos, y desde el porche, abrigué la secreta esperanza que te dieras vuelta y me estrecharás en un último abrazo. Por el contrario, giraste en la esquina y te sumergiste en la bruma de la noche. Ingresé a la pensión y, sentado en la cocina, agarré unas servilletas y escribí mis descargos para que mi estúpida frase no quede como mi cruel epitafio. Y, es que, Mariana, yo Te amo. Y parece tan fácil escribirlo aquí en la soledad de este cuarto vacío, pero — ¡Demonios!— cuánto me cuesta decírtelo, mirándote a los ojos, minutos antes que me suba al tren que nos separará para siempre. Cómo decirte Te amo, cuando sé que ese Te Amo es el último que te diré y que mi confesión amorosa llega, inexorablemente, en el instante en que nuestros caminos se bifurcan para no encontrarnos jamás. Es verdad, YO TE AMO, pero esta declaración de sentimientos sólo nos engañaría, impulsándonos a luchar por una relación imposible. Sí, puedes decirlo, soy un cobarde y los remordimientos me dominan. Y son estos remordimientos los que carcomen la poca lucidez que te había guardado. Y mientras escucho las moscas revolotear en mi conciencia repitiéndome “la perdiste para siempre”, la ineludible Pizarnik me susurra una frase maldita “Siniestro delirio amar una sombra”. ¡Cómo podría amarte ahora que eres sombra! Como podría abrazarte, mi amante espectral. Cruzar mis brazos por tu cintura ectoplásmi19 17


ca, besar tus labios invisibles. Hacerle el amor a una ilusión. Como amarte ahora que eres sólo un bello recuerdo sin tiempo ni espacio, una quimera de la que nunca me desprenderé. Y es que ahora, la imagen de tus ojos se irá desvaneciendo días tras día, tu sublime perfume de lavandina se diluirá en otros olores mundanos; Ya no escucharé, ¡nunca más!, tu risa, tus gemidos, tus suspiros. Y, aciago destino, tus palabras más tiernas, tu “Te amo”, más honesto y fiel zozobrará en las aguas del Leteo. Ya no hay nada que hacer. Esto es el adiós. No me guardes rencor. Eres la mujer que más he amado, pero mi destino errante me reclama en otras tierras, donde ninguna boca o cuerpo se aproximarán a la paz y felicidad que encontré en ti. Te ruego que no me olvides. Yo, por mi parte, mantendré tu imagen, tu voz, tus ojos, tus suspiros desgarrándome el corazón por el resto de mis días. Tuyo por siempre. . . Román.

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De alto vuelo… Después de un nutritivo desayuno de leche de chatarra y retazos de género, Manuel abrió la ventana y observó la ciudad dormida. Recordó que, la noche anterior, Pamela, su ex novia, lo había desafiado: “Eres tan aburrido. Siempre hablas de lo mismo. Si un día me sorprendieras. Si sólo llegases volando a mi casa con un ramo de rosas rojas, no me separaría nunca más de ti”. Manuel, desconcertado, aceptó su derrota y la despidió con frialdad. Esa noche no durmió, meditando en esas palabras sin sentido. Y ahora, frente a la ventana, prepara su despegue. Toma vuelo, salta al vacío y el aire lo recibe. Agita sus brazos con torpeza y lo logra ¡vuela! Una vez acostumbrado a su nueva habilidad, cumple la primera parte del desafío, baja en picada y birla una docena de rosas sangre desde un puesto de flores. Manuel, exultante, planea hasta la casa de su ex amada. El corazón de Ícaro post-moderno se desgarrará ad portas de sorprender a Daniela; frente al pórtico de su casa, un hombre-volador aterriza con una caja de bombones.

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Pago de Chile Mire mi hijito, yo no sé como pagarle. Pero lo que Usté está haciendo no tiene precio. Después de que se nos cayó la casita, las cosas han sido re complicás. Nuestro pueblo está lejos de la ciudad y de nosotros, no se acuerdan nadien. A veces pasan semanas sin que veamos unos de esos cacharros que traen la ayuda municipal. Nos tienen entre ojo y ceja, también. Todo porque no fuimos a una marcha. Vinieron a pedir firmas y todo eso, y nosotros le dijimos que no nos interesa eso de la política, que sólo necesitábamos unos tablones, clavos y plástico. Que vieran que el pueblo estaba en el suelo y nos ayudaran. No volvieron nunca más. La Clodomira si fue a esa cuestión y viera usted, altirante le levantaron su mediagua. Por eso yo le agradezco, mijito, que me esté escuchando. ¿Sabe? Usté es una buena persona, se le nota en la cara. No anda aquí con su tontera de política, ni anda metiéndonos eso de la religión. Usté se pone a trabajar de sol a sol con su sombrerito y listo. Nada de incribir, ni de andar pidiéndonos que recemos padrenuestros. Nosotros no necesitamos eso. Sólo queremos una casita que digamos con orgullo “Este es mi hogar”. Nos bastan unas dos tablas y nos juimos pa´ adelante mi alma. Nos da igual que el frío se cuele entre las rendijas y estemos todo tiritones pa´l invierno. Se ve cansado ¿Le traigo un juguito? Manueeel Hágase una limonada pa´l Gabriel. Como le decía, yo le estoy en deuda, por las noches lo veo, entumecido, con la piel de gallina y los labios morados y aun así tiene esa sonrisa de la gente buena. Se levanta temprano, se toma su tecito y dale que dale con eso de martillar tablas. Y cuando el sol pega duro, Usté ni se queja, llega a la tardecita con los hombros pintados con un rojo sangre y me dice: “Doña Rosa, ya estamos terminando. No se preocupe, mañana le entregamos su casa”. Yo lo miro con un poquito de pena. Me imagino que su polola debe echarlo de menos. Además usted vino aquí, donde el diablo perdió el poncho a levantarle la casita a una persona que hace una semana ni siquiera conocía. Por eso yo le agradezco desde el alma. ¿Sabe? Cuando mi casa esté lista, Usté regresará a la capital. Nosotros volveremos a lo mismo. El abandono y los políticos que vendrán acá a dárselas de príncipe. Usté nos alegra la vida aunque sea una semana, nos muestra que hay gente allá lejos, con educación, que no se aprovechan de uno, y que se la juegan pa´ que personas como yo estemos mejor. Gabriel, en serio, se lo digo, yo no tengo como pagarle. Apenas ten22 20


go este terreno y la mediagua que me está levantando. Sólo quiero pedirle una cosa, que Usté no se olvide de nosotros. Cuantas veces vinieron a pedirnos votos, o nos venían con ese cuento de las misiones. Y no volvían nunca más. Y uno se siente que lo están utilizando, que no lo respetan, que lo ven como un voto más o la buena acción que sirve pa´ganarse un pedacito de cielo, a costa de una caridad que se borra apenas se suben a la micro que nunca más vuelve. Gabriel, por favor, no me desilusione. Ojala que el próximo invierno, nos venga a ver, le prometo que le tendré ese matecito que a usted le gusta tanto. Le contaré de mi vida y como van las cosechas. Si nos ha ido bien, le regalaré un manojito de verduras pá que le lleve a su madre. Cuando regrese, le pagaré con lo único que tengo: una sonrisa de oreja a oreja que espero que alcance a cubrir en algo los quebrantos que ha pasado por levantarme mi casita.

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New Kid in Town ¿Quién anda ahí? ¿Yo? Soy Manuel, el nuevo inquilino. Yo soy Iván, hace tiempo que te esperábamos Manuel. ¿Cómo dijo que se llamaba? Se llama Manuel, Don Luis. Yo soy Tomás, cuéntame Manuel, ¿cómo siguen las cosas por la ciudad? Lo de siempre, nada extraordinario. Yo casi ni salgo. ¿Por qué, Don Luis? Me pierdo, Manuel, las calles han cambiado mucho, hay nuevos edificios y después ni sé cómo regresar. Don Luis, ya le advertí, a su edad, no patiperree tanto. Pero Iván, tengo que soltar los huesos. Siento que esta artritis lleva siglos carcomiendo mis huesos. Ya está quejándose otra vez don Luis, ya es hora de que acepte su “vida”, siempre lo escucho con la misma cantinela de los achaques y quebrantos, aburrase señor. Lo dices porque aun eres joven Javier. Sí, don Luis, soy joven y no tenga duda que apenas me ataque el Parkinson, el Alzheimer o la esclerosis acabaré mi vida de un disparo. No puedes ser tan fatalista, Javier. ¿Y? problema mío Tomás, así es como. . . ¿Hola? Disculpen, ¿han visto a mi osito? Se llama Pipo, tiene un corazón en el pecho. No, niña Amalia, aquí no está. Buh, a veces siento que está cerca, quiero agarrarlo y no puedo. Tranquila niña Amalia, yo te regalaré otro. Gracias Iván. ¿Qué pasa Manuel? Te quedaste en silencio. ¿Oyeron eso? Yo no oí nada. ¿Qué escuchaste Manuel? Una señora rezando el Ave María, don Luis.

. . . Y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ahí está otra vez ¿la oíste Iván? Debes referirte a la señora Carmen. Viene todos los días a rezar. Comienza con el Padre nuestro, sigue con el rosario y remata con el Ave María. Después de sus oraciones, se echa a llorar y, entre balbuceos, recuerda a su marido muerto. Es un cuadro terrible. ¿Manuel? ¿Sigues ahí? Qué frío hace, Tomás, estoy congelado. Tranquilo Manuel, ya te acostumbrarás. Al principio molesta. Crees que el frío te desgarra la piel, que busca tus huesos, y que una vez que los encuentra, los estruja hasta pulverizarlos. Tendrás que ser fuerte, no te queda otra; la calefacción es un lujo al que nunca accedimos. ¿Manuel? ¿Me estás escuchando? Disculpa Iván ¿Hay alguien más aquí? ¿Lo dices por las voces? Demonios, lo olvidé por completo. Manuel, tengo que explicarte “algo”. Es posible que uno que otro día escuches un rumor casi imperceptible y lejano. Voces como la de doña Carmen. Voces que dicen te extrañan, que les haces falta o preguntan porqué te marchaste a destiempo. Simplemente. . . no las escuches. Con el paso de los años esas voces se extinguirán. Los vivos suelen olvidar a sus muertos. 24 22


Tercer Lugar Tercer Concurso Derechos y Deberes Ciudadanos 2011

Promesa Hace dos días detuvieron a mi hijo Francisco. Unos policías lo arrastraron fuera de su pieza a punta de culatazos. Francisco, con su boca ensangrentada, me pidió que no me preocupara, que era un error y que todo saldría bien. Creo que lo hacía para tranquilizarme. Para una madre, desconocer el paradero de un hijo es una angustia que no se la doy a nadie. Francisco estudia periodismo. Con unos amigos fundó un periódico revolucionario. En sus palabras, había llegado el momento de “tomar el toro por las astas” y recordarle a la ciudadanía que el gobierno no estaba respetando los derechos fundamentales. Lo tomó como una cruzada personal. Se quedaba noches enteras escribiendo y corrigiendo sus artículos. Su mejor amigo, Jorge, venía a eso de las once y llevaba la revista a imprenta. Alcanzaron a sacar 3 números. Con la aparición del primer ejemplar, recibimos las primeras amenazas de muerte. La segunda edición nos significó un auto negro estacionado frente a nuestra casa. Y el tercero… La noche que quiero borrar de mi cabeza. Estos dos días, han sido eternos. No puedo hacer nada sin que se me venga la imagen de Panchito. Me pregunto cómo estará. ¿Tendrá frío o hambre? ¿Lo golpearon? Y si... ¡No! No quiero ni pensarlo. Está vivo, debe estarlo. No me lo pueden matar. Sé que uno de estos días regresará, un poco más enjuto que de costumbre, y me pedirá que cumpla mi promesa. Yo le diré que se siente y que lo regalonearé como si fuera el mismo niño que llegaba embarrado después de la pichanga colegial. Pelaré las papas, rallaré la zanahoria y pondré a calentar el agua. Él me mirará con su carita de niño bueno y yo acariciaré feliz su rostro, el de mi único hijo. Ese hijo que nunca conoció a su padre y que hoy está detenido quién sabe dónde... Hace dos días detuvieron a mi hijo Francisco. Si conocen su paradero, díganle que lo espero con la carbonada que le prometí la noche anterior a su desaparición.

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Agonía Que quede registrado este sueño como mi epitafio. Me resta poco tiempo de vida y no lo malgastaré en plegarias inútiles o en un abrazo ferviente de la religión como una última oportunidad de perdón divino. Que el de arriba me haya dado este postrero instante de lucidez no cambia nada. ¿No esperé durante toda mi existencia conocer las llamas eternas? ¿Qué otro destino me esperaba? Ahora, en esta agonía, me sumerjo en paraísos oníricos infernales: escucho los gritos de los condenados y veo los cuerpos desmembrarse una y otra vez. Además, y como un atractivo video turístico, aparecen ante mi los suplicios de Dite, los tormentos en Malebolge o el congelado refugio del Lago Cocito. Entonces, cuando abro los ojos, esperando que esta tortura finalice y que me despoje de mi último suspiro, ingresa la enfermera de turno, cambia el suero y extiende unas horas más mi permanencia en la tierra. Entre el dormir (todo el día) y el despertar (sólo por breves instantes), no he tenido mucho tiempo para despedirme de mi esposa e hijos. Tampoco me interesa tenerlos acá dando vueltas nerviosamente por la habitación y preguntando estupideces como “¿Te duele mucho?”, “¿Estaba buena la comida?” o que, en arranques de sensiblería barata, se aferren a mi mano, la aprieten con fuerza y con lágrimas en los ojos me repitan una y otra vez que no quieren que me muera, que me extrañarán, que no podrían vivir sin mí. En esos momentos, sin saber si es sueño o realidad, leo en la pantalla en negro del televisor “Abandonen toda esperanza, aquellos que entran”. Y sonrío. Luego se van y me dejan en esta pieza que es un mausoleo en vida. Duermo a ratos y siempre entre sueños aparece “la pregunta”. Responderla, haría este sufrimiento un poco más placentero: ¿Cuándo tendré la certeza de que estoy despierto?

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ACERCA DEL AUTOR

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RICARDO LAGUNA DE LA MAZA (Santiago de Chile, 1975) Realizó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio San Ignacio de Santiago de Chile. Es periodista titulado en la Universidad Alberto Hurtado y se especializó en el área de los libros y el mundo editorial. Su carrera literaria se destaca por los siguientes logros:  Finalista en el Primer Concurso de Cuentos Libros de Mentira con su relato “Amalia” (2008).  Tercer Lugar en el Tercer Concurso Derechos y Deberes Ciudadanos con su cuento “Promesa”(2011).  Primer Lugar en el Concurso de Microrrelatos Palabras Mínimas con el microcuento “17 Escalones”.

Asimismo, sus cuentos se encuentran en diversas publicaciones:  “Agonía” fue publicado en la antología Palacio de Hipnos Onirocuentos (2009).  “Los Lunáticos están en mi cabeza” en el libro Recuerdos de Juan Santiago (2011) editado por el taller LEA de la Fundación Pablo Neruda.

Actualmente prepara su primer libro de cuentos que se titulará Relatos Patológicos.

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Graffiti Ricardo Laguna De La maza 2012

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EDITORIAL LETRASKILTRAS 2012

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