Papel Salmón, marzo 23

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domingo 23 de MARZO de 2014

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crítica como el arte de la lucidez pero no falta ninguno. Como refiere, con evidente ironía, Caballero: “Y bastantes se quedan por fuera: el engolado José Umaña Bernal de los años treinta, el laborioso Andrés Holguín de los cincuenta, el pomposo William Ospina de los noventa, el ilusionado Fernando Denis de después del año dos mil”. Claro está que algunos de los nombrados y citados están ahí para ser desmitificados por Harold: Eduardo Carranza, Álvaro Mutis, Gonzalo Arango, Mario Rivero, Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett, Rómulo Bustos Aguirre y Miguel Iriarte Díaz-Granados. Por ejemplo, de la obra de Gonzalo Arango dice: “Una obra que ha envejecido prodigiosamente, demostrando cómo era de pobre su prosodia y su sintaxis y su vocabulario. Casi todo suena a discurso de culebrero y en materia de ideas todo raya en la más absoluta ausencia.

Quedan algunos reportajes y algunas cartas como piezas de arqueología”. En general ataca sin piedad al movimiento piedracelista y a los nadaistas (con dos grandes excepciones: Amilcar y Jaramillo Escobar) a los que considera politiqueros, farsantes y nefastos para la poética colombiana.

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No obstante, la lucidez de su critica se encuentra en la valoración de las obras fundamentales de la poesía nacional, que me recuerda la reflexión que hizo Cyril Conelly en su libro Enemigos de la promesa: “la tarea más ardua de la crítica moderna es descubrir quienes fueron los verdaderos innovadores”. De ahí su afortunada lista de las, para él, obras esenciales y renovadoras: Ritos (1914) de Guillermo Valencia, las Crónicas (1924, en prosa) de Luis Tejada, Tergiversaciones (1925) de León de

Portada del libro Morada al sur de Aurelio Arturo.

Greiff, Si mañana despierto (1961) de Jorge Gaitán Durán, Morada al sur (1963) de Aurelio Arturo y Poemas de la ofensa (1968) de Jaime Jaramillo Escobar. A este último lo considera el más grande poeta colombiano de todos los tiempos, aunque también le brinda generosos comentarios a otros poetas como Amilcar Osorio, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, Elkin Restrepo, Gómez Jattin, Mauricio Contreras Hernández (1960), Fernando Molano Vargas (1961), Antonio Silvera Arenas (1965) y Edgar Trejos (1969). Con estos últimos, jóvenes y poco conocidos, demuestra generosidad e intuición, y se lamenta de la muerte temprana de Molano (gran novelista también) y de Trejos. Es decir, Harold cumple otra función del buen crítico: descubrir talentos no consagrados, arriesgarse a incluir voces en desarrollo. Incluso, se atreve a pronosticar que “Silvera es un merecido sucesor de Silva”. Veamos un ejemplo que cita. Un fragmento del poema Residencias Luis XV, sin aviso a la calle de Contreras: “Hoy amanecí degollado./ Un tajo limpio,/ una irónica sonrisa de oreja a oreja,/ adornaba mi garganta./ Era de ver mi lengua colgando como corbata/ y las de mis vecinos babeando sobre la alfombra/ queriendo meterse en mi cuarto./ La empleada del servicio recoge sábanas/ y cientos de colillas de cigarros/ mientras me aconseja comportarme como un buen muerto/ y no dar esos espectáculos./ Mi ocasional amante chilla/ que todo no es más que un pretexto para no pagarle./ Y mi madre,/ ya la escucho,/ reprochando la desfachatez/ de andar por ahí sin tan siquiera una bufanda./ Claro que si tuviera una bufanda roja/ me colgaría de la viga más alta/ y escribiría un poema titulado el ahorcado del Café Bonaparte”.

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Aunque Ajuste de cuentas debería ser reeditado en Colombia y estar a disposición de todos los lectores, estoy seguro que a Harold le pasará lo que le sucedió a Vargas Vila en su época. Las edi-

Portada del libro Ajuste de cuentas de Harold Alvarado Tenorio, donde aparece el poeta Jaime Jaramillo Escobar a sus 36 años de edad.

toriales comerciales bogotanas lo vetarán, porque para nuestros caricaturescos editores lo “políticamente correcto” es sinónimo de “congraciarse y humillarse ante el poder”. Son estos editores, que inventan genios que no lo son y bautizan a politiqueros de poetas, los que se han encargado de construir un falso canon de mediocres y lameculos que fungen de pensadores e intelectuales. Por eso, solo cuando Alvarado Tenorio esté muerto y ya no genere tanto miedo su lengua viperina, pero lúcida, esta obra tendrá los lectores que se merece y se descubrirá uno de los escasos libros colombianos contemporáneos donde la crítica es autónoma y contundente. La fascinación de Harold por los poetas más irreverentes y malditos de nuestra literatura es el reconocimiento de su pertenencia a esta misma especie de “hijos de Saturno, de Baco y de Lesbos”, como lo fue el “mariguano” de Barba Jacob o el “alucinado” de Jattin. Por eso, sus enemigos, que lo odian y le temen (casi siempre con razón), podrían desear lo que el mismo Alvarado cita de Octavio Gamboa hablando de Antonio Llanos: “A cambio de la cicuta, nuestra sociedad le ofreció su equivalente moderno: el electrochoque”. Solo así Harold se volvería dócil, afable y melifluo, como esos seudo intelectuales que ronronean y lamen como perritos de lujo las manos de los poderosos; esos “poetas” que

escriben “odas” a sus “amos” mientras saborean las sobras que les arrojan los Señores de la guerra y de la corrupción; esa misma ralea de intelectuales colombianos cuya estirpe ya había identificado el filósofo Fernando González hace décadas: “En Colombia, si un intelectual molesta mucho, lo mejor es conseguirle un empleo, bien o mal remunerado, y con eso basta”. Harold ha sido lo contrario: un “kamikaze” consigo mismo, un anarquista furibundo que no es cierto que sea de izquierdas ni de derechas, un moralista confuciano que escupe y muerde a los poderosos y es generoso y sutil con los débiles. Eso, claro está, envuelto en su ropaje de malevo borgiano, terco, malgeniado y paranoico. Sin embargo, para la auténtica salud de la cultura colombiana, su existencia y la de su libro Ajuste de cuentas son una bocanada de aire fresco en medio de tanto farsante y de libracos best sellers como los de un “genio” actual que escribe y opina de “todo”, con la “bonitura” que aman las lectoras de Cromos y la superficial “curiosidad” de los colegiales que encuentran que su erudición está a la altura de los saberes dispersos de Wikipedia y él les sirve, también, para hacer las tareas de la escuela *Escritor. Profesor titular Departamento de Salud Pública. Universidad de Caldas.


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