el libro de los libros de artista

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las empresas que ya no son personales o familiares, sino aglomerados en cadena gestionados por un poder centralizado, donde por fuerza no hay espacio para un contacto directo entre el proveedor y el vendedor, sino que el paso de la producción a la venta se confía a una jerarquía establecida y que responde a un uso de la fuerza de trabajo de carácter empresarial. En el caso de los libros, el riesgo no es perder un control directo sobre la cantidad de producto, como puede ser el caso de las grandes compañías de restauración, como el hecho de una repercusión explícita en el espacio mismo y su utilización. Las pequeñas tiradas, en tanto que efectuadas siguiendo los cánones oficiales propios de la edición, y por tanto registradas y dotadas de códigos ISBN que permitan su catalogación e inserción en los archivos de consulta, no soportan la comparación con las ingentes cantidades de material impreso de gran tirada que invade con números cada vez más altos el mercado. No sólo: la despersonalización del lugar-librería, compuesto por dependientes no autorizados a tomar decisiones o imposibilitados para gestionar relaciones con el autor/editor, desde luego no facilita la entrada en la librería de un material «minoritario» como es el libro autoeditado. Y también, cuando por motivos no del todo claros el autor/editor consigue superar la relación obligada entre productor y librería a través de un distribuidor (lo cual aumenta los costes y sobre todo reduce una cierta atención respecto del transporte y el embalaje de las copias), el libro en cuestión, en la mayoría de los casos no encuentra la colocación adecuada en las estanterías para que el público pueda beneficiarse de él. El trabajo del autoeditor se transforma así en un callejón sin salida, al faltar el punto sustancial que motiva el empeño, es decir, la recuperación al menos de los gastos y, sobre todo, el éxito en el encuentro con el lector. Por supuesto, hay que decir también –por experiencia propia de quien escribe– que la de «hacer libros» no es una misión fácil, más bien requiere experiencia y una cierta dosis de «alejamiento» de lo que es el propio sentimiento, para que un proyecto personal en los contenidos pero también en la expresión pueda organizarse página tras página de manera aprovechable y permitir un uso inteligente y lo menos costoso posible de los medios de reproducción. Con esto se pretende subrayar la necesidad de que el artista se enfrente al conocimiento de las técnicas y las praxis de la impresión (en caso de que se trate de un libro bidimensional) o de los materiales idóneos (en caso de que se trate de una serie o de un libro con intervenciones tridimensionales). No se quiere justificar en absoluto la dificultad –en parte superada por las tendencias más actuales– del libro de artista para ser medio comunicativo común, sobre todo considerando como contrapunto el difuso uso de programas y tecnologías que permiten controlar las fases de paginación y gestionar la reproducibilidad incluso en los estudios domésticos. Quizás simplemente es de verdad el momento –y los diversos festivales y ferias especializadas que están floreciendo en toda Europa en los últimos dos años así parecen demostrarlo– de que se creen espacios nuevos, igualmente libres, en los que estos libros puedan mostrarse y ser motivo de intercambio y crecimiento cultural. «Nuevos espacios para el siglo xxi que convivan con talleres, exposiciones, presentaciones y debates. Imaginad un mercado nuevo, creadlo vosotros mismos» (Ángeles Loring, librería especializada en arte contemporáneo de Barcelona, de «Use a book», edizioni “Consulta”, 2011). Tal vez un sueño de libertad que ya estamos viviendo con los ojos abiertos, silenciosa pero tenazmente, como lo es la pasión por hacer libros nuevos. De artista. Elisa Pellacani 13


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