Laberinto No. 493

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Laberinto

David Toscana Slow books página 2 Armando González Torres Zibaldone página 3 Daniela Tarazona El beso de la liebre página 4 Avelina Lésper La mentalidad de la manada página 12

N.o 493

sábado 24 de noviembre de 2012

Poema inédito de Ernesto Cardenal

Página 3 OCTAVIO HOYOS

90 años

Jorge López Páez José Luis Martínez S. Juan José Reyes Ignacio Trejo Fuentes Páginas 6 a 8

MILENIO


02 b sábado 24 de noviembre de 2012

MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

Slow books

Jean Cazotte

El escritor que perdió la cabeza

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

A

veces envidio a la gente que lee a alta velocidad. A veces, no. Los textos literarios prefiero leerlos lentamente, dándole a cada palabra su sonido; a cada frase su ritmo. Más aún, me gusta leerlos en voz alta. De un escritor se dice que debe encontrar una “voz propia”. También el lector ha de hallarla. Pues bien, la mejor forma de dar con ella es voceando a los grandes poetas y prosistas, a ver qué tanto nos contaminamos con ellos. Personalmente, he encontrado que el mejor ejercicio es la literatura del Siglo de Oro, más específicamente: el teatro. Salto de una obra a otra, de un personaje a otro. Actúo y dirijo, y aunque nunca pronuncio como gachupín, sino como el vil norteño que soy, mi ego acaba por decirme que soy mejor que Garrick. Entre las prosas contemporáneas para leerse sonoramente están las de García Márquez, Daniel Sada, Juan Rulfo y las letanías de Carlos Fuentes o Fernando del Paso. El buen lector sabe descifrar el ánimo, tono y cadencia que exige cada texto sin necesidad de que el autor lo señale con indicaciones de andante, allegro o adagio, tropo o non tropo. Aunque siempre queda espacio para la interpretación. La parte del poor Yorick en Hamlet, la leo “alla Richard Burton”, con tono ligero y burlón; en cambio me parece descarrilada la interpretación trágica y susurrante que le da Kenneth Branagh. Si veo a alguien leyendo Cien años de soledad, y noto que pasa las páginas con celeridad, pensaré que está convirtiendo

Andrés de Luna b andres10deluna@gmail.com

la excelente prosa en una práctica de narración de carreras de caballos. Vargas Llosa cuenta que leyó Los hermanos Karamazov de un tirón. Caramba. Cuando me aplico en ese mismo asunto, yo me llevo una semana. Y no quisiera tardar menos, pues aunque Dostoievski no es un músico con las palabras, sí es un demonio con el alma. Y esta es una novela con la que quiero dialogar y meditar. Quiero detenerme un rato y alzar mi copa con los discursos de Iván y Dmitri. Pronunciarlos en voz alta. Aunque más parezca una pierna de puerco que una copa de vino, no es una novela para devorar, sino para degustar. Es el caso con toda la buena literatura. Y entre más bella, más hay que regodearse. Nada de echarse un rapidín. Así como la llamada fast food suele ser pésima, podríamos decir que hay fast books: esas cosas bestselleras en las que no hay arte, y lo único relevante es el “qué va a pasar”. Pero todos los clásicos literarios han de ser slow books dignos de una comilona interminable que se va celebrando a mordiscos. En esta mesa cambian los modales. Aquí vale hacerlo con la boca abierta, hablar al masticar. Aquí vale jugar con la comida. Y volviendo a Dmitri Karamazov… En algún episodio dice: “No niego la existencia de Dios, pero, con todo respeto, le devuelvo la entrada”. ¿De qué me sirve darme por enterado? De poco. Aquí interrumpo la lectura mientras pienso si yo haré lo mismo. Los grandes libros no fueron escritos para monologar. Si el lector no acepta diálogo, voz y prosa será un pobre lector aunque su biblioteca sea más extensa que la de los buenos lectores. L

E

s fácil perder la cabeza. A veces llega con un exceso, o con un enamoramiento insospechado o, como el caso de Jean Cazotte (1719-1792), por medio de la guillotina. Ligado a la secta de los Iluministas de Claude Saint Martin, de pronto y cuando los hechos revolucionarios eran algo más que una profecía se separó de ellos. Era un monárquico enardecido que deploraba la posibilidad de la llegada de los revoltosos al poder. Creía en la tranquilidad que otorga la riqueza, en los platillos suculentos preparados en la mesa familiar, en la convivencia pacífica con sus hijos y con su esposa Elisabeth Roignan. Conservó la ceguera de una situación frágil por insostenible, y creyó en la comodidad de su condición social. Viejo, recordaba su paso por el Caribe, en específico su estancia en la isla de La Martinica. Llegaban hasta su cerebro las memorias sensoriales que suponen los aromas de las mujeres negras y mulatas, los sudores reconcentrados y el encuentro de la acritud de otros olores íntimos que se deslizaban por sus fosas nasales y rondaban la entrepierna. Cazotte gozaba con la vida. Más tarde se cansó de sus correrías y se integró a la comunidad que jamás creyó en el arribo de las huestes del gorro frigio y las ideas libertarias. Sabía que su novela Ollivier (1763), fábula sobre sus desventuras en tierras caribeñas, lo desplazaría rumbo a la fama. De ninguna manera ocurrió así. Tuvo que esperar hasta 1772, cuando publicó El diablo enamorado, para que una obra suya

encontrara el parnaso de la inmortalidad literaria. Texto breve, cuenta los pormenores de un militar español, un capitán de la guardia del rey de Nápoles, que invoca a Belcebú y de pronto está ante un animal semejante a un camello, que luego se transfigura en perro y más adelante en una hermosa doncella, Biondetta. Con esta mujer el demonio lo manipula y conduce por sitios inesperados. El joven se enamora y queda a merced del Malo. Todo transcurre dentro de las letras fantásticas. Las artes ocultas habían sido una de las delectaciones de Cazotte, y ahora las usaba para darle vida y cuerpo a sus personajes. El texto era una réplica a los racionalismos de los filósofos de la época, que deploraban la tradición y todo lo concentraban en una lógica de promiscua eficacia con lo que vendría durante la revolución de 1792. Cazotte murió en plena convicción de que sus pensamientos y sus libros eran parte esencial de un juicio en torno a la moral. Sus deleites de la juventud, sus devaneos eróticos eran parte de una educación sentimental. Anciano, prosternado ante las hordas que invadían las calles y que se regocijaban en el saqueo de edificios señoriales, el escritor prefirió la muerte que la vulgaridad, según él, que suponía someterse a la voluntad de las masas. Colocó su cuello en la parte inferior de la guillotina y esperó la llegada del verdugo, que sin contemplaciones dio cuenta de una existencia plegada a los intereses monárquicos. ¿En el reino de los cielos lo esperaría el obeso y detestable Luis XVI? L

EX LIBRIS

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Lacan bEKO

Xavier Velasco

El asunto no es la autenticidad de la modestia, sino la calidad del falsificador.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Poema inédito

Zibaldone

Del ganador del Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía presentamos estos versos, en los cuales se imponen la naturaleza y la presencia de lo divino

ESCOLIOS ESPECIAL

POESÍA Ernesto Cardenal

Apuntes I Amanece El lago gris con olitas Tres islas —en frente— borrosas por la lluvia: gris la de atrás verde-gris la de en medio verde-tierno la más cerca Una gran garza blanca vuela lenta Varios pájaros negros pasan rápido Giacomo Leopardi

II Las nubes color rosa blanco amarillo (solo un poco más borrosas que las de arriba) en el cristal del lago III La calmura de este lago plata y azul más plateado que azul Los volcanes lejanos azul tierno Arriba como cordilleras nevadas o crema de afeitar: su reflejo en el lago lo que lo hace plateado Campanas en Managua Son las cinco de la tarde de pronto en mi jardín suenan las campanas de San Agustín repican repican repican repiten el mismo son son las de San Agustín callan y canta un pájaro

El guerrillero poeta y la reina de España

L

a historia de Ernesto Cardenal es la del poeta, el guerrillero, el sacerdote, el ministro de Cultura, el misionero, el hombre que ama, que escribe con la pluma dulce y suave. Al lado, la reina de España con su posar quebradizo de mariposa, parece que no entra en el cuadro. Es la conjugación de dos mundos: el de la oficialidad y el de la réplica, que se han visto unidos en este galardón extraño, XXI Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía, que ha premiado a un poeta, cuya poesía es un arma cargada de futuro, como alguna de las frases que pronunció Ernesto Cardenal en su discurso de agradecimiento: “Que la poesía sea promovida por una reina es algo que debieran imitar los otros gobernantes”. (Lina Zerón)

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

A

lgo hay de anómalo en el adolescente prodigio que se empeña en garrapatear unos cuadernos interminables e impublicables. Zibaldone (Tusquets, 1990) de Giacomo Leopardi (1798-1837) es un cuerpo de escritura fragmentaria que muestra la fábrica de un creador, localiza los dilemas perennes del artista y ensaya una filosofía vitalista. El autor recopiló por cerca de quince años un inmenso acervo de apuntes, reflexiones y consideraciones intempestivas (el original italiano consta de más de 4 mil páginas, la antología en español, preparada por Rafael Argullol, alcanza apenas 300 páginas) que lo mismo evocan un diario de formación sentimental e intelectual que un embrión de tratado sobre estética y moral. El carácter fragmentario de Zibaldone no implica dispersión, al contrario, hay una serie de obsesiones sobre las que el autor retorna con ligeras variaciones. Sin aspirar a ser filósofo, el poeta reclama para el arte esa dimensión reveladora, ese conocimiento que no tiene que ver con la prueba científica o lógica, sino con la experiencia del desencanto, es decir la noción de que el mundo solo se compone de ilusiones. Porque el entender que el mundo y las aspiraciones de los individuos son una mera ilusión conlleva una visión pesimista de la condición humana, pero también permite disponer de la clave para entender y restituir el papel de la ilusión en el florecimiento vital. Y es que no en balde, para Leopardi fueron los periodos aurorales, cuando los hombres eran tan

ingenuos como niños, cuando el arte y la moral alcanzaron su mayor esplendor y pureza. En este sentido, la voluntad de fantasear, la afirmación deliberada de la ilusión contra la pasividad e inercia del mundo deviene una fuerza positiva en la que se ejercita la máxima libertad, pues, al ignorar los límites, el hombre se eleva al infinito. Parece haber entonces una difícil elección entre verdad y vitalidad, entre realismo y heroísmo, que marca lo más profundo del espíritu romántico. Es probable, por lo demás, que esta elevación mediante la ilusión no resulte sino transitoria; sin embargo, le brinda al individuo un encuentro único con su vida, una manera digna de oponer la ilusión al destino. “Quiero decir que menos grande será un hombre, o más dificultades tendrá para serlo, cuanto mayor sea el dominio que ejerza sobre él la razón: porque pocos pueden ser grandes (y en las artes y la poesía quizá nadie) sin estar dominados por las ilusiones”. Todo esto es un romanticismo hoy desgastado, pero lo importante es que haya tenido una articulación tan clara en un personaje etiquetado como lírico. No es raro que este pensamiento audaz y original, que prefigura tanto al hombre del subsuelo como al superhombre, esté enraizado en el aislamiento profesional y humano; tampoco habría que hurgar en la desdichada biografía de Leopardi para constatar que es un pensamiento torturado, hecho con la experiencia íntima del dolor y con unas cuantas ráfagas de ilusión. L

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literatura

El beso de la liebre

Con autorización de la editorial Alfaguara, publicamos los siguientes fragmentos, seleccionados por la autora, de una novela cuya protagonista, Hipólita Thompson, fuerte, rebelde y con poderes especiales, lucha contra el designio divino que la ha hecho inmortal mientras ella anhela la muerte definitiva NARRATIVA Daniela Tarazona De los primeros sucesos en la ciudad Las jornadas de trabajo a ciudad es peligrosa —le dijo Hipólita a Marcelo, su compañero de trabajo en los hornos de una panadería —. La ciudad me ha hecho aprender porque donde yo vivía nada podía imaginarse así. En el campo las cosas son como se ven, eso no demerita su riqueza en absoluto, pero el paisaje no es artificial, ¿entiendes? Aquí es extraño notar la inteligencia humana en los edificios, en las calles, en el transporte —Marcelo no la miraba, la escuchaba sin dejar de barnizar los panes. —Sí, pero para vivir aquí necesitamos trabajar todo el día y la noche. La ciudad es el imperio del dinero —dijo él. —A mí no me importa trabajar y tampoco me importa el dinero —dijo Hipólita. —Pues qué suerte tienes —respondió Marcelo.

L

La panadería era un sitio oscuro. Hipólita sudaba mucho ahí por el calor de los hornos. De las dos a las cuatro de la madrugada amasaba, formaba y acomodaba el pan en las charolas. Después lo horneaba y, alrededor de las cinco y media, el pan estaba listo para ocupar los estantes. Aunque no se quejaba, aquel trabajo le parecía absurdo. Habían transcurrido seis meses desde su llegada a la ciudad y ya estaba hastiada de la rutina, su idéntico desarrollo le debilitaba el ánimo. A menudo recordaba imágenes del pasado, en los días en que la vida era más simple allá, en el Territorio de Aislamiento. Marcelo e Hipólita esperaban a que se cociera el pan. Él, que había permanecido con la curiosidad guardada, ahora quiso saber por qué estaba sola, y en dónde vivía su familia. Le preguntó: —¿Cuándo estuviste enamorada? —No lo recuerdo —dijo ella, pero mentía pues nunca lo había estado. —¿Y tu familia, tus padres? —Mis padres murieron en la Guerra de las Cinco Puertas —dijo y mentía otra vez. Luego, cambió el tema de conversación y habló de las quemaduras de sus manos para que Marcelo no le preguntara nada más. Las madrugadas en la panadería eran parecidas entre sí ya que no distinguía una de la otra. Pasaban los meses y perdía el sentido del tiempo. La compañía de Marcelo era, con el transcurso de los días, irrelevante. Él parecía pensar lo mismo. Hipólita lo reconocía en cada jornada: es un rostro demasiado familiar, decía para sí misma, aunque notaba nuevos gestos en él: parecía ser otra persona y la misma a un tiempo. Poco a poco, Marcelo se había convertido en un trabajador silencioso, y solo soltaba bufidos cuando cargaba los costales de harina. No era más él y, sin embargo, parecía el mismo de siempre. Una mañana durante los tiempos de calor, cuando Hipólita regresó a su casa —un cuarto con cocina y baño—, se miró en el espejo y no supo quién era. Su rostro antiguo se le había borrado, era otra persona que desconocía. Frente al espejo, afirmó: Esa no soy yo. El martes, cuando puso las sobras de su comida en el plato de los perros, bajo el sol del medio día en el patio que estaba a la par del cuarto de los hornos, descubrió una nueva mancha en el brazo. Era un lunar deforme cuyo tamaño le sorprendió. Sabía que la gente llamaba a esas marcas “señas particulares”. Lo había escuchado por la radio.

Entró y le dijo a Marcelo que tenía un nuevo lunar en el brazo y que no lo había visto. —Debe ser porque el invierno me tuvo con las mangas largas. Tal vez, mi piel se manchó durante el invierno y no me di cuenta —le dijo. Sobre el encuentro de Hipólita Thompson con el empresario Smith y la primera vez que usó sus poderes de lectura mental y la mirada fulminante Hipólita apuntó su nombre en la libreta de registro y preguntó: —¿En qué piso está la oficina del señor Smith? —Cuarto —dijo la recepcionista, mientras se ajustaba la diadema del micrófono por el que respondía las llamadas. Subió al elevador. Al llegar al cuarto piso, Hipólita salió al pasillo y fingió un gesto sereno. Para ensayar, dijo: —Soy Hipólita Thompson y tengo una cita con el Sr. Smith. —El director la recibirá en un momento —respondió el secretario. Hipólita no quiso sentarse, permaneció de pie y observó alrededor suyo: la sala era fría y contra las paredes habían acomodado dos sillones negros. El secretario se acercó sonriendo y le pidió que lo siguiera. Hipólita iba pisándole los talones, ansiosa por ver al Sr. Smith. Él la esperaba tras el escritorio. —Bienvenida, Srta. Thompson, es un gran gusto conocerla. Es más alta de lo que se veía en las fotos de los periódicos. Hipólita no respondió. El Sr. Smith se rascó la cabeza. —Mire, Srta. Thompson, busqué sus señas para traerla hasta aquí pues quisiera exponerle varias cosas. Todas ellas tienen que ver con su talento, con sus poderes, desde luego. Como sabe, mi fortuna puesta en las empresas de esta ciudad es inmensa. En el mundo, si me lo permite. Siéntese. Hipólita se sentó en el sillón que el Sr. Smith le ofreció con una mano huesuda. —Quiero decirle que la admiro. Sí, Srta. Thompson, la admiro. Por eso deseo ser su amigo. Mire, me preocupa lo que dijo ayer cuando la entrevistaron. Entonces, el Sr. Smith se puso de pie y le señaló una pantalla suspendida en la pared. El video corrió: Hipólita, entrevistada por una periodista, decía: Creo que cualquiera de nosotros vive a diario una injusticia. Por ejemplo: ¿usted sabe que el pan que compra en cualquier sitio del mundo es producido por la misma empresa? Tenemos que comer pan desde que nuestra civilización dio comienzo, es así y resulta difícil imaginar una mesa sin pan. Hipólita miró al Sr. Smith. El reto era complicado. El Sr. Smith le dijo: —Esto no puede volver pasar, Srta. Thompson. Sus palabras influyen a gran número de ciudadanos y ellos pensarían la manera de dejar de comprar nuestros productos para buscar en los proveedores anónimos que están en la carretera y venden ese

pan que producen en sus casas —ella iba a hablar, pero el Sr. Smith no lo permitió—. Srta. Thompson, cállese, por favor —dijo en un tono de padre. Hipólita juntó los dedos meñiques y entonces pudo ver los pensamientos y el pasado del Sr. Smith. Lo vio frente a uno de sus hijos, desesperado. Lo vio de niño castigado frente a una pared. Lo vio en un partido de futbol tirado en el suelo; lo vio detrás de las piernas de su madre, y temblaba. Lo vio cortando un listón para inaugurar su última fábrica. Cerró los ojos un momento y tuvo claro que el Sr. Smith era un ciudadano promedio, un hombre acostumbrado a su circunstancia. Hipólita lo miró a los ojos y lo hizo enrojecer. Luego, el Sr. Smith tuvo miedo de morir, así, de manera repentina —era el pánico que lo rondaba desde años atrás pero exaltado por los poderes de Hipólita—. Él no podía dejar de verla, estaba siendo sometido a sus horrores internos. Un cúmulo de sonidos que no identificaba dentro de su cabeza y la presión del terror sobre sus ojos le sacaron lágrimas. El Sr. Smith no era capaz de hablar, su lengua estaba paralizada. Se vio solo en su lecho de muerte. Se vio de pie allí y quiso morir de una vez. Y murió. De la manera en que un general enemigo roba el corazón de Hipólita El corazón de Hipólita Thompson fue sacado de su pecho mientras dormía en el cuartel, a la usanza de un sacrificio antiguo. Hacía meses que Hipólita había cambiado el trabajo en la panadería para formar parte del ejército. La última batalla contra el enemigo había sido desastrosa para la ciudad. Después de escapar del puente donde murieron cientos de soldados del bando de Hipólita Thompson, ella fue alcanzada por el oficial de mayor rango a cargo del ejército enemigo. En la Plaza Central, los habitantes vieron el corazón de ella sostenido por la mano del general, como si lo


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literatura ESPECIAL

“la fuerza de la espada”. Y el suelo se llenó de aves, cuyo plumaje sirvió para hacer un camino de honor y gloria al general durante las celebraciones del triunfo del ejército enemigo. Al estar tumbada sobre el suelo, con el pie del general oprimiéndole el pecho, Hipólita perdió el conocimiento, o eso creyó. Allí, derrumbada y perdida de amor por el emisario (según se dijo, pues ella no dejaba de llamarlo, no dejaba, pues, de pronunciar palabras), escuchó las maldiciones del general después de que él las hubiera dicho. El general había hecho público el deseo de atrapar a Hipólita Thompson y quería su corazón, estaba obsesionado con sus poderes, se encontraba convencido de que Hipólita había soñado con él y había dedicado la energía de su pensamiento para imaginar su estampa valiente. Distraída como estaba, escuchó las palabras antiguas del general cuando ya era tarde. De esta extraña manera, supo que él se había reunido con sus soldados para trazar sobre un mapa el camino que seguirían hasta llegar a ella y, al final de la expedición, sacarle el corazón. Había escuchado entre sueños la voz que la maldecía sin darle importancia, y en ese instante el general le desprendió el corazón del cuerpo. El general era un hombre obcecado por sus creencias. Perdido en sí mismo, no fue capaz de entender una verdad: el corazón de Hipólita fuera de su cuerpo ya no era de ella. Por eso, en realidad, el general nunca jamás podría apropiarse del corazón de Hipólita Thompson. Al recuperarse, ella habló con el emisario que siempre estaba allí cuando resucitaba. Necesitaba saber a qué se debía el desajuste de su percepción. Entender por qué había pasado tantos días sin darle el justo lugar a las palabras del general, escuchadas mientras dormía. El emisario le explicó que era la consecuencia de levitar y practicar la telequinesia, pues ambas facultades propiciaban un traslado anómalo en el tiempo y el espacio. —Alguna parte de tu mente se quedó fuera de la dimensión en la que moraba el resto de tu ser. Tu juicio se dividió en dos o más —dijo el emisario. Hipólita seguía afiebrada por el amor. El mundo alrededor le parecía de otra manera a través del velo de esa pasión encendida, y ella atravesaba por el momento más alto del sentimiento. El amor hacia el emisario no le impedía ver, a pesar de todo, que en el mundo podían cometerse atrocidades. Había escuchado, por ejemplo, las historias sobre los experimentos médicos en los cuerpos de hombres y mujeres reclutados. El emisario e Hipólita Thompson ignoraban que Madame Noël había terminado la creación del Ser, insuflándole vida. Los ojos de Noël se sirvieron de las córneas de Hipólita para ver confines lejanos que no le correspondían, parajes que nunca podría visitar, sitios donde abundaba el agua y el alimento. Su mirada sobrepasaba sus capacidades. Noël creyó estar a la par de Dios. elevara a Dios. El corazón en lo alto. La sangre corría entre los dedos del general y ensuciaba la manga de su uniforme. Aún era un pedazo de carne caliente pero, entonces, el general a la vista de todos, echó el corazón en un cazo con alcohol y le prendió fuego. Quienes estaban cerca dijeron que la quema de aquel corazón tenía el olor del incienso, “parecido al sándalo”, dijo un joven a la prensa. El humo subía hacia el cielo. Los habitantes de la ciudad observaron la sonrisa húmeda del general. A sus pies, el cuerpo de Hipólita estaba vencido. Su piel era anaranjada por la luz de la tarde. Ella sostenía en la mano un papel, una carta en la que había anotado su última voluntad, aún creía que era capaz de morir. Lo deseaba con fuerza, y escribir aquella nota le otorgaba la ilusión de la muerte: “A quien corresponda: dígale al emisario de Dios que no soy capaz de dar más de mí. Sé que no dejará de lado lo que aquí le pido pues se trata de mi última voluntad. Gracias. H.T.”. La carta fue leída por el Concejo de los Jueces. Ninguno quiso cumplir la voluntad de Hipólita, y tampoco se detuvieron a pensar en el sacrificio de su corazón. Cuando el general miraba ya el horizonte, embebido en el olor a sándalo del corazón incinerado, en el instante que presumía su triunfo con la frente en alto, lleno de soberbia, el cielo comenzó a oscurecerse, la Luna eclipsó al Sol, luego, las nubes enrojecieron y llovieron pájaros verdes sobre las cabezas de los hombres y las mujeres. El general palideció. Bajó la vista y en sus ojos se distinguió algo semejante al arrepentimiento. Pero su recia soberbia no disminuyó. Tomó la espada de Hipólita, la desenvainó lleno de rabia y volvió a mirar al cielo —sus ojos estaban perdidos entre la carne inflamada de sus párpados; sus ojeras

Daniela Tarazona El beso de la liebre Alfaguara México, 2012 248 pp.

ennegrecidas, los labios rojos, le daban ahora el aspecto de un enfermo de tifus— y mirando a lo alto, con los labios pintados de rojo, pues su lengua sangraba (quizás estaba en verdad enfermo), con la sonrisa de los que se atreven a desafiar la vida, levantó la espada y permitió que el color rojo de las nubes se reflejara en la hoja; desde lo alto, inhaló el aire sulfuroso de un cielo que auguraba el final y de un solo golpe hundió la espada en el pecho de Hipólita y la volvió a sacar para cortarle los brazos, las piernas y la cabeza. Así quedó ella, en pedazos, ante los ojos de los ciudadanos. Del cielo caían todavía las aves verdes. Hubo una mujer que al ver lo sucedido, tuvo un ataque de risa irrefrenable, y ocultaba su rostro entre las manos, porque sentía algo de pudor ante tanta gracia; miraba de soslayo la escena, observaba la bravura del general y, otra vez, se reía como si fuera a morirse. La mujer subió al estrado para abrazar al general que ya se consagraba entre los hombres más valerosos por prenderle fuego al corazón de Hipólita. Y la mujer abrazó al general como si fuera un familiar suyo y le dio un beso en la mejilla y le agradeció varias veces la fuerza de la espada, eso repetía ella:

Acerca del insólito nacimiento del Ser Noël tragó saliva. Frente a sus ojos estaba aquella cosa creada por sus manos. Un trozo de carne que la miraba desde alguna parte, un ser vivo único que respiraba mediante dos enormes orificios nasales separados por metros. La creación de Noël ocupaba todo el fondo del laboratorio y su carne tocaba el techo de lámina, apretujándose, incluso. Nadie pudo describir nunca qué era eso. Noël le sonreía y aquel Ser se sacudía como una gelatina, tal vez se reía con ella. Probó sus reacciones, primero dio un zapatazo sobre el suelo y el Ser se desplazó hacia atrás como si estuviera molesto por el ruido, o tal vez como una reacción cuyo origen era instintivo. Luego aplaudió, y el Ser se aproximó a ella despacio, en un movimiento tan lento y cuidadoso que parecía mostrar un afecto. Me quiere, pensó Noël, ufanada ya. Su mirada brillaba en la media luz del laboratorio, sus ojos mostraban la satisfacción del éxito y, si alguien la hubiera observado con cuidado en aquel momento, habría notado que en los ojos de Noël se guardaba una vibración semejante a la de una bestia frente a su presa. El Ser se dobló a la mitad o se inclinó. No se trataba de un movimiento, o no puede imaginarse así, pues el Ser carecía de extremidades. Pero se dobló en dos y de su carne salió un grito, o algo semejante a un grito pero con ciertas cualidades de relincho. Noël pensó en los azares de la naturaleza: aquel Ser no podría considerarse descendiente del caballo y, sin embargo, su queja era parecida. Entonces, decidió acercarse para tocar por primera vez la piel y sentir la temperatura de aquel inmenso cuerpo. Caminó con decisión hasta quedar a unos centímetros del Ser. Noël estaba allí, y confiaba en que esa carne gigantesca no podría hacerle ningún mal pues ella le había otorgado la vida. Así, extendió su mano y tocó la piel rugosa. Entonces, en alguna parte del mundo, un hombre cayó desde lo alto de una montaña. Era un escalador experimentado pero la muerte lo alcanzó allí, y el hombre murió congelado, bajo la nieve. El Ser, la carne superdotada y única fue perdiendo el agua día a día porque no tenía boca para hidratarse y, al cabo de dos semanas, se secó como la carne de caza se seca al sol. Tiempo después, entre los restos de pieles del laboratorio, un perito encontraría la medalla de bautismo de Madame Noël, con su nombre grabado sobre el metal: Suzanne Blanca Margarita Gros. L


LABERINTO

OCTAVIO HOYOS

¿Traduciendo o leyendo? Leyendo, no me atrevo a traducir. ¿Lee a los poetas griegos? A Homero lo leo bien, pero con Píndaro no puedo, es demasiado difícil. Pero más que la poesía me interesa la prosa. ¿Cómo aprendió griego? Tenía un compañero, que luego trabajó en Relaciones Exteriores y tuvo buenos puestos, que sabía de mi interés y me regaló un método alemán de griego. Lo fui leyendo y me fue interesando cada vez más, y así hasta la fecha. De eso hace como cuarenta años y soy apenas un aprendiz. Pero me interesa mucho leer. ¿Es entonces autodidacta? Sí, no había maestros entonces. Es muy difícil encontrar un buen maestro. Usted también fue amigo de Salvador Reyes Nevares. Sí, fui muy pero muy amigo de Salvador, un hombre muy zarandeado por su mujer. ¡Ay, todavía vive!, pero no me importa, lo digo. ¿Tuvo relación con Arreola? Sí, le puse el bilingüe porque era tramposo; estaba con uno y hablaba mal del otro, y estaba con el otro y hablaba mal de uno. Era chismoso, celoso. Que Dios lo acompañe con sus cuentos.

Jorge López Páez

“Aún me gusta

la vida”

El escritor veracruzano cumple 90 años el 28 de noviembre. Su obra, al igual que su vida, es robusta y dilatada, reacia a la afectación y el manierismo. Además de sus palabras, el lector encontrará tres alegres miradas en torno a su figura, más que pertinentes porque apelan a la amistad y la admiración crítica José Luis Martínez S.

N

o es fácil entrevistar a Jorge López Páez. A la menor oportunidad despliega una ironía que desarma a sus interlocutores. Muchas veces sus respuestas son lacónicas y en otras se regodea con la crítica sin concesiones a sus amigos, a quienes recuerda sin atisbo de sensiblería. Como casi todos los viernes, desde hace veinte o veinticinco años, llega a la cantina Salón Palacio de la colonia Tabacalera a la una de la tarde. Lo hace acompañado de su chofer, quien lo ayuda a bajarse del auto y lo acomoda en la silla de ruedas que usa desde que en 2006 sufriera una embolia cerebral, que si bien le impide caminar con normalidad no ha obstaculizado su trabajo ni su vida social. En esa cantina, en la que López Páez permanece alrededor de una hora para conversar con sus amigos mientras bebe un par de vodkas, se lleva a cabo la siguiente conversación. ¿Cómo se siente al llegar a los noventa años? Vivo. Aparte de eso… Que se han acabado casi todos mis amigos. ¿A cuáles extraña? A mis compañeros de preparatoria que fueron mis amigos hasta su muerte. ¿Y de los escritores? Prefiero no hablar. Bueno, fui muy amigo de Ricardo Garibay, de

¿No le gustan? Totalmente no; parcialmente tampoco. ¿Por qué? Son monótonos y no me interesa ese tipo de cosas; prefiero en todo caso a Rulfo. ¿Cómo fue su relación con Rulfo? Una vez nos encontramos en un café al que yo iba mucho, en la calle de López. Empezó a hablar: “Ahora que estamos en el corral, y ahora que estamos en los pesebres”, y a los veinte minutos no sabía cómo irme. Para hacerlo, le dije al mesero que nos diera la cuenta, y entonces Rulfo se levantó y se fue antes, para que yo pagara. ¿Era tacaño? O no tenía dinero. Fíjese cómo no soy tan tajante como usted. Lo de tacaño lo dijo usted… Bueno, digamos salud. Hábleme de algunos otros de sus amigos. Me gustaba platicar mucho con [Emilio] Uranga, con Rossi. Extraño muchísimo a Alejandro Rossi. Era un gran conversador, y muy cabrón también, por eso me gustaba.

Leopoldo Zea y Emilio Uranga, de todo el grupo Hiperión.* Con Leopoldo Zea tuve una amistad más profunda y hasta fui padrino de su hijo mayor.

¿Y Uranga? Brillante. José Luis Martínez dijo que era chisporroteante. Y sí, su conversación era estimulante en serio en serio.

Entre sus amigos está también Rubén Bonifaz, muy cercano a Garibay. Se odiaban.

José Gaos decía que era el mejor de sus alumnos. Sí, era brillante, muy brillante, pero un hijo de la chingada competentísimo.

¿Cordialmente? Sin cordialidad.

¿Cómo fue su amistad con Juan Soriano? Fuimos muy próximos. Tengo, cuando menos, setenta dibujos de él. En vez de escribirme me mandaba dibujos, casi siempre pornográficos; algunos muy bonitos. Me escribía bastante mientras estaba en París. Una vez lo fui a visitar —tener un departamento en París implica tener muchos centavos y él y su pareja [Marek Keller] habían encontrado un lugar extraordinario, amplio, muy bonito. Soriano se hizo rico, porque tenía a Marek, quien era como su Olga (la esposa de Rufino Tamayo); todavía vive, y en la abundancia. Tiene una mansión fuera de Varsovia, con laguito y todo; tiene la casa de Nueva York y la casa extraordinaria de la Condesa. Ha recogido la obra de Soriano pagándola en centavos. Tiene una gran colección de él. Es tan hábil que una vez se encontraron en una fiesta con el presidente Ernesto Zedillo y Marek le dijo: “A Juan le encantaría que fuera a cenar con

¿Qué piensa de Bonifaz? Fue buen poeta, pero después se volvió críptico y hay libros de él que son difíciles. Por otra parte, ha hecho una labor extraordinaria con la traducción de obras del latín al español. Eso va a quedar, sobre todo para los estudiantes; sus traducciones son muy buenas. Cuando estudiábamos Derecho, él ya era muy bueno para el latín. ¿Usted también lee latín? No, griego sí. Hubo algunos años en que sabía mucho latín, pero después lo mandé al diablo porque me gustó más el griego. Me interesaba más la literatura griega y me sigue interesando todavía. ¿A quiénes lee? A Tucídides…, a Plutarco. Todos los días hago cuando menos una tarea de media o una hora con el griego.


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de portada nosotros, pero por timidez no se lo pide”. ¡Qué timidez ni qué nada! A los ocho días estaban cenando con Zedillo y no sé cuánto le sacaría ahí, porque Marek tiene una habilidad extraordinaria para los centavos, de veras. Usted ha sido un gran viajero. ¿Qué han significado para usted los viajes? Ver gente, conocer distintas costumbres y gozar la vida. ¿Siempre le ha gustado gozar la vida? ¿Por qué no? Sí, y me gusta vivir todavía… Ahora, por ejemplo, tengo el privilegio de estarme tomando una copa aquí en El Palacio. ¿Cuándo llegó por primera vez al Palacio? Hará veinte o veinticinco años. Aquí también he visto pasar varias generaciones. ¿Cuando viaja, escribe? No, si acaso me llevo un librito para leer en el avión, pero no… Voy a divertirme, de vez en cuando si tengo un ratito, leo algo. ¿Alguna vez ha pensado en hacer un balance de su vida? No, todavía no… ¿Y usted? Tampoco. ¿Cuál es su rutina diaria? Me levanto temprano, a las siete u ocho de la mañana. Me dedico a escribir una hora o dos. Después descanso un poquito y me pongo a leer griego, todos los días. Y luego leo… Tengo todo mi día ocupado, en la mañana y en la tarde, no me aburro. En la tarde escucho música y en la noche procuro tomarme mis copas y ver el noticiero del Canal 22, eso es todo —ya no veo el del Canal 11, porque a cada rato sale la señorita Yoloxóchitl [Bustamante], directora del Poli. ¿Nunca la ha visto? Es horrible y no dice nada. Para su edad, tiene pocas canas. ¿Se pinta el pelo? No, no me lo pinto, todas esas cosas de mejorar la figura no las entiendo muy bien y no quiero entenderlas. Soy feo y voy a morir feo, sin intentar cambiar nada, ni mis cejas. A veces el peluquero me las quiere recortar y le digo: “Así déjelas”. No quiero ser como Michael Jackson: soy prieto y voy a seguir siendo prieto hasta que dé el azotón final. ¿Vive solo? No exactamente… Siempre ha disfrutado de la bebida. ¿Nunca ha pensado volverse abstemio? ¡No, no, no, no! No me emborracho porque al día siguiente la cruda me da muy fuerte. Por lo demás, yo empiezo a beber a la una máximo. Alguien dijo: “Yo me levanto y digo: va a llegar la hora”. Así estoy yo: la hora de tomarme una copa. Y en la tarde, después de que he leído y escuchado música, me pongo a beber. Ahora tengo que tomar casi solo vodka pero el tequila me gusta muchísimo, y cualquier cosa. Si no hay más que ron, tomo ron. Soy totalmente versátil en ese aspecto. ¿Cómo ha incorporado todas sus experiencias en su literatura? (Risas). Es una pregunta que no sé… Lo más probable es que sin querer haya sacado experiencias y las haya puesto en mis novelas, pero así, una cosa exacta como lo dice usted, hasta me pongo nervioso. ¿Por qué? Porque no le puedo contestar, no por otra cosa. Dicen los americanos: Never complain. Never explain, y no se arrepiente uno de llevar esa política. ¿Y a usted, si lo entrevistara, está contento con su vida? Creo que sí… ¿Que tiene que ver el humor en su literatura, en su vida? No sé, yo no me sé calificar. De veras. ¿Cómo va a celebrar los noventa? Los cumplo el 28 de este mes y creo que me hacen un coctel, pero todavía no está decidido… Yo no voy a hacer nada. Imagínese: a los noventa años haciendo una fiesta. Cuánto me costaría. Encantado de ver a mis pocos amigos, pero no en mi casa porque me roban lo poco que tengo. (Risas.) ¿Pues cómo son sus amigos? Pues tengo de todo, menos traficantes de drogas, todavía no. Pero me interesaría saber un poco más. ¿Conocerlos? Pues sí, y luego desaparecer para no volverlos a ver. L *El grupo filosófico Hiperión estuvo integrado por Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez McGregor, Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega y Leopoldo Zea.

El mejor de los amigos Juan José Reyes

N

o conocí a Jorge López Páez sino que él me conoció a mí. El más claro de mis primeros recuerdos con él es de cuando me llevaba en brazos, descendiendo por un terreno escarpado por el rumbo del Olivar de los Padres, dio un mal paso y se fue de sentón hacia abajo. Poco después dio su espalda contra el tronco de un árbol. Luego del traspié, muy explicable dado lo intrincado del terreno, no quedó más que reconocer su fuerza y su habilidad, que evitaron que me soltara y me diera yo un severo catorrazo. Me parece que fue aquella vez cuando de vuelta a la zona central donde vivíamos mi madre detuvo el coche en un afamado lugar donde —aún— venden carnitas establecido en la avenida Universidad, muy cerca de los amplios predios de los que con los años se apropiaría Miguel de la Madrid. Aquella vez comimos todos en mi casa —es decir en un departamento que rentaban mis padres en la colonia Roma—. Recuerdo que cuando estábamos ya sentados a la mesa comencé a sentir unas terribles náuseas, que no manifesté por vergüenza o porque creí que se me pasarían rápidamente. Mi hermano mayor, que bien que me conoce desde entonces, comenzó a decir “Pepe va a gomitar, Pepe va a gomitar” y no tardó en concluir: “Pepe ya gomitó”. Es tiempo todavía en que Jorge rememora la escena soltando carcajadas, haciendo, como siempre, un poco el cuerpo hacia delante, bajando la cabeza y levantando desde ahí los ojos, agazapados, en busca de complicidad en la risa. Solía aparecer Jorge en aquel departamento de la colonia Roma una o dos veces por semana. Ahora pienso que se quedaría a merendar, porque su llegada era al comenzar el anochecer. Siempre llevaba a Pablo mi hermano mayor y a mí regalos que nos ponían muy contentos. Además de por aquella alegría nos quedábamos los niños un rato con Jorge y con mi padre en la sala, mientras ellos platicaban, o impidiendo que lo hicieran buena parte del tiempo, porque nuestra madre nos llamaba para que hiciéramos cualquier cosa. Una vez Jorge llevó un solo regalo para los dos: el elepé de Pedro y el lobo, que durante años no dejamos de escuchar durante largas temporadas. Luego de muchas de aquellas noches le pregunté a mi padre que por qué él nunca decía una grosería (y nunca se la oí en la vida). Se extrañó y me miró sin disimular su intriga. Respondí raudamente: “Es que Jorge sí las dice, y no suenan mal”. Ya pasado el tiempo llegué a saber que en efecto nunca se le oyen mal las malas palabras a Jorge López Páez, que mi padre tenía razón

ARCHIVO JORGE LÓPEZ PÁE

Z / ÚRSULA BERNATH

aquella vez al decirme “Jorge sabe decirlas. Por eso se le oyen bien”. He oído de los labios de Jorge muchísimos “es una vieja cabrona” al referirse, con toda justicia, a una vieja cabrona. Nunca le he escuchado en cambio —y no puede ser más que a causa de su indeclinable buen gusto— insultos. Alguna expresión soez que le sirviera para mostrar superioridad a otro. Disciplinado, en ocasiones hasta grados de auténtico estoicismo, Jorge López Páez escribe todos los días. Se levanta muy temprano, realiza unos ejercicios de yoga que le recomendó hace décadas Alejandro Rossi, sale a caminar, hace la compra. Luego “trabaja”, como llama a sus horas de escritura. Suele tocar un rato el piano que tiene en su recámara y se entrega a sus afanes cocineros, preparando él mismo los manjares (sin hipérbole) y dando instrucciones a “secretarias”, como las llama, que invariablemente más temprano que tarde llegan a ser muy buenas en aquel oficio. Ha recibido en comidas espléndidas a numerosos amigos, de años o de repentina y próxima aparición. Las comidas suelen cursar al ritmo de un relato central, dicho por uno de los comensales. De ahí surgen las preguntas, las bromas, los cruces de miradas, las intuiciones acerca de lo que no se está contando. Brotan también y casi sin falta las carcajadas. No pocas veces de aquellos relatos nacerán historias que los invitados verán impresas, felizmente. Jorge López Páez es irremplazable, amigo bueno, inteligente, juguetón, solidario, e impaciente, apresurado, a veces tan lejano a la prudencia. El mejor de los amigos. L


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MILENIO

de portada ARCHIVO JORGE LÓPEZ PÁEZ

En modo griego Jorge López Péz ¡A huevo, Kuala Lumpur! Fondo de Cultura Económica México, 2012 164 pp.

RESEÑA Ernesto Jiménez Olín

El jardín de la infancia E CRÍTICA Ignacio Trejo Fuentes

L

a narrativa de Jorge López Páez está plagada de los personajes más disímiles: burócratas, cantineros, amas de casa, funcionarios, meseros, terratenientes, agricultores, prostitutas, enfermeras…, de manera que resulta complicado hacer el perfil de cada quien y establecer su prominencia. Pero es obvio que los niños acaparan la atención del autor. No en balde le corresponde el mérito de haber sido el primer escritor mexicano en incorporar a aquéllos como actores principales de muchos de sus cuentos y novelas, y no como simples comparsas o elementos decorativos, como solía ocurrir con otros narradores anteriores a Jorge. La abundante bibliografía de López Páez no podría entenderse sin la presencia de los niños como factores determinantes de las historias en que intervienen: eso se manifiesta desde El solitario Atlántico (1958) hasta El chupamirto y otros relatos (2010), pasando por obras como Mi hermano Carlos, La costa, Pepe Prida o Mi padre el general. En El solitario Atlántico, Andrés rememora sus días de infancia en un pueblo pequeño, donde con sus amiguitos juega y se divierte construyendo “presas” con el agua que desciende por las calles, volando papalotes, matando hormigas, atrapando “caballitos del diablo”. Y sus argucias para escapar del acecho de los Aragones, muchachos un poco mayores que él y que eran auténticos gandallas. Un lector desprevenido podría conjeturar que las anécdotas referidas son insustanciales, llenas de trivialidad. Pero no es así: detrás de las zozobras del narrador y sus amiguitos subyace un mundo complejo y hasta devastador, campean las infidelidades, la traición, los golpes bajos. Si bien Andrés no puede darle la justa dimensión a esos hechos, los lectores entienden el dramatismo, que en esta novela tiene como epicentro las relaciones extraconyugales del padre de Andrés, mientras la esposa de éste languidece encerrada en las labores domésticas. Para el niño, esa infidelidad es una bofetada que le hace ver que el mundo no es como lo pintan, que el demonio se agazapa en cada rincón y que —intuye— deberá enfrentar todos los días de su vida. Mi hermano Carlos, segunda novela de López Páez, es contada por Sebastián, niño recién llegado a la Ciudad de México procedente de Texas, donde la familia debió instalarse debido a las funciones consulares del padre. Su encuentro con México, con una sociedad diferente a la que había conocido, lo perturba: es visto como el “niño raro”, como el pocho ingenuo y que no

entiende nada de nada. Por añadidura, Sebastián vive aterrorizado por la presencia de Carlos, su hermano mayor, quien hace todo lo posible para atormentarlo: lo golpea, lo amenaza, lo hace sentir culpable de cada cosa… El autor realiza en esta obra una notable trasposición de los tiempos en que la familia vivió en Estados Unidos y los que atestiguan su retorno (era el periodo presidencial de Calles), y funciona de manera espléndida porque permite al pequeño narrador establecer comparaciones entre ambos mundos mientras trata de explicarse su circunstancia. Y como en El solitario Atlántico, las vicisitudes de los adultos sobresaltan a los pequeños: tras la muerte del padre, por cáncer, la viuda determina volver a casarse y eso trastorna a los hijos. Debo insistir que la presencia de los niños en la obra del veracruzano es todo menos insustancial, o gratuita. Si los vemos jugar y hacer las cosas que todos los infantes hacen, no por eso podemos soslayar que detrás de esas aparentes insignificancias hay todo un entramado perturbador. Los niños —parece decir Jorge— no solo forman un mundo complicado, sino que tienen en sus manos, para bien o para mal, el futuro del mundo. Otra cualidad que impera en la obra de este autor es la aparente facilidad con que cuenta las cosas, naturalidad que es engañosa, porque para lograrla se necesita enorme aplicación y, principalmente, el conocimiento a fondo de la materia que la sustenta: la vida. Esa riqueza literaria debe mucho, también, al endiablado sentido del humor, al sarcasmo constante de López Páez. La infancia es piedra angular de la narrativa de este autor, mas no la única: a su lado corren otras —muchas— facetas de la vida, como la homosexualidad y el miedo insobornable de sobrellevar una existencia vacua, expuestos mediante un conocimiento de las mejores herramientas literarias. L

n su reciente novela, ¡A huevo, Kuala Lumpur!, Jorge López Páez (Huatusco, Veracruz, 1922) simplemente confi rma que es nuestro narrador más natural. Alejado de cualquier experimentación formal, a él ante todo le interesa contar sus historias de la manera más sencilla posible lo cual no significa que no exija un lector atento. Esta circunstancia es lo que ha provocado que no figure como numen de los adoradores de las actualidades. Más que en ninguna otra de sus obras en ¡A huevo, Kuala Lumpur!, lo importante no sucede en la superficie sino en lo profundo. Esta cuasi Bildungsroman nos cuenta el paso de la adolescencia a la madurez de su protagonista Enrique. Huérfano de padres, vive al amparo en tiempos diferentes de dos familiares: sus tías Lidia y Leonorcita. Si bien la primera no era mala persona con él, el resto de los familiares sí lo incomodaba. Con su primo, que era contemporáneo suyo, nunca se llevó bien; su tío era más bien indiferente; y el que sí le dejó una huella imborrable fue el cuñado de su tía, Baltasar, que lo hizo despertar al sexo de manera violenta mediante una fellatio. Con la segunda, Leonorcita, pariente que se le aparece inopinadamente pues creía que solo tenía una tía, Enrique encontrará una verdadera familia. En especial, el prominente político Víctor Zaragoza Limón, hijo de ella, será una figura fundamental en su vida. Esta relación es la historia esencial de la novela y lo que nos presenta es una actualización de la manera en que se relacionaban los hombres en la antigua Grecia. Como es sabido, el hombre mayor tomaba bajo su égida a un imberbe y lo guiaba por la vida en todos sus aspectos (y cabe recordar que este tipo de relación no era condenada). Al verla desde esta perspectiva adquiere sentido lo que nos cuenta López Páez, porque si decimos que la novela únicamente narra el modo en como un joven va superando sus dudas y temores le quita toda sustancia. Dentro de su precaria situación, Enrique es un privilegiado porque no va a carecer de amor ni de quien le haga saber que hay principios en la vida. Su educación, como lo querían los griegos, consiste en orientarlo hacia el Bien. Hacerle ver, siguiendo la defi nición de aquellos tiempos, que la justicia consiste en hacer lo que nos corresponde, y la maldad es caer en la hybris, es decir, en el exceso y el rompimiento de los límites. (La cuestión griega se refuerza por el gusto que Víctor le fomenta por Plutarco, autor de las Vidas.) No dejará de sorprender que este joven beba con los mayores y que ellos lo animen porque confían en su buen juicio. Víctor Zaragoza Limón, que la mayor parte de la novela se menciona por su nombre completo, en algún momento le dice. “Recuerda que no me gustan los borrachos, pero tampoco los abstemios”. Llegados a este punto es necesario aclarar que no se trata de una novela didáctica, nada más alejado de la visión literaria de López Páez. Lo que nos presenta es la vida en todos sus matices. El sexo no se soslaya, pero tampoco se regodea en él. Cuando las dudas ensombrecen a Enrique en este sentido, Víctor está ahí para despejarlas y hacerle ver las distinciones que existen entre el amor entre varones. En general, acepta su elección, pero no puede evitar querer tapar el ojo al macho ante sus compañeros de escuela a los que se ve obligado en ciertas circunstancias a mostrarles que es “viril”. Esta historia se contrapuntea con la relación que Enrique establecerá con María Aurora, una norteña que casi le echa a perder la vida de privilegios que lleva y con la que tendrá sexo pero no por un deseo que ella le despierte, sino debido a los objetivos que ella se ha trazado. Es decir, Enrique fue utilizado. Hay otros misterios que el lector irá descubriendo, como el porqué del enigmático título del libro. Pero como este se descubre propiamente al fi nal de la novela, no vamos a cometer la indiscreción de darlo a conocer. Con ¡A huevo, Kuala Lumpur!, López Páez encantará, claro, en el sentido mágico del término, al lector que busque literatura, no modas pasajeras. L


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LABERINTO

en librerías

A sangre fría

Épica de bolsillo para un joven de clase media Truman Capote Debolsillo México, 2012 400 pp.

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ras culminar la escritura de esta obra, el escritor estadunidense Truman Capote tuvo dos certezas: estaba consciente que con esta novela había logrado su definitiva obra maestra (cosa en la que tenía absoluta razón) y también estaba convencido de que había creado un nuevo género, la non fiction novel (detalle en el que se equivocó). Tras conocer la noticia del violento asesinato de la familia Clutter, oriunda de Holcomb, Kansas, a finales de 1950 a manos de Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, Capote llevó a cabo una minuciosa investigación. La película Capote (2005) da cuenta de sus pesquisas por la región en compañía de Harper Lee, la autora de Matar al ruiseñor. Por su parte, el director Richard Brooks realizó en 1967 la adaptación de la novela al cine. La obra llevó a Capote al pináculo de la fama, pero asimismo lo hizo entrar en conflicto con su talento.

La objeción

César Tejeda Planeta México, 2012 208 pp.

L

a ópera prima de César Tejeda, Épica de bolsillo para un joven de clase media, narra la historia de Julio, un joven de veinticinco años que desea construir una carrera como escritor. Julio comienza publicando artículos en revistas, hasta que decide editar la suya. Tiempo, recursos, desvelos: Julio ha apostado todo a su nuevo proyecto. ¿Qué más puede esperar este joven? Esperará lo peor: su novia, Clara, vuelve una tarde para anunciarle que se va. ¿Cómo superar el abandono, el fracaso? No lo hará con su revista ni con cientos de artículos para otras publicaciones. La única forma que Julio tiene para confrontar el dolor es la literatura; por ello emprende una crónica de aquellos días de soledad: un diario, una guía que lo hará buscar un nuevo sentido a su propia vida.

Entre dientes: crónicas comilonas Martín Caparrós Almadía México, 2012 117 pp.

Jorge Reséndiz Edición de autor México, 2012 127 pp.

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rimera parte de una saga que tiene como protagonista a Román Osorio Duarte, un hombre ambicioso y cruel, esta novela muestra por principio algunas de las lacras del poder en México: la injusticia, la corrupción, la violación de los derechos humanos, el enriquecimiento ilícito. Lo hace con un realismo que asombra y el trato de Román con el presidente de la República recuerda en mucho el de Alfonso Durazo con José López Portillo, quien solapó todas las arbitrariedades de su amigo de infancia. La objeción, sin embargo, no es una novela realista sino una reflexión sobre el libre albedrío cuyo eje fantástico ocurre cuando, por error de los seres energéticos que rigen el universo, se fusionan el alma de un recién nacido, hijo de una familia humilde, con la de Osorio, cuya vida comienza a cambiar a partir de ese momento, debatiéndose entre el bien y el mal. (Informes en jorgeresendiz@hotmail.com).

Oficio de muerte

D

e Martín Caparrós se sabe que es escritor, cronista, viajero y periodista. Es famosa su afición al futbol y al Boca Juniors, pero una de las pasiones alrededor de la cual gira gran parte de su vida es mucho más cotidiana: la comida. En este libro de crónicas, Caparrós recopila algunos escritos gastronómicos que son unidos por los hilos del exotismo, la comida, los viajes y el hambre. Sus travesías lo llevan desde el lujoso hotel The Oriental, en Bangkok (que cuenta con el mejor restaurante francés de Asia), hasta comer serpientes en una carretera de Malasia, desesperado porque, debido al Ramadán, no había ni una fonda abierta. Lejos de escribir una diatriba sobre la exquisitez de ciertos manjares, la prosa de Caparrós vuelve cómplice al lector, lo invita a viajar y a comer con él, haciendo énfasis en la narración, en la historia detrás de la comida, más que en los platillos en sí.

Los bastardos de la uva Octubre-diciembre Año 3, número 11 México, 2012 93 pp.

Carlos Moncada Ochoa Grijalbo México, 2012 311 pp.

C

ada vez que sale a la luz la noticia del asesinato de un periodista de inmediato comienzan a correr los datos, las voces indignadas y los rumores: que si tenía vínculos con el narco, que si México es el país más peligroso para ejercer el periodismo, que si se atenta contra la libertad de expresión. Sin embargo, al poco tiempo la noticia pierde importancia y el nombre del reportero cae en el olvido. Carlos Moncada apuesta por una recuperación de los nombres y las circunstancias de los periodistas asesinados en México. Un ejercicio de memoria. A través de una extensa investigación documental in situ, abarca los asesinatos de periodistas desde el periodo del Porfi riato hasta el homicidio de la reportera de Proceso, Regina Martínez, acaecida en mayo de este año. El libro contiene un capítulo sobre el fracaso legislativo y el desinterés de las autoridades para proteger a los comunicadores.

E

l reciente número de Los bastardos de la uva, como ya es costumbre, nos presenta una selección de escritores y artistas emergentes y consolidados. De la serie de textos narrativos que se presentan, destaca el relato de Carlos Sánchez, quien retrata al “Purascolas”, un hombre a simple vista honorable, a quien le gusta recibir la luz del sol bien arreglado, pero cuya perdición son los vicios, entre ellos las mujeres. “Misterios de cantina”, de Leo Mendoza, es la triste historia de una mujer que ha perdido, aparentemente, toda esperanza en el amor. En poesía, Arturo Trejo Villafuerte realiza una entrega de cinco textos sobre el amor y la vida, junto a vates noveles como Ángel Díaz, Marina Zemeza y Yamila Greco. Por último, Guillermo Zapata nos habla de su experiencia como compositor y su relación con la literatura; un recorrido entre dos lenguajes distintos pero completamente afines.

Imagen y obsesión LOS PAISAJES INVISIBLES ESPECIAL

Iván Ríos Gascón www.ivanriosgascon.wordpress.com

A

Rubens, el amante platónico de La inmortalidad de Milan Kundera, se le ocurre pensar que “una persona puede ocultarse tras su imagen, puede estar completamente separada de su imagen: una persona nunca es su imagen”, mientras observa la antigua foto de una mujer que toca el laúd, esa mujer que quisiera volver a ver tan solo para verificar que el tiempo aún no ha demolido su belleza. Para Rubens, aquella imagen sin cuerpo vivo contiene todo un pasado de deseo, amor y ensoñación; hay en ella un signo oculto entre la piel y lo elusivo, entre la desnudez y la memoria sensorial y quizás el sentido de su vida se halla en esa foto: reencontrarse con una mujer anhelada alguna vez le serviría para confirmar la esencia amatoria que procede de una imagen. Una mujer, dice Javier Marías en El hombre sentimental, puede sufrir un despiadado encadenamiento de disoluciones melancólicas: una mirada triste, una frase aciaga, un sueño interrumpido por la evocación perturbadora de su imagen. El hombre sentimental es la historia de una degradación amorosa: Manur, el banquero, compró a Natalia pensando que algún día terminaría por poseer toda su imagen pero aquello nunca sucedió. Durante un viaje a España, Javier Marías enfrenta a los Manur con un curioso personaje: el León de Nápoles, un célebre tenor que conquistará a la esposa encarcelada. Y cuando ella lo abandona, Manur advierte que algo se ha interrumpido para siempre. No era el cuerpo desnudo de su mujer todas las noches ni el rutinario convivir cifrado en frases breves o saludos o despedidas. Manur se da cuenta que sin ella es él quien ha cambiado. Su imagen ya no puede convivir con ese

cambio. Ahora es el dibujo, es la foto del tiempo perdido. Y sin nostalgia ni arrebato, sin furia ni desesperación, Manur se da un pistoletazo en el instante en que quiere reconstruir la vida rutinaria a la que, de ahora en adelante, le faltará una pieza. Douglas Coupland se pregunta en La vida después de Dios si será posible hacernos de una imagen cuando el destino es una línea recta. Sin ironía, sin vértigo, sin altura o trascendencia, y anota: “A veces pienso que las personas que más pena me dan son aquellas incapaces de relacionarse con lo que es profundo”. Y luego: “En otras ocasiones pienso que las personas que más pena me dan son aquellas que en algún momento supieron qué es lo profundo, pero que perdieron la capacidad de maravillarse o se volvieron insensibles; individuos que cerraron las puertas que conducen al mundo secreto; o a quienes las puertas se les han cerrado por culpa del tiempo, de los descuidos y de unas decisiones tomadas en momentos de debilidad”. Paul, el otro idealista de La inmortalidad, comenta que cuando dejamos de controlar nuestra imagen para quien amamos, cuando ya no nos interesa la forma en que nos ve, simplemente hemos dejado de quererle y eso me recuerda el parlamento que William Shakespeare puso en boca de Otelo, aquel ser atormentado por dos figuras despreciables, Cassio en su delirio, y Yago en su dolor: “Cuando deje de amarte será la vuelta al caos”. Ese caos es, precisamente, la fi nitud del amor, el primer paso hacia la difuminación. ¿O no es que el desorden al que alude Shakespeare consiste en extraviar la imagen primigenia? L


10 b sábado 24 de noviembre de 2012

MILENIO

teatro

Entre la compasión y la soledad Todo en Intervenciones se explica por la presencia de una suerte de demiurgo para quien no hay más ley que la del poder ciego ENTREVISTA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

U

n arrendador con actitud extraña muestra a inquilinos en potencia un departamento en la colonia Narvarte, donde está por desencadenarse una serie de acciones funestas a dos pasos del espectador, quien sentado a ras de la sala percibirá que objetos, ruidos y música monótona generan una atmósfera enrarecida que encierra secretos de abandono, abuso, desamor y fatalidad. El dramaturgo, que en esta ocasión escribe y dirige, crea, junto con los actores del colectivo escénico El Manatí Rosa, un espacio de confrontación interna entre el público, que no tiene lugar para protegerse de lo que recibe, y unos personajes que mueven a la compasión desde su soledad desesperada. Escrita por Hugo Wirth, esta obra, que se caracteriza por situaciones en las que el sexo y la violencia son parte fundamental de la historia, posee una estructura dramática de buena construcción, mediante la cual los personajes describen una eficaz trayectoria en caída libre. La contundencia de cada personaje, extraída de una realidad asfixiante, a raíz de una necesidad urgente de ser amado, transforma a los personajes en deshechos humanos. En la sala del descuidado departamento, donde las huellas del tiempo arañan muros y mobiliario, los actores consiguen transformarse en un taimado de bajo instinto, una madre y un hijo separados por el tiempo y el silencio, dos hermanas unidas por el rencor y el abandono y una joven atrapada en la ansiedad centrífuga; todos en un espacio donde se cruzan épocas pasadas y tiempo real, en circunstancias fuertemente asidas a las acciones de un personaje oscuro en busca de saciar su vacío. Bajo el título de Intervenciones, esta obra resulta una experiencia de choque que conmueve desde la repulsión que produce observar, como testigo del entorno, a seres comunes con los que nos cruzamos a diario, personas de estatura cotidiana, al arbitrio de sus deseos, de su pavor, de su búsqueda personal o de su adicción; seres arrinconados por sí mismos y por una sociedad impasible, por una existencia que oculta las pocas opciones y desaparece las herramientas para asirlas.

La obra se presenta en Casas Grandes 39, departamento 102, colonia Narvarte. Reservaciones al 5528827212

Bien planteada y resuelta escénicamente por el dramaturgo y director, quien hace coincidir arrendatarios diversos, cuyas esencias se mezclan sin que puedan verse en la ficción, mientras los actores se cruzan con velocidad en el mínimo espacio sin demérito de la veracidad de cada circunstancia, Intervenciones es un montaje que conduce al espectador a realizar la elipsis mental necesaria para ser parte de un juego de control emocional por iniciativa de un hombre pequeño. Sin dejar de notar la falta de preparación en cuanto al manejo de la voz, de la expresión corporal y de la experiencia que dan las tablas en buena parte del elenco, así como la poca inflexión o el énfasis destemplado en algunos diálogos y errores palpables en la dicción, estas fallas otorgan paradójicamente mayor veracidad a los personajes. Con iluminación y asesoría en espacio escénico de Carolina Jiménez, asistencia de dirección de Élfega Sánchez, producción del colectivo e interpretación de Jorge Salas, Eynar Villanueva, Viridiana Buñuel, Jazmín Arizmendi, Claudia Wega

y Gabriela Moncada, el montaje es producto de un laboratorio permeado por un rigor dramático de dirección y de interpretación, que merece atención por la honestidad encontrada para exponer lo propuesto, más allá de contar con la técnica, el apoyo de instituciones o una producción onerosa, que, como queda demostrado en este caso, son elementos prescindibles cuando se ha conseguido todo lo demás. La necesidad de encontrar un timing más preciso de las acciones que el espectador escucha a través de la puerta, es algo que director y actores deben conseguir de inmediato. Sin embargo, y por encima de estos detalles que pueden hallar pronta solución, el intenso trabajo, el vigor, el hallazgo de los personajes, la densidad de las situaciones, la creación de atmósfera y la entrega absoluta del equipo, dan como resultado una vivencia detonadora; una especie de rebautizo por vía del horror, que dejará al espectador en shock, tocado por unos personajes que empezarán a tener vida propia dentro de quienes pudieron tenerlos cerca. L

LA PUERTA ESTRECHA

Los silencios de Jorge Cuesta Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

E

sta es la historia de unas doncellas que sueñan con tener un príncipe. Es también la historia de los engaños. La calle del amor es una avenida dibujada con una fila de ventanas enrejadas y con grandes y vistosos candados; una avenida donde lo único que permanece es el sueño y el deseo de libertad. “Y sueñan” los príncipes y las doncellas. El sueño del amor, de un mundo que pueda construirse de pureza es el motivo de permanencia en esta obra para sus personajes. “Y sueñan”, repite Jorge Cuesta en el único guión para pantomima que hasta ahora se conoce de su autoría, y que seguramente a Jerzy Grotowski le hubiera gustado leer al darse un encuentro entre el gimnasta de las emociones y el poeta más puro de su generación. En el siglo XIV, representaciones medievales como los misterios franceses —piezas dramáticas que desarrollan algún pasaje bíblico de la tradición cristiana— expusieron el papel que desempeñaban las acciones en cada silencio, en el sutil movimiento de un actor sobre el escenario.

ESPECIAL

Se cuenta que las escenas más conmovedoras de esa época eran las mudas. Los movimientos de los personajes explicaban el contenido del espectáculo; el punto de acción para la pantomima no es la palabra, sino los movimientos cuando se transforman en sensaciones. En La calle del amor (recopilada en ediciones de la UNAM y del Equilibrista) Jorge Cuesta por momentos sobrepone a los silencios algunos versos que incluyó en la pieza. Convierte a la poesía en una voz que acompaña la historia a través de un coro de príncipes que están en busca de una mujer a través del engaño; y otro de doncellas que viven del anhelo: Aún sigo sola en el balcón, pendiente / de la canción de amor que canta un sueño. / El amor verdadero sigue ausente. / Un fantasma mi amor es y mi dueño. // Su mano no se ve, y mi pecho toca / con secretos transportes y suplicios / y me enciende en mis labios con su boca / besos que son eternos y ficticios.”

Muchos son los símbolos que Cuesta impone en sus endecasílabos y en las acotaciones, entre ellos: los racimos de flores que los hombres llevan a las mujeres son la imagen de la esperanza. El mar de tradiciones del cortejo que se transforma en engaño es con lo que sostiene la obra, que se desarrolla con distintos ritmos y tonalidades. Cuesta, al estilo Godot, nos deja anhelando el sueño del amor con la imagen de las mujeres encerradas para conservar sus virtudes. Al salir, estas bellas damas se convertirían en prostitutas.

El autor de Canto a un dios mineral

La imposibilidad es, a la vez, un reproche moral, una exigencia de pureza. Los príncipes, por su parte, son vistos como seres ridículos y vulgares. En La calle del amor Cuesta denuncia un mundo absurdo. La puerta estrecha se ha cerrado. L


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LABERINTO

cine CORTESÍA MANTARRAYA

Carlos Reygadas

“No veo a los espectadores como consumidores” El filme que le dio la presea a Reygadas como mejor director en Cannes trata de la vida a través de la lente de la violencia y la frustración ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

C

uando la prensa abucheó Post Tenebras Lux durante el Festival Internacional de Cine en Cannes, nadie se imaginó que días después Carlos Reygadas se llevaría la presea al mejor director. Intimista y contemplativa, como buena parte de la filmografía del realizador mexicano, la cinta narra la historia de una familia de origen urbano dentro de un contexto rural. A partir de una serie de referencias literarias y plásticas, el director propone una cinta que escapa a los convencionalismos. ¿Qué detona Post Tenebras Lux? Ideas tan abstractas como querer filmar a mis perros, a mis hijos, al campo donde paseo. Parece banal pero no lo es porque simboliza unas ganas de compartir mis impresiones sobre lo qué es vivir en México. Sin ser una película autobiográfica, sí es un filme personal. La esencia del filme es algo muy elemental: la necesidad de compartir. Quizá lo hice por un interés de establecer vínculos y conexiones con los demás. ¿Los flashbacks representan estos pensamientos o reflexiones? Nunca me ha gustado el flashback como elemento informativo para explicar el presente. En esta película lo uso porque estamos a un nivel discursivo distinto. No hablo del presente, sino de la realidad; y en la realidad incluyo el presente, los deseos, los sueños, al pasado y, sobre todo, al futuro imaginario. Su cine suele presentar una relación con la naturaleza y el origen.

Supongo que es algo cercano, pero me interesa de una forma intuitiva, no discursiva ni analítica. No me importa eso de “De aquí venimos” o “El origen del ser”. Es normal preguntarse de dónde vienes y a dónde vas. ¿Y llega a algún tipo de conclusión? No llego a conclusiones porque serían meras especulaciones de bar. En la película pretendo enseñar las preguntas o pensamientos que me hago a mí mismo. Es una película en lo general muy literaria: la estructura, los juegos con los tiempos. Me gusta lo que dices porque la narrativa que propongo tiene por lo menos cien años. Sin embargo, la gente de cine suele decir que es una película rara, abstracta e incompresible. Ese tipo de comentarios me dejan perplejo. Quizá no sea muy parecida al cine convencional, pero hay películas similares, y sobre todo en la literatura y en la pintura es algo súper remolido. ¿Cómo toma ese tipo de críticas? Me sorprenden. Hay gente que conecta y me entiende, más allá de que le guste o no la película. Por otro lado, me llama la atención que varios especialistas no la comprendan. No entiendo dónde esta lo incomprensible. Es tan sencillo como entender por qué en el siglo XIX empezaron a pintar las caras verdes, los cielos rojos y los árboles azules. ¿Por qué cuesta entender que esas ideas se apliquen a una obra cinematográfica? Aunque su propuesta plástica y visual por momentos deja en segundo plano la narrativa misma. Esa es la manera en que conectas con la película. No obstante, hay una narrativa clarísima, no convencional, pero narrativa a final de cuentas.

Escena de Post Tenebras Lux

No puedo comunicarme contigo sin un acto narrativo. No es una película visual al estilo Greenaway en la que solo hay planos bonitos. Aborda violencia, sexo y muerte. ¿Por qué? Nunca me planteo los temas que abordo. Simplemente hablo de lo que percibo como la vida. Hay violencia, sexo, frustración, hastío, amor, conexión con la naturaleza, porque todo eso es parte de la condición humana. A lo largo de la película hay un efecto en el lente que distorsiona las orillas. No me dirá que eso es casual. Es un efecto que surgió de manera intuitiva. No me interesa decir que es la mirada distorsionada de un hombre ante la muerte; es una mera evocación del impresionismo, donde se deja de reproducir la realidad tal como es. ¿Piensa en el espectador al hacer una película? No haría una película si no hubiera seres humanos en la Tierra. La hago para compartir pero parto de que no existe “el público” como un ente; solo existe la suma de individuos y todos son diferentes. Con eso me basta, ir más allá de eso es ser un comerciante. No veo a los espectadores como consumidores sino como gente con la que dialogo. L

HOMBRE DE CELULOIDE

De lo que hace que Bond sea James Bond Fernando Zamora @fernandovzamora

S

am Mendes parece jugar una partida de ajedrez con los elementos que hacen que Bond siga siendo James Bond pero añade su propio tono intimista. Hay en Skyfall, además, escenas de acción dignas de Christopher Nolan y un juego de reinterpretaciones que devuelven a la franquicia una frescura que no tenía desde los años ochenta. Mendes mueve sus piezas usando un guión muy dinámico: una fotografía que durante ciertas escenas en China me recordó al mejor fotógrafo de Hollywood (quien, por cierto, es mexicano y se apellida Lubezky) y la actuación de Javier Bardem: el único “malo Bond” que ha conseguido que el comandante acepte una homosexualidad latente que ya sospechábamos en un hombre siempre tan deseoso de mostrar su virilidad. Resulta interesante que Eon Productions (dueña de la franquicia) haya contratado a un director que saltó a la fama con una obra casi chejoviana: American beauty. Fue una idea arriesgada pero funciona como reloj; un reloj que mueve el tiempo a voluntad por el antes, el ahora y el después en la biografía que Ian Fleming y decenas de autores luego de él —en cuentos, novelas y películas— han construido para dar vida al Comandante de la Fuerza Naval de Su Majestad: James Bond. El 007 es una creación colectiva: tiene altos y bajos y quienes se apresuraron a dar por muerta la franquicia pensando que sería incapaz de sobrevivir al fin de la Guerra Fría se han equivocado.

ESPECIAL

Ya lo había anunciado el maestro del papel de pulpa, Robert Ludlum: las novelas de espionaje están más vivas que nunca. Hoy el enemigo es invisible y no tiene banderas. Nolan retoma esta idea del creador de The Bourne identity en la última película de Batman y se expresa aquí en uno de los tantos clímax de Skyfall. Como Bond, James Bourne se resiste a morir, pero todo lo que Ludlum tomó de Fleming para crear a su propio espía hoy lo devuelve: Bond revive en las mismas aguas de Bourne y quienes pensaron que la edad de oro del espionaje había llegado a su fin con la apertura a la democracia de la ex Unión Soviética se equivocaron tanto que hoy Rusia no es democrática y el presidente Putin es él mismo: un ex espía de la KGB. Sin duda, Ludlum sabía más que la crítica literaria. El artista sabe de la realidad más que los teóricos. Mendes parece haber leído cada ensayo escrito en torno a James Bond. Los hay de Umberto Eco y aun de Cabrera Infante; se han organizado congresos en Viena y en la Biblioteca Pública de Francia. Siempre he sido un fanático de Bond y me gustaba esa clase de ficción de la ficción llamada crítica, pero un día llegué a la conclusión de que el arte es eso que los críticos dicen que es hasta que viene un artista que demuestra lo contrario. Mendes confirma la intuición: si leyó a Umberto Eco (en particular el texto “De la repetición en el cine”), ha conseguido mofarse de él contrariando puntualmente cada una de las cosas que dice que “hacen” a una película de Bond. Y, sin embargo, aquí está Bond. Y es James Bond. Y se mueve.L

Skyfall (007, Operación Skyfall). Dirección Sam Mendes. Guión Neal Purvis y Robert Wade. Música Thomas Newman. Fotografía Roger Deakins. Con Daniel Craig, Judi Dench, Ralph Fiennes y Javier Bardem. Estados Unidos, Gran Bretaña, 2012


12 b sábado 24 de noviembre de 2012

MILENIO

varia EKO

ESPECIAL

Memoria de mis tres twinkies tristes

La mentalidad de la manada

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a semana pasada escribía del email como ya anticuado, venido de otra época, ya sin novedad. Tan anacrónico como el Sci-Fi. Apenas apareció mi texto, ese mismo sábado se anunció la extinción de los twinkies. Se va la compañía Hostess. Vi la noticia en la tele y corrí a la tienda a comprar tres twinkies tristes. Miles de personas lo hicieron. En México se le llama “submarino”, pero ¡un twinkie es un twinkie! Repulsivo, empalagoso, nauseabundo. No sé cómo los twinkies me gustaron tanto de niño. Supongo que era porque sabían como los mocos. No faltará quien use twinkies en su novela, como algo entrañable, toque de época, pues, todo este planeta, la novela busca trucos baratos para sobrevivir. No digo que la novela vaya a morir, al contrario, creo que la novela vive una gran época retro, y muchos editores la sienten en riesgo, y para emocionar a novelistas y lectores inventan premios que jurados entregan a escritores con los que se emborrachan o, al menos, fueron lo menos peor. En muchos salones ya nadie lleva fotocopias. Casi todos tienen su Mac. Desde hace mucho la PC se reserva a las personas que se resisten al cambio. ¿Los cd’s? ¿Los dvd? Han pasado de moda. Hace poco un amigo me explicó que algunos productores de música han recurrido a los cassettes para darle cierta chispa a la industria. Yo coleccionaba estampillas, ¡un filatelista!, y desde los 90’s sabía que las estampillas morirían. Esa época ya llegó para algunos países. Comprar

estampillas es cada vez una de las últimas oportunidades de hacerlo. ¿Será? A lo que voy es que vivimos en el siglo XXI pero todavía estamos en un mundo de cosas del XX, y ese montón de cosas agoniza lento, muy lento. Aguantan. O son reemplazadas por nuevas tecnologías o variantes que pronto también envejecen. Nuestra época se distingue por sus ruinas de plástico reciclable. En académicos o estetas, digamos, ya no se juzga interesante al posmodernismo. Ya fue. Pero ahí sigue, como la deconstrucción. A nuestra época le falta un gran invento. Ya fuimos a la Luna, ya vimos (y arrumbamos) la tele, ya engordamos en Internet, y todos los mass media ahí la llevan, dos tres. Algo sucede y es muy extraño. Estamos viviendo entre puro retro, tenemos ya desde hace mucho una vida vintage. Y lo más retro-jodido son las guerras, la policía, los narcos, todo eso que viene del pasado (con todo y ropa) y no quiere irse, como el mariachi y esa música, vieja, repetitivo, todo eso que debió morir junto a Siempre en domingo. He cruzado los dedos. No quiero que nadie rescate o rehaga a los twinkies. Quiero conocer la experiencia de algo que se vaya para siempre, no nos deje su esqueleto, ni fotos, ni ebay para comprarlo de vuelta. Quiero —como he querido pocas cosas en la vida— que de verdad esos hayan sido mis últimos tres twinkies tristes. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com.mx

H

acer lo que otros hacen, imitar las conductas colectivas, seguir a la tribu sin mantenerse en las propias convicciones, sin defender ideas individuales, diluirse en la masa, es parte de lo que en piscología social se llama bandwagon effect y se aplica a una conducta política, económica y de consumo. En mexicano se puede traducir como la cargada. Cuando los consumidores se agolpan para comprar un teléfono nuevo, cuando los votantes sin analizar se van detrás de un candidato, cuando los creyentes se entregan a una secta: es la nulificación de la individualidad, es el instinto mamífero refugiándose en la seguridad del rebaño que se alimenta de novedades. Esto no es un fenómeno exclusivo de la ignorancia o de la influencia enajenante del marketing. Lo podemos ver en el arte: es la cargada curatorial, el pensamiento de la manada. Las exposiciones son copias en escala de lo que se monta en Londres, en Nueva York y en las bienales, de lo que dicta el imperialismo estético. Forzando lo que ya no es novedad, repitiendo hasta el agotamiento fórmulas que se empeñan en presentar como innovadoras y que ya son centenarias, es la imitación sistemática entre museos y exposiciones que muestran igual tipo de obras desde los mismos parámetros estéticos y teóricos. En el bandwagon effect, los que están fuera se integran porque creen que seguir la corriente o la moda los hace parte de algo privilegiado, y estar fuera es causa de aislamiento social, político, o pérdida de estatus económico. La curaduría actual, sin pensamiento original, persigue estar dentro, subirse al carro. Para no vivir el trauma del aislamiento, se curan las exposiciones sujetas a las reglas y a los lineamientos de lo que se entiende por “contemporáneo”, “moderno”, “actual”. Hay un enorme rechazo por aportar ideas audaces. La sed de imitación de lo que supone lo “último” la ha llevado a un costumbrismo fácil y cobarde: no cuestiona lo que ya está impuesto como estética y arte por el mercado extranjero. Si ya de por sí este mal llamado arte contemporáneo es parte

del neocolonialismo, con esta mímesis voluntaria se demuestra cómo los países al margen del gran desarrollo imitan a los que los dominan. Los curadores con ímpetu aspiracional, con fiebre por pertenecer a la horda, se trepan en el carro con montajes de colectivas monótonas y predecibles, con un tema que, venga o no al caso, les permita crear una “atmósfera moderna” con ideas mal planteadas y collages de objetos de nulo peso estético. Y por otro lado, si se ven obligados a montar una exposición de arte real, si tienen que trabajar con esa gran desconocida, para ellos, que es la pintura, con ese objeto extraño que es la escultura o la fragilidad peligrosa del dibujo o del grabado, entonces hacen lo que sea para que esa obra parezca arte contemporáneo. Se empeñan en “recontextualizar” y en “actualizar significados” y exponen un muro de Pompeya como si fuera un objeto encontrado. Mutilan pinturas, las cubren con acrílicos, ponen videos sin sentido, cuelgan esculturas como si fueran móviles de juguete y las llaman instalación. Hacinan dibujos en contexto con objetos basura. Comisionan a un performancero para que riegue sus fluidos corporales en el museo. Todo menos quedarse fuera del pensamiento de la manada. Para estar trepado en el bandwagon effect el arte no es suficiente, y mucho menos verlo: hay que curar las exposiciones con los ojos cerrados y escribir los textos sin ver a la pintura o la escultura, centrándose en detalles que no aportan a la obra, reduciéndola con un discurso de “tono contemporáneo”. Esta cargada, esta manada sin raciocinio independiente, que trabaja sometida al marketing, renuente a aplicar otros criterios que la hagan salirse de la corriente, está deformando la idea de la estética y de arte porque no acepta que para la creación es imperiosa la libertad. Enajenada por las modas y con un sometimiento intelectual que le impide ver al arte, no puede estar montando exposiciones como autoridad plenipotenciaria. La cargada curatorial cree que se pierde de algo si no se trepa al carro, y en realidad, ahí trepada, se está perdiendo de ejercer su ya escaso pensamiento crítico. L


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