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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 1 de febrero de 2015 ■ Núm. 1039 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Goytisolo

Juan

a la intemperie

Adolfo Castañón y Xabier F. Coronado

Entrevista con

Ludwig Zeller y S usana Wald ,

los últimos surrealistas

Una semblanza de S ilvio Z avala


1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

BAZAR DE ASOMBROS DISCURSO PARA EL PADRE SOLALINDE

No obstante haber sido distinguido con el más reciente Premio Cervantes de Literatura y ser ganador de diversos reconocimientos desde hace unas seis décadas, el español Juan Goytisolo goza de una fama por supuesto muy bien ganada, pero al mismo tiempo padece cierto penoso desconocimiento por parte de los lectores en general, al menos en México, donde son demasiado pocos los que pueden citar al menos los títulos de las novelas más relevantes de este ensayista y narrador insoslayable: podrían ser Makbara, Señas de identidad, La saga de los Marx, quizá la trilogía El mañana efímero, y aún quedaría muchísimo por conocer, entre relatos, ensayos, crónicas de viaje y un amplio etcétera. Los textos de Adolfo Castañón y Xabier f. Coronado son, al mismo tiempo, homenaje a un autor espléndido e invitación a que el lector lo constate por sí mismo. Publicamos además una entrevista con el chileno Ludwig Zeller y la húngara Susana Wald, así como una semblanza del historiador Silvio Zavala. Comentarios y opiniones:

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n estos tiempos de incertidumbre y desasosie­ go es necesario revisar el significado de pala­ bras como benevolencia, beneficencia, caridad, justicia, compasión y humanitarismo. Los dueños de este mundo intentan disfrazar sus injusticias y su irre­ frenable ambición con los paliativos de una raquítica beneficencia. No tengo nada en contra de que se re­ partan las migajas del banquete, pero son migajas y, por lo mismo, absolutamente insuficientes y anec­ dóticas. La justicia engendra la paz social y remedia a fondo las graves desigualdades que destrozan la convivencia. La piedad, la compasión y la caridad son altas formas del amor, pero deben tener un verda­ dero contenido humanitario basado en la genuina implantación de la justicia social, en la distribución equitativa de los bienes y en el verdadero respeto a la dignidad de todos los seres humanos que sólo pue­ de darse en un clima de igualdad y, lo que es más im­ portante, de fraternidad. Uno de los rasgos esenciales del neoliberalismo, sistema que se ha convertido en el peor enemigo de la racionalidad y la solidaridad, es el de la entrega de todos los aparatos de justicia y de equidad a los po­ deres fácticos. Nunca como en los últimos años los gobiernos habían desempeñado con tanta sumisión y servilismo el papel de gendarme que, en el caso de México, es doblemente trágico, pues se trata de un gendarme corrupto, desorientado y cada vez más ineficiente. Sin duda, los treinta y tantos dueños de este país están viendo, con creciente zozobra, cómo su gendarme cae en la perplejidad y en la práctica de la corrupción sin límites. Es claro que los señores del imperio del norte tienen la mismo preocupación, y ya no entregan es­ trellitas de buena conducta ni coloridas portadas de revista a quienes debían cuidar su patio trasero, y que son cada vez más incapaces de hacerlo. En este desolado panorama figuran, destacada y trágicamente, una anticuada vía de ferrocarril y una bestia resoplante que lleva en sus espaldas una car­ ga adolorida de seres humanos hundidos en la mise­ ria y movidos por una frágil esperanza. Para nuestra fortuna, aparece también una figura iluminada por el espíritu humanista y el afán de justicia, la de Alejan­ dro Solalinde Guerra, nacido en Texcoco en 1945, sacerdote de la Iglesia católica, cura párroco, como el entrañable personaje de Bernanos, en varias iglesias;

Hugo Gutiérrez Vega coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana de la Conferencia del Episcopado en Oaxaca, Chiapas y Guerrero; constructor y director del albergue Her­ manos en el camino, de Ciudad Ixtepec; licenciado en Historia por la Universidad del Estado de México, y maestro en psicología especializado en terapia fa­ miliar sistémica. Sus estudios de historia y de psicología le han ayu­ dado en su tarea de apoyo a los indocumentados y a los migrantes centroamericanos que realizan viajes interminables para huir de la esclavitud de la injus­ ticia. Los personeros del sistema han intentado que­ mar su albergue varias veces y constantemente lo amenazan de muerte. El aparato de coherencia in­ terna del sistema capitalista lo tiene en sus listas ne­ gras, y no cesa de calumniarlo y de atacarlo valiéndo­ se de sus lebreles mediáticos. Dentro del marco de la ley, y valiéndose sola­ mente de intachables medios legítimos, el padre So­ lalinde mantiene su defensa de los humillados y ofen­ didos y, pacíficamente, día con día, enriquece la coherencia y la claridad de sus demandas. Reflexiona desde la fe, como lo dice en su carta al presidente Pe­ ña Nieto y, con prudencia y sensatez, advierte que cada día crece más la brecha entre ricos y pobres, se ahonda la desigualdad social y, por lo mismo, crecen el proceso de deshumanización y la pérdida de la so­ beranía del país, tan agredida por el neoliberalismo. En esa misma carta defiende los valores esenciales de nuestra cultura, que tiene profundas raíces espi­ rituales, y que ha sido la inspiración fundamental de nuestros días de vida republicana en este territo­ rio nuestro que ha visto las luchas constantes en de­ fensa de la soberanía. El premio que hoy se entrega ha reconocido la la­ bor de escritores y humanistas como Fernando del Paso, Miguel León Portilla, Elena Poniatowska y el obispo Raúl Vera. Hoy lo recibe un hombre fiel a sus principios, defensor de los derechos humanos y de la esperanza de un mundo mejor para el hombre nuevo, y para una sociedad justa en la que puedan crecer las promesas que, desde el principio de los siglos, han movido a una humanidad que busca el incremento de los valores que hacen posible la existencia de una sociedad más solidaria y más humana

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Volcanes grises

en el Museo León Trotsky Verónica Volkow

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e presenta en el Museo León Trotsky Bajo el volcán, exposición e instalación, que lleva una tradicional exposición de pinturas de fuerte carga lírica al lenguaje contemporáneo de la instalación. Christin Couture es la pintora de estas ígneas y a veces sombrías imágenes del Popocatépetl y William Hosie diseña, con un gran gusto por el geometrismo, instalaciones limpísimas, subrayando valores ocultos dentro de la obra, escenificando en la tercera dimensión muchos de sus conte­nidos. Los dos artistas estadunidenses trabajan en conjunto –y en ocasiones telepáticamente, señalan–, “combinando iconos figurativos con adiciones de componentes coloridos y construcciones que exploran la dinámica visual del espacio”, como dicen en sus propias palabras. Es una instalación que integra tecnología de punta, pues Couture, desde su estudio en Massachussets, va siguiendo las imágenes que minuto a minuto, las veinticuatro horas del día, toma el Cenapred (Centro Nacional de Prevención de Desastres) de la actividad del Popo­ catépetl. Con base en fotografías del gran volcán humeante elabora desde hace ya varios años sus pinturas y obras gráficas. El símbolo del volcán ha fascinado no sólo artistas mexicanos como el Dr. Atl y José María Velasco, sino que de manera par­ ticular cautiva a los viajeros extranjeros que visitan México y los países latinos, como si éste convocara todo lo que les resulta fascinante a la vez que terrorífico de estas latitudes. El irruptivo monumento geológico pareciera compendiar prosopopéyicamente un temperamento social, ajeno a la frialdad y gusto por el control de la gente del norte, más un violento e irruptivo destino histórico en la que están también ellos involucrados como actores políticos poseedores de tecnologías y economías poderosas. Contamos no sólo la famosa novela de Malcolm Lowry, Bajo el volcán, que coincidió con la estancia de León Trostky en México (1936-1940), sino también con la poesía de Emily Dickinson, que Couture gusta integrar a sus instalaciones. Los poemas de Emily Dickinson, nos dice Couture, “indican peligro, rebeldía, un ardiente núcleo de subterráneas emocio-

nes bajo una superficie quieta, también erotismo y aluden al propio acto creativo en sí mismo, al unir de la mano la creación y la destrucción”. Este carácter ígneo bajo una piel en apariencia tranquila genera una tensión oximorónica muy interesante en las exposiciones-instalaciones de Couture-Hosie, donde el geometrismo de Hosie balancea poderosamente el temperamento onírico transgresivo de la obra de Couture. Esta tensión diálogica con Hosie amplía el espectro connotativo de las pinturas volcánicas de Couture, llevándolas a espectros connotativos más vastos. Finalmente es el contexto el que acaba por dar significación a una obra. Habría que poner un especial énfasis en este momento, no sólo en la carga erótica de los volcanes, que ha es­ tado siempre presente en la obra de la poetisa y de la pintora, sino particularmente en la resonancia política que ha tenido el volcán en la novelística estadunidense de la Guerra civil, como símbolo de incontenibles tensiones sociales. Nos señala Eleanor Jones Harvey que a pesar de la gran documentación fotográfica de campos de batalla durante la Guerra civil estadunidense, hubo pocas pinturas que explicitaran el tema, quedando, sin embargo, el sentimiento “de tensión y turbulencia, expresada por los cielos y el paisaje”. Mas adelante agrega: “Los fenómenos meteorológicos fueron una metáfora común para aprehender la violencia e incertidumbre provocadas por la guerra.” No pasó desapercibida esta potencialidad expresiva del paisaje volcánico para Couture y Hosie, pues como protesta a las inenarrables inmolaciones humanas que estamos llorando los mexicanos, deliberadamente optaron por imágenes en grises y atmósferas nocturnas. Estos volcanes sumergidos en capas y capas de inquietante sombra acompañan nuestro duelo. En el Museo León Trosky estos volcanes se vuelven símbolo del terror indecible, que tan ubicuamente se ha venido destapando y que con su envoltura de oscuridad, resulta más amenazador aún que una catastrófica invasión de lava


Una semblanza de Sil 1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

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Enrique Florescano

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a primera aproximación a la consistente producción de Silvio Zavala señala la presencia de uno de los primeros historiadores profesionales del siglo xx . Los rasgos modernos de Zavala se anuncian con fuerza en sus primeras actividades profesionales. En 1932, un año después de su llegada a Madrid, concluye su tesis de maestría, que se publica ese mismo año. El siguiente ve aparecer su tesis doctoral, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España. Formado en la entonces rigurosa disciplina del Derecho Constitucional, por influencia de su recordado maestro Rafael Altamira, se inicia en la historia de las instituciones. Tres años más tarde, esa determinación produce dos obras innovadoras y notables por su rigor analítico y fuerza demostrativa: Las instituciones jurídicas en la conquista de América y La encomienda Indiana. A la edad de veintiséis años, Silvio Zavala había sentado plaza como uno de los jóvenes historiadores más notables de Hispanoamérica, bajo la guía de maestros de renombre internacional. Estos primeros estudios abrieron un surco que años más tarde seguiría cultivando: el estudio de las instituciones, pero también de las ideas políticas que modelaron la acción de España en América en la época colonial. La conquista española y el régimen social que se instauró en América como consecuencia de ese acontecimiento fueron los dos grandes intereses históricos que nacieron con sus primeros estudios. En esa época, cuando el discurso político cargado de pronunciamientos ideológicos comenzaba a invadir la obra de los historiadores, Zavala asumió el compromiso de sustentar sus conclusiones con una abrumadora colección de testimonios rigurosamente verificados. La Utopía de Tomás Moro en Nueva España, publicada en 1937, fue uno de los primeros títulos en el campo que hoy llamamos historia de las ideas. En esa obra breve y admirable, mostró que el estudio de los problemas mo­ rales e ideológicos exige del historiador un cuidado extremo para no volcar en el pasado las pasiones que asaltan a nuestro presente. Con sagacidad, puso en claro que las ideas humanistas que guiaron los proyectos sociales emprendidos por Vasco de Quiroga en la Nueva España, provenían del pensamiento utópico y contestatario del inglés Tomás Moro.

El joven estudiante de Derecho Silvio Zavala

Otro rasgo moderno de Silvio Zavala es el ejercicio cabal de las diversas tareas que hoy definen el oficio de historiador. Si desde su juventud destacó como un investigador sobresaliente, más tarde hizo frente a las diversas exigencias que agobian al historiador profesional: escritor de síntesis y de obras didácticas para el sistema educativo; profesor y director de tesis; fundador y director de revistas de historia; fundador y director de seminarios, cátedras e instituciones de enseñanza e investigación de la Historia; editor de publicaciones y colecciones de Historia; promotor de seminarios y congresos; cabeza de los gremios y asociaciones de historiadores… Sería difícil encontrar una actividad entre las muchas que hoy definen las funciones del historiador en la cual Silvio Zavala no hubiera intervenido y dejado su huella. Un rasgo particular de Zavala y de su generación (la generación que fundó los institutos de humanidades de la unam , El Colegio de México, el Fondo de Cultura Eco­ nómica y el Instituto Nacional de Antropología e Historia), que establece un contraste muy marcado con los rasgos corporativos e intolerantes que asumieron algunas instituciones académicas en la segunda mitad del siglo, es su decisión de estimular “la pluralidad de los enfoques” en la historiografía y en la investigación científica. En una entrevista con Peter Bakewell, confesó: “No creo en una sola clave que abra la verdad de la Historia, y desconfío de las modas, que sabemos que son pasajeras.” Sus actividades como director de instituciones de investigación y do­ cencia estuvieron marcadas por la apertura a los nuevos enfoques que en esos años se desarrollaban en Europa, Estados Unidos y América Latina. Como nunca antes, y pocas veces después, las aulas, la biblioteca y la cafetería de El Colegio de México se poblaron de profesores pro­ cedentes de múltiples países, de estudiantes llegados de diversas partes de América y de convivencias plurales. Como apuntó el mismo Zavala, se creyó entonces “que era necesario abrir el espíritu y no vivir enclaustrados”. Partidario de esa visión amplia de la Historia, Zavala se manifestó contra las posiciones adoptadas por la escuela de los Annales, cuyos seguidores “no querían saber nada de los estados, de las instituciones, de la política, de las guerras…”, y se definían en favor de las “estructuras” y en

Con David Alfaro Siqueiros

contra de la “superestructura” […] “Yo vi claramente el con­ trasentido, quizá por venir de ultramar y ser discípulo de un historiador de la civilización: Rafael Altamira. Él me enseñó a tener una concepción global y a no hacer esa dicotomía entre las bases económicas y sociales y el resto de la sociedad. Yo lo veía todo tan unido, tan influidas unas cosas por otras que, en el fondo, no compartía esa división de la historia lanzada por los Annales que iba a triunfar durante más de una generación en el mundo entero.” En relación con las direcciones que siguió la investigación histórica en los tiempos más recientes, Zavala no vaciló en hacer públicas sus críticas. Al referirse a los estudios de la segunda mitad del siglo xx , observa que hay obras “de valor que sí contribuyen a ensanchar el conocimiento”; pero también registra desviaciones. Señala, por ejemplo, que la anterior generación de historiadores “era modesta. Pensaba que el pasado es un campo muy grande, muy difícil, en el que apenas podemos encontrar algunas verdades”. En contraste con esa modestia, la generación actual le parece “petulante”. “Sabe y dicta todo […] Le regala al pasado sus modelos, sus ideas, su lenguaje gremial.” Al valorar esa tendencia, concluye que “una parte por lo menos de esta historiografía del siglo xx indicará más sobre el siglo xx que sobre los siglos anteriores que pretende estudiar”. Contrariamente a la vida breve de la mayoría de las obras de Historia contemporánea, es común ver reeditar las obras antiguas de Silvio Zavala, después de pasados treinta, cuarenta o cincuenta años de su primera edición, sin modificaciones, con un añadido que recoge las aportaciones recientes, sin que éstas alteren la tesis originales. Esta cualidad, que resalta frente al carácter efímero y volátil de una gran parte de la historiografía contemporánea, me parece que se explica por los principios que desde sus orígenes guiaron sus investigaciones. En primer lugar, el principio de establecer los hechos históricos a partir de un manejo acucioso de las fuentes directas, particularmente de los archivos, de los cuales ha extraído una de las colecciones más ricas y ordenadas de fuentes que se han publicado en el siglo xx . En segundo lugar, su extremo cuidado para comprender el hecho histórico en su tiempo, su lugar y su lenguaje, evitando intro-


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vio Zavala Collage: st0rm65

El brindis del proemio Orlando Ortiz

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Con Charles de Gaulle

“No creo en una sola clave que abra la verdad de la Historia, y desconfío de las modas, que sabemos que son pasajeras.”

ducir en el análisis los problemas o las perspectivas del presente. En tercer lugar, su decisión de no pronunciarse sobre los hechos examinados antes de reunir los datos que por sí mismos pudieran dar cuenta de esos hechos. Y finalmente, su fidelidad a la idea de que seguir el desenvolvimiento de los hechos históricos en el tiempo y en la forma como éstos se manifiestan en la realidad, es condición necesaria para su correcta evaluación. Esta manera de concebir y practicar la tarea del historiador creó un nuevo nivel de rigor en la investigación histórica mexicana e hispanoamericana, señaló un camino frente a las ideologías de diverso signo que le fueron contemporáneas y antagónicas, y hoy sigue mostrando la solidez y permanencia de una obra hecha con probidad

n torno de una mesa de café, regocijadamente echaban desmadre seis jóvenes amigos. Platicaban de todo y nada, o en su defecto, de nada y todo, sazonando la charla con comentarios anodinos y pueriles. –Habría que buscar otro café –comentó uno de los seis. –¿Por qué –cuestionó otro. –No me gusta cómo preparan aquí el capuchino –replicó el primero–. La espuma está cremosa, pero espuma y canela aplastan el gusto del café, y a mí me gusta que el capuchino sepa a café, no sólo a capuchino. –Ahora que lo dices –intervino uno más–, no es mala idea. Hay que buscar un sitio donde tengan café colombiano. –Me gusta más el de Brasil. Pero preparado en prensa francesa. –Yo me conformo con uno tipo americano, pero bien hecho y que no esté quemado. Siguieron hablando, abundando sobre el tema. A veces sus palabras giraban en torno a la variedad del grano, la altura de los cultivos, dónde creían haber visto un changarrito adecuado para sus reuniones, el tostado del café, el modo de prepararlo aquí y en otros lugares (por lo mismo, los usos y costumbres de tales sitios), los mitos, leyendas y anécdotas que circulan al respecto. Únicamente Arturo permanecía callado. Se percataron de ello sus amigos, se volvieron a verlo y sin necesidad de decirlo la pregunta de todos fue: ¿Y a ti qué café te gusta? Pensaron que les respondería algo sofisticado o extravagante, por ejemplo el Blue Mountain, de Jamaica, o mejor todavía, el Kopi Luwak, y que soltaría una perorata de cuanto se dice de ese grano carísimo, que llega a costar 900 euros el kilo, aunque su sabor debe ser muy especial, porque lo recogen en los excrementos de la civeta, un animalejo de ignotas tierras. O tal vez no llegara a tanto pero sí a decir café turco –preparado en esa ollita de cobre tan característica–, cubano o algo parecido, pero no. Su respuesta fue: –Expresso... dulce. El corrillo intercambió miradas. Arturo siempre había sido el más singular, tal vez hasta original de todo el grupo, y ahora salía con algo tan ordinario. –¿Dijiste expresso? –cuestionó, incrédulo, uno de los amigos. –Dije expresso dulce –fue la respuesta. –¿Y cual es la diferencia? –insistió otro de la camarilla–. En todos los cafés tienes azúcar para que le pongas la que se te antoje. Además tú ni siquiera tomas azúcar porque eres diabético. –No me refería a eso. –¿Entonces? –fue la pregunta de todos al mismo tiempo. Arturo respiró hondo, luego sonrió y dijo: –Me refiero al que tomo cuando estoy con mi novia. Vamos a una cafetería donde el expresso lo preparan con una máquina adecuada, es decir, con la presión y calor que se requiere para ello. Ambos pedimos expresso doble y cuando nos lo traen, nos cercioramos de que en la superficie esté esa maravillosa natita cremosa de color café oscuro –hizo una pausa y tomó un poco de agua–. Le damos un sorbito y luego esperamos unos minutos, pocos, y apuramos nuestros expressos. Ella debe tener cuidado al hacerlo, para que la espuma cremosa quede en sus labios. Entonces... cosecho en esos labios tiernos y carnosos un expresso dulce, muy dulce... Quedaron mudos. –...y esa dulzura es únicamente el proemio. Ya nadie dijo nada. En seguida, uno a uno le hicieron un ademán al mesero solicitando su cuenta


Los últimos

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-¿C El poeta Ludwig Zeller (Chile, 1927) y la artista plástica Susana Wald (Hungría, 1937) nos recibieron en la escultura más grande que Wald ha construido hasta ahora: su casa en el municipio de San Andrés Huayapam, a unos doce kilómetros del Zócalo de Oaxaca. Este es un fragmento de la extensa conversación que nos otorgaron; una entrevista con unos de los últimos surrealistas vivos de Latinoamérica.

entrevista con Ludwing Zeller y Susana Wald Lauri García Dueñas

Ludwig Zeller, Alas contra el viento, 2008

ómo ha sido esta parte de su vida y de su crea­ ción? ¿Ahora qué están haciendo, en qué andan? Ludwig: Uno siempre anda un poco a escondidas en algunas cosas, pero la verdad es que estoy haciendo una serie de poemas de distintas etapas que me ha tocado vivir, para recopilarlos finalmente en un tomo y que puedan ofrecerse como una visión de esas cosas que a uno le han tocado. Susana: Yo ando trabajando en un mural que son unos quince paneles y que van a quedar algo parecidos a esto (señala su patio), ésos que están allá afuera. Ludwig: Es de ese tamaño (señala el mural). S usana : En Talca hubo un terremoto espantoso de 8.5 grados hace unos tres años; entonces, están haciendo un nuevo edificio para los asuntos de gobierno de la región y en la entrada hay un muro donde va a estar este mural y el tema es el primer grupo surrealista (chileno) que se llamó Mandrágora. El mural se llama Amanecer de Mandrágora. –Cuéntanos de ellos. Susana: Nosotros somos el segundo grupo surrealista, digamos, los sobrevivientes. Somos de los últimos que quedamos vivos de los que conocieron a miembros de La Mandrágora. L udwig : La Mandrágora es una generación anterior a la nuestra, pero guardo muy buena amistad con ellos, los principales eran Enrique Gómez, Braulio Arenas, Teófilo Cid. Hay personas que realmente han explorado una parte de la mente que es muy importante y uno tiene entusiasmo por ellos. –Ustedes han hecho exploraciones de esas partes de la mente, ¿cómo tratan de comunicar cada uno ese trabajo? L udwig : Mira, uno se enfrenta a un aspecto, poético por ejemplo, y, desde luego, uno tiene una serie de patterns interiores, pero los confronta una cosa, una imagen que se da ¿no? Y el tiempo gestiona todas las cosas y se dan, florecen. –¿Y tú, Susana, cómo describi­ rías esa parte, la exploración de esa veta? Susana: Dejar funcionar la parte de uno que no es consciente y que no juzga nada. Y en general es lo único que tienes que aprender, el resto va solito [...] también en la escritura: si tú tienes una frase con qué comenzar algo, en general, te dejas llevar por esa frase, no importa qué idiotez sea, algo va a salir. Hay cosas que son de gran interés porque vienen del inconsciente y luego eso se pule. Hay un aspecto que es automático u onírico, pero hay que trabajarlo. –En el caso de los collages de Ludwig, ¿de qué manera se en­ treteje y se da la comunión entre el texto y el collage?

L udwig : Para mí es una cosa muy natural porque la imagen verbal siempre tiene un carácter un poco distinto y, en cambio, la imagen visual [tiene] todas las libertades del collage. En el collage, yo me tomo todas esas libertades, no importa que sobre una piedra haya una cabeza grande de un hombre, eso me da una posibilidad de libertad. S usana: Yo encuentro que los collages de Ludwig son más que nada poesía visual porque él no trabaja con un afán de plástica, en mi opinión, e influye mucho en sus collages el azar: un papel que se pegó porque hubo una fricción eléctrica y quedó ahí, o cosas por el estilo. Ludwig: Durante muchos años he hecho esto: la técnica. Estuve muchos años encargado de artes visuales en el Ministerio de Educación en Chile, me ha sido muy especial adoptar esta forma de collage porque me ha dado una libertad y una posibilidad de hacer una cosa distinta. –Alguien me contó que te decomisaban las tijeritas en las bibliotecas cuando entrabas a ellas, ¿es verdad? Ludwig: A mí me ha tocado trabajar en el Ministerio de Educación en Chile, imagínate, así que era muy difícil, cómo te dijera, saber que eso se puede dar, pero que no lo ejerciera uno. Pero he tenido también la libertad de hacerlo, he tenido una biblioteca grande en la cual podía recortar cosas porque, bueno, es la libertad de cada cual. S usana : Bueno, Ludwig ya lo hacía antes de conocerme, pero durante cincuenta años hemos estado buscando juntos libros apropiados para que él los use en collages, libros del siglo xix , sobre todo, los cuales son cada vez más caros porque treinta años atrás era más barato el mismo libro, van escaseando, ese material es un fondo enorme. Ludwig los recorta y se deshace de la parte del libro que no tiene interés y aún así [los restos de los libros] llenan espacios enormes.


surrealistas

Foto: Carlos Román/ noticiasnet.mx

–¿También utiliza recortes de libros y revistas más actuales? L udwig : Claro. Esto que ves es una pequeña cosa. He hecho varios centenares de collages. Naturalmente, se exploran cosas distintas. –¿Cómo se conocieron? ¿Hace cuánto? Susana: Yo estudiaba fisiología del cerebro en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile [...] La idea de Antropología Médica es que todos los alumnos tenían que pasar por ahí y aprender que cuando estaban viendo un hígado, no era un hígado sino un paciente, que venía quizás con el hígado un poco descompuesto, pero no sólo considerar el enfoque médico sino como ser humano, se trataba de hacer énfasis en la cultura general para los alumnos, esa era la tarea de un grupo de gente y Ludwig se especializa en la parte de poesía o de prosa literaria. El 10 de mayo de 1963 se había anunciado la exposición de grabado de Nemesio Antúnez y era un día muy frío, allá las temporadas están a la inversa que aquí. Y era un día lluvioso y fue poquitísima gente, no sé ahora, pero en ese entonces llovía y los chilenos desaparecían, no llevaban nunca una protección porque llueve muy poco, ya llovía muy poco, me imagino que ahora llueve menos. Yo fui del laboratorio a la exposición y no había mucha gente, había una persona ahí que tenía tiempo para platicar conmigo y ahí empezó una charla, yo estaba trabajando en fisiología y me dijo: “¿Pero qué diploma tiene usted?”, yo digo: “Bueno, diploma, diploma, tengo uno en cerámica.” Me mira de alto a bajo con mi bata blanca y me dice: “¡Y qué hace usted aquí!”, entonces digo: “Decidí dedi­ carme a esta parte científica en vez de la parte de plás­ tica que hacía antes.” Entonces él empieza a insistir en que quiere ver mi taller, y yo dije: “Déjeme sacar las telarañas, qué tal el próximo miércoles.”

Hay un detalle curioso, Ludwig me dijo: “Y cómo se llama usted”, aquí decía “s . Wald” [señala el lugar donde estuvo el identificador de su bata] y yo le digo: “Susana”, y él queda revuelto, yo no entendía nada de nada… Ludwig: Había tenido un sueño yo… Susana: Y cuando trataba de analizar el sueño con una analista, no le encontraban ni pies ni cabeza y quedó archivado y era un sueño que había tenido él tres meses antes. Él se acordaba de eso y yo no tenía ni idea ¿no es cierto? Llegó la hora de almorzar y fuimos a la cafetería de la facultad y, mientras ahí charlábamos y comíamos, como la cosa más natural del mundo él saca del bolsillo una tijerita y unos papelitos de aluminio, ¿no es cierto? y empezamos a hacer caligramas, él me muestra cómo maneja la tijerita… Ludwig: Cómo se hacen estas cosas… S usana : La tijera la abres y la cierras y mueves el papel, ese era un principio importante y él va e introduce una cosita y lo pone en la mesa y me pasa la tijera y otro pedazo de material. Y yo también voy armando la cosita y abro después mi cosita, siempre doblada, abro mi cosita y quedamos ambos atónitos de ver que tenemos el mismo pattern interior. Ambos sabíamos que eso se da muy poco. Cada persona humana tiene un cierto pattern. En cincuenta años, hemos encontrado una sola persona más que tuviera el mismo tipo de pattern que noso­ tros dos, tampoco puedes distinguir los recortes de ella de los recortes nuestros. Eso fue muy especial, quedamos muy conmovidos y, bueno, nos gustamos desde un principio y nos volvimos a encontrar en la escuela casi a diario y luego en otras partes. Ahora no sé qué pensaba Ludwig en ese momento, nunca le he preguntado. Ludwig: Encontrar a una persona que uno ha soñado, con un nombre, de alguna manera, lo mueve interiormente, y ha sido muy especial, han pasado ahora casi cincuenta años. Susana: Más de cincuenta... En el sueño, él veía danzar a una mujer frente a un muro, esa es la imagen que yo recuerdo de su sueño, no recuerdo las otras características, un muro de piedra como los que se hacen al norte de Chile, donde él nació. En el sueño, él sabe que el nombre de esa persona es Susana y cuando despierta y tratan de analizarlo con Lola Hoffman (Helena, con “h ”, Hoffman, la llamábamos Lola de cariño) no cuadra con lo de Susana en lo bíblico. Ludwig no conocía a ninguna Susana y no tenía ni pies ni cabeza haber soñado ese nombre, hasta que el 10 de mayo se resolvió el dilema, ¿no? –Los dos son artistas ¿cómo se dan sus espacios de trabajo? ¿Tienen un horario especial donde los dos tra­ bajan simultáneamente en sus propias cosas o es in­ distinto? L udwig : Aquí en casa tenemos una solución que está dada interiormente; por ejemplo, si Susana quiere pintar una cosa, se le ocurre una idea y es necesario que sea en el día con alguna luz, yo a la vez aprovecho el tiempo en explorar la cosa poética, ver una serie de cosas, en esto no nos perturbamos el uno con el otro. S usana : En esta casa, que ya es lo último que nos ha resultado como conclusión de nuestro trabajo y de nuestra vida, hay cuatro talleres, dos para él y dos para mí, porque las actividades son muy diversas, porque él tiene una parte donde lee su poesía y otra parte donde hace collage, aunque también escribe ahí. Yo soy más metódica, tengo

1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

Ludwig Zeller, De cuerpo entero

separado el taller de pintura del taller de gráfica en cómputo, pero esto es como una conquista de la vejez, porque cuando teníamos niños pequeños debíamos esperar a que durmieran para tener un tiempo para trabajar en lo nuestro, casi siempre compartíamos un taller. Esta casa la construí yo, de lo cual estoy orgullosa, es la escultura más grande que he hecho hasta ahora. –¿Cómo enfrentan ustedes este momento en que la gente joven quiere saber sobre lo que ustedes han hecho, sobre lo que han descubierto? Susana: Lo que yo puedo decirte es que era muy escasa la gente de nuestra propia generación con quien nos pudimos entender, porque éramos incómodos siempre, a veces al punto de que algunos de ellos no podían to­ lerarnos, y bueno, con justa razón, cada quien tiene derecho a mantener sus pensamientos. Se dio, en tiempos no tan recientes, que empezamos a tener relación con gente mucho más joven que nosotros. Esos muchos más jóvenes que nosotros ahora tienen cincuenta o sesenta, pero llegan también otras generaciones; en mi caso, el contacto con los jóvenes siempre me ha mantenido joven. Nosotros en Chile hicimos La Casa de la Luna. En Canadá, que es un país muy vasto, nos sucedió que alguien nos encontró viviendo en otra provincia y nos contactó, simplemente para invitarnos a su casa, un almuerzo, presentarnos a la mujer, los niños, y decirnos que para él fue un cambio de vida La Casa de la Luna. Hace no tanto tiempo, alguien escribió desde Australia que La Casa de la Luna fue algo que le cambió la vida. –Ludwig, usted ha repetido un par de veces en la en­ trevista la palabra libertad, ¿cómo la entiende ahora, justamente frente a las nuevas generaciones, frente a lo que pasa, y su vocación de su escritura? L udwig : Las posibilidades creativas las veía hace cincuenta años y las sigo viendo ahora y las comparto con la gente que se acerca a mí, en una absoluta libertad. S usana : Ludwig pretende que los jóvenes se liberen de las limitaciones que tienen. Les da ejercicios cuando hace talleres literarios, los talleres literarios de él son muy especiales, les da tareas que son liberadoras del pensamiento

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JuanGoytis El escritor ajeno al mercado y a los oropeles o harapos de la gloria nacional debe ser esa planta del desierto cuyas raíces dan con la vena de un legado caudaloso y atemporal que lo mantendrá en vida, alcanzando así, a través de una contemporaneidad visionaria, el bosque encantado de las letras: la frondosidad soterrada de cinco mil años de existencia humana en la que forjará, con paciencia y amor, su árbol de la literatura.

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Foto: José Carlo González/ La Jornada

La obra ensayística y crítica de Juan Goytisolo no es, por cierto, producto de la sosegada y a veces estéril existencia de quienes miran transcurrir su longevidad desde los claustros universitarios y académicos.

Juan Goytisolo, El lucernario. La pasión crítica de Manuel Azaña.

I

bra encrucijada entre la narrativa, las memorias, el ensayo, la crónica, el testimonio, el periodismo y la crítica, la del escritor Juan Goytisolo (nacido en Barcelona en 1931) y desterrado por decisión propia en París desde 1957, es a la par reconocida y premiada pero también ignorada, poco leída y menos releída. Es Juan Goytisolo un nómada disidente cuya única patria parece ser la escritura y la lectura, la enseñanza y la amistad. Excéntrico y subversivo, creador original que en cada libro rompe géneros y fronteras, su escritura parece atrincherarse en la intemperie, en sus novelas se desenvuelve un itinerario novedoso y ávido de intercambios, riesgos y transgresiones. Es una figura altiva y controversial, según supo apuntar el escritor uruguayo Danubio Torres Fierro, quien lo conoció en los años setenta y caracterizó así su talante disidente: “Muecas de desamor, ademanes repelentes, alegoría de la moda, orgullosa orfandad transterritorial –y un obstinado recriminatorio. Una reivindicación de la singularidad y el radicalismo, un elogio del exilio y la errancia como fraguas liberadoras, de sello cuasi ácrata, y un alegato a favor de una moral inclaudicante y una estética bastarda. El despliegue, en fin, de una bandera soberbia. Va de suyo que, en el personal espacio de inquisición que Juan diseñó a lo largo de su obra, estas defensas (en el doble sentido de la palabra) encajan como claves de bóveda y piezas maestras de una arqui­ tectura intelectual que denuncia una continuidad zigzagueante y empecinada.” María Zambrano distinguía dos categorías de poetas: la de los que necesitaban protección y la de los que no habían menester de ella. Esta distinción apuntaba hacia la carencia teórica o conceptualizadora que expone a ciertos poetas a la manipulación, si no al manoseo, de los exégetas, profesores y otros agentes doctrinarios. Viene a cuento esta mancuerna para ensayar una aproximación plausible al consistente y bien trabado oficio ensayístico y crítico de Juan Goytisolo, uno de los contados autores reales y necesarios de la lengua en esta edad sinóptica de famoseos y complacencias globalizantes. No se puede olvidar que Carlos Fuentes, en su libro sobre la Nueva novela hispanoamericana, lo consideró como uno de los nuestros, según recuerda Octavio Paz. Si su obra narrativa tan amplia y necesaria como innovadora y profunda es bien conocida, el oficio ensayístico y crítico de Juan Goytisolo resulta menos familiar, aunque sea precisamente


solo a la intemperie

1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

Adolfo Castañón

de ahí, de esa biblioteca en movimiento crítico, de donde el narrador viene a extraer no poca de su riqueza y hondura, de su capacidad de polinización, para echar mano de una expresión empleada por él. El asombroso paisaje de su fabulación no sería plenamente explicable sin esa lectura apasionada y vehemente de los saberes y las ig­ norancias expuestos y soterrados entre “España y los españoles” –título de un célebre ensayo suyo, publicado en 1969, tras permanecer inédito muchos años a causa de la censura franquista y que da título a una antología de su ensayística hispánica, prologada por Ana Nuño. La obra ensayística y crítica de Juan Goytisolo no es, por cierto, producto de la sosegada y a veces estéril existencia de quienes miran transcurrir su longevidad desde los claustros universitarios y académicos. Obra de un creador activo y beligerante, lo es también y en buena medida de un hombre que ha conocido la militancia política y que como se puede comprobar en sus ejemplares libros de memorias (Coto vedado, Los reinos de Taifa) ha tenido que aprender a palos y censuras la historia, tanto la del reino, república o dictadura de la nación que le tocó es­ cribir y llorar como la de la utopía comunista que en su juventud abrazó su vocación disidente, para irse luego desengañando de ellos. Fermentada por la vida activa de la militancia, la vida del contemplador solitario y disidente, y la del escritor que ha buscado beber en las fuentes secretas de la mar­ ginalidad, su prosa reúne sus caudales conceptuales en una obra ensayística que resulta clave. Clave para cualquier escritor que aspire desde la sucursalizada y pe trificada lengua española a sincronizar su reloj cultural con la hora convergente y a la par diseminada del mundo actual. Clave también para entender qué le ha sucedido, entre silencios y fanfarrias, a las letras hispánicas desde su plenitud en la Edad Media, y antes de esas pro­ longadas “vacaciones” críticas que se tomara la cultura española a partir del reinado de Felipe ii y hasta la hora efí­ mera de la República presidida por Manuel Azaña, a quien Goytisolo ha dedicado un libro admirable: El lucernario. Dice ahí Juan Goytisolo, para situar las medulares reflexiones políticas de Manuel Azaña (al filo de la derrota de la República española) tanto como las suyas propias: “En el debate intelectual, la reflexión más profunda y original sobre lo acaecido fue en mi opinión la de Américo Castro; en vez de buscar la raíz del mal en el siglo xix y las Cortes de Cádiz, su análisis se remonta a la Baja Edad Media y pasa por la criba del españolismo puro de los cristianos viejos, la hidalguía basada en la limpieza de sangre, el unanimismo castizo y el consiguiente rechazo de las ideas heterodoxas y de las razas “manchadas’. Sus planteamientos fecundaron mi escritura desde mediados de los años sesenta del pasado siglo, tanto en el campo de la creación novelística como en el del ensayo.” En efecto, lector acucioso y amigo corresponsal de Américo Castro, con quien cruzó entre 1968 y 1972 un Epistolario, Juan Goytisolo es, al igual que éste, un afilado hispanista y un renovador de la imaginación histórica española. Su lección disidente y solitaria sólo cabe compa-

rarse por su hondura y firmeza a la del mencionado Américo Castro o incluso a las de Marcelino Menéndez y Pelayo o Ramón Menéndez Pidal. Al igual que las de ellos, domina su construcción teórica un vasto panorama. Esa lección crítica –realzada por una vista estereoscópica– se ha vertido en diversos libros de ensayos y artículos como España y los españoles (1969), El furgón de cola (1967), Disidencias (1977), El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus (1999), signados todos ellos por una voluntad a veces instintiva, a veces calculada, de desacralización y disolución de los mitos en que se atrinchera esa especie civilizatoria llamada “homo hispanicus”.Y este es justamente el personaje laberíntico y el eje de sus meditaciones críticas, develadas invariablemente por restaurar y descifrar el revés de la entrampada trama cultural, pasada y presente, del paraje cultural hispánico. Como no queriendo la cosa, pero sin dejar de acosar a su presa crítica, Juan Goytisolo ha ido salvando de la desmemoria estratos íntegros de la historia de la cultura hispá­ nica; ha ido transvalorando sus espacios y territorios, salvando del olvido y la indiferencia no sólo autores y obras puntuales del Arcipreste de Hita y La Celestina al Cancionero de burlas y Quevedo, Sarmiento y Sarduy, Lezama Lima, Octavio Paz o Carlos Fuentes, para sólo poner algunos casos, sin por así decir tramos marginales y subte­ rráneos que recorren las edades conflictivas de las letras hispánicas. Pero esta labor pedagógica no ha de asociarse a una voluntad corporativa y gregaria; en Juan Goytisolo lo que está en juego, así en la escritura como en la vida, es el placer, el juego, el riesgo vivificante de la intemperie, la reivindicación del imperio de los sentidos intelectuales, estéticos, físicos y virtuales. De ahí entonces una actitud invariablemente provocadora, incitante, y que apela a la virtud solitaria de las aves de presa y altura, desdeñosas de la gregariedad comedida y eventualmente robotizada del mundanal suburbio globalizado. Nutrido en la savia teórica del marxismo y en la cultura y la crítica francesas contemporáneas, embebido paulatina pero inexorablemente en el espejo enterrado de la parva tradición ibérica, aclimatado en los bordes europeos y árabes del Mediterráneo, inflamado por una pasión autocognoscitiva que lo lleva a traspasar las fronteras de la imaginación heterosexual y a reconocer en ese deslinde las posibilidades del amor y la pasión homoeróticas, familiarizado desde adentro con las raíces de la civilización islámica, exponiéndose una y otra vez a la intemperie de lo incalculable y marginal, así en la página como en la ciudad, en el cuerpo mental como en el cuerpo físico, Juan Goytisolo ha seguido en su parábola vital una línea que se va haciendo geometría y que va desdoblándose en es­ pacio, en hábitat para el sobreviviente. II Cuando Juan Goytisolo vino a México a recibir el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, en mayo de 2002, el Fondo de Cultura Económica le propuso la idea de realizar una selección de sus ensayos. Tuve entonces, en mi condición

de interlocutor amistoso, la fortuna de acompañarlo a un paseo por el Zócalo o Plaza Mayor de la ciudad capital de México. Era el jueves 30 de mayo, fecha en que se celebra la fiesta de Corpus Christi. La plaza estaba llena, animada por familias que llevaban a sus niños vestidos de campesinos, para recibir la bendición que se les imparte en esa fiesta. La multitud abigarrada y colorida evolucionaba despaciosamente por entre los puestos de los mercaderes ambulantes. Los altavoces pregonaban confusas letanías que parecían hechizar a la serpiente de aquella anónima muchedumbre giróvaga. En un recodo de la conversación, Juan Goytisolo me dijo que esa plaza de México le traía a la memoria la del mercado abierto de Marraquesh pues tenía no poco de árabe e islámica (“rayada de morisco”, pensé recordando involuntariamente a López Velarde). Siguió Goytisolo hablando de la importancia que para él tenía México como cultura y como espacio para la imaginación hispánica. Guardo como recuerdo de esa conversación una imagen tomada en el atrio de la Catedral por uno de esos fotógrafos que le facilitan al cliente un escenario, en este caso: un sarape de saltillo con paisaje volcánico estampado y la imagen de la Virgen de Guadalupe y, en el primer plano, una ofrenda con comida típica mexicana. En medio, en el centro, con gafas negras, sarape calado sobre el hombro derecho y sombrero de charro en la mano un Juan Goytisolo vestido con camisa gris y pantalón beige y con una expresión enigmática –como de milenaria tortuga– no exenta de una leve sonrisa. Una vez tomada la imagen, volvió la conversación, que ahora giraba en torno al Arcipreste de Hita y el Libro del buen amor, una de las semillas ocultas o soterradas en el primer capítulo, “Del más acá venido” de la novela Makbara –ese avatar de lo escribible y legible, cota fronteriza como si fuese el Finnegan’s Wake de la literatura escrita en español– cuyas últimas líneas dicen: “…recorrer otros lugares, otros ámbitos, levitar sobre un tapiz, continentes y océanos, otro país, errancia, hospitalidad, nomadismo, la vasta latitud del espacio, otras voces, su lengua, mi dialecto, como antaño, en medio de ellos, vivo, soy, me muero, libre al fin, camino del mercado”

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Goytis 10

Juan

Xabier F. Coronado

Mi cultura, forjada a tientas y aun a contracorriente, guardaría mucho tiempo la marca de los

literatura

resantes e innovadoras de la historia reciente de la literatura española.

prejuicios, lagunas e insuficiencias de una España asolada y yerma, sometida a la censura y rigores de

VIDA Y EVOLUCIÓN NARRATIVA

un régimen sofocante. Juan Goytisolo

E

n la historia de la literatura es común encontrar escritores que han desarrollado su obra fuera del país de origen. Las causas del alejamiento suelen ser ideológicas. La mayoría de esos autores se ven obligados a dejar su tierra ante la certeza de perder la libertad, incluso la vida. Es lo que conocemos como exilio político. En el país donde se refugia, el escritor tiene sensación de desgarro, sentimiento de pérdida, añoranza, “de todo me arrancaron. Me dejan el destierro.” (Luis Cernuda). Otras veces la expatriación no es tan traumática; el escritor toma la decisión de manera voluntaria, se autoexilia. Esa coyuntura hace que no sea tan fuerte la sensación de añoranza, incluso hay atracción hacia la cultura que le acoge, muchas veces elegida, no impuesta por las cir­ cunstancias. En ambos casos el escritor, a pesar de su infortunio, tiene la oportunidad de conocer otras costumbres, de desarrollar su trabajo en el marco de otras lenguas, de ver su propio bagaje a la luz de otra cultura. En definitiva, cuenta con más posibilidades de ampliar su conocimiento del mundo y de sí mismo, que los autores que no salen de su lugar de origen. Juan Goytisolo es uno de esos escritores que opta por el exilio voluntario; con el tiempo supera el sentimiento de estar alejado de lo que consideraba propio y nunca regresa a vivir a su país; “Para mí el exilio, a partir de un determinado momento, no ha sido un lamento sino que ha sido una fuerza vital cuyo impulso se ha prolongado después de que desapareció la razón que lo provocó. Yo podría haber regresado a España después de la muerte de Franco [...] esta muerte llegó para mí demasiado tarde [...], me encontraba en una situación donde ya era más familiar para mí vivir en París o enseñar en Estados Unidos o vivir en Tánger.” Con el paso de los años, Goytisolo se convierte en un escritor nómada que trasciende su condición de expatriado y aprovecha la oportunidad de conocer otras culturas. Pero sobre todo, tiene la capacidad de procesar la visión de su propia herencia cultural desde afuera, liberada de apegos y orgullos nacionales: “El exiliado puede ver su lengua a la luz de otras lenguas, puede advertir enseguida que la escala de valores consensuada por la tribu es falsa. Me explico: cuando uno vive sumergido en un determinado medio no tiene puntos de comparación con respecto a otros idiomas y a otras culturas.” (Juan Goytisolo, Semana de Autor, ech , 1991) Estas circunstancias personales se reflejan en la obra de Juan Goytisolo y la convierten en una de las más inte-

Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesraní en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme, a consecuencia de mi nomadeo y viajes, en ese raro especimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías. Juan Goytisolo

Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) nace en el seno de una familia de la burguesía catalana. La Guerra civil marcará de forma definitiva su infancia, al morir su madre en un bombardeo de la aviación franquista. Siente afición por la lectura desde niño y comienza a escribir en la adolescencia. Empieza a estudiar Derecho y Filosofía y Letras pero pronto abandona la universidad. Su primera novela, Juego de manos (1954), queda finalista del Premio Planeta y es publicada con algunos cortes realizados por la censura. En los tres años siguientes escribe Duelo en el paraíso; El circo; Fiestas, y La resaca, novelas que forman la primera etapa de su obra narrativa. El propio autor piensa que en ellas hay “un predominio excesivo de las influencias librescas sobre las literarias”. En 1955 viaja a París y conoce a Monique Lange, que trabaja en la editorial Gallimard. Ella lo pone en contacto con el grupo de escritores que son vanguardia en la literatura francesa: Marguerite Duras, Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, etcétera. Entabla una amistad con Jean Genet que durará dos décadas e influenciará su obra posterior; “de su mano aprendí esa fecundidad desligada de nociones de patria, credo, Estado, doctrina o respetabilidad” (En los reinos de taifa). Goytisolo se autoexilia en París, vive con Monique y trabaja como asesor literario para Gallimard. En esos años se compromete con la lucha antifranquista y se integra al Partido Comunista. Se convierte en motor de la resistencia cultural al régimen y organiza actos que buscan la solidaridad internacional. Regresa varias veces a España sin ser detenido y recorre zonas deprimidas del sur de la península. Esos viajes son el tema de sus libros Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962). En esa época también publica un libro de ensayos, Problemas de la novela, que recopila artículos aparecidos en la revista Destino, que intentaban sentar las bases de una literatura con inquietudes sociales; dos libros de relatos, Para vivir aquí y Fin de fiesta; y la novela La isla. Con apenas treinta y un años, Goytisolo ya ha publicado una docena de libros. A partir de 1963, su obra será prohibida en España. Juan Goytisolo se entusiasma con el movimiento re­ volucionario cubano y viaja a la isla en varias ocasiones. Sobre esas experiencias escribe Pueblo en marcha (1963). Con los años, se va distanciando de la Revolución cubana

Fotos: José Carlo González/ La Jornada

y también se aleja del exilio político español, cansado de sus luchas internas. En 1964 sufre una intensa crisis existencial causada por sus decepciones políticas, su estancamiento literario y la tensión que le producen sus pulsiones homosexuales, una faceta reprimida de su personalidad que desde entonces decide asumir. Confiesa sus inclinaciones sexuales a Monique, deja su trabajo en Gallimard y se trasladan a Saint-Tropez, donde replantean su relación. Goytisolo comienza un proceso de recapitulación de su vida anterior que produce un cambio de rumbo radical en su literatura. Desde entonces, al margen de movimientos políticos y literarios, se centra en la búsqueda de una identidad propia y se libera de sus fantasmas personales a través de la escritura. A partir de 1966 crece su interés por la cultura árabe, una pasión que ya no le abandonará; viaja por Marruecos, el Sahara y Oriente Medio (Turquía, Siria, Líbano, Jordania y Egipto). En esos años produce la parte más interesante de su obra. Tres libros marcarán su evolución narrativa: Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975). Este “tríptico del mal”, punto de inflexión en la literatura española contempo­ ránea, supone la reorientación definitiva de la obra de Goy­tisolo que, a partir de entonces, irá a contracorriente de las tendencias literarias en boga.


solo:

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nómada a contracorriente

RELACIÓN CON MÉXICO México y Marruecos son los dos países en donde me siento más a mis anchas. Juan Goytisolo

Juan Goytisolo mantiene una estrecha relación con México. En los años sesenta, cuando no puede publicar en España, Joaquín Díez Canedo, en una muestra más de su encomiable labor por la literatura, le abre las puertas de

la editorial Joaquín Mortiz, donde se va a publicar la primera edición de dos libros esenciales de su obra, Señas de identidad y Reivindicación del conde don Julián, así como una interesante recopilación de estudios sobre el autor: Juan Goytisolo: la destrucción creadora (Joaquín Mortiz, 1976). “Editorialmente fui mexicano en la época de Franco. Señas de identidad y Don Julián se publicaron por primera vez en México, país que no sólo ayudó a los republicanos, sino a los españoles que no podíamos publicar en España. Esto es una deuda que nunca olvidaré.” (La Jornada, 2006). Sus viajes a México le mantienen al tanto de la realidad del país. Goytisolo publica ensayos en revistas mexicanas como Letras Libres, el primero en 1979, “Cuba, veinte años de revolución”, y el último en mayo del pasado año, dedicado a la memoria de Octavio Paz, donde resalta que les unía “su apertura intelectual a otros espacios culturales”. Goytisolo ve multitud de similitudes de carácter político, social y cultural entre México y Marruecos. “Son dos países de frontera. Ustedes tienen el sueño americano, en Marruecos el de la Unión Europea. Sus Tijuana y Ciudad Juárez son acá Ceuta y Melilla. El río Grande, el estrecho de Gibraltar. En el norte de México se agolpan los candidatos de todo Centroamérica a dar el salto al paraíso soñado; aquí, los del África subsahariana. A sus wet backs se

“Para mí el exilio, a partir de un determinado momento, no ha sido un lamento sino que ha sido una fuerza vital cuyo impulso se ha prolongado después de que desapareció la razón que lo provocó.”

en nuestro próximo número:

En esta trilogía, el autor lleva a cabo una precisa labor desmitificadora de la historia y la cultura españolas. Señas de identidad arremete contra la familia y la educación religiosas; en Don Julián, Goytisolo elige Tánger como base desde donde consumar su rebelión contra la patria; y en Juan sin Tierra escribe prescindiendo totalmente del esquema narrativo de la novela tradicional, un paradigma que ya no volvería a respetar. Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986) son libros donde Goytisolo recapitula su vida y se libera de manera definitiva del pasado. Rememora su infancia y juventud en España, la etapa parisina, las relaciones con escritores y amigos, los desencuentros políticos, su crisis existencial y el viaje con Monique a la Unión Soviética en 1965, que marca el final de una época. Permanecerán juntos hasta 1996, cuando muere su compañera; ese año Goy­ tisolo se traslada a Marrakech, donde vive actualmente. Entre otras novelas del autor, todas ellas auténticos experimentos narrativos donde el humor empieza a ocupar un lugar importante en el desarrollo del texto, se pueden citar: Makbara (1980), Paisaje después de la batalla (1986) Las virtudes del pájaro solitario (1988), La cuarentena (1991), La saga de los Marx (1993), Carajicomedia (2000) y Telón de boca, (2003), que según el propio autor será su última novela: “he perpetrado demasiados libros”. Goytisolo se considera heredero de la tradición literaria en lengua castellana –“mi nacionalidad es cervantina”–, seguidor del Arcipreste de Hita, estudioso de la novela picaresca, admirador de Góngora, de San Juan de la Cruz, de Larra, de Clarín, “reencarnación” de Blanco White, discípulo de Américo Castro, y adepto a Luis Cernuda. Su obra, con más de cincuenta libros publicados, supone un aporte imprescindible para la literatura contemporánea.

les llama acá jarragas. El primer país receptor de remesas de sus emigrantes es México; el tercero, Marruecos. La diversidad étnica, lingüística y cultural son las mismas. Sus tradiciones religiosas y artesanales tienen un extraor­ dinario parecido. La incompetencia y corrupción admi­ nistrativas son idénticas. Lo que ustedes llaman mordida, aquí le dicen bakchich o rechuá.” (“México df en vivo”, El País, 14/xii /08)

ENSAYO Y ACTUALIDAD Para mí este es el gran poder de la literatura: deshacer certezas e introducir al lector en el fértil territorio de las cuestiones que buscan respuestas. Juan Goytisolo

En la obra de Juan Goytisolo el ensayo ocupa un lugar importante; son numerosos los textos donde el autor desarrolla ideas sobre temas literarios, culturales y políticos. Ejerce de pensador independiente, dispuesto a analizar, exponer y debatir. Desde 1977 hasta la actualidad, mantiene abierto un espacio de comunicación con los lectores en el diario El País, al margen de la línea editorial del periódico. Sus análisis sobre conflictos internacionales, rela­ cionados con el mundo árabe, tienen un enfoque diferente al de la mayoría de los analistas. Goytisolo se convierte en corresponsal de guerra durante los conflictos bosnio y checheno, condenando la hipocresía de los gobiernos occidentales que por defender sus intereses trasgreden el derecho internacional y no atienden cuestiones humanitarias. Ha publicado decenas de libros y centenares de artículos sobre cuestiones históricas y de actualidad. Su visión es lúcida, diferente, porque a lo largo de su vida aprendió a dudar del discurso oficial, que casi siempre está manipulado para disfrazar la verdad. Goytisolo nada a contracorriente en el cauce de las ideas globales y totalizadoras. Se solidariza con los grupos marginados y excluidos, les da voz a través de la literatura. Apuesta por la riqueza de la diversidad frente a la uniformidad depredadora de identidades. Juan Goytisolo encarna el compromiso que el escritor debe asumir ante la historia, implicarse en la transformación de la realidad desatinada en vez de colaborar para perpetuarla

Las mujeres de Casa Xochiquetzal

La Jornada Semanal

Fabrizio Lorusso

@JornadaSemanal

Szilágyi y la judicatura

Entrevista con N oemí L una

jsemanal@jornada.com.mx

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Torneos Y ocurrió que un día, para solaz del reino y de los muchos poetas que lo poblaban se organizó un Torneo de las Musas. De todas partes llegaron muchachos y muchachas que acompañados de liras, panderos y guitarras entona‑ ban los versos que habían com‑ puesto. Eran innumerables. Y los había inspirados y otros que no lo eran tanto, pero todos arremetían con parejo entusiasmo y el príncipe, que formaba parte del jurado y quería escucharlo todo, agobiado por el número, estaba a punto de enloquecer. Hasta que san Barlaán lo llamó a un lado, donde otra multitud estaba empeñada en el Torneo de la Olla, y le hizo ver cómo procedían aquellos doctos jueces que debían elegir al mejor cocinero. “Mire su alteza, le dijo el sabio, que no hace falta que consuman por completo cada uno de los platos. Si así lo hicieran sufriría su salud. Meten la cuchara, prueban las viandas y saben a quién deben premiar.” [De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.] •

Rogelio Guedea AL DE VUELO PASO Clases de guitarra Para ayudarse en su economía, mi hijo decidió darles clases de guitarra a dos compañeros de su secundaria, todas las tardes, debajo del guayabo. A uno le presta mi guitarra porque no tiene y al otro mi capotraste, porque no ha podido conseguirlo por ningún lado. El costo de inscripción es de diez pesos e incluye todas las clases que sean necesarias,“hasta que aprendan bien”, según me aseveró mi hijo. Sin embargo, ayer en la noche me contó que como uno de sus compañeros no había podido acabalarle el costo de la inscrip‑ ción, no tuvo más remedio que regresársela al otro pues conside‑ raba injusto cobrarle a uno sí y a otro no. ¿Cómo ves, papá?, me preguntó aún titubeante. Bien hecho, respondí con firmeza. Mi hijo le está dando clases gratis de guitarra a dos compañeros de su secundaria, todas las tardes, debajo del guayabo. Yo no veo, pues, cómo pueda eso ayudarle en su econo‑ mía, pero tengo al menos la esperanza de que se haga más sólida la amistad de este trío de tiernos y futuros cantarrecio •

bitácora bitácora bifronte bifronte

La ciudad del lenguaje: la poesía de Paty Blake

“T

oda ciudad surge de otra” escribe, a manera de manifiesto, la poeta mexicana Paty Blake, en su libro Ciudad a (2011), en donde no sólo explora el tema de la ciudad como organismo vivo, a veces monstruoso y otras compasivo, sino también como una idea entre‑ mezclada con emociones que crecen en el humano y que echan raíces profundas en el imaginario y en la memoria a través de su nutriente más visible: la palabra. La ciudad se hace en la memoria: cimientos alfabéticos construyen edificios poéticos, calles sonoras, algarabía y confusión, soledad colectiva. En el poema “El sitio”, Paty Blake materializa los planos mentales de esa ciu‑ dad bautizada, por ella misma, como “a”: “Para sitiar una ciudad hay que herirla/ como si fuera uno mismo/ hay que arrebatarle el aire/ despacio ventanal abierto/ a pie de cortina dibujar los muros”, y páginas (pasos) más adelante agrega, en el poema “Marcha”: “Las ciudades primero se nombran/ se crecen a sí mismas/ subterrá‑ neas.// Luego, aparecen como si amanecieran/ como si ya estuvieran hechas/ desde siempre/ y sólo fuera que la luz/ las ilumina poco a poco.” Así, la ciudad poética ocupada por el lenguaje encuentra su sitio (lugar y cer‑ co) en el libro, es mapa pero también puerta de entrada para expresar a la ciudad: las rutas que siguen los poe‑ mas, los jardines que se convierten en bosques (o vice‑ versa), y la mirada que, al inicio, abarca toda la ciudad y que, después, se va concentrando en la intimidad de espacios personales, en la cueva donde el ser reside, en la casa y, en específico, el “Estudio”, zona física donde la palabra emerge:“Desde aquí las granadas/ la mediano‑ che. La terraza/ risas y ladra un perro. Arriba/ donde vimos una casa quemándose./ Ojalá el calor no llegue hasta este lugar/ de ramas secas.” La poesía de Paty Blake marca diversos ritmos, se alarga en la prosa cuya intención es encontrar la pala‑ bra fundacional: “[…] En nombre de lo que no lo tiene. Del árbol que plantaremos al centro. De la risa imagina‑ da que tendremos en el jardín futuro. Fundo esta ciudad. Junto a la fuente del dios morado. Junto a mi propia sombra coloco la primera piedra.” Y de ese tono pasa a la condensación de un pasado arcaico cuyo eco sigue repitiéndose en el presente: “Alguien/ cerró los ojos justo/ aquí/ hace siglos.” En Ciudad a el lector encuentra la voz firme de una poeta que no se limita al retrato convencional y des‑ criptivo de objetos o emociones, Paty Blake penetra la sustancia de la ciudad que habita y que, al mismo tiem‑ po, habita la palabra; dialoga con el tiempo que la ex‑ periencia vital le dicta, es dueña de una voz propia que fragmenta o reintegra a voluntad para establecer una estética de la reflexión pero también de la emotividad, urdiendo en Tijuana (en donde vive desde 1982) una ciudad de la que surgen otras cuyas luces provienen de la poesía misma •

Un cuaderno de 1944 Takis Sinópoulos ¿Pues cómo podría desclavar del marco del pasado cómo separar al ladrón del lisiado del asesino del insospechado cuya sombra avanza en medio de la noche? ¿Quién eras tú cómo llegaste con qué alas a este mundo alterado? Más brillante, con más brisa en todas partes más oscura en todas partes más roja una terrible y rojísima ciudad en cada crucero y un muerto en cada puerta y una lágrima y tanta nieve nieve perdida en la inocencia y ni una sola voz hasta las montañas ni una luz ninguna luz la ventana cerrada y detrás del rostro el árbol oscuro el quemado vals.

Takis Sinópoulos (1917-1981). En 1934 inició estudios de medicina que debido a la guerra con Italia y la Ocupación no terminó sino hasta 1944. Como médico militar estuvo en el frente en Macedonia y posteriormente fue liberado del servicio en 1949. Participó en varios festivales internacionales de poesía y fue invitado al simposio de escritores griegos y españoles de la Resistencia, en Barcelona, en 1979. Pintor aficionado, editor y conductor de programas de radio sobre poesía griega contemporánea, fue miembro del comité de Democracia Panhelénica y, tras la caída de la dictadura de los coroneles (1967-1974), miembro fundador de Nuevos Poderes Políticos, una organización de tendencia social demócrata. Escribió quince libros de poesía y ha sido traducido al inglés, italiano, alemán y ruso. Véase La Jornada Semanal, núm. 871, 13/ xi /2011 Versión de Francisco Torres Córdova

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1039 • 1 de febrero de 2015

LA OTRA ESCENA

Miguel Ángel Quemain

quemainmx@gmail.com @mquemain

Edgar Ceballos, una puesta en escena de la escritura

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ÓMO ESCRIBIR TEATRO, HISTORIA y reglas de dramaturgia (Escenología, 2013), de Edgar Ceballos, no es un libro de recetas fáciles que transformen a un afi‑ cionado a la escritura y al teatro en dramaturgo. Es una guía con muchos consejos, pero sobre todo una pauta de lectura que tiene como condición de la creación la comprensión del pasado artístico. La primera regla de acuerdo con el orden formativo que propone Ceballos es conocer ampliamente la tradi‑ ción, poder distinguir los recursos de la añeja dramatur‑ gia que va de la tragedia griega, pasando por el drama satírico, la comedia, la tragedia y la comedia latinas, el drama litúrgico, la Commedia dell’Arte, el Renacimiento y barroco español, el romanticismo francés y la produc‑ ción en medios digitales. Según la transcripción de la nota que en su momen‑ to publicó Arturo Cruz en este diario a propósito de la presentación, hay algo de rechazo en lo que Ceballos equipara a una experiencia iniciática: “En la década de los años setenta, la enseñanza del teatro era algo esoté‑ rico. Los discípulos estaban sentados alrededor del gran chamán, alrededor de una fogata. El gurú hablaba de que el teatro era algo mágico, pero en realidad, como cualquier ciencia exacta, está constituido por funda‑ mentos, leyes, que uno debe seguir para hacer una buena obra.” Es una forma de devoción que el autodidacta profe‑ sa por la continuidad de un mundo que devela sus se‑ cretos gradualmente, aunque muchos de ellos puedan expresarse a través de la docencia, la investigación y la difusión cultural. Ceballos es un hombre teatral y su curiosidad, uno de los motores iniciales de alguien capaz de formarse a sí mismo, se manifiesta en un pro‑

yecto de lector y editor que lo ha conducido a la creación dramática. Ceballos no le teme a la obsesión de algunos realizado‑ res que piensan que no se puede ser predicador ni crítico si no se han practicado los oficios que se comentan, lo cual es absolutamente falso puesto que la crítica es un arte que acompaña a las obras y vive entre ellas, en las líneas fron‑ terizas del ensayo, posee alas y el análisis necesario de la evidencia metodológica que lo autoriza a la opinión, que es la materia de la que están hechos los juicios mediáticos sobre las producciones artísticas del género que sean. Un trabajo como el que presenta Ceballos tiene ante‑ cedentes en El arte del drama, de Claudia Cecilia Alatorre, La composición dramática, de Virgilio Ariel Rivera, y el Manual de dramaturgia, de Tomás Urtusástegui, mucho más complejo que los dos anteriores aunque sin la riqueza del que presenta Ceballos, porque además de tratarse de una experiencia personal o de taller, recoge una serie de inda‑ gaciones que responden a la historia de los procedimien‑ tos de la retórica que funda lo teatral y le da sentido a la tradición, movilizando un análisis que de ordinario no se enfrenta como condición para crear. Se trata de un trabajo propositivo para todos los que participan de lo teatral, que sabemos no sólo corresponde al mundo de la palabra, sino también al silencio como una melodía que proviene del ámbito plástico de lo escénico y que admite varias lecturas en términos de la imagen mental y de lo visual. Para un crítico que no se dedique a la escritura de obras de ficción, este libro es una propuesta interesante porque además de ofrecer el ejercicio de desmontar, como lo ha‑ ce la crítica que ofrece una visión desde varios miradores, propone una revisión del lenguaje conceptual, de ese glo‑ sario teatral que hace tan específica la manera de nombrar un mundo cuyos elementos y aspectos están sujetos a un devenir histórico que los modifica.

En el capítulo que Ceballos llama Abecé dramático, hay una serie de palabras nuevas que no son fatuas y que harían falta en diccionarios tan prestigiados como el de Patrick Pavis: flojedad, estancamiento, lógica, ob‑ jeto mágico, sorpresa, lucha dramática, diferenciar, Cal‑ derón. A este apartado se suma otro capítulo donde acepta el desafío de explorar las estructuras de la comi‑ cidad y define el humor, la risa, el chiste, en la manera de concebir una obra dramática y de ofrecer una estrategia de actuación para la comedia. El plato fuerte de esta edición es un despliegue de posibilidades arquitectónicas a lo largo de casi cincuen‑ ta páginas donde explora 36 situaciones dramáticas. Es un capítulo final para pensar la ficción desde posibilida‑ des anecdóticas muy ricas y que nos muestra la ampli‑ tud de temas que nos tocan y modifican •

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola @LabAlonso

Dos brasileiros extraordinarios

A

LLÍ ESTÁBAMOS, CON NUESTRAS expectativas a tope. Se trataba de la “noche brasileña” en el contexto de la apap (Association of Performing Arts Presenters), el mer‑ cado más grande de artes escénicas agendado cada enero en la ciudad de Nueva York. La publicidad del Poisson Rou‑ ge –que así se llama el conocido foro de Bleecker Street en el que aguardábamos– aseguraba una muestra de música explorativa (sic) de aquel país. Fieles seguidores de su van‑ guardia, oramos por nuevos y notables descubrimientos. Pero no fue fácil encontrar el oro en la caverna. De los siete proyectos que se entremezclaron a lo largo de tres horas (ahora sabemos que se trata del Colectivo Chama), hubo dos músicos que nos sorprendieron sobremanera. Uno, Pedro Sá Moraes, es cantautor que juega con el co‑ nocido espíritu del Brasil carioca pero agregando ácido e irreverencia de laboratorio. Hace experimentos con pro‑ gramaciones y métricas extrañas mientras su voz flota ves‑ tida de rock, siempre recta entre la torcedura. Guitarrista, cantante y compositor (ha colaborado con nuestra Magos Herrera), sus canciones adoptan un dramatismo teatral, se integran a base de una espesa amalgama de sonidos acús‑ ticos, eléctricos y electrónicos afectados con sapiencia y, sobre todo, harta intuición. Todo ello, empero, no sería efec‑ tivo sin la obsesiva urdimbre que debió tomar meses de tejido. Viéndolo en directo presenciamos parte de su genio, pero fue hasta escuchar el disco que nos regaló, Além do Principio do Prazer, cuando entendimos su estatura. Es ex‑ traordinario. Se puede escuchar en su página: www.pedro‑ samoraes.com. ¿Quién fue el segundo músico en asombrarnos? Regre‑ sando a esa noche en el Poisson Rouge, a un lado y acom‑ pañando a sus socios, Sergio Krakowski tocaba el pandero.

Él es el otro. Así es, apreciable lectora, lector de este domingo, hoy no profundizaremos en las virtudes de llamativos instrumentos de cuerda o aliento, sino en la creatividad del tipo que tocaba el objeto más pequeño, ése que, apenas se quedó solo, nos mandó a una dimen‑ sión desconocida confirmando el cliché vilipendiado: “menos es más”. Diez minutos escuchándolo fueron motivación su‑ ficiente para investigarlo y entrar en contacto. Porque cualquier músico puede producir timbres y ritmos bá‑ sicos en una percusión de mano, pero pocos dominan los cuatro ejes de lo excepcional: mecánicas complica‑ das, alta velocidad, claves rítmicas sofisticadas y un es‑ tilo e interpretación personales. Sergio es de ésos. No estaríamos dedicándole estas líneas si fuera otro de los que siguen a rajatabla las huellas de los maestros bra‑ sileiros del pandero (Marcos Suzano, Jorginho do Pandeiro, Celsinho Silva, Bira Presidente, Jackson do Pandeiro). Lo suyo es distinto. Conectando su instrumento a pedales de piso y a una computadora a través de un trigger (micrófono de

contacto), el avecindado en Nueva York presenta una propuesta novedosa en la que se mezclan efectos, pro‑ gramaciones y videos, todos controlados y manipulados en vivo desde el breve objeto. Discursos de músicos cé‑ lebres, sampleos y texturas varias conviven con su pro‑ pio pulso consiguiendo tejidos en los que el ritmo resis‑ te la extravagancia de rupturas lúdicas, a veces rayanas en lo absurdo, siempre entretenidas. Otra cosa fundamental: Sergio es de los que produ‑ cen la sensación, la sospecha de que en su mente convi‑ ve una enorme cantidad de artistas más. En sus de‑ dos vemos la técnica del pandeiro de su patria, claro, pero también atisbos de la darbuka egipcia, de la tabla y la kanjira indias. En su lenguaje están las raíces de esas latitudes, pero al agregarle efectos notamos incluso su interés por la electrónica, el jungle y el drum & bass; en la manera como dialoga con sus colegas compro‑ bamos lo que sabe de jazz e improvisación… motivos todos por los cuales viaja a numerosos países de Amé‑ rica y Europa dando talleres sobre su hacer con las ma‑ nos, sobre su pensar matemático. (Pronto nos visitará. Trabajamos en ello.) Decimos esto por los minutos que lo vimos sobre el tinglado y por lo que descubrimos diseccionando su disco Carrossel de Pássaros. En esa obra, que también puede escucharse completa en su página (www.skrako. com), suena su pandero acompañado por extraordina‑ rios coterráneos como Antonio Loureiro, Yamandú Cos‑ ta y el propio Marcos Suzano. Casi todas las piezas (doce) son de su autoría. Se trata de dúos, tríos, cuartetos y de‑ más formaciones en las que Sergio Krakowski ofrecen el soplo de un Brasil nuevo y, efectivamente, explorativo. Acérquese a respirarlo. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

Verónica Murguía

Jorge Moch

En la silla del chapulín

Del síndrome del carrazo

mina el turno matutino de muchas es‑ cuelas. Esto provoca embotellamientos épicos, coros de mentadas de madre, claxonazos y chamacos (o barrende‑ ros) atropellados. Ahora que usted es nuevo(a) en el puesto y está decidido(a) a consolidar una resplandeciente carrera política, me permito sugerirle, como Pe‑ pe Grillo (otro chapulín, pero conscien‑ te), que pague sueldo nocturno a los trabajadores, les asigne condiciones apropiadas para laborar y nos deje‑ mos de embotellamientos que suman, al polvo y el fecalismo, las emisiones de miles de automotores. Quisiera también preguntarle: ¿por qué las luces de las torretas de las pa‑ trullas han aumentado de intensidad de forma tan, digamos, fulgurante? ¿Sa‑ bía usted, novísimo delegado(a), que el reglamento de publicidad exterior –ése que fue violado por el anuncio de Gabriel Mancera y Universidad, que proclamaba los “logros” de la asamblea legislativa del df – prohíbe que la luminosidad exceda los 50 luxes? Yo no sé medir luxes, pero cada vez que me tropiezo con una patru‑ lla, quedo como San Pablo en el camino de Damasco: sin ver nada y tirada en el suelo con una taquicardia horrorosa. Eso, a pie. En coche me tengo que orillar a la orilla, como dicen ellos, so pena de su‑ birme a un poste por ver puras manchas azules y rojas. A San Pablo, empero, Dios le dirigió la palabra. A los pobres chilangos a quienes nos habla el patrullero, no nos espera ninguna revelación divina, se lo aseguro. Delegado(a): haga el trabajo para el cual elegimos a su antecesor. Ponga se‑ máforos y placas allí donde han muerto policías cumpliendo su deber. Bautice un vagón del Metro con el nombre de Este‑ ban Cervantes, el heroico soldador del metro Balderas. Ponga baños, bebederos, botes de basura. Tiene usted un sueldo que ya quisiera un diputado europeo. Si cumpliera nos dejaría tan pasmados, que no tendría ne‑ cesidad de hacer como su antecesor. Le seguiríamos la pista y quizás ¡votaríamos por usted! •

N

O SON POCOS LOS alardes detestables de la prepotencia en México. El odio de clases se ha exacerbado desde todos los rincones de la colectividad, particu‑ larmente los más alejados de sí, y acuñó todo un léxico del desprecio que ha ido cambiando de acuerdo al decorado y la tecnología. Ostentar riquezas suele ser una faceta de ese desprecio y el abanico de epítetos se vuelve un muestrario de las épocas. Del dominio ibérico hasta la Independencia y del afrancesamiento de la burguesía porfirista salieron los que hicieron de la palabra “indio” una contradicto‑ ria variante del menosprecio. Con caricaturescos adjetivos crueles: desharrapado por harapiento y marginado de la moda y esa paparrucha que el esnobismo llama hoy fashion o trendy; patarrajada porque en insufrible miseria un par de zapatos sería no sólo un artículo incosteable, sino exótico a la vestimenta tradicional indí‑

gena. De ese racismo absurdo nació rau‑ do el clasismo ahora variopinto aunque con denominadores comunes: el des‑ precio, la mofa, la vergüenza entre quie‑ nes creen que negar raíces humildes equivale a subir efectivamente pelda‑ ños en la escalera, y por desgracia no sólo vigente sino acendrado en el meta‑ lenguaje que se origina en términos como “chairo”, espetado desde la peque‑ ña burguesía oficialista hacia todo lo que aspire a movimiento popular, o “yú‑ nior”, “lady” o “mirrey” desde gruesos sectores populares hacia quienes apa‑ renten, presuman o tengan dinero y con dinero poder. El “roto desgraciado” del pópulo chilango de las décadas de los cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta se convirtió en el “chico ibero” y “niña fresa”. El peladito se convirtió en cholo. Las palabras cambiaron pero la tirria ha seguido siendo la misma, porque si bien la historicidad de la problemática so‑ cial en México es inmensa, se la puede reducir con algún maniqueísmo a su‑ cinta combinación de corrupción ra‑ dicular que ramifica en un todo que nie‑ ga consuetudinariamente la justa distri‑ bución de la riqueza. Por las razones que se quiera y tan ancestrales como la Con‑ quista misma. Poco ha caminado social‑ mente el México de los encomenderos al de las señoras clasemedieras que a sus empleadas domésticas les dan va‑ sos de plástico distintos a los que usa la familia de la casa. El mismo obispo alta‑ nero de la Colonia que despreciaba por‑ dioseros hoy pontifica que las desapari‑ ciones forzadas –de pobres– han de colmarse con resignación. Yo nací en la década de 1960 y antes del horror de Tlatelolco. Se suponía que México “se alivianaba”, pero no: las taras del desprecio social estaban vigentes como siempre. Por eso tuvieron éxito las telenovelas donde la redención de la sufrida protagonista se realiza cuando el muchacho de la familia rica le pone casa y nombre. Según me cuentan, en

los cuarenta y cincuenta la televisión, es decir, el aparato televisor en sí, era una demostración de éxito en la vida. Tenía televisión solamente la élite o el rico del barrio. Aunque en realidad la programación fuera escueta y una por‑ quería (hoy sigue siendo una porque‑ ría, pero de abundancia sobrecogedo‑ ra). Hoy una pantalla plana y curva de 85 pulgadas sigue siendo sinónimo de “sáquese, muerto de hambre”, pero nada se compara a la concepción implícita que los mexicanos le damos al automó‑ vil, en parte por nuestras propias defi‑ ciencias en un sistema de jerarquías y valores francamente envilecido, pero también porque somos una esponja ab‑ sorbente de la cultura consumista de las potencias mundiales y los vecinos po‑ bretones de aquella que hace del auto, por cierto, toda una subcultura herma‑ nada con el fanatismo patriotero y el religioso. Por eso ver en un crucero cómo el dueño del Audi lujoso se pasa por los destos el derecho de paso de peatones y otros automovilistas es todo un caso para analizar la subversión de un in‑ consciente apaleado por la vida. Por eso ver a Raúl Salinas bajarse de un bmw fu‑ turista y de costo estratosférico en un acto de página de sociales deja sabor de cobre en la boca de todos los que pa‑ gamos, con impuestos de muchos años, las centenas de millones de dólares que se dice que le timó al presupuesto cuan‑ do su hermanito hacía y deshacía peor que ahora. Claude Serre, el genial caricaturista francés, lo expuso de manera harto más sintética que las cerca de mil palabras regadas aquí: muchos hombres de los que compran –y peor, con dinero mal habido– un súper deportivo no mane‑ jan un auto: van montados en su propio pene. El que imaginan tener. El que com‑ praron con dinero que guardan en Suiza en cuentas secretas. Bajo un nombre falso • Ilustración de Serre

CABEZALCUBO

Ahora que su jefe tuvo a bien abandonar su puesto para brincar en dirección a San Lázaro y usted es el nuevo poseedor del hueso, me veo en la solemne necesidad de revelarle que faltan muchas cosas por hacer en la Delegación. Y es que su jefe andaba muy ocupado juntando dinero para hacer campaña, razón por la cual descuidó total‑ mente sus obligaciones. Le diré una cosa, que tal vez explique la conducta del chapu‑ lín tránsfuga que dirigía esta buena porción del df : los grillos tiene los órganos au‑ ditivos en las patas (si no me cree, consulte la Wikipedia) y el delegado(a) solía meterlas en una cantidad de asuntos. Me temo que esto equivale a taparse las orejas. Quizás por eso no escuchaba sugerencias, quejas o consejos.

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Estimado licenciado(a):

Es mi deber, pues, en este momento, contarle cómo están las cosas. En esta Delegación (poner aquí el nombre) se han concedido, moche muy grande por delante, demasiados permi‑ sos de construcción. Si usted es vecino nuestro y con el hueso se le dio además camioneta con chofer, le sugiero que se asome por la ventanilla en lugar de ir mandando mensajitos a su novia(o) o contlapache. Comprobará que sobran baches, polvo, escombros, edificios a medias, revolvedoras de cemento, ban‑ quetas ocupadas por varilla, anuncios de preventas y caca de perro. Que las bases de los postes de luz carecen de tapa (se las robaron) y ahora están rebosantes de hojas de tamal y botellas de refresco lle‑ nas de pis. Que las banquetas están rotas y que en las grietas se meten sustan‑ cias indescriptibles que le dejan a uno el zapato hecho un asco. Verá que faltan semáforos, topes, ta‑ pas de coladeras, luminarias, botes de basura –está muy bien que nos animen a tirar la basura en su lugar, pero hay que implementar, como dicen ustedes, esa política, para lo cual hacen falta botes y contenedores–, y policías. También de‑ berían existir baños públicos administra‑ dos por la h. Delegación y bebederos de agua potable, así como máquinas aspira‑ doras de hojarasca, sugerencias que ya he puesto por escrito en este espacio y que fueron ignoradas olímpicamente por su antecesor. Quizás el delegado no sólo tiene los oídos en las patas. Que tu‑ viera los ojos en los talones explicaría muchas de sus medidas, su impavidez ante la contaminación que tanta conjun‑ tivitis ocasiona y su incapacidad para leer sugerencias. También, si se fija, se dará cuenta de que las cuadrillas de limpia de la h. Dele‑ gación trabajan a medio día, cuando ter‑

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1039 • 1 de febrero de 2015

Luis Tovar

Javier Sicilia

twitter: @luistovars

En busca del sentido

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A TAN RECIENTE MUERTE de Vicente Leñero a finales de 2014 me ha hecho revisi‑ tar su literatura. Pero sobre todo sus vínculos con el Evangelio, la fuente fundamen‑ tal de nuestra amistad. En medio de nuestras discusiones al respecto –discusiones duras, a veces ásperas, como son y deben ser las discusiones– siempre obtuve una enseñanza. Una de ellas, la que quizá recuerdo con mayor alegría porque se vincula con la literatura, es la que me condujo a mirar al Jesús cuentista. El periodista Vicente Leñero, el escritor para el que la novela era la exposición de hechos, el hombre para el que San Marcos era, en su voluntad de precisión, el Evangelista que se acercaba más a la visión de un reportero, tuvo la clara intuición de que los autores de los Evangelios habían intentado darle una explicación, un contenido unívoco a las parábolas de Jesús. Más acá o más allá, me dijo, de las formas interpretativas que Mateo, Marcos, Lucas y Juan les dieron al escribir sus Evangelios, más allá o más acá, incluso, de las inmen‑ sas interpretaciones y exégesis que a lo largo de dos milenios se han hecho sobre ese puñado de cuentos –que con toda seguridad eran mucho más extensos de lo que los evangelistas recogieron–, las parábolas de Jesús, como una manera de develar, que no de interpretar, una buena nueva de naturaleza espiritual, son, co‑ mo toda buena literatura, obras abier‑ tas, hechas más para suscitar la sorpresa del encuentro espiritual. Siguiendo esa intuición, se puso a extraer de los Evangelios todas las pa‑ rábolas, a quitarles los sentidos dados por los evangelistas, a limpiarlas, des‑ pués de compararlas con las traduccio‑ nes del griego que realizó Ernesto de la Peña, de las deficiencias sintácticas que contienen las otras traducciones que se han hecho al español, a fundir en una so‑ la parábola las dos o tres variantes que a veces los evangelistas propo‑ nen y a reescribirlas en el caste‑ llano que se habla en México. Esa titánica labor, que de alguna manera es la conti‑ nuación, o para decirlo en tér minos exegéticos, la Fuente q (la hipotética co‑ lección de dichos de Jesús que, según cierta tradi‑ ción, fue la fuente de los Evangelios de Mateo y de Lucas) de su Evangelio de Lucas Gavilán, la plas‑ mó en un libro poco co‑ nocido: Parábolas: el arte narrativo de Jesús de N a zaret (Joaquín Mortíz, 2009). Lo he vuelto a releer. Es más que fascinante. Me confirma lo certero de su in‑ tuición. Su manera de poner en boca de Jesús de Nazaret el misterio del Reino que llega y de “la causa de Dios”, su intento de acercar sus palabras a nuestra sen‑ sibilidad moderna le devuelven su inasible y atrayente frescura. Las pa‑ rábolas, descontextualizadas de las interpretaciones del Evangelio y de la moral con la que la Iglesia las ha carga‑ do, están más cerca, en lo que al orden de la vida espiritual se refiere, de la sorpresa de los cuentos hasídicos, de las enseñan‑ zas rabínicas del Talmud, de los dichos de los Padres del Desierto, del hai-ku o del koan de la tradición zen, de los poemas de Kabir, de los sermones del Buda o de la mejor poesía, que del moralismo o la in‑ terpretación unívoca a las que por lo ge‑ neral se les reduce.

Leer las parábolas de Jesús de Naza‑ ret no en el cuerpo de la doctrina de los Evangelios, sino como lo que en realidad, en el imaginario del escritor Vicente Le‑ ñero, fueron: cuentos casi de sobremesa o, mejor, cuentos que se relatan en el es‑ pacio público para suscitar el asombro y abrirnos a un modo distinto de ser y de vivir, no es sólo una de las más hermosas maneras de entrar en el infinito universo espiritual que, como señala Vicente Leñe‑ ro, habitaba a “ese Jesús charlista, conta‑ dor de cuentos”, sino también de sentir‑ nos tocados por el mismo asombro y la misma solicitud que experimentaron los hombres y mujeres que alguna vez tuvie‑ ron la alegría de escuchar esas narracio‑ nes en voz de su creador. No he encontrado otra manera de re‑ cordarlo, de consolarme de su ausencia que releer ese libro que contiene treinta y un breves relatos tan suyos, tan nues‑ tros, en donde el escritor y el creyente convergieron en el inmenso misterio cuya insondable respuesta al fin conoce y habita. Además opinamos que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Ma‑ nuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a go‑ bernadores y funciona‑ rios criminales, y boico‑ tear las elecciones •

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L TIPO DE CAMBIO actual, mil 500 dólares equivalen aproximadamente a unos 22 mil 500 pesos, mismos que pueden serlo todo o valer menos que nada, según se vea: para quien percibe un salario mínimo en México significan poco menos de once meses de sueldo, mientras que a impresentables amorales como Luis Vide‑ garay, Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, con esa suma no les alcanzaría ni para un abono de sus respectivas casitas Higa. Al cineasta José Luis Valle –salvadoreño, naturalizado mexicano, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, autor de la muy buena y galar‑ donada Workers (2013)–, esos mil 500 dólares, añadidos a la necesaria e invaluable ayuda de los amigos, le alcanzaron para llevar a cabo Las búsquedas, que en su currícu‑

José Luis Valle

lum aparece como segundo largome‑ traje, si bien se sabe que su realización comenzó antes de siquiera iniciar la de Workers. Como sea, Las búsquedas for‑ mó parte del segundo Festival de la Ri‑ viera Maya, efectuado hace un par de años, recientemente estuvo exhibién‑ dose en la ciudad de Monterrey, ahora figura en el programa de la quinta edi‑ ción del Festival Internacional de Cine de la unam (ficunam), a celebrarse entre el 26 de febrero y el 5 de marzo por venir, y ya obtuvo al menos un reconocimiento: el Premio del Jurado en el Festival de Biarritz de 2014.

Los cuántos y los cómos El dato de lo que le costó a Valle producir el largometraje, en términos económi‑ cos, tiene más de una lectura: en un me‑ dio cinematográfico hasta cierto punto acanallado a fuerza, por un lado, de ci‑ neastas que no moverían un dedo sin apoyos monetarios estatales o privados y, por otro lado, de producciones que cuando ya consiguieron sus veintitantos millones de pesos –costo promedio de un largometraje de ficción en México–, los usan cada vez más chocantemente para la triste imitación de modelos for‑ males y narrativos hollywoodenses, una cinta como Las búsquedas viene a reite‑ rar algo bien sabido pero con frecuencia olvidado: que cuando se reúnen talen‑ to, ingenio, capacidad de trabajo y soli‑ daridad, los recursos monetarios no son un óbice forzoso para hacer cine. Pero no sólo eso, que ya sería bastante: tam‑ bién demuestra que ciertas considera‑ ciones relativas a una producción cine‑ matográfica son revisables y no leyes falsamente inapelables, como postu‑ lan los requerimientos para hacerse con los mencionados apoyos estatales, por ejemplo, o con el financiamiento pri‑ vado que condiciona su aval a la presen‑ cia en pantalla de aquello que sus em‑ presas venden, convirtiendo a los filmes así confeccionados en largos y costosos anuncios comerciales. Rubríquese la mención del dato, en fin, diciendo que a

Másdeuno le ha parecido “de mal gusto” o “innecesario” que Valle incluyera, jun‑ to a los créditos del filme, la mención de lo que le costó hacerlo, sin hacerse car‑ go de la contradicción flagrante de que suele ser el primero en mencionar, cuan‑ do viene al caso –es decir siempre para el ínclito Másdeuno–, los millones de dólares que costó filmar tal o cual súper producción gringa.

Los qués Quien haya visto Workers y vea Las búsquedas, habrá de coincidir en que dos largometrajes le han bastado a Valle para evidenciar que ya tiene un estilo narra‑ tivo personal, venturosamente alejado de las imitaciones deploradas líneas arriba, en el que se privilegia la mirada cercanísima a personajes cuya densidad no está hecha de histerias histriónicas, y se cuentan historias que no incluyen ja‑ más el ardid, siempre bajo riesgo de in‑ verosimilitud, de la situación límite cons‑ tante, es decir secuencia tras secuencia, sin la cual –dicen unos que dicen que de esto saben mucho– cualquier relato “se cae” inevitablemente. Lejos de ese tic, tal vez inconsciente‑ mente aprendido de tanto consumir el pulso narrativo propio de las series tele‑ visivas, o peor, de las telenovelas, hasta ver dichos formatos como algo aplicable a todo relato hecho de imágenes, Las búsquedas trabaja por acumulación dramática: los protagonistas de la histo‑ ria –Arcelia Ramírez y Gustavo Sánchez Parra en un nivel actoral sobresaliente– muestran paso a paso el ascenso incon‑ tenible de sus pulsiones, estados de ánimo, decisiones personales, en un contexto urbano que los declararía anó‑ nimos e irrelevantes si no fuera porque, al verlos tan de cerca, se descubre que son como uno que los está mirando: con‑ trariados por la realidad, de suyo tan to‑ zuda, y sin embargo deseantes y buscan‑ do la manera de sacarle la vuelta a la tristeza, a la soledad, o al riesgo perma‑ nente de vivir sin un sentido para seguir‑ lo haciendo •

CINEXCUSAS

Vicente Leñero y el Evangelio

CASA SOSEGADA

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CIENCIA

"

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l día del equinoccio de primavera se subían a la pirámide hasta por las paredes, parecían arañas, o agarraban la protección de piedra de la escalera como resbaladilla. Eso era peligroso, además del deterioro que se estaba ocasionando a El Castillo. Por eso ya está prohibido subir”, subrayó recientemente un custodio de Chichén Itzá a un grupo de visitantes. Actualmente los turistas tienen que conformarse con admirar la perfección de este templo cercado por una gruesa cuerda –como casi todas las ruinas arqueológicas de ese lugar– desde abajo. Ya no se escucha el golpeteo de los que bajaban las escaleras rapidito, rapidito, ni se observan los rostros nerviosos de aquellos que descendían agarrándose de la cadena colocada desde el último basamento hasta abajo, o de los que iban de sentón, como lo hacía quien escribe. Para tratar de calmar la frustración por no poder a d m i r a r e l Te m p l o d e l o s Guerreros o El Caracol desde lo más alto, los guías ofrecen su conocimiento y aplauden frente a las escaleras para replicar el gorjeo del quetzal. Es un efecto acústico producido por el rebote del sonido de las palmas al chocar con el edificio. Aun sin efectos especiales, El Castillo, visto desde arriba o desde abajo, continúa cautivando debido a una estética que sintetiza la cosmogonía maya.

Sin orientación hacia los cuatro puntos cardinales Uno realmente frunce el entrecejo cuando se entera de que las cuatro paredes –de 55.5 metros de ancho en su base y 30 de altura– de este monumental templo de Chichén Itzá construido durante el primer milenio después de Cristo, no están alineadas hacia los cuatro puntos cardinales, los que junto con el cielo, el centro y el inframundo, integran las siete direcciones del universo mesoamericano. ¿Por qué no alinear esta pirámide este-oeste, norte-sur, si su importancia queda manifiesta, entre otras cosas, por el descenso de Kukulkán, proyectado por siete triángulos en la escalera norte durante el ocaso del equinoccio de primavera? El arqueólogo Arturo Montero García detectó, hace aproximadamente dos años, que la escalinata supuestamente dirigida al norte celeste, está desviada hacia el este 22 grados 30 minutos. No es un error de cálculo o el resultado de una borrachera de los maistros constructores: la arquitectura tiene relación con el paso cenital del Sol, fenómeno astronómico de gran importancia para las culturas mesoamericanas, asegu-

1 de febrero de 2015 • Número 1039 • Jornada Semanal

ran Montero, Jesús Galindo Trejo y David Wood Cano, en el artículo “El castillo en Chichén Itzá, un monumento al tiempo”, publicado en mayo pasado en la revista Arqueología Mexicana.

De blanco el día del paso cenital Este suceso ocurre cuando el Sol, al mediodía, queda en el cenit, totalmente vertical, por lo que no proyecta sombras laterales; ocurre sólo dos días al año y es perceptible en las regiones ubica-

El eterno retorno del sol

Norma Ávila Jiménez Ilustr

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das al sur del Trópico de Cáncer y al norte del Trópico de Capricornio. De acuerdo con las mediciones realizadas por Montero y su colega Guillermo de Anda, en Chichén Itzá estos acontecimientos astronómicos ocurren el 23 de mayo y el 19 de julio. En un boletín de prensa del inah difundido en 2012, Montero subraya por qué durante el paso cenital el Sol irradia más energía que en los equinoccios. Esa información es ignorada por la mayoría de las miles de personas que cada 21 de marzo van vestidas de blanco “a cargarse de energía”. Tal vez deberían cambiar la fecha. Pero la importancia del paso cenital va mucho mas allá: su registro sistemático se convirtió en un dato invaluable para que los mayas y otras culturas ancestrales calibraran con exactitud, sin desfases, los calendarios solar y ritual, conoci-

mientos que se traducían en el establecimiento de las temporadas de siembra y cosecha. Además, como se señala en el artículo publicado en Arqueología Mexicana, cuando acontecía dicho fenómeno, la ubicación del Sol en el horizonte marcaba el punto más importante del ciclo del “eterno retorno del Sol”. De acuerdo con la cosmogonía maya, en ese eterno retorno, el Sol, convertido en jaguar, cada noche se sumergía en el inframundo –representado por su inmersión en una cueva o al vientre del monstruo de la tierra que se lo tragaba–, para salir nuevamente al otro día en forma de guacamaya.

El Castillo visto como un hexadecágono D e a c u e rd o a M o n t e ro , G a l i n d o y Wood, los mayas debieron haber imaginado un círculo –trazado por el horizonte–, alrededor de la pirámide la cual se convertía en el axis mundi del universo, de donde irradiaban las líneas del cosmos. Para su estudio, los autores dividieron ese círculo en dieciséis partes iguales –un hexadecágono–, número considerado ritual en Chi‑ chén Itzá, como lo demuestra un escudo solar dividido en dieciséis sectores que encontraron depositado como ofrenda en la subestructura de este templo. Cada ángulo de este he‑ xadecágono en El Castillo, mide 22 grados 30 minutos, aproximadamente la desviación que tiene la escalera norte respecto al norte celeste. A partir de esa escalera, si se cuentan 13 veces 22 grados 30 minutos, se llega al ángulo 292 grados 30 minutos, correspondiente a la ubicación de la escalinata poniente, por donde se oculta el Sol el día del paso cenital. Aquí cabe subrayar que el número 13 también fue considerado sagrado por los mayas: entre otros ejemplos, su cielo tenía trece niveles, y en cada escalinata de El Castillo hay noventa y un escalones, siete trecenas. Además, asegura el doctor Galindo en entrevista, “Montero descubrió que en la madrugada de ese día, el Sol surge en un punto en el horizonte noreste señalado por los vértices de los nueve cuerpos de la pirámide. Esto quiere decir que dos elementos arquitectónicos de El Castillo indican la importancia del momento astronómico. Esta civilización lo construyó como un discurso simbólico religioso; su orientación respondió a sus creencias místicas que apuntaban a los dioses como inventores del calendario”. ¿Habrá danzantes durante el próximo paso cenital en Chichén Itzá? •

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