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—¿Te gusta mi ejército, Nicolas? —La niebla dispersaba el sonido, de forma que resultaba imposible localizarlo—. La última vez que estuve en Ojai, oh, de eso hace más de cien años, descubrí un maravilloso cementerio justo detrás de Three Sisters Peaks. El pueblecito de al lado estaba abandonado, pero las tumbas y los cuerpos aún permanecían allí. Flamel estaba luchando frenéticamente, dando puñetazos, asestando arañazos y pateando cuando podía. En realidad, los golpes que recibían de las momias o los esqueletos no eran muy fuertes, pero lo que les faltaba en fuerza les sobraba en número. Sencillamente, había demasiados. Sentía cómo un moretón se le estaba formando debajo del ojo además de un profundo arañazo en la mano. Scatty se movía alrededor de Sophie, defendiéndola mientras ésta controlaba los torbellinos. —No sé desde cuando está ese cementerio ahí. Al menos, desde hace un par de siglos, de eso no me cabe la menor duda. No sé cuántos cadáveres alberga. Cientos, o quizá incluso miles. Y Nicolas, los he convocado a todos. —¿Dónde está? —preguntó Flamel, rechinando los dientes—. Debe de estar cerca, muy cerca, para poder controlar este número de cadáveres. Necesito saber dónde está para hacer algo. Sophie sintió una ola de agotamiento y, de pronto, uno de los tornados se tambaleó y se desvaneció. Los dos restantes bamboleaban hacia un lado y el otro mientras la fuerza física de Sophie se debilitaba. El segundo desapareció y el único que quedaba comenzó a perder energía. El cansancio era el precio que tenía que pagar por utilizar la magia, pero Sophie quería continuar al menos un poco más; tenía que encontrar a su hermano. —Tenemos que salir de aquí —informó Scathach mientras agarraba a Sophie por el brazo para mantenerla en pie. Un esqueleto se abalanzó sobre ella, pero Scatty lo golpeó con unos movimientos precisos y limpios de su espada. —Josh —susurró Sophie, exhausta—, ¿dónde está Josh? Tenemos que encontrarlo. La niebla absorbía gran parte de las emociones que Dee reflejaba en su tono de voz, pero su regocijo fue más que evidente cuando dijo: —¿Y sabes qué más he descubierto? No sólo los humanos han poblado esas montañas, también las han habitado otro tipo de criaturas. La tierra está repleta de huesos. Cientos de huesos. Y recuerda, Nicolas, que soy, ante todo, un nigromante. Súbitamente, un oso, de al menos tres metros de altura, emergió de la blanca niebla. Y pese a que aún mantenía algunos pedazos de piel recubiertos de suave pelo, resultaba más que evidente que había muerto hacía mucho tiempo. Sus huesos de color blanco níveo resaltaban aún más sus colmillos afilados. Tras los pasos del oso, brotó la figura del esqueleto de un tigre con sables en lugar de colmillos. Y tras él, un puma y otro oso, un tanto más pequeño y en un estado de descomposición menos avanzado. —Con una sola palabra los puedo detener —irrumpió la voz de Dee—. Quiero las páginas del Códex. —No —respondió Flamel severamente—. ¿Dónde está? ¿Dónde se esconde? —¿Dónde está mi hermano? —preguntó Sophie desesperadamente. Un segundo más tarde dejó escapar un grito aterrador, pues una mano muerta se había enredado en su cabello. Scathach la partió por la muñeca, pero no logró desenmarañarla, así que desistió y la mano del esqueleto permaneció entre la cabellera de Sophie como si fuera una orquilla un tanto extraña—. ¿Qué le has hecho a mi hermano? —Tú hermano está considerando sus posibilidades. El vuestro no es el único frente de la batalla. Y ahora que ya he conseguido al chico todo lo que necesito son esas páginas. —Jamás. El oso y el tigre avanzaron entre toda la muchedumbre de cuerpos, apartándolos hacia un lado y pisoteándolos para alcanzar al trío. El tigre de colmillos como sables fue el primer en llegar hasta ellos. Su resplandeciente cabeza era gigantesca, y los dos colmillos, que sobresalían de la mandíbula inferior,


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