Los ojos como platos

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José Mª González-Serna Sánchez

Los ojos como platos Escritos sobre cine y literatura

Publicaciones de Aula de Letras Sevilla, 2012



J OSÉ M ª G ONZÁLEZ -S ERNA S ÁNCHEZ

LOS OJOS COMO PLATOS DIEZ AÑOS DE CINE Y LITERATURA EN LAS LETRAS Y LAS COSAS

PUBLICACIONES DE AULA DE LETRAS SEVILLA, 2012


Textos: José Mª González-Serna Sánchez, 2012. Licencia Creative Commons.- Se permite el uso comercial de la obra y de las posibles obras derivadas, la distribución de las cuales se debe hacer con una licencia igual a la que regula la obra original.


ÍNDICE Cine De nuevo en Manderley Happy End en el porche A falta de ideas, transtextualidad ¿Por qué son malas las películas malas? Con preguntas en los talones Chihiro Gangs de Nueva York John Ford, paisaje y paisanaje Una de lágrimas Traffic: el mal está siempre en el otro La terminal, de Steven Spielberg El hundimiento Una nueva belleza Un puente hacia el cine adulto La vida de los otros Geografía y series de televisión Invictus, la épica del yo al nosotros Lemonade Mouth Literatura Poemas etiquetados La literatura ha muerto ¡Viva la literatura! Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina Lecturas de verano: Max Aub 21 de agosto Nobel de literatura Creación literaria e Internet Buscar la belleza 5

9 12 14 17 19 21 23 27 29 30 33 36 38 40 42 44 47 51 57 60 62 64 66 68 70 72


Primera experiencia La lectura Memoria histórica francesa Fernando Vallejo: la vuelta de la polémica Arena y exilio Memoria histórica de la literatura Amos Oz, La bicicleta de Sumji Soy un friki... de Cien años de soledad El canon de la literatura juvenil Cuando la fiesta nacional Primeras lecturas ¿Dónde está la frontera de la adaptación? De puertos balleneros: Nantucket Los clásicos o el Apocalipsis Me dicen ¿Hacemos algo o lo dejamos pasar? ¿Leer en Internet? No, gracias Sorpresas femeninas Verde Sobre la condición humana: Primo Levi Una vida con Vargas Llosa El cuento más corto del mundo. La simplicidad: Anna Gavalda Amor y economía La unidad de la narración en El asedio Quita tus manos del poema, por favor Un recorrido personal de lecturas: la cuestion judía Cuando la realidad imita al arte Provincianismo temporal 6

74 76 78 80 82 86 88 90 92 97 100 103 106 108 111 113 116 117 120 123 127 129 132 135 139 143 145 152 155


CINE



DE NUEVO EN MANDERLEY

Anoche soñé que volvía a Manderley, así que lo primero que he hecho en cuanto he podido ha sido ver de nuevo Rebeca. Es un lugar común afirmar que Alfred Hitchcock maltrata a las mujeres en sus películas, y si no, piensen en el convecional y vano personaje que interpreta Grace Kelly en La ventana indiscreta o en tantas otras mujeres de sus filmes. Pero a mi modo de ver es en Rebeca (1940), su primer filme en Hollywood, donde el cineasta larga una tremenda andanada contra la imagen femenina. Después de haber visto la película tantas veces no me había percatado de que no existe en ella ni un sólo personaje de mujer que encarne valores positivos o completamente positivos, mientras que los hombres que pueblan la historia narrada sí encarnan dichos valores. Repasemos. Rebeca de Winter, la primera mujer de Maxim, aparece adornada con las galas de una mujer fría, absolutamente convencional, pagada de sí misma, de su belleza, de su situación de poder y con un toque de perversidad con el que manipula las vidas de los que la rodean incluso después de su muerte. Frente a ella, la joven señora de Winter -desconocemos su nombre- interpretata por Joan Fontaine es una

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mujer-niña apocada, débil, sin espíritu ni iniciativa, absolutamente fuera de lugar en el gran mundo. La señora Danvers es la encarnación de la locura, pero de la locura de amor por su antigua señora, lo que la lleva a actuar de la manera en que lo hace en el filme. Junto a este trío de mujeres, aparecen por el relato otras dos que desempeñan papeles muy secundarios, pero interesantes; ambas encarnan, a mi modo de ver, papeles más bien masculinos, aunque sean mujeres. Pensemos en la jefa de la joven señora de Winters, que bien podría ser un hombre y como tal es su comportamiento y su talante en algunas de las escenas en las que aparece, y la hermana de Maxim de Winter actúa más como camarada que como cuñada y su caracterización es algo desaliñada y masculinizada, si se me permite. Y junto a las mujeres, los hombres. Maxim, aunque resulta antipático durante todo el filme, acaba congraciándose con el espectador en cuanto se descubre la-su verdad sobre Rebeca. Frank, su secretario, representa un alto concepto de la amistad, el honor y la lealtad: sabedor de todo, en ningún momento aprovecha su posición ventajosa. Incluso el primo favorito de Rebeca aporta un soplo de aire fresco y vitalidad en Manderley en la primera escena en la que aparece, y aunque el episodio de chantaje afea al personaje, tras la entrevista con el doctor vuelve a ganarse al público -que le perdona encantado- con una salida airosa. Después del par de párrafos anteriores, cualquiera que los lea podrá pensar que Hitchcock es un cineasta machista -y ciertamente lo es- y por eso no digno de estos tiempos de igualdad, pero no creo que eso deba llevarnos a renegar de su cine. Rebeca es una película maravillosa aunque represente un modelo 10


social patriarcal que quizรกs no compartamos. Es mรกs, Rebeca, pienso, es imprescindible.

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HAPPY END EN EL PORCHE

Supongo que vivir en un séptimo piso me hace tener debilidad por los porches de las casas; por eso me quedé pasmado con la última y maravillosa secuencia de Monster's Ball. Lo cierto es que tal y como se desarrollaba la película no sabía cómo iba a terminar y, mientras se acercaba el fin, diferentes desenlaces se me ofrecían, todos ellos coherentes con la relativa incongruencia de la casualidad sobre la que está montado el guión. Pensaba que cuando Hank Grotowski volviera de comprar helado, Leticia, que previamente había descubierto sobre la cómoda el dibujo que su marido hizo del carcelero poco antes de ser ajusticiado, le descerrajaría un tiro en la cabeza con algunas de las armas que se guardaban en la casa y que el director se había cuidado de ofrecernos así como de pasada. Se trataba de un final muy coherente con la trayectoria vital de los personajes. El rostro de la maravillosa Halle Berry se presentaba en esa última secuencia desencajado, sometido a una tensión hiperbólica causada por lo que había sido su vida: seis años visitando a su marido en la prisión, ejecución del marido, arruinada, trabaja como una loca para poder conservar su casa, su hijo es un comedor compulsivo y, además, muere atropellado por alguien que se da a la fuga, es 12


negra, vive en alguna zona del sur de EE.UU., conoce a alguien que la ama y le hace sentir lo que ya prácticamente tenía olvidado -magnífica la escena del sofá por su intensidad sexual-, conoce al padre de ese hombre y comprende que se ha enamorado de un racista -aunque no estoy del todo de acuerdo con eso último-, acepta ir a vivir con él y, entonces, descubre que era uno de los verdugos de su marido. Vuelta al principio. La vida es un círculo sin sentido o con el único sentido de hacer sufrir aun más. Leticia y Hank salen al porche de la casa y se sientan en los escalones a comer el helado mientras el rostro de ella se descompone aun más y su brazo derecho caído parece esconder algo ¿una pistola? Pero es una película americana ¿cómo canalizará el guionista la narración hacia un happy end? La respuesta está en un giro de cabeza. Leticia, con unas ojeras tremebundas, vuelve la cabeza hacia Hank que le ofrece helado de chocolate con una cucharita; ella le dirige una mirada perdida que acaba dando -plano general- con dos blancas tumbas que resaltan en la noche. Leticia comprende que también Hank ha sufrido durante toda su vida. Leticia comprende que tiene -¿que tienen?- derecho a ser feliz, al menos, a intentarlo. Problema resuelto: unas vidas de mierda recompuestas en la ficción de unos segundos. El cine sigue siendo una fábrica de sueños y el espectador puede dormir tranquilo. The end.

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A FALTA DE IDEAS, TRANSTEXTUALIDAD

No sé si faltan ideas o si es que simplemente no hacen falta y es suficiente con mezclar sabiamente motivos y personajes anteriores. Anoche llegó a mi casa El planeta del tesoro a lomos de mulilla torda. -¡Bien! ¡Vivaaa! ¡Vamos a verla, Papáaaa! Y la hemos visto. Y nos ha gustado. Y nos ha gustado mucho. Pero original, novedosa, rompedora, no se puede decir que sea. A las pruebas me remito: a) Base argumental: La isla del tesoro, de Stevenson. Ya saben: la posada, el mapa del tesoro, John Silver, el chico Jim y el recuerdo del capitán Flyn. Espléndido. b) Famila de Jim desestructurada. A mí me recuerda a Lilo y Stich. La madre de Jim es la hermana de Lilo si se hubiera quedado embarazada y el muchacho en cuestión se hubiera ido a por tabaco. c) Jim, héroe problemático, es Lilo masculinizado y algo crecidito o también el Michael de Peter Pan con un cambio generacional brutal encima.

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d) Barcos de vela voladores que recuerdan al del Capitán Garfio, sobre todo en Regreso al país de Nunca Jamás. e) Ambiente portuario estelar con multitud de bichitos. La guerra de las galaxias, por supuesto. f) Misión: encontrar el tesoro. La toma de decisión es muy similar a la de Atlantis. g) El acompañante medio bobalicón de Jim deja un regusto incuestionable a Goofy. h) La salida del Planeta del Tesoro es muy similar a la salida de Atlantis. i) Jim surfea por el espacio como si fuera un Tarzán-Disney interestelar. j) Es un lugar común, pero la secuencia de la salida del Planeta es como la destrucción de la Estrella de la Muerte y Jim es un nuevo Skywalker que, como él, se gana mediante su habilidad un puesto en la tropa cósmica. k) Y la película termina con Jim mirando hacia el cielo, y en el cielo unas nubes que toman la forma de John Silver. No sé, Mufasa en el Rey León también se manifiesta en forma de nube, Hamlet padre se aparece a Hamlet hijo en el cielo nocturno, El regreso al País de Nunca Jamás comienza con una sucesión de sombras tras las nubes que resultan ser los rostros de los personajes de la historia. Estas similitudes me salieron así a bote pronto; cuando haya visto la película treinta y ocho veces seguidas en la próxima semana -mis niñas queridas son así: exprimen y exprimen hasta que agotan el producto- os diré algunas más, supongo. 15


Por cierto, ya para terminar, muy interesante la alusi贸n bastante expl铆cita a la pederastia de John Silver.

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¿POR QUÉ SON MALAS LAS PELÍCULAS MALAS?

Es una buena pregunta, me parece ¿Por qué es mala In & Out, de Frank Oz? El filme está bien estructurado en las tres partes clásicas: presentación de los personajes y del conflicto (hasta la ceremonia de entrega de los Oscar), desarrollo del problema central (hasta el no quiero del protagonista) y desenlace, crisis y solución final del conflicto con ceremonia colectiva de salida del armario y baile final. También cuenta con un reparto de actores conocidos (Kevin Kline, Joan Cusak, Tom Selleck, Matt Dillon, junto a unos muy competentes secundarios) y que hacen perfectamente creíbles sus personajes dentro del género de comedia al que pertenece la película. En lo referente al contenido del filme, nadie podrá negar que no trate sobre problemas acuciantes de nuestra sociedad pequeñoburguesa (la hipocresía, la homosexualidad, el rechazo social, la diferencia, la marginación, la incultura social, la primacía del sentimiento, el descubrimiento de nuestra propia y cierta identidad, etcétera). Alguno podrá pensar que es precisamente en estos asuntos en donde reside su "maldad", al ser quizás demasiado frívola y convertir en objeto de comedia asuntos tan importantes. Son puntos de vista, claro está, pero lo cierto es que consideramos grandes películas algu17


nas que han expresado ideologías bastante perniciosas, no sé, por ejemplo El hombre tranquilo, de John Ford, o El nacimiento de una nación, de Griffith. A mí, la verdad, me parece una comedia muy divertida y que cumple el verdadero objetivo del género que es, sin más, hacer disfrutar al espectador. Cierto es que los personajes están caricaturizados, pero no creo que pudiera ser de otra manera; cierto es que el final es el típico de muchas películas hollywoodienses en el que la comunidad de buenas personas de la América real acepta al diferente como uno más (si queremos cosas más tremendas y probablemente más auténticas, podemos ver Furia, de Fritz Lang, o Haz lo que debas, de Spike Lee), y cierto es que el realizador se deja llevar por el camino de la risa fácil, pero desde cuándo hemos considerado eso como algo malo en el mundo del espectáculo, o si no podemos hacer un poco de espiritismo y le preguntamos su opinión a Aristófanes, a Plauto o alguno de los anónimos autores de la Commedia dell'Arte. Hoy me lo he pasado muy bien viendo la película y, por cierto, nadie que la haya visto me negará que una sombra de duda cruza por su cabeza cuando no puede reprimir unos tremendos deseos de bailar al escuchar “I will survive” o “Macho Men”. Yo desde luego no las tengo todas conmigo.

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CON PREGUNTAS EN LOS TALONES

Acabo de ver Con la muerte en los talones, de Hitchcock, después de un montón de tiempo y me surgen varias preguntas: 1ª ¿Cuántos martnis puede consumir Cary Grant? 2ª ¿Es Cary Grant el primero en usar gafas de sol en las películas? 3ª ¿Dónde se ha comprado el traje que usa durante todo el filme Cary Grant? La verdad es que no me explico cómo puede no acabar destrozado después de todo por lo que pasa el caballero. Estoy seguro que deben de haberlo comprado en K-Mark, la tienda esa en la que únicamente quiere comprarse sus calzoncillo Dustin Hoffman en Rain man. 4ª ¿Por qué Hitchcock se empeña en emplear transparencias como fondo de algunas secuencias en movimiento? A veces no está justificado y pienso que hubiera sido más cómodo filmar el plano en el escenario en cuestión. Como muestra puede verse el paseo por el andén en la estación de Chicago. 5ª ¿Van Dame se llama de verdad así o es un homenaje a esta película y a su malo-malísimo pero elegante y entendido en ar-

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te? Seguro que el holandés de los puñetazos se llama así, pero hubiera sido más cinemaníaco que fuese un homenaje. 6ª ¿Sería este humilde comentarista capaz de encender el cigarrillo de una guapa señorita como lo hace Cary Grant en la escena del Expreso Siglo XX? 7ª ¿Me atrevería yo alguna vez a pujar en una subasta como la hace Grant-Caplan? Y también alguna exclamación. 1ª ¡Hay que ver cómo se ponen los cuerpos! Martín Landau está jovencísimo en la peli. 2ª ¡El monte ese del final será muy espectacular, pero me parece feísimo!

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CHIHIRO

Aunque ya he escrito sobre El viaje de Chihiro en otro lado, no quiero dejar de comentar la amargura que, a mi modo de ver, subyace en la película de Miyazaki. El cineasta japonés ha construido el filme sobre la oposición de dos mundos que no son, precisamente, el real y el de la fantasía, o sí lo son, pero de manera algo más compleja. La verdadera oposición pienso que se da entre el mundo infantil en el que Chihiro puede vivir una fantasía en la que no parece haber ni buenos ni malos absolutos, y frente a él, sus padres, el mundo real-adulto que desarraiga a la niña de su ciudad (los primeros planos son estremecedores, con la niña tumbada en el asiento trasero del coche, callada, casi con lágrimas en los ojos) para transportarla a no se sabe muy bien dónde. Los padres de Chihiro son maltratados por el cineasta, quién sabe si como una pequeña venganza; son profundamente desagradables, no manifiestan cariño hacia la niña, solamente piensan en comer cuando llegan a ese pueblo fantasmal y, como castigo, son convertidos en cerdos. Lo cierto es que, aunque Chihiro acomete la tarea de recuperar a su familia, no parece mostrar

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tampoco un exceso de amor hacia ellos. La niña "se entretiene" salvando a los amigos encontrados en ese mundo de fantasía en el que los dioses acuden a limpiar sus cuerpos en la casa de baños. Allí descubre el amor, la amistad, un punto de cariño -sin excesos, que estamos hablando de un director japonés-, en definitiva, buena parte de lo que no encontraba en la realidad de su vida. Esa es la razón del rostro de la niña al transitar por el oscuro túnel que comunica ambos mundo, el saber que sale para siempre de la edad infantil para ingresar en la edad adulta o, al menos, en un espacio adulto. Perdónenme la osadía, pero ese hecho me hace recordar a la Wendy del Peter Pan de Disney en el momento en que su padre le comunica que será la última noche en el cuarto de los niños. Como Wendy, Chihiro ha disfrutado de la última aventura, y como ella, ha encontrado la amistad y el amor, ha encontrado los recuerdos suficientes para afrontar su futuro. No sé, quizás algún día Chihiro vuelva al túnel con sus hijos para repetir la experiencia; lo que sucede es que, si se mantiene la coherencia con el filme de ahora, esa vuelta no podrá edulcorarse y Chihiro debería ser como su madre o su padre, atiborrandose de comida en el pueblo fantasma. Aquí no hay lugar para sombras de barcos piratas en el cielo. En fin, la película es una verdadera delicia, y es amarga y su lectura final, tristísima. No puedo dejar de pensar en la posible vida real de esa niña ficticia, en su sufrimiento. Pedónenme una vez más; pero Chihiro tiene cara, tiene hechuras, de niña maltratada.

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GANGS DE NUEVA YORK

En 2002, Martin Scorsese estrenó Gangs de Nueva York, película basada en la novela del mismo nombre escrita por Herbert Asbury en 1927. La película no parece haber obtenido el reconocimiento que se suponía ni por la crítica ni por el público. Sin embargo a mi me parece un filme muy interesante, sobre todo porque pone en tela de juicio una serie de ideas que el cine norteamericano ha ido construyendo a lo largo de sus cien años de historia y que hoy en día funcionan en nuestras mentes como tópicos de la americanidad. A Martin Scorsese se le ha acusado de dejarse llevar en esta película por la espectacularidad y el artificio gratuito, se le ha acusado de introducir una relación amorosa que estorba la marcha narrativa del filme, se le ha tachado de ambicioso al querer filmar la gran epopeya de la ciudad, de "su" ciudad, la de Taxi Driver, la de La edad de la inocencia. Muchas acusaciones, demasiadas. Casi nadie, sin embargo, ha señalado cómo el director intenta poner en tela de juicio algunos de los tópicos históricos creados por el cine. El cine ambientado en la Guerra de Secesión ha construido buena parte de los tópicos que sobre EE.UU. tenemos en la ac-

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tualidad: la caballerosidad de los hombres y mujeres del Sur, el paternalismo, que no racismo, en su trato a los esclavos, la posición absolutamente contraria a la esclavitud de los estados norteños, el hecho de que la guerra se libró en los estados del sur y, en buena medida, fue una guerra entre caballeros que culminó en la unión final. Martin Scorsese rompe con estos tópicos en Gangs de Nueva York al presentarnos otra cara de esa Guerra: - A la guerra va la "chusma" inmigrante porque los caballeros de Nueva York compran por 300 dólares su no beligerancia. - Nueva York es una ciudad en guerra, no con el Sur, sino con ella misma. Hay guerra en la retaguardia. - El racismo es un hecho capital de la vida neoyorquina del momento: "Lo que un blanco hace por 20, un negro lo hace por 10 y un irlandés por 5", dice uno de los autoproclamados "nativos", americano de pura cepa porque su padre luchó en la guerra contra los ingleses de 1814. Además, en la revuelta final, los negros se convierten en objetivo prioritario de la masa. - El poder reprime violentamente la revuelta del populacho que se niega a ir a morir en el frente de batalla. - Abraham Lincoln no es presentado como el gran presidente amado por los ciudadanos del Norte, sino como objeto de burla y "enemigo" de un amplio sector de la población. Pero la crítica de Scorsese no se reduce a cuestiones de apreciación de hechos históricos, sino también a la base de la democracia norteamericana: 24


- La democracia es inexistente, y el único personaje que intenta establecer un diálogo democrático en la película, muere de un hachazo en la espalda. - Los partidos políticos buscan hombres fuertes que compren sus votos, porque "lo importante de unas elecciones no es el número de papeletas, sino el recuento, así que sigue contando", dice el jefe del partido democráta el día de elecciones. - El pueblo, personaje colectivo de muchas películas que glorifican el sistema político americano, es reprimido brutalmente, bombardeado, masacrado. También ataca de pasada a algunos de los héroes recientes del país, como puede apreciarse en la presentación de los diferentes cuerpos de bomberos, más parecidos a bandas de salteadores que a servidores de la población. Sin embargo, el ataque al tópico más recurrente a lo largo de la película es a la idea de EE.UU. como tierra de oportunidades, como moderna tierra prometida. No hay futuro para los inmigrantes que llegan al puerto de Nueva York; llegan a un lugar en el que no se les quiere si no es para votar, para robar o para ir a la guerra. En ese sentido, el largo plano-secuencia del puerto resume, a mi modo de ver, una de las intenciones de Scorsese en este filme. La cámara vuela sobre las cabezas de la multitud y se acerca a un barco del que desciende una fila de inmigrantes recién llegados, les acompaña en su bajada a tierra donde le esperan unos neoyorquinos que les hacen firmar un papel para ser ciudadanos (y tener derecho a voto) y otro papel para alistarse en el ejército; la fila sigue caminando y la cámara con ellos,

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mostrando como se visten con el uniforme azul y, sin abandonar la formación, perfectamente pertrechados, suben a otro barco. Al llegar a la cubierta del barco, la cámara abandona la fila de hombres para tomar ahora un ataud que es descendido a tierra y llevado junto a una fila de ataúdes en el puerto. La fila de inmigrantes y la de ataúdes están en paralelo. El plano es impactante, espectacular, artificioso, pero significativo; es la película, ahí está toda, el resto no son más que matices.

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JOHN FORD, PAISAJE Y PAISANAJE

John Ford es uno de los grandes del cine por diferentes motivos que sería larguísimo enumerar aquí. Uno de ellos quizás sea la capacidad de convertir un paisaje natural o social en verdadero protagonista de algunas de sus películas. El tratamiento de estos escenarios es muy significativo en películas como La patrulla perdida, en la que el desierto de Mesopotamia con la amenaza árabe invisible hasta la escena final se comporta como verdadero motivador del aislamiento de los soldados británicos estancados en un oasis, hasta el punto de que la presión de la inmensidad solitaria sobre los soldados provocará la locura de algunos de ellos. Pero no es La patrulla perdida el único filme en el que el espacio interactúa con los personajes. La naturaleza es elemento esencial en la mayoría de sus western, desde La diligencia a Fort Apache o Centauros del desierto, siempre filmada con mimo, siempre deteniéndose en sus emblemas más característicos y que, a la postre, han acabado convirtiéndose en símbolos de todo un género. También en El hombre tranquilo la campiña irlandesa, en este caso, tiene una importante función, y creo que la escena del regre-

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so del matrimonio desde la estación de tren hasta Innisfree es explícita en este sentido o la llegada del ex-boxeador a la tierra de sus antepasados y la visión de la que fue la casa de su familia. La tranquilidad que emana del paisaje es la que busca este hombre que llega allí huyendo de la ciudad (espacio sin presencia explícita, pero sugerido con suficiencia), de la modernidad y de un tipo de violencia aniquilidora que no es la violencia ritual que encontrará en la vieja Irlanda y que, John Ford dixit, siempre acaba resolviéndose en unas pintas de cerveza o una medidas de whiskey. Pero en esta película el escenario social le gana la partida al natural, de hecho, parece que se explicaran mutuamente. No es posible entender la Irlanda rural filmada por Ford sin las gentes que la pueblan, como tampoco son comprensibles estas gentes sin el verdor de los prados. Esta relación entre paisaje y paisanaje es característica del cine de John Ford, en Irlanda o en el desierto norteamericano poblado por apaches mescaleros y aguerridos soldados de heroicos regimientos. La geografía física y la humana se hacen una en la narración heroica. John Ford.

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UNA DE LÁGRIMAS

Después de una semana tensa no hay nada como una buena llorona delante de la pantalla. Adiós Mr. Chips cumple perfectamente las expectativas. Se sienta uno delante de la tele y se encuentra en el joven Chipping llegando al recto colegio británico de Brookfield. El primer sufrimiento contiene toques humorísticos conseguido mediante un aula repleta de pequeñas bestias, perdón, criaturas (mira por donde, también entonces se cocían habas). Después, el amor -paréntesis feliz- y la muerte de la esposa, la vejez, la frustración, la injusticia con el profesor que dio toda su vida por el colegio y sus alumnos, la guerra, la muerte de algunos jóvenes, el reconocimiento de la tarea realizada y, como siempre, mi explosión de lágrimas cuando el tercer Peter Collins abandona la casa del anciano y se despide de él con el lacrimógeno "adiós, Mr. Chips". Toda la vida del pobre viejo cobra sentido. Puede morir en paz.

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TRAFFIC: EL MAL ESTÁ SIEMPRE EN EL OTRO

Steven Soderbergh dirigió Traffic en 2000 con la intención, supongo, de narrar un episodio de la guerra contra la droga, expresión que repite hasta la saciedad el personaje que interpreta Michael Douglas en el filme. Sin embargo, más parece un canto a las desventuras de la sociedad norteamericana bien pensante, presentada como víctima absoluta del mal que reside siempre en el otro que, en este caso, es "lo mexicano" o "lo no blanco" o "lo no W.A.S.P.". Intentaré razonarlo con algunos datos: - Los WASP que aparecen en el filme pertenecen a clases acomodadas y cercanas al poder, tanto político, como económico o judicial. Representan el bien, son las víctimas del cruel negocio. Solamente hay unas frases en la película que esconden algo oscuro en ese grupo social: "Si cien mil negros fueran cada día a Indian Hall (barrio blanco y rico) preguntando a cada blanco si tenía droga que venderle, los muchachos blancos no perderíamos el culo estudiando Derecho". - Los narcotraficantes son todos mexicanos o norteamericanos de apellido hispano.

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- La policía norteamericana representa el bien, no hay sombra de corrupción en ellos, mientras que sobre la mexicana pende durante toda la película la sospecha de comportarse de acuerdo con las órdenes del cartel de Tijuana. - El comportamiento policial de los estadounidenses es siempre respetuoso con la ley, mientras que del lado mexicano la violencia y la crueldad desmedida es lo predominante. Llega a decirse que la policía en México es una actividad empresarial. - Los encargados de la lucha contra la droga en EE.UU. y México también muestran grandes diferencias. El norteamericano es un héroe que lucha por su familia, que baja a los infiernos de la droga para rescatar a su hija, presa del mal; frente a él, el mexicano encarna la crueldad, la corrupción, la falsedad y la traición. Parece significativo también que el del lado mexicano sea un militar, mientras que el estadounidense es un famoso juez que sustituye a un militar. - La mujer del narcotraficante detenido (Carlos Ayala) es un personaje que proviene "de los bajos fondos" (así se nos dice) y, aunque no conoce nada sobre las actividades delictivas del marido, no duda en convertirse en una especie de "madrina de la droga", violenta y cruel, aunque se dulcifique esta actitud por su lucha para defender la familia amenazada. La narración oscila entre dos espacios perfectamente delimitados por diferentes recursos técnicos que son, a su vez, muy sig-

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nificativos para esta idea que estoy defendiendo de que el mal reside en "el otro". Las escenas que se desarrollan en México están filmadas con un colorido que se acerca al sepia y sugieren polvo, miseria, pobreza y tercer mundo: las escenas estadounidenses están filmadas con buena saturación de color, son nítidas y con una tendencia hacia la dominante azul, color frío, pero también limpio, "homrado", "legal y justo". Miseria y atraso frente a modernidad. Algo parecido sucede también con las diferentes puestas en escena y los decorados. Y nos queda el final. La última secuencia de la película cae del lado mexicano. En ella, el policía de Tijuana (ha obrado honradamente, pero sobre el pende esa sospecha a la que antes aludía) asiste a un partido de béisbol en su ciudad. Por fin se ha limpiado el lado mexicano de drogas y gentes sin corazón y los muchachos pueden dedicarse a practicar ese deporte tan sano, tan vital, tan honrado y tan norteamericano. El bien ha triunfado, en el lado estadounidense, por supuesto, pero esta vez, además, ha podido exportarse al lado mexicano de la frontera. Eso sí, la fotografía sigue siendo polvorienta y sucia, como corresponde "al otro".

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LA TERMINAL, DE STEVEN SPIELBERG

Se está convirtiendo en un lugar común aludir al talante "capriano" de La terminal, última película de Steven Spielberg por el momento. Qué duda cabe que el director ha utilizado en ella muchos de los lugares comunes de filmes como ¡Qué bello es vivir! o Juan Nadie, pero no es menos cierto que existe una distinción de fondo, probablemente como consecuencia de la diferente intención de los cineastas. En los filmes de Frank Capra a los que aludíamos, el cineasta situaba al espectador ante un drama más o menos cotidiano del americano medio enfrentado a las superestructuras del estado o de la economía norteamericana. Se trataba de un nuevo enfrentamiento de David frente a Goliat del que el héroe lograba salir victorioso en última instancia como consecuencia del apoyo de otros americanos medios que, de alguna manera, se veían reflejados en el protagonista, puesto que éste no era más que uno de ellos -uno de los nuestros, uno de los buenos-. El relato de estas películas situaba al personaje ante situaciones límites de las que sólo podía escapar con la ayuda de un pueblo americano transformado en una suerte de nuevo deus ex machina que acababa

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contribuyendo a la resolución del conflicto con un canto a la solidaridad, la fraternidad, el amor entre los hombres. Steven Spielberg hace algo parecido en La terminal al presentarnos a Viktor Novorski como un pobre hombre de clase media baja, como así lo demuestra su vestimenta y sus habilidades para la albañilería, que se ve envuelto en singular batalla con la burocracia estadounidense de fronteras. La victoria final de Novorski se producirá gracias al apoyo de otros miembros de su misma clase, encarnados en la figura de un indio, un hispano y un afroamericano. Precisamente en el origen racial de los ayudantes del héroe estriba la principal diferencia entre los filmes de Capra y el de Spielberg: ningún W.A.S.P. contribuye a la victoria final del héroe; antes bien, es un "(estupido) hombre blanco" el que encarna la férrea burocracia que impide a Viktor llevar a cabo su misión. En las películas de Capra, el pueblo unido en torno a su héroe mediocre era blanco y, probablemente, protestante; ahora, ese pueblo americano blanco tiene miedo del que acabará convirtiéndose en su héroe, siente recelo ante el que es diferente, y solamente los que también son diferentes, el lumpen del aeropuerto, serán capaces de acercarse lo suficiente a Novorski para descubrir el drama de su situación. Novorski tendrá que comportarse como un verdadero héroe enfrentándose a Frank Dixon para lograr el apoyo del microcosmos del aeropuerto, en un final de película dominado por la explosión sentimental conseguido con un hábil movimiento de masas. Pero lo cierto es que la mayoría de la gente del aeropuerto, durante casi todo el filme, ven en Novorski más un estorbo que alguien digno de

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apoyo. Al fin y al cabo es alguien diferente que procede un país sospechoso de terrorismo. ¿A qué se debe esta diferencia entre un director y otro? Desde mi punto de vista, la razón habrá que buscarla en las intenciones de Spielberg con este filme. Capra pretendía hacer películas que versaran sobre la grandeza del pueblo americano, pese a que determinados problemas y situaciones puntuales fueran criticables; Spielberg no creo que nos quiera hablar de la sociedad norteamericana, o no exclusivamente de ella. La simple elección de un aeropuerto como espacio de la narración dota de universalidad a la historia y sirve al cineasta para referirse no ya al pueblo americano medio, sino a la humanidad media, en una manifestación más del mundo globalizado. La terminal es un símbolo de la aldea global en el que diferentes etnias, nacionalidades, religiones y pareceres entran en conflicto para explicitar sus diferencias, pero también sus semejanzas. Frente a la diferencia, las gentes comunes y corrientes deben unirse para vencer. La solidaridad entre los hombres permitirá acabar con la sinrazón de las superestructuras. Esta es la lectura final del filme, la misma que encontrábamos en las películas de Frank Capra, pero con un horizonte más amplio, y todo ello sin salir de los estrechos márgenes de la sala de tránsito internacional del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy.

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EL HUNDIMIENTO

Esta madrugada próxima se entregan los Oscar de Hollywood y por esta tierra nuestra parece que corre la certeza de que Mar adentro acabará conquistando el premio a la mejor película de habla no inglesa. Bueno, es posible. Sin embargo no hay que olvidarse de la dura competencia que tiene Amenábar. Por un lado la sentimental y llena de buenas intenciones Los chicos del coro. A mí, personalmente, me encantó porque también me gustan las películas que me hacen reconciliarme con el género humano, que hace mucha falta, ¡voto a bríos! Y después está la alemana El hundimiento. Impresionante porque te hace pensar, y te hace pensar porque presenta a sus personajes como seres humanos cuando el cine, habitualmente, ha presentado a Hitler y sus secuaces como monigotes malvados. He de decir que el personaje de Hitler me hizo sentir lástima, auténtica lástima. Un hombre que ha perdido ya todo lo que importaba en su vida, un grupo de militarotes fracasados, una mujer que mata a sus hijos porque no quiere que habiten el mundo

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que vendrá después del Reich, un Goebbels silencioso ante los acontecimientos históricos y ante el fin de su propia familia. Que nadie crea que la película es una justificación del nazismo. Yo no la he entendido así, al menos. Más bien creo que se trata de un filme que nos dice como los seres humanos somos los autores de nuestras propias barbaries; más bien pienso que se trata de una historia que dice a los alemanes -a todo el mundo- que el horror de la II Guerra Mundial -que cualquier horror- no hay que achacárselo a un grupo de seres de "otro mundo", alejados de nosotros, la gente corriente. Nos dice que ese horror fue causado, precisamente, por gente como nosotros.

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UNA NUEVA BELLEZA

Hace unos días os pinchaba un video con la secuencia de la entrada del coronel Nicholson en el campo de prisioneros en El puente sobre el río Kwai. Al hilo de la secuencia citaba a Alessandro Baricco y su idea de que el verdadero pacifismo no es el que niega la belleza de la guerra, sino el que es capaz de ofrecer otra belleza sustitutoria. Creo que algo así es lo que se puede apreciar en la última secuencia de Hair (Milos Forman, 1979). Igual que en el filme de David Lean, esta secuencia parte de una fila de soldados en formación, pero los rostros nos hablan de otras sensaciones: no se dirigen hacia la gloria del heroísmo, sino hacia el vientre oscuro de un avión de transporte que los encaminará hacia la muerte. Mientras caminan, suena “Let the sun shine”, tema que va cobrando intesidad hasta que explota en nueva belleza en la manifestación ante las puertas de la Casa Blanca. Allí ya no hay filas de soldados, sino una abigarrada multitud caótica, alegre y esperanzada. ¿Por qué no dejáis brillar el sol?, se pregunta en la canción. Algunos -nostágicos, ingenuos, demagógicos, si queréis- seguimos preguntándonoslo, porque aunque no haya guerra en Vietnam, las guerras impo-

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pulares -¿hay alguna que no los sea- siguen existiendo. Porque en el hipotético caso de que no existieran guerras, sería necesario seguir preguntándolo.

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UN PUENTE HACIA EL CINE ADULTO

Esta tarde he ido con mis hijas a ver Un puente hacia Terabithia, película basada en la historia que Katherine Paterson escribió en 1976 para intentar hacer comprender a su hijo la muerte de un compañero de colegio. Se trata de una historia bien contada que parte de algunas situaciones escolares bastante tópicas, aunque con su punto de verdad, como todo lo tópico, para llegar a un clímax sentimental también típico, pero no por ello menos efectivo. Sobre todo si se tiene en cuenta el público al que va dirigido el filme que se encuentra con la sorpresa de un desenlace al que el cine infantil y juvenil no les tiene acostumbrados. Por ese desenlace, además de por la historia en sí, la película se me antoja una ceremonia de transición a la vida adulta y al espectador adulto. He de reconocer que tengo un bocado en el alma desde que salí de la sala y una cierta indignación. Disney nos tiene acostumbrados a historias que hacen piruetas en el aire para acabar de manera positiva o esperanzada. Esta película, sin embargo, obliga al niño-espectador a aceptar la realidad de la pérdida: sólo es posible seguir viviendo y, si eres capaz, recordar.

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Mis hijas no han explotado en un mar de lágrimas inconsolables como esperaba a medida que se acercaba el fin. Han aceptado la historia, supongo que con el mismo bocado en el alma que tengo yo; supongo que con la misma indignación. La más pequeña me ha dicho que estaba segura de que en el castilllo que se veía al final del camino esperaba Leslie. Las otras dos no sé si piensan lo mismo o si saben, y por eso no dicen nada, que allí no está la niña, que allí solamente hay inmensas salas vacias en las que Jess jugará, imaginará nuevas aventuras y, tal vez, recordará a esa chica que le ayudó a aceptarse tal y como era.

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LA VIDA DE LOS OTROS

La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) es una película que anda despacio. Ritmo lento, planos cortos de un protagonista que se define por sus gestos y no por las palabras pronunciadas. No hay excesos que salpiquen el filme, ni gesticulación, ni logorrea. Me pareció una película tranquila con un argumento intranquilizante. Es una película violenta sin violencia explícita e hiperbólica. Nos habla sobre cómo el poder y un estado pretende controlar las vidas de los ciudadanos. Violencia, por tanto. Pero no hay palizas, ni patadas en las puertas, ni destrozos exagerados. Los agresores se conducen con educación en las maneras, llaman al timbre, avisan. No es necesario golpear a nadie con los puños cuando hay otros sistemas que permiten hundir la entereza del sospechoso. Es una película sobre la integridad de las personas, sobre la integridad posible de quien se ocupa de controlar y de quien es controlado. No hay traiciones gratuitas, las acciones de los personajes están plenamente justificadas. Evidentemente, hay “ma-

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los”, pero hay “buenos” entre los malos y hay víctimas que no pueden permitirse seguir siéndolo. Es una película que apunta hacia otras con breves referencias. Piensas en La conversación de Coppola (1974) en el momento en que uno de los protagonistas descubre los micrófonos instalados en su casa. Piensas en Good bye, Lenin, de Wolfgang Becker (2003), al final del filme cuando uno de los personajes se cuestiona la unificación de las dos Alemanias. Piensas en Balas sobre Brodway, de Woody Allen (1994), desde que intuyes la labor de escritura del capitán de la Stassi. Es una película sobre la derrota. La derrota de las ideas y de las personas. Pero también es un filme sobre la vida que sigue su marcha a pesar de las derrotas.

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GEOGRAFÍA Y SERIES DE TELEVISIÓN

Me gusta ver series en televisión. Algunas más que otras, obviamente. De ciencia ficción y realistas, algunas de humor, históricas, dramáticas, policiacas y hasta aquellas que incluyen algo de fantasía. Están muy bien y se aprende mucha geografía, uno de mis vicios ocultos. Precisamente es en relación a la geografía en donde se encuentra una diferencia difícilmente explicable entre las series españolas y las norteamericanas. No sé si se habrán fijado en el detalle, pero las producciones estadounidenses suelen dar especial protagonismo a la localización geográfica como marco de los relatos. Da igual que se trate de escenarios ficticios o auténticos. Para apoyar el primer supuesto solamente hay que recordar la importancia de la peculiar geografía de la isla de Perdidos o la espléndida reconstrucción de Cáprica, el mundo en el que se desarrolla la precuela de Galáctica. Pero, sin duda, es la geografía urbana estadounidense real uno de los personajes, secundarios o protagonistas, más destacados en las narraciones televisivas americanas.

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Gracias al cine y las series televisivas ciertas ciudades se han convertido en nuestras ciudades. Algunas son escenarios constantes, sobre todo en series policiacas, como sucede con Nueva York o Los Ángeles; pero también otras ciudades menos habituales nos resultan conocidas gracias a la televisión: el Washington de Shaft, el Honolulu de Hawai 50 -¿se acuerdan?-, las empinadas cuestas de Las calles de San Francisco o de la más reciente Monk, el deprimente norte de Nueva Jersey que refleja Los Soprano o la terrible y peligrosa Baltimore de The wire, Las Vegas de CSI o el Miami de Corrupción en Miami y CSI. Junto a estos escenarios de violencia urbana resulta curioso constatar como Boston, por ejemplo, parece ser el marco preferido por los productores norteamericanos para contenidos relacionados con el ejercicios de la abogacía. Así sucedía en Ally McBeal o en la recientísima The good wife y también en la intriga forense que muestra Crossing Jordan. En las producciones españolas, en cambio, la geografía está mucho más desdibujada. La tendencia más habitual es la de mostrar barrios completamente ficticios que puedan situarse en cualquier gran ciudad española. Eso es lo que representa el barrio de Santa Justa de Los Serrano, el San Antonio de Los hombres de Paco, la calle Desengaño en Aquí no hay quien viva y Atalaya en La que se avecina o Esperanza Sur en Aída. Casi todas estas localizaciones podríamos situarlas en Madrid, pero rara vez se concreta tanto como sucede en las series norteamericanas. Incluso en series de ambientación histórica, como es el caso de Águila Roja, se omite la referencia real -se habla constantemente de la villa- cuando es evidente que el lugar no puede ser otro que el Madrid de los Austrias. 45


Las razones de esta diferencia entre la concreción geográfica de las producciones estadounidenses y las españoles se me escapan. Supongo que el menor presupuesto de nuestras series puede tener algo que ver, ya que evita localizaciones en exteriores; pero me temo que también pueda haber relación con el intento de evitar toda acusación de centralismo madrileño, aunque en algún caso resulte ridículo, como sucede con la mencionada Águila Roja. En fin, en última instancia, problemas de vertebración nacional, de posibles rencillas localistas. Hasta para hablar de series de entretenimiento tenemos que referirnos a la estructura del estado. ¡Vaya latazo, por favor! Claro que también es posible que esté exagerando, como buen andaluz que soy.

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INVICTUS, LA ÉPICA DEL YO AL NOSOTROS

Al parecer, William Ernest Henley compuso en 1875 el poema “Invictus“: Más allá de la noche que me cubre, negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma inconquistable. En las azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de cólera y lágrimas donde yace el Horror de la Sombra, la amenaza de los años me encuentra, y me encontrará, sin miedo. No importa cuán estrecha sea la puerta, cuán cargada de castigos la sentencia: soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma. William Ernest Henley: In Hospital, 1903.

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El texto se me antoja un acto de fe en las capacidades personales y no en las humanas; no lo entiendo como confianza en la especie, sino en el yo. Este hecho me hace conectar el poema con una época -la victoriana- y una tradición literaria -la inglesa- que da otras muestras de sentido equivalente. Es posible que sólo una sociedad dominadora, como la británica de la segunda mitad del siglo XIX, puede favorecer la explosión de fe en las propias fuerzas que muestra el poema de Henley. El yo se enfrenta a la noche que lo envuelve, cuestiona la existencia de la divinidad, sale victorioso de su combate con el presente y reta a un futuro amenazante con su propia voluntad como herramienta. El yo vence porque controla su propia existencia. Así de categórica es la afirmación de los dos versos finales. ¿Cómo podría un individuo mostrar esta autoconfianza formando parte de una colectividad diferente? Todo se contagia, y la nación que en esos años domina el mundo insufla en sus miembros la certeza de que casi todo es posible: encontrar las fuentes del Nilo, construir un imperio continuo del norte al sur de África, exportar su idea de civilización, avanzar en lo tecnológico más allá de lo soñado. El Imperio se continúa en sus artífices y la fuerza de la fe de esos artífices hace posible la empresa colectiva. Desde el siglo anterior la literatura inglesa había mostrado ejemplos de hombres capaces de vencer sus propias limitaciones y dominar de esa manera la naturaleza. La primera novela burguesa, Robinson Crusoe, es buena muestra de ello. El náufrago solitario, lejos de desesperarse, toma en la isla las riendas de su destino para acometer su empresa colonizadora: calendario, artesanía, ganadería, agricultura, educación del salvaje según los principios occidentales. Robinson, como el yo del poema, 48


también se siente capitán de su alma, amo de su destino, más allá de lo que la caprichosa Fortuna le depare. Así, la isla de Crusoe termina convertida en un lugar habitable para quien se ha negado a renunciar a su idea de civilización. Muchos años después de Defoe, un contemporáneo de Henley, Rudyard Kipling, dejará un relato que responde también a la misma idea, aunque con un final algo diferente. En El hombre que pudo reinar dos aventureros protagonizan un viaje épico que acabará conduciéndolos a una tierra montañosa más allá de los límites del Imperio Británico. Como Robinson o el yo del poema de Henley, tomarán la decisión de ser dueños de su destino, aunque para ello renuncien a algunos principios morales. Los aventureros de Kipling fracasan en su particular empresa colonial, pero no por ese motivo deja de ser el relato un canto a la abnegación y a la fe superlativa en el poder de la voluntad personal. Un personaje similar es el Kurtz que Joseph Conrad dibuja en El corazón de las tinieblas. Al igual que los individuos anteriores, superpone su yo a las circunstancias; pero es precisamente esa decisión la que le lleva a la pérdida de toda moralidad y a la locura. Son muchos los personajes reales y ficticios que la Inglaterra victoriana ha legado al presente como ejemplo de fuerza de voluntad. En un siglo XIX eminentemente burgués y colonizador no tiene ya demasiado sentido un tipo humano temeroso de lo que el destino pueda depararle. El grito de Romeo, desesperado por verse a sí mismo como un juguete de la Fortuna, ha dejado de tener validez por el simple hecho de que el nuevo hombre

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nacido de la Ilustración no cree en otro destino que el labrado por su propia mano. En esta línea que arranca con Robinson Crusoe puede enmarcarse Invictus, último filme dirigido por Clint Eastwood sobre una historia de Joseph Carlin. Nelson Mandela, apoyado en la lectura del poema de Henley, asume el gobierno de su nave vital y gracias a esa decisión es capaz de sobrevivir en prisión, evitando su muerte física y moral. La decisión lo ha convertido en héroe. Años después, un Mandela ya presidente entrega a François Pienaar, capitán de la selección sudafricana de rugby, el poema en cuestión y, con él, una idea: el yo puede imponerse a las circunstancias; la decisión de perseverar nos hace avanzar; el avance individual redunda en el bien común si no se pierde el referente moral. En última instancia, veo en el filme Invictus una ejemplificación del paso de la épica personal a la colectiva. La decisión de Mandela de ser el director de su vida es contagiada a través de Pienaar al grupo de jugadores y, a gracias a ellos, a una nación fracturada en mil pedazos que necesitaba inventarse a sí misma. Hay una escena en el filme que pienso refleja a la perfección ese momento de cambio del yo al nosotros: durante la final de la Copa del Mundo los jugadores se reúnen en círculo para sacar fuerzas de donde casi no las hay mientras un estadio enfervorecido entona “Shosholoza”. Todos los integrantes del reparto -Mandela, Pienaar, Sudáfrica entera- se hacen uno en ese momento. La nación arco iris ha visto la luz, es la dueña de su alma y la capitana de su destino.

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LEMONADE MOUTH: ¿A QUIÉN LE IMPORTAN LOS RARITOS NORMALES?

Noche de viernes. El destino o, quizás, un demiurgo (ya sé, ya sé que tengo que dejar de leer a Cioran inmediatamente) caracterizado de roedor han convertido la última noche de la semana en una delicia por fuerza fugaz y también en una condena. Es delicia porque la familia, mientras el cuerpo aguante, la ha convertido en momento de reunión: los cinco en torno a unas pizzas y una película. Pero es condena porque la película noto que poco a poco va disolviendo nuestras neuronas. Ni los temibles dioses griegos pudieron imaginar castigo tan cruel como el de verse expuesto semana tras semana al bombardeo de clichés, personajes tópicos, conceptos recurrentes e ideología competitiva. En ciertos momentos soy incapaz de controlar el nacimiento en lo más profundo de mi ser del monstruo verde de la envidia, y pienso que un buitre devorando las entrañas no es tan mal final, si se valoran las cosas en su justa medida, o que transportar hasta la cúspide de la montaña una enorme piedra por toda la eternidad, aun sabiendo que ineludiblemente volverá a caer, es una

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actividad rutinaria perfectamente asumible. Aunque en algunos instantes de estas sesiones cinematográficas quisiera morir, he de reconocer que la delicia, el contacto con la mujer y las hijas, esos minutos de comunión familiar, justifican el horror que penetra en nuestro interior. Además, el ser fumador ayuda bastante en estas situaciones críticas: abandonar por unos momentos el área de influencia del roedor demiurgo para disfrutar de un cigarrillo en silencio permite recomponer la figura y el espíritu, recuperar las fuerzas necesarias para acometer la prueba definitiva que, sin lugar a dudas, se nos presentará en el desenlace del filme. En fin, que es noche de viernes. Las niñas todavía son pequeñas para considerar el hogar como una prisión y, en consecuencia, hemos vuelto a reunirnos para ver una película. En esta ocasión, los directivos del canal Disney nos hacía una propuesta musical: Lemonade Mouth, dirigida por Patricia Riggen. El filme descansa sobre un motivo recurrente en la factoría del ratón. Dos mundos enfrentados, el de los chicos con éxito (guapos, deportistas, buenos cantantes, aclamados por sus fans y rubios anglosajones) y el de los adolescentes marcados por el trágico destino de no ser populares en el instituto (feotes, morenos o pelirrojos, de otra raza, tímidos y acomplejados, inteligentes). No cabe la menor duda de que la necesidad de aprobación social es una muy seria aspiración juvenil, pero la manera en que estas películas muestran el problema adolescente se me antoja burda y contraproducente. Aunque podría entenderse que se cantan las grandezas de la diferencia, lo cierto es que la resolución de los argumentos siempre nos lleva al éxito y la aprobación de los raritos por el cuerpo social. Acaban integrándose, 52


por tanto. Las preguntas son inmediatas: ¿qué sucedería si no se alcanzase ese éxito? ¿qué hubiera pasado si el tema estrella de esta banda de frikis adolescentes no hubiera sonado en la emisora de radio más popular entre los jóvenes de la ciudad? En Lemonade Mouth, una chica del público -morenita y feucha, claro está- asume el rol de Deus ex machina para entonar el comienzo de “Determinate” y dar el aldabonazo que dispara el momento más emotivo del filme: el auditorio en pie cantando la canción que los miembros de la banda no son capaces de interpretar. Perdonen la pedantería, pero, una vez más, el pueblo de Israel porta sobre sus hombros a un Moisés muerto hasta el interior de la Tierra Prometida. La ceremonia de la integración ha terminado, entre aplausos, vítores, lágrimas y sonrisas. Podemos descansar en paz… Hasta el próximo viernes. Frente a las pantallas, una legión de raritos que no saben cantar o cuyos padres no comprenden que sus hijos no discurren por el camino marcado de antemano o que no esconden en su interior la belleza o que no son tan independientes o que, simplemente, no tienen una habilidad que los haga especiales asisten atónitos a la ceremonia del éxito. Seguro que el lunes yo también seré aceptado, seguro que el lunes, o quizás el martes, mis compañeros comprenderán que valgo la pena y no se reirán cuando pregunte en clase y no susurrarán a mis espaldas y todo irá a las mil maravillas. Porque el sol sale cada mañana y siempre se nos va a presentar la oportunidad de demostrar quiénes somos.

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LITERATURA



POEMAS ETIQUETADOS

Poesía de la experiencia, poesía del irracionalismo cognitivo, metapoesía, poesía experimental y experimentada, ciberpoesía, poesía salvaje y poesía punk, poesía femenina y poesía feminista, homopoesía, e-poesía, poemas hipertextuales y transtextuales, transexuales, plagiarios y amantes del fanfic, anarcopoemas, culturalismo, prosaísmo lírico y lirismo prosaico, cantautores metidos a sonetistas, poetas malditos y divinos, bloggeros en verso y prosa, rebeldes con y sin causa, poesía mentirosa y poesía sincera, buena y mala poesía, letraheridos, poetas de añil ?como llama un colega mío a los que llenan su verbo de ese color- o poetas ineluctables ?como llamo yo a los que no escriben más de tres versos sin que aparezca esa palabra u otra por el estilo-, postmodernos, modernos, clásicos y antiguos, poetas hijos del delirio y la locura o guillenianos convencidos de que, ciertamente, el mundo está bien hecho. Antipoesía. Con este panorama -fácilmente ampliable, por otra parte- ustedes me dirán cómo se pone uno a escribir un poema. Ya no vale tener una idea, verse impactado por el tiempo, por ejemplo, o dejarse llevar por las lecturas realizadas. Es necesario tomar

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partido y etiquetarse ?metaetiquetarse, diríamos en esta era de la red de redes-: ?soy un poeta salvaje que incorpora la tradición punk y surreal para acabar acercándose al fanart y la anarcolírica con bases sólidas en la deconstrucción derridiana, aunque ello no implica el abandono de la tradición malditista y de la lírica delirante.? Ya nos hemos definido, ahora solamente hay que ponerse a escribir, porque en última instancia siempre se trata de lo mismo. El otro día un alumno me preguntó por las tendencias más actuales en poesía en España porque a él le gusta escribir y quería hacerlo de acuerdo con los cánones del momento. No supe qué contestarle: la dispersión y divergencia es lo más significativo del momento -le dije para salir del paso-; hay que esperar a que el tiempo ponga en su lugar las distintas tendencias y que tengamos una cierta perspectiva histórica que nos permita enjuiciar los autores jóvenes y sus obras. Me sé muy bien este discursito que vengo empleando desde 1989. Seguimos charlando un rato sobre el asunto hasta que llegamos al meollo de la cuestión. Había leído sus poemas a un amigo de su misma edad, poco más o menos, pero con algo más de experiencia en esto de la escritura, y éste le había dicho que ya había superado la etapa pastelosa ?quiero suponer que se refería al tratamiento obsesivo del tema amoroso y del dolor de vida- para entrar en una línea más cercana a la civitas hominum. Mi alumno se quedó muerto. Le gusta escribir, quiere ser escritor, poeta -pero de éxito- quiere vivir de la literatura, hacer de ella el centro de su vida, respirar y exhalar poesía. Su amigo le había herido en la línea de flotación. ¡Etapa pastelosa! Me preguntaba porque quería definirse como poeta. Yo no soy escritor, soy un mediocre profesor, y le

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contesté lo mismo que vengo contestando desde 1989: lee y escribe, escribe y lee, en el orden que quieras, usa la literatura para tu placer, disfruta con ella, no quieras etiquetarte, que de eso se ocupan los críticos. Siento que el final de esta nota haya quedado un poco moralizante, pero me parece que esa es la única verdad. A mí me gusta leer la poesía que me hace disfrutar con su lectura y no me importan las etiquetas que definan a su autor. A mí me gusta la poesía. Y también la antipoesía (nunca te negaré, Nicanor).

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LA LITERATURA HA MUERTO ¡VIVA LA LITERATURA!

Esta mañana me decía un compañero de trabajo que la gente ya no lee como antes, que la literatura está muerta. Cualquiera tiempo pasado fue mejor -Manrique dixit-, también en lo referente a las letras. Hay que ver a dónde vamos a llegar, podría ser otra expresión válida y propia de seres biempensantes, que son los mejores seres, como todo el mundo sabe. También nos vale aquello de estos jóvenes es que no se parecen en nada a lo que éramos nosotros, frase esta que cuadra muy bien en aquellos puretones -¿seré yo, señor?- que piensan que hicieron algo grande por la patria, por la idea, por la revolución, por la gloria, por sí mismos... Vuelvo a casa y enciendo mi caja de Pandora. Navego: bibliotecas virtuales, revistas literarias, páginas personales, fanfic, libros electrónicos, creación colaborativa, e-poesía, bitácoras. Pues para estar a punto de morir -pienso, luego dicen que existo-, esta cosa de la literatura parece gozar de excelente salud. Es necesario confirmar. Meto en el cajetín de búsqueda de Google la palabra 'Literatura'. Me responde -¡qué bien que al menos él

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me responda!- con 2.610.000 documentos en tan solo 0.08 segundos. Es necesario ser científicos y exhaustivos, así que con gran esfuerzo cambio la 'a' final por una 'e' -¡qué bueno que solo haya una letra de diferencia entre la literatura en inglés y en español!- y me devuelve 19.100.000 documentos en 0.11 segundos ¡Y encima el Google no indexa toda la web! No sé, me parece a mí que no debe ser verdad eso de que la literatura se nos muere a chorros. Me da en la nariz que lo que sucede es que nos está mutando, como si se tratara de un maléfico virus deseoso de acabar con la especie humana, al menos con la especie humana que piensa que no hay más literatura que la que puede leerse en volúmenes impresos y cierra los ojos a formas emergentes, quizás más accesibles y asequibles que el libro tradicional. Literatura es literatura, lo diga Agamenón o su porquero, esté en soporte libro, digital, sonoro, fílmico, en los labios de quien lee o recita, escrita deprisa y corriendo en las paredes o en un servilleta de bar.

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VARGAS LLOSA, EL PARAÍSO EN LA OTRA ESQUINA

Ando leyendo ahora la novela de este año de Mario Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina. La compré con ilusión, que casi todo lo que viene del otro lado del charco me gusta, pero tengo que reconocer que no es lo que esperaba, al menos por ahora. No me entiendan mal, el oficio del autor queda claro palabra por palabra y la calidad le rebosa. El problema es que cuando leo algo de mis "monstruos" siempre espero que supere a lo anterior, y no es el caso, me parece que le falta la fuerza lingüística de otras de sus obras. De cualquier manera la novela resulta interesante porque aborda la figura de dos personajes que lo son y mucho: Flora Tristán, fundadora de la Unión Obrera allá por la mitad del siglo XIX y su nieto Paul Gauguin. Vargas Llosa va intercalando capítulos dedicados a uno y otro y creo que consigue de forma equilibrada apoyar la idea del título, la búsqueda de la felicidad, que en el caso de Flora Tristán depende del bien colectivo y en el de Gauguin de su propio bien. En especial me están agradando los capítulos dedicados al pintor francés, montados cada uno de ellos en torno a un cuadro sobre el que giran algunos episodios biográficos en un intento

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de acercarse a una personalidad conflictiva marcada por el intento de huir de la rancia y burguesa Europa para encontrarse con algo más primigenio y puro. Algo de lo anterior es lo que ayer intentaba reflejar en la bitácora Trans[T]extualidad al introducir la pintura Manao tupapau y dos fragmentos de la novela: el paraíso para Gauguin, siempre según Vargas Llosa, estaba en la otra esquina, en el lado opuesto de la Europa que le vio nacer, y esta "oposición" no era, no es, exclusivamente geográfica, sino que afecta más bien a una determinada visión de la naturaleza, de la vida y de las relaciones entre las personas.

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LECTURAS DE VERANO: MAX AUB

Por casualidad choqué ayer con un libro que llevaba años queriendo leer. Lo conocía por referencias, pero nunca había leído ni una sola cita del mismo. Anoche me lo bebí. Hablo de los Crímenes ejemplares de Max Aub, un volumen de microrrelatos publicados en México en 1957. Se dice por ahí que es uno de los primeros libros del género, aunque eso es discutible, que por ahí anda Ramón Gómez de la Serna y algún otro, aunque sí es cierto que es uno de los que más ha influido en los posteriores autores de este tipo de narrativa tan de moda últimamente gracias, entre otras cuestiones, a Internet, ya que se ajusta perfectamente a las "urgencias" lectoras del navegante. Es una lectura muy interesante, sobre todo si se quiere huir de los best sellers-tostón-de-setecientas-páginas que llenan los anaqueles de las papelerías de playa. Y además abre los ojos al lector a mil y un motivos para asesinar gente, algo que, por otra parte, la vida playera pide casi a diario. Como ejemplo, ahí va uno de los textículos del judío que decidió ser y hacer literatura

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en español y, encima, tuvo que exiliarse porque a alguien no pareció gustarle lo que pensaba: Lo maté porque era de Vinaroz ¿Habrá mayor motivo para asesinar? Que los de la comarca juzguen, que yo soy del Sur.

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21 DE AGOSTO

El 21 de agosto de 1968 los tanques del Pacto de Varsovia entraron en las calles de Praga para acabar con lo que se había llamado "Primavera de Praga". El espíritu del 68 comenzaba a morir sin haber llegado ni siquiera a la mayoría de edad. ¿Cómo se interpretó desde la izquierda de entonces? ¿Cómo podemos seguir interpretándolo desde la izquierda? Ayer, casualmente, leía una novela de Eduardo Mendicutti -Tiempos mejores-, en la que el personaje recordaba su verano del 68, marcado por la ilusión de una acción política (entra a formar parte de una cédula del partido comunista y prepara una huelga de vendimidiadores que fracasará) que podría haber comenzado a cambiar las cosas. Desde el presente de la narración (1989), la perspectiva es bastante desoladora, ya nada queda en los que rodean al personaje de aquel espíritu que él mismo entiende comenzó a morir ese 21 de agosto, ese día en que tuvo que romper el poema que había escrito dedicado a la Rusia, defensora de la justicia social. Han llegado, para el personaje, tiempos mejores, o peores, según se entienda, claro está. Pero algo sí hay positivo en la lectura final de la novela: el personaje,

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a lo largo de ese verano, conquistó su libertad. El Partido le hizo romper con la dependencia de su familia terrateniente, la invasión de Checoslovaquia y la forma de organizar la huelga de vendimidiadores le hizo romper con su dependencia del Partido. El protagonista, al final de ese verano del 68, era libre. En él sigue viviendo de alguna manera el espíritu del 68, porque su vida no está programada por nada ni por nadie.

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NOBEL DE LITERATURA

Hay que ver qué poco sé. Otro año más que me sorprende la Academia sueca con el premio Nobel de Literatura a un escritor del que no sé nada en absoluto. El caso es que este parecía cantado, lo que es aun más doloroso para alguien que presume de ser leído y escribido. Lo fácil y lucido podría ser que me pusiera ahora a decir que ya lo había leído, que es uno de los grandes de la narrativa anti-apartheid, que es una de las grandes realidades en la novela anglosajona actual. Pero sería tremenda falsedad. Lo honrado, me parece, es asumir mi ignorancia e ir esta tarde a la librería a por uno de sus libros. Dentro de unos días, a lo mejor, resulta que encuentro a un nuevo escritor que seguir y del que esperar sus nuevas obras. Ya veremos. Lo bueno de esto del Nobel -cambiando de tema- es que es uno de los pocos momentos del año en los que los medios de comunicación se ocupan de la Literatura. Cosa buena, por supuesto. Lo malo, en cambio, es que hay que leer como todo el mundo conoce a los premiados, como todos esperaban esta designación, como todos admiran al galardonado, como todos repiten

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una y otra vez los mismo lugares comunes sobre el autor y su obra. No sĂŠ, no sĂŠ, a veces pienso que algunas personas mienten mĂĄs que hablan.

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CREACIÓN LITERARIA E INTERNET

¡Uy, qué cosas! Vamos a ver si alguien me ayuda... Sería necesario distinguir entre: a) Literatura EN Internet: aquella que no variaría en lo esencial en el caso de que empleara como soporte la página impresa. b) Literatura PARA Internet: lógicamente, se trataría de aquella en la que el mensaje se ve influido de manera determinante por el soporte electrónico. Junto al criterio anterior, habría que distinguir entre diferentes manifestaciones: - Páginas personales. - Listas de distribución. - Blogs literarios. - Revista de creación. - Proyectos colaborativos. - Obras "en marcha". Y, por supuesto, habría que entrar también en la cuestión de los géneros: - Lírica.

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- Narrativa más o menos clásica. - Literatura transtextual. - Hiperliteratura. - Etcétera. ¿Qué complicado todo, no? Y más cosas: ¿cómo la red está transformando la literatura? y, antes, ¿está transformado la red la creación literaria? Se me ocurre: - Desarrollo de los "microgéneros", por ejemplo: el haiku, el microrrelato. - Desarrollo del fragmentarismo. - Por supuesto, transformación del mercado literario: ¿quién le pone puertas al campo? ¿es posible hacerlo? ¿es ético hacerlo?. - ¿El canon se hace más canon? - ¿Y los receptores? ¿Son los mismos los de la creación para la Red que los de la creación tradicional? ¿Hay mecanismos de trasvase? ¿Está ganando la literatura nuevos lectores gracias a la explosión "creativa" de la red? ¿Está perdiendo la literatura tradicional lectores? - ¿Y los autores? ¿Está desapareciendo el concepto de autor tal y como lo conocemos? ¿tiene la misma credibilidad un nick que un nombre y dos apellidos? ¿Influye eso en el mensaje? ¿Influye eso en la valoración del mensaje? ¿Puede la red ser una "escuela de escritura"? ¿Es válido el simple hecho de escribir? Y muchas, muchas preguntas más... ¿alguna respuesta?

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BUSCAR LA BELLEZA

Me pongo estupendo y pienso: - Hoy buscaré la belleza en la red. Google no me ayuda: cosmética, superficialidad, nada sobre belleza esencial. - ¿Será acaso que la belleza se aloja en el interior? Sigo pensando mientras pulso para adentrarme en la segunda página devuelta por el buscador. Allí encuentro un nombre sugerente que me habla -que me grita- no sé qué de la matemática de la belleza infinita. Pero esa belleza no es para mí. Prefiero pulsar nuevamente sobre el "avance página" de la memoria y olvidarme de la búsqueda física o virtual, que yo ya no sé. Estoy seguro de que ese es el procedimiento más correcto: recordar lo que me pareció bello, lo que me provocó un temblor de placer. Y recordé a Gutierre de Cetina... Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos,

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más bellos parecéis a aquel que os mira, no me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos. Y me di cuenta después de que en verdad la belleza también se encuentra en la red, pero que para llegar a ella no puedo hacer una búsqueda simple, sino avanzada. La belleza no está en las primeras páginas de Google. Es más, ni siquiera está indexada por el término "belleza". Esto es algo que debiera tenerse en cuenta para mejoras futuras del buscador. Claro que probablemente se trate más de un problema de inexistencia del hardware necesario para convertir mi cabeza, mi vida, mis recuerdos, lo leído y lo sentido, lo deseado en un periférico más de esta máquina puñetera ante la que me siento y que no es capaz de devolverme la belleza cuando se lo pido. Informáticos del mundo, ¡haced algo pronto!

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PRIMERA EXPERIENCIA

Cuando era chico me invitaron a una tertulia poética. Me dijeron que llevara un libro de poemas que considerase imprescindible y algunos textos seleccionados para leerlos allí y que sirvieran para iniciar la conversación. Decidí llevar dos libros, Obras incompletas y Mujer de verso en pecho, ambos de Gloria Fuertes, y marqué con un lápiz algunos de los poemas que más cosas me decían. Llegué contento, ilusionado: era mi primera experiencia. Los contertulios eran mayores que yo, se conocían de otras veces, reían, murmuraban, o eso me parecía. Todos llevaban un libro, el libro, supongo: Martínez de Sarrión, Guillermo Carnero, Barral, Gimferrer, Kavafis, Eliot, Pablo García Baena, Ezra Pound, Luis Antonio de Villena, Gil Albert… Yo sólo llevaba dos libros de Gloria y la ilusión de conocer y aprender, de sentir y de comunicar, creo recordar. Las lecturas comenzaron desordenadamente; sin relación aparente pasábamos de Itaca a Marilyn Monroe y vuelta a Gongula. Yo leí las palabras de Gloria que en ese contexto -pueden imaginarse- sonaron directas y un punto prosaicas ante tanto

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refinamiento de asistentes. ¡Gloria frente a los novísimos poetas de los setenta! Los tertulianos de entonces despreciaron -me pareció- los versos de Gloria y yo no comprendí, ni todavía comprendo, por qué hay más lírica en un verso de catorce sílabas repleto de palabrería incomprensible que en la voz de la Fuertes, poemas que no me parece que se lean, sino que se oigan, más bien. Fue mi última tertulia poética como tal, y también la primera, como ya he dicho. Desde entonces, como Onán, prefiero el placer solitario de oir las palabras sencillas, directas, que escribieron Gloria Fuertes o León Felipe o Mario Benedetti o Nicanor Parra o Ángel González o Pepe Hierro o Gil de Biedma o Gioconda Belli o don Antonio Machado o don Luis Cernuda o Blas de Otero o tantos otros que andan por ahí, por los anaqueles de las librerías, por los rincones de mi casa.

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LA LECTURA

Ando estos días enfrascado en la lectura de un interesantísimo libro de Peter Burke y Asa Briggs que analiza el contexto en el que han surgido las distintas revoluciones mediáticas desde la aparición de la imprenta hasta la actual Sociedad del Conocimiento. En él, entre muchas cuestiones de interés, se alude de pasada a lo que denominan historia de la lectura, y al hilo de la cual los autores exponen cómo el hecho de leer siempre ha sido considerado, cuando menos, peligroso por los poderes públicos y clases dirigentes, lo que ha provocado el intento de control de dicha actividad mediante mecanismos diferentes (quema de libros, índices, crítica literaria, "reader’s digest" o similares). El caso es que me ha hecho pensar en cómo los profesores actuales nos empeñamos en animar a la lectura; en cómo las administraciones culturales y educativas también parecen empeñarse (aunque no de la forma tan clara y contundente que algunos quisiéramos) en lo mismo; en cómo, en definitiva, nadie parece discutir la idea de que la actividad lectora es una de las principales (si no la principal) fuente de crecimiento personal. Y todo esto surge, como quien dice, hace cuatro días, por lo que

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no es lógico que encontremos resultados positivos en tiempo tan breve. Cuando era pequeño -y no soy tan mayor para que sea "fábula de fuentes"- recuerdo a mi abuela reñir a mis hermanas porque perdían el tiempo con la lectura. Recuerdo que los adultos de mi entorno no entendía que yo pasara la tarde de un sábado leyendo alguna de las novelas de aventuras que por entonces devoraba. Recuerdo cómo se miraba con lupa cada uno de los libros que entraban en casa para comprobar si tenía "una lectura decente" o no. La lectura en mi familia y medio social no era considerada un valor, sino más bien una forma elegante de pérdida de tiempo. Algunos años después, mientras estudiaba la carrera, recuerdo a una tía que me afeaba que no estudiase y, en vez de eso, me dedicara a leer libros. Ella nunca entendió que si me matriculé en esa carrera fue para poder leerlos sin que nadie afease mi conducta.

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MEMORIA HISTÓRICA FRANCESA

Mi idea del comportamiento francés durante la Segunda Guerra Mundial se ha forjado gracias al cine: heroísmo popular, resistencia, odio hacia lo alemán, más resistencia, camisetas rayadas y boinas, atentados heroicos, mucha más resistencia, De Gaulle. De vez en cuando, alguna película deja colar alguna duda, como sucede en Casablanca, pero siempre se contrarresta con actitudes heroicas y resistentes de los franceses de bien. La literatura, sin embargo, ha ido menos complaciente con la actitud del pueblo francés tras la ocupación alemana. Esta perspectiva crítica es la que podemos encontrar en Suite francesa, novela inacabada de Irene Némirovsky, autora que sufrió en sus propias carnes y pagó con su vida la claudicación de todo un pueblo. La novela es bastante interesante, pero sobre todo me ha interesado el apéndice final en el que pueden encontrarse notas de la escritora sobre la escritura del relato. Os cito unas frases que vienen al hilo del comportamiento de la Francia derrotada visto desde dentro:

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¿Qué escenas merecen pasar a la posteridad? 1) Las colas al amanecer. 2) La llegada de los alemanes. 3) No tanto los atentados y los rehenes fusilados como la profunda indiferencia de la gente. 4) Si quiero hacer algo efectivo, lo que debo mostrar no es la miseria sino la prosperidad a su lado. Indiferencia y prosperidad, aunque también rehenes fusilados y miseria. El cine, que ha sido mi escuela de historia universal, se olvidó de mostrarme el lado colaboracionista y, el que es peor aún, indiferente. La indiferencia de buena pare de la población francesa debió provocar tremendo sufrimiento en víctimas como Irene Némirovski.

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FERNANDO VALLEJO: LA VUELTA DE LA POLÉMICA

En el mundo de la literatura la polémica es una cuestión fundamental: gongorinos y conceptistas, antiguos y modernos, modernistas y naturalistas, arraigados y desarraigados. Últimamente hay pocas polémicas vivas y desgarradoras, probablemente porque pocos autores se dejan caer por la empinada pendiente de la incorrección absoluta, levantando a su paso una marejada de opiniones en su entorno. Pero entonces llegó Fernando Vallejo. Bueno, llegó hace ya tiempo, con La Virgen de los sicarios (1994) y ahora vuelve al ataque con su última obra, La puta de Babilonia. Ataque directo a la idea de religión, a la humanidad, a la creación literaria, a los ídolos literarios. Incorrección y provocación en estado puro, como lo demuestra el discurso que pronunció en 2003 con motivo de la recepción del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos o cualquiera de las entrevistas que podemos encontrar en la prensa española. Como es lógico imaginar, su ataque constante hacia los pilares de nuestro mundo, no deja indiferentes a las personas que se dedican a opinar.

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En la última entrevista al autor que aparece publicada en El Cultural, Vallejo arremete contra el lector (“el lector es una puta”, dice), contra García Márquez (“Nada de críticas. A mí me tiene sin cuidado ese tipo. No me importa. No me interesa. Y no sé si vive”, responde), contra las religiones (“Tratar de hundirme en su infamia y sus tinieblas”), el Papa Juan Pablo II y Mahoma, contra la humanidad (“la mayoría de la gente es mala y si hay un hombre bueno es por excepción”), contra Colombia, contra la música popular, contra la lengua española y su uso actual, contra el cine. No comparto muchas de las opiniones de Vallejo; sin embargo, me parece absolutamente indispensable una figura como la suya que anime un panorama literario en el que todos, o casi todos, dicen lo mismo y se dedican a lanzarse a la cara claveles perfumados. Fernando Vallejo, al menos, genera polémica, opinión, posicionamiento, pasión. Y todo ello con la palabra y en un contexto tan poco determinante como el de la literatura, que a casi nadie importa y, por tanto, del que casi nadie sale perjudicado.

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ARENA Y EXILIO

Según afirma Vicente Llorens en La emigración republicana de 1939 (Sevilla, Renacimiento, 2006) los desterrados españoles que pasaron a Francia en los últimos días de la Guerra Civil o en los inmediatamente posteriores no bajaron de cuatrocientos mil. Al cabo de unos pocos meses ya habían vuelto a España unos cien mil, y en octubre de 1939 quedaban alrededor de doscientos cincuenta mil, ya que por entonces habían comenzado los traslados navales a diferentes países latinoamericanos. Sean estos números u otros cercanos, el caso es que el torrente humano que pasó la frontera fue enorme y la gran mayoría de ellos fueron recogidos en campos de concentración situados en la costa mediterránea del departamento de Pirineos Orientales bajo la estricta vigilancia de las fuerzas de orden público. Campos que al principio no eran otra cosa que extensos arenales cerrados por alambradas y vigilados por guardias móviles y soldados africanos. Tristemente célebres fueron los de Argèlessur-Mer y Saint-Cyprien, que en marzo de 1939 contenía ciento dos mil hombres (Llorens, pp. 291).

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Arenales costeros, playas insalubres. Eso es lo que esperaba a muchos compatriotas que deambulaban por las carreteras francesas hasta que la fuerza pública los reconducía hasta dichos lugares. La situación de estos exiliados ha sido convertida en materia literaria recientemente por Fernando Schwartz en su novela Vichy, 1940, un texto que noveliza el período de manera solvente y atractiva. En dicha novela, el lector se encuentra con Arístides de Sousa, firmando visados como un auténtico poseso los judíos afincados en Francia, con un Azaña moribundo, con Lorenzo Cárdenas, el presidente mexicano, representado por un embajador empeñado en fletar un buque, el Sinaia, que llevara republicanos españoles hasta Veracruz y los sacara de aquellos arenales que desde hoy imagino como inhumanos. El arenal francés se convierte también en materia lírica en un poema firmado por Juan de Pena que podemos leer en la espléndida Poesía de la Guerra Civil Española que ha preparado Jorge Urrutia: Arena Todo es arena. Lo que entra en la cabeza Y lo que sale. Todo es arena. La luz es arena que alumbra. El fuego es arena. El dolor es arena que arranca. Y la arena tiene manos, Y pies; Y anda 83


Y golpea. Y todo lo que como es arena. Y el día es arena; Que quiere irse Que va. Y la calma no existe. Es la arena, La arena, La arena Que todo lo arrastra Hacia la cuenca del cero. Yo soy arena Y tú y él; Y el soldado Y el general. Hablar no es nada, La voz está hueca Y llena de arena. Yo veo en el ojo de la paciencia El deseo que es arena. Y la arena es combate Por la vida Que es arena, Por la espada que corta, Por el silencio que es patria Del pensamiento que espera. Yo soy arena, Y tú y él, Y el guardia. 84


Por eso no callo Ni hablo, Porque soy arena. Y mi alma no existe, Ni mi dolor, Ni el tuyo, Ni el de ĂŠl. Todo es arena, Arena, Arena, Arena. Los hombres y las mujeres derrotados se hicieron arena en las playas francesas antes que el viento los llevase hasta el olvido definitivo.

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MEMORIA HISTÓRICA DE LA LITERATURA

Estos días está en el candelero la discusión sobre la llamada Ley de Memoria Histórica. No se me asusten, no voy a dedicarme a opinar sobre la cuestión, que cada cual sabrá hasta que punto puede llegar su memoria, aunque opino que ciertas situaciones son incontestables. Ese no es el asunto, por el momento. El caso es que con tanto que se lee y escucha uno por ahí, me he dado cuenta de lo injusto que han sido los programas educativos con la literatura española en el exilio. Son pocas o ninguna las referencias que había antes de la muerte del dictador, pero la Democracia no trajo aparejada la recuperación literaria de autores como Max Aub, León Felipe, Arturo Barea, Sender, Gil Albert o tantos otros. Es cierto que muchos de ellos aparecen nombrados, sin embargo rara vez se les dedica más allá de un párrafo en lo libros de texto. Si me apuran, la obra de madurez compuesta en el destierro de gente como Pedro Salinas, Guillén o Luis Cernuda me da la impresión de que es injustamente relegada en relación con aquellas otras obras escritas con anterioridad a la Guerra Civil Española.

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- ¡Eso se debe a razones políticas, con total seguridad! Es lo propio de un país que no ha sido capaz de superar todavía su larga andadura por la Dictadura del General Franco. Perdona que disienta, querido Comentarista Implícito. No creo que se deba a razones de índole política, sino más bien al desconocimiento que tantos años de prohibición o relegación han traído sobre la obra de los autores desterrados. Creo que Vicente Llorens, otro exiliado, tenía razón cuando afirmaba: La emigración debida a la guerra no solamente produjo un corte, una disconformidad en las letras española (y no digamos en otros órdenes de la cultura), sino también una divergencia al orientarse los de fuera y los de dentro, prácticamente incomunicados, por caminos diversos. (Memoria de una emigración. Santo Domingo, 19391945, Barcelona, 1975, Editorial Ariel, p.112) Habla Llorens de divergencias literarias y, sobre todo, de incomunicación entre lo que se hacía fuera y lo que se hacía dentro de España. Incomunicación que trae desconocimiento entre los creadores y también entre los que nos dedicamos a la enseñanza de esta cosa que es la literatura. Al menos en lo que a mi respecta, suelo dedicar mis horas de clase a aquello que conozco, que he leído y estudiado, que soy capaz de defender; y yo he leído y estudiado fundamentalmente a los autores que desarrollaron sus carreras literarias en España. Desde hace algún tiempo me he propuesto saber algo más de los otros y me estoy dando cuenta de lo injusto que es olvidar a Max Aub, con sus Crímenes ejemplares, o el poemario Piedra escrita, de Emilio Prados, por ejemplo.

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AMOS OZ, LA BICICLETA DE SUMJI

Si tuviera que decir en una palabra de qué trata mi obra literaria, diría: familias. Si fuera en dos, diría: familias infelices. Si fuera en más de dos palabras, tendrían que leer mis obras. Amos Oz.

Este año 2007 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras fue concedido al escritor israelí Amos Oz. Como me suele suceder con casi todos los premiados, no había leído nada de él, hecho que comienza a preocuparme por la falta de actualización y selección de mis lecturas que supone. Pero en Literatura siempre es tiempo de ponerse al día, así que a principios de este verano visité a mi camello de libros y volví a casa con Una historia de amor y oscuridad y La bicicleta de Sumji. Ambas novelas -la primera más bien es una autobiografía- me han parecido deliciosas y han supuesto una fantástica experiencia lectora, pero fue la segunda la que más me interesó, no tanto por su importancia literaria, como por la rentabilidad que pudiera dar en el aula y la vinculación con mi propia experiencia personal. 88


Los profesores, creo, tenemos un terrible defecto que a veces nos lastra el disfrute completo de nuestras lecturas: pensamos constantemente en cómo podríamos llevar tal o cual obra al aula, en si un texto es idóneo para ser leido por adolescentes. La bicicleta de Sumji pienso que es una buena novela con la que presentarse en el arriesgado juego al combinar una lectura fácil y breve con unos mínimos de arte. Se trata de una novela ambientada en el Jerusalem de los años cuarenta aún bajo Mandato británico. En ella, Amos Oz nos relata la breve historia de un episodio infantil en el que un niño va cambiando su bicicleta por otros objetos en una larga cadena. Todo cambia. Mis amigos y conocidos, por ejemplo, cambian las cortinas del cuarto de estar como cambian de empleo, cambian de domicilio, cambian acciones ordinarias por bonos del Estado, o viceversa, y bicicletas por motos; truecan sellos, postales, monedas, los buenos días, ideas y opiniones; algunos intercambian también sonrisas. El relato es todo un elogio del trueque, porque el intercambio -de objetos, de ideas, de emociones- es la base del funcionamiento social; o debería serlo, me atrevo a decir. La narración, es verdad, no atesora una acción trepidante ni una defensa explícita, clara e incontestable de valores recogidos en los diseños curriculares. Su interés reside, a mi juicio, en la mirada inocente del niño-personaje que no puede evitar cambiar sus posesiones en un espacio y un tiempo también cambiantes.

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SOY UN FRIKI... DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD

La íltima vez que me asomé a este blog fue para escribir sobre el Día del Orgullo Friki. Al final de la entrada sugería que mi frikismo era algo diferente al que se puede encontrar por los vericuetos de la Red, porque lo mío no es el rol ni la última chorradita tecnológica ni la ciencia ficción en toda su amplitud. Después de escribir aquello, no sé muy bien por qué, tomé de uno mis estantes la edición conmemorativa de la novela de García Márquez y leí y leí; y mientras leía, disfrutaba casi palabra por palabra, viajando por cada uno de los círculos que articulan la Ciudad de los Espejos: Úrsula, Pilar Ternera, Fernanda del Carpio, el coronel… Mi sangre ha ardido de sentimiento épico con la tragedia liberal, de indignación con la matanza silenciada de la estación de Macondo y de deseo por Meme o Rebeca o Amaranta o Amaranta Úrsula. Cuando acabé el libro, con los vellos erizados como siempre me sucede a partir de la última de los Buendía, y el destino y el pasado de la familia se hace evidente a Aureliano Babilonia y a mí mismo, pensé que si soy un friki de algo, sin lugar a dudas lo soy de Cien años de soledad y de los relatos que preparan su llegada y culminan y amplían su sentido. 90


Sin embargo, los frikis literarios no tenemos muchas oportunidades de hacer alarde público de nuestras rarezas. ¿Se imaginan ustedes que nos presentáramos, por ejemplo, en una conferencia sobre novela latinoamericana vestidos al estilo de Melquíades, con sombrero de anchas alas, levitón y chaleco de colores brillantes? La literatura, me parece, no está tan bien vista como para que se tolerase el ejercicio público de nuestra admiración, y la gente que nos viese así ataviados pensaría sin lugar a dudas que, definitivamente, habíamos perdido la cabeza. En cualquier caso, a veces el frikismo aflora en pequeños detalles que pasan desapercibidos para todo aquel que no sea un iniciado. Todavía recuerdo la última vez que me impusieron la ceniza cuaresmal. Ese año, ya lejano, había descubierto Cien años de soledad y, literalmente, me había bebido la novela en un sábado frebril en el que no pude apartar la mirada de las líneas que trazaban la historia de Macondo. El miércoles siguente, en el colegio, nos imposieron la ceniza -polvo eres, en polvo te has de convertir-. Para mí, aquel rito dejó de ser religioso, convirtiéndose en una especie de ceremonia iniciática. Me sentí por unas horas uno más de los hijos del coronel Aureliano Buendía, marcado en mi frente con una cruz indeleble de ceniza. Mentiría si no reconociera la gran desilusión que mi alma de niño padeció al comprobar que la ceniza había desaparecido. Aquello, sin embargo, no me hizo desistir de mis ideas, porque pronto comencé a pensar que las cruces de los Aurelianos no siempre son visibles, sino que quedan latentes bajo la piel solamente perceptibles para otros miembros de la familia o para el enemigo invisible que un día disparará en su mismo centro y acabará con el último vestigio de la estirpe sobre la tierra.

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EL CANON DE LA LITERATURA JUVENIL

Hace ya algún tiempo, tuve la suerte de asistir a una conferencia de Vincenç Pagès Jordà, autor entre otros de De Robinson Crusoe a Peter Pan. Un canon de literatura juvenil, libro publicado en catalán y que mucho me temo no podremos disfrutar en castellano. En su ensayo, el autor se propone compartir su relación de libros indispensables para iniciarse en la lectura. Vicenç Pagès inició su charla con un decálogo muy personal de lo que entiende debe hacerse con la lectura. Os lo dejo a continuación, porque me parece de interés: Es preferible no leer cualquier cosa. Es preferible no elegir los libros por su mensaje. Es preferible no obligar a leer copias deslucidas de originales deslumbrantes. Es preferible no leer cualquier traducción. Es preferible no obligar a realizar trabajos. Es preferible no abusar del contexto. Es preferible no imponer interpretaciones. Es preferible no repetir lecturas. Es preferible no dejar al lector solo ante el libro.

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Es preferible no fiarse de las campañas publicitarias. No suscribo en su totalidad el decálogo, pero sí reconozco que es un buen punto de partida para reflexionar sobre lo que queremos conseguir cuando recomendamos un determinado libro. Sobre todo, me interesa el primer item, ya que de él dependen algunos de los restantes y, además, justifica la necesidad de establecer un canon: ¿qué debe leerse? ¿por qué? ¿cómo debe leerse? ¿en qué momento? Muchos de los que leéis estas líneas es posible que opinéis que no es necesario un canon, pero ¿cómo enfrentarse si no es de la mano de un guía al océano profundo de la literatura? Os dejo una cita de Iván Klima: Estos amigos [los libros], que hemos acariciado alegremente con la mirada, se transforman en enemigos que intentan enterrarnos bajo su peso. La necesidad de un canon-guía se me hace evidente, y más aún en el terreno de la literatura juvenil donde las editoriales nos asaltan cada año con una avalancha de nuevas obras indispensables para el desarrollo del adolescente tal y como lo queremos, aunque no sé muy bien si ese desarrollo contribuye al del gusto literario y el disfrute lector. Otra cuestión es quién establece ese canon y qué obras deben aparecer en él. Toda propuesta de canon es ideológica, personal y cultural; y esas dimensiones convierten cada relación en discutible. No creo que sea posible la coincidencia exacta entre dos itinerarios de lectura de dos personas distintas, pero su utilidad va más allá de la aceptación de un canon determinado porque obliga, de alguna manera, a formular una selección propia.

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Personalmente, me gustan los cánones honrados como el de Vincenç Pagès que lo presenta desde el principio como algo estrictamente personal, fruto de su experiencia lectora. Él propone una relación de libros que le hicieron sentir placer. Son los siguientes: Rudyard Kipling: El libro de la selva. E.T.A. Hoffmann: Cascanueces y el rey de los ratones. Frances Hodgson Burnett: El jardín secreto. Jack London: La llamada de la selva. Mark Twain: Las aventuras de Tom Sawyer. Lucy Maud Montgomery: Ana de las Tejas Verdes. Alexander Pushkin: La hija del capitán. Margaret Oliphant: La puerta abierta. H.G. Wells: La máquina del tiempo. Nikolai Gogol: Taras Bulba. Henry R. Haggard: Las minas del rey Salomón. Arthur Conan Doyle: El sabueso de los Baskerville. Zane Grey: La herencia del desierto. R.L. Stevenson: La isla del tesoro. Anthony Hope: El prisionero de Zenda. J.M. Barrie: Peter Pan. Jules Verne: La vuelta al mundo en 80 días. Howard Pyle: Historia del rey Arturo y sus caballeros. Jules Verne: Viaje al centro de la tierra. Charlotte Brönte: Jane Eyre. Stephen Crane: La roja insignia del valor. Mark Twain: Las aventuras de Huckelberry Finn. Bram Stoker: Drácula. Jane Austen: La abadía de Northanger.

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Alexandre Dumas: Los tres mosqueteros. Ivan S. Turguenev: Primer amor. Daniel Defoe: Robinson Crusoe. Herman Melville: Moby Dick. Como habrán comprobado, se trata exclusivamente de novelas del siglo XIX (salvo Robinson Crusoe) y de autores no hispanos. Esta característica del canon de Pagès se apoya en dos razones de peso: - Se trata de obras leídas y disfrutadas ya por varias generaciones de lectores, por tanto, han demostrado de sobra su valía más allá de las campañas publicitarias. - Al leerse traducidas no presentan problemas lingüísticos, ya que toda traducción supone una actualización del lenguaje y el estilo. También es significativa en la propuesta de Vicenç Pagès el orden de la relación, ya que el autor pretende con él proporcionar una secuencia de lectura adaptada a unas edades que van de los 11 o 12 años hasta los 16 o 17. ¿Compartimos este canon? Probablemente no. Sin duda en él son todos los que están, pero no están todos los que son, como sucede con cualquier listado selectivo. La utilidad de la relación reside, como ya he dicho más arriba, en convertirse en punto de partida para la reflexión y construcción de nuestros cánones personales. ¿Os atrevéis a establecer vuestro propio canon de 20 obras para incitar a la lectura? Os dejo el mío, que más que una propuesta para nuestros alumnos de hoy es memoria de aquellos libros que me hicieron amar las letras: J.M. Barrie, Peter Pan. 95


Mark Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn. Herman Melville, Moby Dick. R.L. Stevenson, La isla del tesoro. A. Conan Doyle, El sabueso de los baskerville. Julio Verne, Miguel Stroggoff. Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días. Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. J.D. Salinger, El guardián entre el centeno. Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, y, por supuesto, Cien años de soledad. Antonio Buero Vallejo, Historia de una escalera. Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir. Henry R. Haggard, Las minas del rey Salomón. Mary Shelley, Frankenstein. Camilo J. Cela, La familia de Pascual Duarte. Franz Kafka, La metamorfosis. Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias. Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros. Ernest Hemingway, El viejo y el mar. Fedor Dostoievski, Crimen y castigo. Y como he dicho veinte, no pongo ninguno más, aunque me quedo con las ganas.

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CUANDO LA FIESTA NACIONAL...

… yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar. George Brassens Se hace saber a todas aquellas gentes que pueblan el ciberespacio que lo consideren preciso debido a su condición, trabajo o cualquier otra circunstancia que justifique su acción en pro de la Cultura, que deben arrojarse sobre sus teclados a lo largo del día de hoy, en fechas pasadas o inmediatamente venideras, para hacer pública declaración de su amor por el Libro y los Derechos de Autor en cualquiera de sus variantes. Se valorará muy positivamente el empleo del blog como canal de comunicación modelno y chic. Por si se considerase necesario o de interés, se facilita un cartel del acontecimiento cultural que la persona en cuestión podrá utilizar para promover sus acciones en torno al Libro y los Derechos de Autor, no olviden esto último.

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Se recuerda que en tal día como hoy murieron importantes autores de las Letras Universales, motivo por el cual decidimos en su momento la convocatoria de la iniciativa del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor. Alguno hubo que pensó podría haberse denominado Día de las Letras, o de la Literatura, pero entre todos lo convencimos del acierto de homenajear en este día todo aquello que, encuadernado, adopte forma de lo convencionalmente conocido como Libro, independientemente de su contenido, ya que, al parecer, el medio es el mensaje. Además, así se ahorran esfuerzos de todo tipo al no tener que dedicar un día para cada cosa, que es muy cansado andar ideando iniciativas y movilizando a las instituciones y las personas. Se ruega que todos los comentarios sobre el evento cultural sean de índole positiva para no causar desánimo ni sensación de derrota y rendición en las huestes iletradas que nos circundan y con las que compartimos espacio vital o, incluso, virtual. Como anticipo a posibles sugerencias que puedan verterse en los comentarios escritos a lo largo de estas jornadas, se hace hincapié en la imposibilidad de acompañar la celebración de un evento de esta magnitud con medidas concretas de orden económico del tipo de las que a continuación se citan a modo de ejemplo: rebaja de impuestos en libros, promoción de jóvenes autores, edición institucional de clásicos anotados y/o adaptados, dotación de bibliotecas (de las pequeñas, se entiende), dotación del mobiliario necesario para que los centros escolares puedan exponer sus fondos bibliográficos, construcción o habilitación de los espacios necesarios y adecuados para que la lectura se acerque al ciudadano, promoción y apoyo a las editoriales que ofrezcan libros asequibles en precio. 98


Sin embargo, los poderes públicos apoyarán la iniciativa participando en las actividades culturales de manera activa y fotografiándose en cada uno de los eventos que se consideren de importancia. En algún caso, se nos ha dicho, incluso algún responsable se dejará ver con un libro en la mano o, si no pudiera ser por cuestiones de agenda, citará ante los periodistas debidamente acreditados los títulos y autores de sus tres últimas lecturas. Por desgracia, en el momento en que emitimos este comunicado, no podemos garantizar que un número significativo de representantes de la cultura televisiva y del mundillo de la prensa del corazón acometan también acciones de apoyo, aunque no nos cabe la menor duda de que alguno de ellos nos sorprenderá en el transcurso de la jornada con sus inquietudes sobre la cuestión que hoy nos interesa. Estén preparados. Sin más que comunicar, este Organismo les desea un feliz Día del Libro y del Derecho de Autor, esperando que a lo largo de todo el año sigan atentos y dispuestos a la conmemoración de eventos de alcance cultural o social promovidos por nuestra Institución. ¡Prietas las filas, adalides de la Cultura! ¡Siempre adelante!

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PRIMERAS LECTURAS

Debió ser en el año 69 o 70 cuando caí enfermo con un sarampión de esos que llenan el cuerpo de los niños de flores amarillas. Todavía no sabía leer lo suficientemente bien como para enfrentarme a una novela, pero ya consumía con voracidad historietas de la revista Mortadelo, Jaimito y Pulgarcito. Nos habíamos mudado hacía poco tiempo a una nueva casa, más grande y, también, más desolada. Yo era un niño por aquel entonces solitario, que se sentía transterrado: otra casa, otro barrio, otro colegio, casi otra familia. No tenía mucho más que hacer que leer y jugar, una misma cosa en realidad. Cuando las fiebres provocadas por la enfermedad comenzaron a remitir, mi padre se plantó delante mía con un grueso -así me lo pareció- volumen. Un Super Álbum de Pumby, ¿lo recuerdan? Es la primera lectura de la que tengo conciencia. Parece que estoy reviviendo en este momento la enorme alegría que aquel regalo me provocó. Era mi primer libro, el primero. Prometo que no exagero si digo que recuerdo la escena a la perfección, el sol que entraba por la ventana de la habitación, el traje gris oscuro de mi padre, la cama metálica que sonaba con cada

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movimiento, las palmeras que el viento mecía en el jardín colindante, y las fiebes que poco a poco iban abandonando mi cuerpo. Ni que decir tiene que me arrojé sobre el tebeo y literalmente me lo bebí, pese a las dificultades de no saber leer con soltura. Es curioso cómo se recuerdan algunas cosas y otras no. No tengo ni la más remota idea, por supuesto, de lo que trataba la historia en cuestión, pero sí que recuerdo la emoción del momento y las sensaciones previas a la experiencia lectora. Supongo que con Pumby me hice lector. No es que me sienta muy orgulloso, la verdad, porque quizás hubiera preferido que se tratase de un personaje más interesante, más “modelno” y “cool”, pero lo cierto es que mi gusto por la literatura se lo debo al gatito superhéroe. Según he leído en uno de esos sitios de nostalgia , había una aventura de Pumby en el Reino de las Estatuas y de la Literatura y creo que yo fui su compañero de viaje en esa ocasión, y si no lo fui, debí haberlo sido de corazón. La segunda lectura concreta que recuerdo es ya una novela. Estoy completamente seguro de que entre Pumby y Cabeza de Piedra hubo otros libros y tebeos, pero en mi historia lectora personal al inocente gato dibujado por José Sanchís le sucede el tremendo pirata de las Bermudas que creara Emilio Salgari. No puedo evitar esta cita: - ¡Cabeza de Piedra! – gritó. Un hombre de aspecto robusto, que podía rivalizar , por su desarrollo muscular, con un gorila africano, llevando barba entrecana, de pelos hirsutos como aquellos de algunas bestias salvajes y con la cabeza excesivamente grande, se separó de los dos piezas de caza que estaban sobre el castillo de proa y descendió sobre la toldilla, gritando: 101


- ¡Heme aquí, señor Howard ! Parecía un auténtico oso gris, por sus formas y el movimiento oscilante. ¡Ay, si uno tropezara en aquel hijo de la vieja Armónica, tierra de las piedras y de las cabezas cuadradas de Bretaña, que siempre dio a Francia sus mejores marinos! Y después el caos. Los cinco y Dostoievski, Batman y Julio Verne, Andersen y García Márquez. Lo que estuviera a mano. Ahora me ha dado por recuperar lecturas juveniles y con enorme placer me he reencontrado con Tom Sawyer y Huckleberry, con El rojo emblema del valor, con Hesse, El Principito, el Primer amor de Turgueniev, Miguel Strogoff, Daredevil y Electra, Peter Pan, por favor. Ojalá pudiera volver a ser niño como mis hijas y que cada libro fuese un descubrimiento, que en cada libro encontrase la aventura, el sentimiento, el dolor, la alegría, el optimismo y el pesimismo, la indignación y el consuelo. El placer de leer por leer.

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¿DÓNDE ESTÁ LA FRONTERA CRONOLÓGICA DE LA ADAPTACIÓN LITERARIA?

Emilio Fontanilla es profesor de Secundaria y, actualmente, adaptador de clásicos de la editorial Anaya. En una interesante mesa redonda en la que participó ayer mismo en el seno del curso ¿Qué leer en Secundaria?, organizado por el CEP de Sevilla, nos planteaba las tres modificaciones que acomete o puede acometer el adaptador de clásicos: la modificación del léxico, la modificación morfosintáctica y, en algunas ocasiones en que el tamaño del texto original lo justifique, la modificación del enunciado, bien por selección de episodios, reducción de los mismos, reordenación o, incluso, recreación y ampliación del original, como después matizó Agustín Sánchez, adaptador de la editorial Vicens Vices. Sin lugar a dudas, la mesa redonda de los adaptadores de clásicos fue muy interesante, no sólo por lo que en ella se expuso, que ya es bastante que quienes consumimos adaptaciones nos enteremos del proceso de creación de las mismas, sino también porque lo expuesto provoca nuevas cuestiones y reflexiones.

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Actualmente, pienso que son pocos los docentes que niegan la necesidad de adaptar las obras literarias anteriores al siglo XVIII. Si queremos que los alumnos de Secundaria entren en contacto con nuestros clásicos en una lectura personal y autónoma, sería iluso, pienso, y hasta poco profesional por nuestra parte, colocarlos frente a un texto original plagado de un refrente, léxico y construcción sintáctica que les son completamente ajenos. Por supuesto, debe entenderse que en clase, con la guía del profesor, el discente sí se puede acercar a dicho texto de mano de las antologías pertinentes. El problema se me plantea con la literatura posterior al Siglo de las Luces. ¿Es lícito adaptar las Leyendas de Bécquer o La Regenta, por ejemplo? El lenguaje de estos textos no parece lo suficientemente alejado del actual como para necesitar de una adaptación léxica o morfosintáctica más allá de lo que puede resolver una nota bien colocada; sin embargo, las Leyendas de Bécquer, pongo por caso, causan algunos problemas de frustración lectora entre el alumnado. ¿Habría que adaptar su lenguaje? Sinceramente, no sé qué decir. En el asunto de la extensión creo que lo tengo algo más claro: me encantaría que existiera en español una adaptación por reducción de La Regenta que me permitiese proponer la novela de “Clarín” como lectura a mis alumnos de 4º de ESO y lo mismo digo de otras maravillosas (y voluminosas) novelas del XIX. En otras literaturas, esta tarea de la reducción se acomete sin sonrojo de los adaptadores ni rasgadura pública de vestiduras por parte del profesorado. Y no pasa nada. Bueno, sí pasa: un buen número de personas saben quién es Ahab y son capaces de encontrar, por ejemplo, la deuda que Hemingway contrae con Melville en El viejo y el mar. Me gustaría

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que mis alumnos sufrieran con el drama de una Ana Ozores zarandeada por unas gentes sin escrúpulos, pero no puedo -no soy capaz- hacerlos chocar contra seiscientas y pico páginas porque soldado que huye vale para otra guerra, quiero decir, lector no frustrado, sigue leyendo (quizás) otras cosas. A veces pienso que en España somos demasiado puristas cuando en ciertas cuestiones debiéramos ser más pragmáticos, más anglosajones. Ya escribió Don Miguel de Unamuno que Robinson le había ganado la batalla a Don Quijote, pero poca gente quiso oírlo. Seguimos luchando contra molinos de viento, cosa que está muy bien y es heroica y excitante, pero es probable que en determinados contextos, como es la Educación Secundaria, debamos hacer como Robinson Crusoe y adaptarnos a las condiciones de nuestra isla para sobrevivir y poder un día salir de ella, volver a casa y llevar con nosotros a Viernes.

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DE PUERTOS BALLENEROS: NANTUCKET

Desde que leí por primera vez Moby Dick, supongo que en una de esas ediciones aligeradas que me permitieron enamorarme de muchísimos personajes y lugares sin cansancio, siempre he deseado visitar Nantucket. Llamadme Ismael, si queréis, pero lo que rodea ese libro y su arranque en la pequeña isla de los balleneros me atrae poderosamente. El oscuro maestro que decide correr una aventura que a todas luces le superará y transformará su vida, las gentes que esperan durante años la vuelta de los marineros, el faro que simboliza como nada la espera, porque es la luz que se deja encendida para marcar el camino de regreso, las ballenas en lontananza, la obsesión. Todo está en Nantucket, allí se gesta la narración y en ella confluyen todas las historias: la muerte, pero también la vida; la esperanza y la frustración; el deber y la perseverancia más allá de toda razón. Los barcos de hoy hacen imaginar los del ayer, el puerto turístico no debe hacernos olvidar que una vez hubo allí un puerto industrial, que fue el centro de reunión de los balleneros que zarpaban en busca del aceite de vida, del aceite que daba luz y

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permitía que el ser humano venciera con sus artimañas a la noche; centro del mundo, centro de luz. En la edad de oro de Nantucket los mapas de la tierra todavía estaban plagados de grandes espacios en blanco, poblados por seres aterradores, monstruos que reinaban sobre ella o en sus profundidades. El hombre intentaba vencerlos, como en otro tiempo los caballeros se enfrentaban a los dragones para demostrar que nuestra especie estaba destinada a reinar sobre la faz del universo. Se hacía necesario imponer la ley del hombre, irracional, invencible, segura de su victoria: Ahab. Y todo juez y verdugo necesita de su cronista -Ismael, Melville-, al igual que necesita de sus víctimas -el monstruo, la tripulación, las familias- y sus alguaciles -los marineros filipinos, la obcecación contagiada-. Ahab se hace Ahab en el Pequod y, por supuesto, en Nantucket, puerto ballenero, orto y ocaso de una de las historias más maravillosas que el hombre ha sido capaz de contar.

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LOS CLÁSICOS O EL APOCALIPSIS

He tenido la suerte de asistir hace unos días a una conferencia de Francisco Rico en la que abordaba el papel de la lectura de los clásicos en la Enseñanza Secundaria. Fue la suya una intervención un tanto apocalíptica que partió de la idea del sinsentido de leer textos clásicos en el mundo actual como siempre se ha hecho. Para Rico, se impone sin lugar a dudas la necesidad de adaptar y para ello propuso una estrategia de acercamiento que combinara dos tareas: - Lectura de la obra completa mediante una adaptación. - Acercamiento al texto original a través de una antología personal realizada por el profesor de aquellos fragmentos con los que sienta mayor empatía y no con los más significativos desde un punto de vista que podríamos llamar "arqueológico". La despedida del ponente no puedo si no tacharla de frustrante por derrotista. Su idea de que los clásicos no tienen ya valor si no es para los profesionales de la materia me resultó terrible y me hizo cuestionar que el sentido de la enseñanza de la literatura ya no puede ser, al parecer, el mismo que tuvo para mí el aprenderla. 108


Rico apoyó su defensa de actualización de los clásicos partiendo de una adaptación reciente de El Quijote, preguntándose si debe respetarse o no el comienzo de la obra de Cervantes. Él lo dudaba, yo no. Yo pienso que no deben eliminarse ciertos arranques de obras que se han convertido casi en lexías complejas, en unidades, si no de sentido, sí de cultura, en lugares comunes del conocimiento: En un lugar de la Mancha; El día en que lo iban a fusilar; La heroica ciudad dormía la siesta; Yo, señor, no soy malo; Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles; Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo; y tantos otros. No sé si a ustedes les sucede lo mismo, pero yo me emociono con el simple hecho de enunciar estos pasajes, aunque no entienda su sentido estricto, filológico y profundo, aunque el "lugar" del comienzo de El Quijote sea una "aldea" y no "alguna parte" de la Mancha. De la Mancha, y no de La Mancha, como puntualizó don Francisco. Otra de las ideas-fuerza de la charla de Rico fue que en la antología personal de los textos clásicos sobre la que proponía trabajar, se escogieran aquellos fragmentos que mejor pudieran llegar a los receptores o que mejor conocidos fuesen por el profesor. Daba a entender que se hace necesario llegar a la Literatura por la emoción, cosa en la que estoy completamente de acuerdo, aunque creo que encierra no pocos peligros. Una selección desde estos presupuestos supone la renuncia a las múltiples posibilidades de lectura de un clásico (que por eso es un clásico, digo yo) en favor de la propia interpretación del profesor en cuestión. Este hecho podría no tener mayor importancia en el caso de selecciones dirigidas a un lector "conocedor", pero si con ellas nos dirigimos a un alumnado que desconoce y que con casi total seguridad no va a volver a acercarse a la obra clásica, pienso

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que se corre el riesgo de limitar la interpretación y, a la larga, condenar el texto al olvido o, lo que es peor, a una interpretación sesgada del mismo. Pongo por caso el ejemplo que Francisco Rico utilizó. Si selecciono los pasajes más groseramente cómicos de El Quijote, estaré favoreciendo la imagen de un personaje loco de atar, del que nos reímos con crueldad, y olvidaré lo que para mí al menos es determinante y hace grande la obra de Cervantes: su decisión de enloquecer porque el mundo en el que vive no aporta ya nada a su vida. ¿No es simplificar demasiado?

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ME DICEN

Esta entrada va dirigida a quienes no creen. A quienes se les llena la boca de homo hominis lupus est, y a quienes en silencio otorgan. Es difícil creer con la que está cayendo, con la que siempre ha caído. Pero aquí estamos. Sobreviviendo, avanzando, con regresiones, con problemas, con escollos. Porque hay quienes piensan que no todo está perdido y que el ser humano, en ocasiones, vale la pena. O quizás no la valga, pero no se detienen a comprobarlo. Cuando caminan cabalgan a lomos de mula vieja… Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, posan, sueñan, y en un día como tantos descansan bajo la tierra. (A. Machado) 111


¿Es competencia nuestra valorar la bondad del hombre, la idoneidad y el fruto de nuestras acciones? ¿No sería bastante con tener una opinión de nosotros mismos? ¿No es suficiente con hacer lo que se cree apropiado sin preocuparse del resultado concreto de la acción? Lo cierto es que yo no me preocupo demasiado del efecto práctico de mis actos y la culpa la tiene Blas de Otero, salvando las distancias del contexto, obviamente: Creo en el hombre.He visto espaldas astilladas a trallazos, almas cegadas avanzando a brincos (españas a caballo del dolor y del hambre). Y he creído. Creo en la paz. He visto altas estrellas, llameantes ámbitos amanecientes, incendiando ríos hondos, caudal humano hacia otra luz: he visto y he creído. Creo en ti, patria. Digo lo que he visto: relámpagos de rabia, amor en frío, y un cuchillo chillando, haciéndose pedazos de pan: aunque hoy hay sólo sombra, he visto y he creído. Sin embargo, a mi alrededor cada vez encuentro más gentes que no creen en el hombre. Ni en sus obras. Que solamente tienen fe en los “trallazos” y los “incendios”. Gentes que ven y no creen. Que no creen y no hacen, porque de nada sirve. Pero se equivocan, aunque es difícil encontrar argumentos, se equivocan, se equivocan.

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¿HACEMOS ALGO O LO DEJAMOS PASAR COMO SIEMPRE?

Después de leer la entrada de Joselu me siento mucho más triste. No porque se trate de algo que no conocía, sino porque me he dado cuenta de pronto de la magnitud. Ha / Han / Hemos matado la enseñanza de la literatura en Secundaria y Bachillerato. Es mucho más cómodo explicar gramática, que se resuelve con esquemas, algunos conceptos y actividades. La clase es cómoda. Los alumnos no aprenden, pero el rato que tenemos que estar allí se está relativamente tranquilo, incluso podemos hacer bromas. Hablar de literatura, sin embargo, es más complicado: leer, hacer que lean, comprender, hacer que comprendan, universalizar, hacer que universalicen. Las actividades del libro de texto ya no tienen una única solución. Está repleta de autores, obras, frases que se salen del esquema. Además hay que enfrentarse a los molinos de viento, saltar las murallas con las que el mundo actual pretende aislar la creación literaria. ¿Lo está conseguiendo? Sí, yo quiero más horas exclusivamente para explicar literatura. ¿Seré capaz de aprovecharlas? ¿Quizás las emplearé en abor-

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darla como una sucesión de nombres inconexos? Pero sí, quiero más horas. Y también quiero que alguien que sepa de esto publique un decreto o una orden o unas instrucciones en las que se prohíba convertir el hecho literario en un catálogo de nombres y de características que el alumno no entiende y, a veces sucede, el profesor tampoco. Lo que quiero es interés del legislador por la materia, que se de cuenta de que el estudiante que finaliza sus estudios de Secundaria o Bachillerato debe conocer y ser capaz de enfrentarse al texto literario. Por supuesto no exclusivamente español, que también hay literatura por ahí fuera. Miren, a lo mejor si la asignatura común de Primero de Bachillerato -¡qué ensueño!- se llamase Literatura, a secas, y abordarse los fundamentos del arte y su discurrir a lo largo del tiempo y de las culturas las opciones nacionalistas de este país nuestro de todos los demonios pondrían menos reparos a su existencia. (Pedonen la desorganización de esta entrada, pero lo del ensueño de antes me lleva a seguir soñando. ¿Se imaginan lo que sería que en las asignaturas de idiomas también se estudiase literatura? ¡Uf, qué maravilla!) En fin, nada sucederá. Lengua y Literatura seguirán formando parte de la misma asignatura, cada vez con menos horas. Las pruebas de Selectividad seguirán ninguneando la literatura como tal y, en consecuencia, el profesorado, o una parte de él, empleará la mayor parte del Bachillerato en que los alumnos (y alumnas, claro) escriban resúmenes y comentarios críticos (¡Dios, qué será eso!), porque es lo práctico, lo que da resultado. Claro que, como se sugiere en la entrada de Joselu, también podemos protestar, plantarnos, hacer ruido, demostrar que en realidad nos importa, pactar con unos y con otros, convencer a 114


los profesores no convencidos de nuestra área y de las de enfrente, hacer viva la literatura en nuestros centros, creernos aquello que dijo Celaya: Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos. Pero nada de esto será, ¿verdad?

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¿LEER EN INTERNET? NO, GRACIAS

El último informe de Jakob Nielsen destapa una realidad inquietante: los usuarios de Internet tan sólo leemos el veinte por ciento del texto de las páginas que visitamos. En la Red, pues, parece que se ha instaurado definitivamente la cultura de la prisa, de la búsqueda de información rápida y satisfactoria, no en un lugar para el deleite lector, aunque esta Red de redes se encuentre repleta de literatura convencional, de esa que ofrece al lector textos largos y elaborados destinados a provocar placeres o sinsabores tranquilos y solitarios. En Internet triunfa lo breve: el nanoblogging, la poesía, el microcuento, las historias fragmentadas, los textos sentenciosos, la cita sintetizadora, el extracto, la sugerencia, el rumor, este post, por ejemplo.

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SORPRESAS FEMENINAS

A mediados del siglo XIV, Boccaccio brinda una tremenda sorpresa en la primera novela de la jornada IV del Decamerón. Una mujer, Ghismunda, se enfrenta a Tancredo, su padre, en defensa de su propia sexualidad. Ella se ha enamorado en alma y en cuerpo del joven Guiscardo, ha yacido con él porque su deseo la ha empujado a ello y, cuando sus actos salen a la luz, no siente la más mínima prevención en reafirmar sus sentimientos: Debe serte, Tancredo, manifiesto, siendo tú de carne, que has engendrado a una hija de carne y no de piedra ni de hierro; y acordarte debías y debes, aunque tú ahora seas viejo, cómo y cuáles y con qué fuerza son las leyes de la juventud, y aunque tú, hombre, en parte de tus mejores años en las armas te hayas ejercitado, no debías, sin embargo, conocer lo que los ocios y las delicadezas pueden en los viejos, no ya en los jóvenes. Soy, pues, como engendrada por ti, de carne, y he vivido tan poco que todavía soy joven, y por una cosa y la otra llena del deseo concupiscente, al que asombrosísimas fuerzas ha dado ya, por haber estado casada, el conocimiento del placer sentido cuando tal deseo se cumple. A cu-

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yas fuerzas, no pudiendo yo resistir, a seguir aquello a lo que me empujaban, como joven y como mujer, me dispuse, y me enamoré. La mujer no es una roca inerte, sino un ser humano que siente y padece como la otra mitad de la humanidad y, en consecuencia, no tiene por qué esconder sus necesidades; antes al contrario, la fuerza natural de las mismas obliga a reafirmar su voluntad de gozar y amar cuanto fuere menester. Todo esto en boca de una mujer de papel y manuscrito que comparte época con angelicales visiones a orillas del Arno o con damas de dulce laurel coronadas. Pero la sorpresa mayúscula no se reduce a la constatación de su carnalidad. Ghismunda cuestiona también la idoneidad social del amante por ella elegido, anticipándose a las protestas del padre: La virtud primeramente hizo distinción entre nosotros, que nacemos y nacíamos iguales; y quienes mayor cantidad de ella tenían y la ponían en obra fueron llamados nobles, y los restantes quedaron siendo no nobles. Y aunque una costumbre contraria haya ocultado después esta ley, no está todavía arrancada ni destruída por la naturaleza y por las buenas costumbres; y por ello, quien virtuosamente obra, abiertamente se muestra noble [...] Mira, pues, entre tus nobles y examina su vida, sus costumbres y sus maneras, y de otra parte las de Guiscardo considera: si quisieras juzgar sin animosidad, le llamarías a él nobilísimo y a todos estos nobles tuyos villanos. La nobleza reside, a ojos de Ghismunda, en los actos individuales y no en la herencia. Toda una declaración de raíz burguesa con la que pretende desmontar la inmovilidad de la estructura social medieval. 118


El alegato de la muchacha va aún mucho más allá al entrar en el pantanoso terreno de las normas morales: sé cruel conmigo porque no estoy dispuesta a rogarte de ningún modo que no lo seas como que eres la primera razón de este pecado, si es que pecado es; por lo que te aseguro que lo que de Guiscardo hayas hecho o hagas si no haces conmigo lo mismo, mis propias manos lo harán. Duda de que sus actos sean pecado y, sobre todo, pide a su padre que acabe con su vida al igual que lo hizo con la del amante. De no ser así, Ghismunda manifiesta con rotundidad que sus propias manos obrarán en consecuencia. El suicidio, la usurpación de la potestad divina, es mostrado como única salida posible de la situación creada por el padre. Ciento y pico años después, una muchacha llamada Melibea optará también por regenerarse en un vuelo llevada del amor, la desesperación y la certeza de que no hay futuro posible. Boccaccio construye en esta novela una perfecta defensa de la individualidad que no atiende a represiones sexuales ni sociales ni, incluso, morales. La Edad Media está agonizando y llama a la puerta un nuevo tipo de ser humano, hombre y mujer, que se niega a conformarse con lo que es tradicional y socialmente aceptado. Hoy, casi siete siglos después, la argumentación de Ghismunda puede seguir teniendo validez.

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VERDE

Una marejada de verde nacionalista recorre las tierras andaluzas. Es 28 de febrero. Es el nuestro un nacionalismo de baja intensidad ("Sea por Andalucía libre / España y la Humanidad", reza nuestro himno), pero nacionalismo al fin que inflama los corazones y se traduce en entregas de premios a los andaluces del año, recuerdos nostálgicos de los tiempos del Estatuto, himno, banderitas y banderazas verdiblancas por doquier, orgullo por los andaluces ilustres de la historia (los de siempre: Góngora, Bécquer, Juan Ramón, Antonio Machado, Falla, Lorca y alguno más) y olvido de tantos otros que también fueron andaluces y ya nadie los recuerda, quizás porque no dieron el salto a la primera división de la popularidad. En fin, un día de esos de prietas las filas, quien se mueva no sale en la foto. Provincianismo, más que nacionalismo. Yo soy andaluz y no me gusta esta celebración. La gente confunde constantemente el culo con las témporas. Ejemplos. Escucho esta mañana en la radio una entrevista a un estudioso de Rainer Mª Rilke. Sorpresa mayúscula: en primer lugar, por120


que se hable de un poeta; en segundo, porque no sea uno de los sospechosos habituales (Lorca o Alberti o Machado o León y Quiroga, que son dos aunque funcionan como unidad de destino en lo particular); y en tercero, porque la entrevista aparezca en el Día de Andalucía, restando minutos de emisión a políticos, folklóricos y gente del pueblo manifestando sus orgasmos terruñeros. Sin embargo, rápidamente comprendo el lugar de Rilke en un día como hoy. El alemán anduvo en 1912 de viaje por España y se estableció durante un par de meses en la serrana Ronda. De ahí su valor, según parece, a la luz de la insistencia de la entrevistadora. Ciertamente, parece que Rilke compuso la sexta de sus Elegías de Duino en Ronda, pero no debe olvidarse que ya había escrito algunas otras composiciones con anterioridad. Vamos, que la importancia del poeta no reside exclusivamente en sus vacaciones rondeñas, como parecía pretender la periodista ante el asombro del entrevistado. Otro argumento de experiencia. El pasado jueves, mientras se repartían banderitas andaluzas en el instituto, había quienes cantaban a voz en grito el himno de nuestra tierra. De tanto gritarlo, la cosa se hizo pesada y se impuso un cambio de sintonía. Y entonces llegó Manzanita con su "Verde que te quiero verde", versión del "Romance sonámbulo" de Lorca. El poema es espléndido y la canción de Manzanita también. El problema es convertirlo en emblema de andalucismo por el simple hecho de que aparezca el adjetivo ‘verde’. ¿Es que nadie se entera de lo que significan las palabras? Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, 121


con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas le están mirando y ella no puede mirarlas. ¿No es evidente el verde de muerte y podredumbre, de frustración y fracaso? Lorca no está cantando a Andalucía, este verdor no es el de la bandera y la fiesta; es el del moho, la muerte y el olvido. El poeta va mucho más allá, aunque sistemáticamente haya quien se empeñe en reducirlo a lo folklórico, a lo provinciano. Federico era andaluz y trascendió lo andaluz. Por eso es grande. Por eso son grandes Bécquer, Picasso, Gongora, Machado, Velázquez, Falla, Murillo, Juan Ramón, Cernuda, Alberti, Aleixandre y tantos otros de ayer, de hoy y de siempre. No por andaluces, sino por artistas. No porque empleen el color o el adjetivo ‘verde’, sino porque fueron -y son- capaces de entrar en el sentido de lo verde.

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SOBRE LA CONDICIÓN HUMANA: PRIMO LEVI

En 1944, Primo Levi, un judío italiano que poco antes se había unido a los partisanos antifascistas, fue deportado al campo de concentración de Auschwitz. Allí consiguió sobrevivir durante diez larguísimos meses hasta la llegada de las fuerzas soviéticas. Tan sólo veinte personas de las seiscientas cincuenta que ingresaron con él lograron vivir para contarlo. En 1956 el autor italiano publicó un libro, escrito ya en 1946, en el que hace memoria de aquellos días: Si esto es un hombre. No es un libro sobre la brutalidad y la sinrazón, aunque está repleto de ambas; no es un libro maniqueo, pese a que el bien y el mal combaten entre sus páginas; no es un ajuste de cuentas; no es una novela; no es ficción, sino reflexión, intento de explicación. Es una obra sobre la condición humana sometida a condiciones extremas: Los que vivís seguros En vuestras casas caldeadas; Los que os encontráis, al volver por la tarde, La comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre

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Quien trabaja en el fango, Quien no conoce la paz, Quien lucha por la mitad de un panecillo, Quien muere por un sí o por un no. Considerad si es una mujer Quien no tiene cabellos ni nombre Ni fuerzas para recordarlo, Vacía la mirada y frío el regazo, Como una rana invernal. Pensad que esto ha sucedido: Os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestros corazones Al estar en casa, al ir por la calle, Al acostaros, al levantaros; Repetídselas a vuestros hijos. O que vuestra casa se derrumbe, La enfermedad os imposibilite, Vuestros descendientes os vuelvan el rostro. Se ha escrito y filmado mucho sobre el exterminio sistemático a que fue sometido el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, se han destacado aspectos diversos de aquel horror, se ha abordado desde diferentes perspectivas. Primo Levi optó en su día por la reflexión y por intentar comprender lo que le estaba sucediendo, en primera persona, sin subterfugios narrativos ni excesos sentimentales. El autor va sembrando la obra de verdades sobre las que pocas veces se ha reparado. Una de las primeras hace referencia a la finalidad de los campos de concentración alemanes. No son lugares de castigo por la simple razón de que no hay nada que castigar, porque no hay una sanción y, en consecuencia, un fin. 124


En cambio, para nosotros, el Lager no es un castigo; para nosotros no se prevé un término, y el Lager no es otra cosa que el género de existencia a nosotros asignado, sin límites de tiempo, en el seno del organismo social germánico. Alguien, sentado ante una mesa de despacho, había decidido reorganizar salvajemente las relaciones entre los hombres. Esta decisión es tan desmedida que no consigue provocar la rebeldía de sus víctimas, sino algo mucho peor. El sentimiento de culpabilidad se dispara: Los civiles, más o menos explícitamente y con todos los matices que hay entre el desprecio y la conmiseración, piensan que por haber sido condenados a esta vida nuestra, por estar reducidos a esta condición nuestra, debemos estar manchados por alguna misteriosa y gravísima culpa. Los inocentes asumen que son culpables y por ello castigados con esta nueva forma de vida. El plan es perfecto: no hay castigo, sino reorganización de la existencia; no hay acusación; no hay fin; no hay esperanza. Ante este nuevo orden, se impone también un nuevo orden moral. Primo Levi lo expone a través de dos personajes, Elías y Henri: Elías ha sobrevivido a la destrucción de afuera porque es físicamente indestructible; ha resistido a la aniquilación interior porque es un demente. Es, pues, en primer lugar, un superviviente: es el más adaptado, el ejemplar humano más idóneo para este modo de vivir.[...] Según la teoría de Henri, para huir de la aniquilación tres son los métodos que el hombre puede poner en práctica sin dejar de ser digno de llamarse hombre: la organización, la compasión y el hurto.

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Y la nueva moral llevará al horror de la pérdida de la propia condición humana: Es hombre quien mata, es hombre quien comete o sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino terminase de morir para quitarle un cuarto de pan, está, aunque sin culpa suya, más lejos del hombre pensante que el más zafio pigmeo y el sádico más atroz. Si esto es un hombre no es una obra sobre el exterminio judío. Es una reflexión sobre cómo los seres humanos podemos dejar de comportarnos como tales. Da igual que se trate de Auschwitz, de Sabra y Chatila, de Ruanda, de Abu Ghraib o de los campos de refugiados saharauis; da igual quiénes sean los victimarios y quiénes las víctimas. Siempre se trata de los mismos, de los seres humanos y de su precaria condición.

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UNA VIDA CON VARGAS LLOSA

Creo que fue en los días inmediatos a la Navidad de 1980 cuando el cura Blas -enjuto, barbudo, inteligente, tenso y denso como pocos- me prestó un par de libros: Los jefes y Los cachorros, ambos de Mario Vargas Llosa. Durante esas vacaciones de invierno, el mundo peruano de miraflorinos, los colegios brutales, Pichula Cuéllar y el perro Judas llenaron mis noches. Tenía dieciséis años y de pronto me dio por crecer. Poco después, quizás demasiado pronto, logré hacerme con un ejemplar de La ciudad y los perros. Lo había localizado en la biblioteca municipal y estaba impoluto. El mundo recién descubierto se amplió, se multiplicó en violencia y verdad con las circunstancias que rodeaban la muerte de Ricardo Arana, El Esclavo, con la brutalidad de El Jaguar y El Boa, el pragmatismo de El Poeta y la injusticia institucional que viene unida al personaje del Teniente Gamboa. Definitivamente, ese autor peruano del que no había oído hablar hasta mis dieciséis años me había ganado para su causa. Durante ese verano del 81 y los años siguientes devoré novelas, descubrí autores, vencí algunas de mis limitaciones lectoras y

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fracasé en otras maniobras de acercamiento. No pude con todo, lo reconozco, porque creo que me precipité al intentar leer algunas obras y eso lo he pagado después. El Vargas Llosa de La casa verde o Conversaciones en la Catedral, por ejemplo, me venció en mi adolescencia y no he vuelto a encontrar la ocasión de enfrentarme a él. Sin embargo, alternando con los fracasos, otras obras del autor me hacían seguir en la carrera: Pantaleón, La tía Julia… Fui creciendo, me hice adulto y filólogo. ¡Qué cosas tiene la vida! En el camino perdí el gusto por el autor peruano. Leía sus novelas año tras año, pero ya no temblaba con cada página. Era más una costumbre periódica que me llevaba de Palomino Molero a Lituma, de la madrastra a don Rigoberto. Sus novelas seguían siendo puro Vargas y, a veces, Varguitas, al nivel del mejor Varguitas, pero era el lector quien había cambiado o, quizás, había sido deslumbrado por fuegos de artificio, no sé. En el otoño del año 2000, visto que el mundo no había acabado tras la madrugada del 31 de diciembre de 1999, me hice con la por entonces última obra del peruano. En La fiesta del chivo me encontré con el gran Vargas Llosa de mi juventud: lenguaje y contenido. Literalmente me bebí la novela. El lector, ya adulto, se reencontraba con uno de los autores que le habían enseñado a leer de otra manera. Después han venido otros relatos -Gauguin y Flora Tristán, los amores de la niña mala- con críticas no muy favorables, pero interesantes para mí. Ahora, le han dado el premio Nobel. Se ha hecho justicia, aunque haya quienes piensen que la persona Vargas Llosa no lo merece, aunque haya quienes no sepan distinguir entre el escritor y el hombre real. 128


EL CUENTO MÁS CORTO DEL MUNDO. Y EL MÁS INQUIETANTE

Entre otras virtudes y defectos, la extensión de Internet en el terreno de la literatura ha traído consigo el desarrollo de los microcuentos. Son miles las páginas que pueden encontrarse dedicadas a este género que encierra en unas pocas palabras los elementos esenciales de todo texto narrativo: narrador, suceso, personaje, espacio y tiempo. Supongo que el éxito del género se debe a las urgencias de la vida actual y al deseo de condensar en el mínimo espacio algo que durante siglos los seres humanos hemos volcado a lo largo de páginas y más páginas. Ahora parece que Baltasar Gracián hubiese renacido para imponer como norma general su lema: Lo bueno, si breve, dos veces bueno; lo malo, si poco, no tan malo. La frasecilla del autor barroco es, sobre todo en su segunda parte, un auténtico desideratum para el lector actual, obligado por las circunstancias y la industria editorial a engullir mostrencos de cientos de páginas insustanciales y repetitivas. Por eso nos lanzamos, creo yo, sobre la ficción breve, brevísima, en busca del flechazo que nos atraviese o de la cuestión palpitante que nos martillee las meninges durante un tiempo.

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A poco que se bucee entre microrrelatos, el lector encontrará una afirmación repetida: el cuento más corto en español es de Augusto Monterroso y tiene siete palabras: Cuando amaneció, el dinosaurio todavía estaba allí. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar. Hay uno de menor tamaño. En sus Crímenes ejemplares, Max Aub nos dejó una miniatura cruel y violenta, de rancio salvajismo ibérico, racial y demoledora: Lo maté porque era de Vinaroz. Seis palabras que contienen todos los elementos literarios necesarios; un relato que hacce desconfiar de las razones que llevan a actuar de determinada manera; una aviso para nunca pisar Vinaroz y huir de esa manera de un posible destino escrito, como nuevos Edipos que intentan evitar lo inevitable. Es inquietante, no me lo negarán. Pero si de inquietud hablamos, el minicuento de Thomas Bailey Aldrich se lleva la palma: Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta. Es mucho más largo que los dos precedentes y por eso permite que el lector profundice en la mente del personaje gracias a la intervención del narrador omnisciente. La yuxtaposición de oraciones impresiona y hace volar la imaginación del receptor… “Golpean a la puerta”. La misma idea podría haberla expresado un “escritor a sueldo” en un thriller apocalíptico de novecientas páginas y gran profusión de explosiones nucleares,

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sexo explícito, luchas que no llevan a ningún sitio, largas descripciones de lugares y objetos engañosos, además de todo tipo de fuegos de artificio sin justificación. El resultado, una novela que puede ser buena, y entonces disfrutamos de su lectura, o un auténtico horror, en cuyo caso padecemos durante horas si nos empeñamos en llegar al final porque hemos sido atrapado en las trampas de su autor. Con la minificción, en cambio, no se corren esos riesgos. El proceso de lectura es casi instantáneo, como un flash fotográfico, que queda residente en la retina si el escritor ha estado acertado, o desaparece de la memoria si se trata de un experimento fracasado.

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LA SIMPLICIDAD: ANNA GAVALDA

La tentación de dejarse llevar por lo anormal y el tremendismo es difícil de vencer. Todos lo sabemos y lo libros que a diario leemos nos lo confirman. Los personajes suelen tener unas vidas muy diferentes a las nuestras, viven en otros lugares, el desenlace de sus historias se nos quedan grabados, a menudo, por lo sorpresivo de los mismos. Sin embargo, algunos autores son capaces de vencerse a sí mismos y trabajar un material “anormal” hasta convertirlo en parte de nuestra existencia, hasta convertirlo en simple. Eso es precisamente lo que he encontrado en la novela Juntos, nada más, de Anna Gavalda. Y, además, la escritora francesa se ha consagrado como un auténtico fenómeno literario utilizando esta fórmula: con la simplicidad por bandera navega en este tormentoso mar literario dominado por historias fuera de lo común, por asesinatos y violencia, intrigas políticas y pseudoeruditas, por relatos en torno a grandes personajes históricos que casi nada comparten con nosotros, por grandes historias de amor repletas de highlanders de torvas miradas.

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La novela descansa sobre cuatro personajes de orígenes diversos y muy diferentes entre sí. Sus antecedentes familiares, en cambio, los unifica hasta el punto de que casi podríamos verlos como un mismo ser que ha sido multiplicado por otros factores: la extracción social, el origen espacial, el sexo, el tiempo. Son individuos derrotados que se aferran, quizás, a la última oportunidad de sus vidas; y sobre esa oportunidad son capaces de construir un estado de felicidad inestable que en cualquier momento puede saltar en mil pedazos. La vida presente de los protagonistas no es nada peculiar, no hay acciones trepidantes que atrapen al lector, no les suceden grandes tragedias. El tiempo de los tremendismo se reduce a un pasado que se han empeñado en vencer, que no en olvidar. Precisamente en esa situación reside la fórmula secreta de Gavalda, según mi opinión: el paréntesis idílico puede cerrarse en cualquier momento; el lector lo espera; la autora lo retrasa; las páginas pasan, simplemente; los protagonistas viven, como tú, como yo. Algunos lectores consideran un error de la novelista la pérdida de peso específico que a lo largo del relato se advierte en el más “extraño” de los personajes, así como la importancia que cobra una relación sentimental bastante evidente entre dos de ellos. Para mí, sin embargo, no son errores sino aciertos, porque creo que la autora, de nuevo, ha sido capaz de vencerse a sí misma al elegir el camino trillado y, probablemente, más difícil en su simplicidad. Yo, como lector, me he quedado con las ganas de saber más sobre el desgarbado Philou, pero creo que disponer de más información sobre él hubiera estropeado el conjunto o, en el mejor de los casos, hubiera convertido la novela en otra diferen133


te. Quizás esa otra novela también podría haber sido espléndida, pero Gavalda ha escogido un camino que he transitado con placer y con eso me basta. También se ha cuestionado el idílico epílogo del relato, y, ciertamente, lo es. Pero, ¿qué hay de malo en los finales felices? Vivir es algo muy complicado y, de vez en cuando, no está mal que una lágrima de felicidad nuble la vista. Es simple y es hermoso, ¡qué caramba!

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AMOR Y ECONOMÍA

No se me enfaden, pero el título de la entrada poco o nada tiene que ver con su contenido. Se trata de una simple y burda trampa para atraer a algún lector en estos tiempos de marejada económica que hace zozobrar cuerpos y almas. El caso es que llevaba ya algún tiempo sin publicar por estos lares, primero por cansancio, después por incapacidad para encontrar un asunto apropiado y en último lugar por el vendaval de la actualidad. Pero hay que romper con las inercias negativas y escribir; no hay que dejarse vencer por la pereza ni por los miedos ni tampoco por la realidad. Así que me vuelvo a los terrenos conocidos y venzo la tentación de opinar sobre rebajas de salarios, ajustes duros, actitudes políticas valientes o cobardes, opciones ideológicas que se niegan a sí mismas, líderes y lideresas, sindicatos y huelgas, bolsillos helados, realidad. Prefiero el deseo. Y Quevedo me deja una lección inolvidable que no por conocida puedo dejar de citar. Cerrar podrá mis ojos la postrera Sombra que me llevare el blanco día, Y podrá desatar esta alma mía

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Hora, a su afán ansioso lisonjera; Mas no de esotra parte en la ribera Dejará la memoria, en donde ardía: Nadar sabe mi llama el agua fría, Y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, Venas, que humor a tanto fuego han dado, Médulas, que han gloriosamente ardido, Su cuerpo dejará, no su cuidado; Serán ceniza, mas tendrá sentido; Polvo serán, mas polvo enamorado. El amor, el sentimiento, triunfa sobre la muerte, dice creer el poeta. Poco más se puede decir en relación a la fuerza del deseo sobre la realidad. En las mismas fechas en que Quevedo afirma categóricamente su vocación de enamorado, John Donne se muestra bastante más pragmático: Un día entero me has amado. Mañana, al marchar, ¿qué me dirás? ¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho? ¿O dirás que ya no somos los mismos que antes éramos? ¿O que de promesas hechas por temor reverente del amor y su ira, cualquiera puede abjurar? ¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos, así los contratos de amantes, a imagen de los primeros, atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata? ¿O es que para justificar tus propios fines por haber procurado falsedad y mudanza, tú 136


no conoces sino falsedad para llegar a la verdad? Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo argumentar, ganando, si lo hiciera. Pero me abstengo, porque mañana puede que yo así también piense. El poeta inglés no parece verse a sí mismo viajando al Hades en pos de un sentimiento ideal. Lo suyo es más moderno, de andar por casa, diríamos: mañana, al amanecer me dejarás y yo no podré reprochártelo, porque es posible que esté deseando ya tu partida. Así son las cosas, querida. Todo fue hermoso mientras duró, pero no nos empeñemos en mantener vivo un fuego que agoniza, que sabemos que va a desaparecer y que no podemos hacer nada para contrariar su destino. Pese a todo, en otros versos, John Donne grita su derecho a amar, aunque solamente sea hasta el alba, aunque solamente sea un amar en presente: Por Dios, callaos la lengua y dejadme amar, o burlaos de mi reuma, o de mi gota, mis cinco pelos blancos o mi arruinada fortuna escarneced, mejorad con riquezas vuestra situación, vuestra mente con artes, seguid una carrera, buscaos un puesto, atended a Su Excelencia o Su Alteza, o el rostro, verdadero o acuñado, del rey contemplad: aprobad lo que queráis, con tal que me dejéis amar. En fin, poemas de amor diferentes de dos poetas coetáneos bien diferentes. Poco que ver entre ellos y menos relación aún entre estos textos y la rabiosa actualidad. Esto es lo que me gusta del blog: se puede escribir sobre cualquier cosa sin someterse al dic137


tado de rabiosas actualidades que no se comprenden y de las que no se tienen datos suficientes para opinar. Supongo que por esa razĂłn estĂĄn proliferando tanto los blogs periodĂ­sticos. Bien, ya me callo.

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LA UNIDAD DE LA NARRACIÓN EN EL ASEDIO, DE ARTURO PÉREZ REVERTE

Artilleros y marinos, corsarios y policías. Toesas francesas, varas castellanas, foques y jarcias. Cálculo de trayectorias y probabilidades de impacto. Matemáticas. Una ciudad asediada por fuerzas enemigas y por el signo de los nuevos tiempos. El fin de una época que muere entre obuses enemigos y aliados sospechosos de casi todo. Guerrilla y ejército regular, salineros y gente llana, burguesía comercial temerosa de su final. Ilustrados y románticos, conservadores y liberales, razón y sinrazón. Cádiz, entre 1811 y 1812. Un novelón de más de setecientas páginas. Un asesino en serie. Un nutridísimo grupo de personajes. Con estos ingredientes – y alguna trampa, según mi entenderconstruye Arturo Pérez Reverte su última novela, El asedio. Una apuesta arriesgada por el volumen de un proyecto que podía haber derivado en un conjunto de historias poco trabado, pero que el autor se ha empeñado en unir con solvencia, de manera que todo el cuerpo de personajes y acciones que protagonizan contribuyan al mismo fin de mostrar el asedio de una ciudad, unos seres humanos y una forma de vida.

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La unidad de la obra se consigue mediante una serie de nexos que garantizan la trabazón interna del relato. En un intento de simplificación quizás excesivo, podríamos clasificar esos elementos vertebradores en varias categorías: los nexos argumentales, los nexos espaciales, los universos de personajes, los personajesnexo y los nexos temáticos. Junto a estos elementos, se advierten también otros de segundo nivel, como encuentros fortuitos, cruces inconscientes, casualidades. El resultado, como ya se ha dicho, un todo operfectamente integrado. Dos motivos argumentales dan uniformidad al relato: el cerco de la ciudad de Cádiz por el ejército napoleónico, por un lado, y la sucesión de crímenes perpretados por un asesino en serie y la subsiguiente investigación de los mismos. Todo el relato se relaciona con ambas acciones de manera directa o indirecta. Nada queda fuera, aunque haya personajes secundarios que se empeñen en vivir al margen de los acontecimientos, que rechacen inconscientemente la crueldad de los tiempos que viven y pretendan continuar con sus vidas como si nada pasase, como es el caso del primo Toño o la simpar Curra Vílchez. La uniformidad conseguida mediante las dos líneas argumentales se ve reforzada por la relación existente entre las mismas y por el espacio narrativo en que se desarrollan: el entorno geográfico de la ciudad de Cádiz, la península del Trocadero donde están instaladas las baterías francesas, la línea de defensa que atraviesa las salinas de San Fernando, la bahía, la costa gaditana entre Rota y Tarifa. Estos lugares de la narración presentan rasgos caracterizadores diferentes: unos son opresivos, como la ciudad sitiada o la batería asediante; otros, en cambio, son abiertos, ofrecen la posibilidad de huida, pero el peligro acecha 140


en la niebla, tras los cabos y en las ensenadas que salpican la costa gaditana. Pérez Reverte ha trabajado en esta novela con un amplio número de personajes que representan los diferentes tipos humanos y sociales que protagonizaron los acontecimientos de 1811 y 1812. Lejos de lo que ofreció en Un día de cólera, novela en la que abordaba la revuelta madrileña de 1808, el autor ha sabido vencer la tentación de apabullar al lector con los resultados de su labor de investigación histórica. No es El asedio una novelacenso, sino un relato en el que casi todos los personajes están justificados por la propia narración, participan en ella más allá del simple hecho de que fueran habitantes de los lugares del conflicto. Pero la necesidad de gestionar tal volumen de personajes ha llevado al autor a buscar mecanismos de unión entre ellos para no caer en un mosaico deslavazado de vidas que sólo comparten un espacio y un tiempo. Este objetivo se consigue mediante la construcción de lo que podemos llamar universos de personajes en torno a uno que funciona como cabeza visible del grupo. A mi modo de ver, son cinco los “universos humanos” que interactúan en la novela: la burguesía comercial gaditana se aglutina alrededor de la figura de Lolita Palma, el mundo de la marinería gira sobre Pepe Lobo, las gentes sencillas aparecen capitaneadas por el salinero Felipe Morraja, la administración y la policía encuentra su figura relevante en el comisario Rogelio Tizón y, por último, el ejército francés aparece personificado en el capitán de artillería Simón Desfosseux. Pérez Reverte no se ha conformado con establecer la unión interna entre estos cinco grupos humanos, sino que introduce en 141


la novela algunos personajes que funcionan como nexos de unión entre ellos. Así es el caso del capitán Virués, que pone en relación los mundos de Lolita Palma, Pepe Lobo y Felipe Morraja; Gregorio Fumagal y las pobres muchachas asesinadas servirán de punto de contacto entre el comisario Tizón y el francés Desfosseux; y la inocente Mari Paz relaciona a Lolita Palma con Felipe Morraja y con el comisario Tizón. Con los elementos ya señalados, la unidad estructural de la última novela de Pérez Reverte parece bastante sólida; sin embargo, el autor ha ido un paso más allá con un último nexo de tipo temático, el asedio en tres sentidos diferentes. Desde el comienzo de la novela se impone el asedio militar de la ciudad de Cádiz, hecho con el que están directamente vinculados los “universos humanos” de Pepe Lobo, Simón Desfosseux y Felipe Morraja. Paralelamente al anterior, el autor quiere mostrar cómo el sitio militar trajo consigo otros asedios, como el de una burguesía comercial que terminaría por ser la gran derrotada de la contienda y el de una cultura social y política, la del Antiguo Régimen, llamada a su transformación. Estos dos últimos asedios también vinculan grupos de personajes, como los de Lolita Palma y Pepe Lobo, en el primer caso. En resumidas cuentas, el autor ofrece en El asedio un mosaico de acciones y personajes que podría haber terminado en dispersión y cierto caos. Sin embargo, gracias a un buen conjunto de mecanismos de unión, ha logrado un todo organizado, una novela que pretende acercar al lector a un tiempo determinante en la historia de nuestro país.

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QUITA TUS MANOS DEL POEMA, POR FAVOR

Dice Alguien: - Oye, ¿y qué te parece Lorca? Contesta Otra persona: - ¡Uy, pues muy bien! Sí, Lorca está muy indicado para tratar la sexualidad. Tanto “Alguien” como “Otra persona” se quedan tan panchos. Pongámonos en situación. Ambos interlocutores están preparando una actividad transversal de coeducación y hay que echar mano de un soporte. Los textos literarios son una buena base y si se trata de un autor tan renombrado, publicitado y conocido -más por su nombre que por la lectura de su obra, lamentablemente- mejor que mejor. Sí, “Lorca está muy indicado” para estas cuestiones. Para el dolor de cabeza, sin embargo, está más indicado el paracetamol. No obstante para las relaciones entre sexos Lorca es ideal. Es lógico, porque su homosexualidad garantiza una perspectiva ajena a lo convencional, deben pensar quienes dialogan. ¿Y los gitanos de sus romances? ¿Y los negros de Poeta en Nueva York? Bueno, ahora estamos centrados en la

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situación de la mujer, así que Bernarda Alba, Yerma y cosas así. Pero, ¿no se quería referir Lorca a la marginalidad, más allá de la raza o el sexo? No, no, sutilezas no: hay que ser prácticos y disciplinados. No negaré que la obra del poeta granadino puede ofrecer algún que otro texto que posibilite el acercamiento transversal-lúdicointegrador. Hay fragmentos muy jugosos que muestran la sinrazón de la diferencia entre los sexos y el papel subalterno de la mujer en el medio tradicional. El problema reside no en que Lorca sirva o no, sino en que el joven se acerque a Lorca porque sirve para algo. Iluso de mi, que pienso que lo mejor que tiene la lectura es que no sirve para nada concreto, que no está indicada para nada de antemano. Solamente de esa manera se podrá leer a Lorca, a Brecht, a Pound, a Perse, a García Nieto, a Celaya o a Joseph Roth sin complejo de culpa. Leer sus textos, disfrutarlos o abandonarlos y, en algún caso, conectarlos con otras ideas. A la inversa no vale, es trampa. Y si hacemos trampas yo no juego.

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UN RECORRIDO PERSONAL DE LECTURAS: LA CUESTIÓN JUDÍA

La lamentable situación que el pueblo de Israel ha vivido a lo largo de los siglos se me antoja que guarda una relación esencial con la literatura. Es posible que sin la existencia de ciertos textos y, sobre todo, de la interpretación que pueblos no hebreos han dado de dichos textos no estuviéramos a estas alturas hablando de una “cuestión judía”, como no lo hacemos de una “cuestión hitita” o una “cuestión dálmata”, pongo por caso. La lectura gentil del Nuevo Testamento ha logrado que pensemos en Cristo y sus apóstoles como víctimas de la perversidad de un pueblo cuyos más altos representantes son Anás, Caifás y Herodes, olvidando que las víctimas eran tan hebreas como los victimarios. Con grandes dosis de ironía, así lo pone de manifiesto David Safier en su novela Jesús me quiere, donde la protagonista se asombra del parecido existente entre el carpintero palestino que hace palpitar su corazón y el miembro más alto del grupo musical Bee Gees. Durante la Edad Media, lo que fue una cuestión religiosa se había convertido ya en un problema socioeconómico. La literatura de la Europa cristiana nos da muestras de lo generalizado

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de los comportamientos antisemitas. Ahí está, por ejemplo, el episodio de Raquel y Vidas en el Poema de Mío Cid, en el que el autor se vale del tópico de la avaricia judía para demostrar al lector la inocencia del héroe castellano. Además de cumplir tal fin, la aparición en el poema de los judíos es aprovechada para alcanzar otros objetivos. Por una parte, consigue dotar de verosimilitud a un Rodrigo Díaz de Vivar en penosa situación económica después de ser desposeído de todos sus bienes a causa de la ira regia. Por otra parte, el fragmento funciona como contrapunto humorístico después de la intensidad emocional que ha supuesto el abandono de la casa de Vivar y, sobre todo, la violencia contenida de la entrada en Burgos. Por supuesto, se trata de un humorismo cruel, basado en el desprecio que los receptores potenciales del texto -todos ellos cristianos viejossentían hacia esa minoría culpable no sólo de la muerte del Hijo de Dios, sino también, y por encima de ello, de haber atesorado riquezas. La actitud ante los hebreos apenas se ve alterada en tiempos posteriores y Shakespeare nos ha dejado una muy válida muestra en el protagonista de El mercader de Venecia. Shylock es presentado como cruel y vengativo, porque son ya muchos los siglos de sufrimiento de su raza bajo el yugo cristiano. Vista desde nuestros días, la libra de carne que desea cobrarse en el corazón del noble Antonio parece un precio muy asumible por una Europa que ha encerrado a toda una raza tras los muros que circundan los ghettos y que, pese a los edictos de expulsión dictados a lo largo y ancho de la geografía cristiana, aún no ha dado muestra cabal de su naturaleza antisemita.

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Será desde la segunda mitad del siglo XIX cuando la literatura occidental muestre en toda su crudeza la forma del odio contra el judío en el mundo contemporáneo. El artículo de Emile Zola, “Yo acuso”, se antoja un texto esencial en este sentido al desvelar, entre otras razones, el antisemitismo subyacente en la acusación de espionaje contra el capitán Alfred Dreyfus. Pero si hay una obra imprescindible para adentrarse en la comprensión del antisemitismo contemporáneo, esa es el libelo publicado en 1902 que lleva por título Los protocolos de los sabios de Sion. La intención última del texto es disculpar los pogromos sufridos por diferentes comunidades hebreas, presentándolos como respuesta justificada a una supuesta reunión de sabios judíos para establecer un plan de dominación universal apoyado en la masonería y el comunismo. Pese a quedar completamente demostrada su falsedad, el opúsculo ruso ha tenido una gran influencia en la historia de las ideas del siglo XX al convertirse en fundamento ideológico de obras tan perversas como Mi lucha, de Adolf Hitler, o El judío universal, del norteamericano Henry Ford. En el terreno de la literatura de ficción, recientemente ha sido publicada una novela indispensable sobre la materia. Me refiero a la obra de Umberto Eco, El cementerio de Praga, en la que el narrador italiano pretende reconstruir el proceso de gestación de los Protoclos y, por tanto, de una de las dimensiones del antisemitismo actual y sus mitos. Consecuencia en buena parte del sentimiento de odio y recelo del que son testimonio los Protocolos y las obras derivadas fue el genocidio judío de mediados del siglo XX. Los seis millones de muertos, el masivo movimiento de población y el miedo generado tuvieron un peso tal que se hace lógico encontrar ríos de 147


tinta que glosan, explican y analizan los hechos con diferentes intenciones y desde distintas perspectivas, ya que la literatura -en última instancia- no es más que un instrumento del que los seres humanos nos valemos para comprender nuestro mundo. En algunos casos, la literatura se ha esforzado en comprender la barbarie de los acontecimientos desde el punto de vista de los protagonistas del drama. Así lo encontramos en Si esto es un hombre, del italiano Primo Levi, impresionante relato autobiográfico de un superviviente de Auschwitz. Desde una posición análoga, aunque ambientada en un espacio bien diferente, Philip Roth nos ofrece en su Conjura contra América un análisis profundo de las raíces del antisemitismo norteamericano y de los diferentes comportamientos del pueblo hebreo ante la persecución. La obra de Roth tiene como gran virtud, a mi modo de ver, el sostener la tesis de que el sentimiento antisemita no comienza con el auge y desarrollo del partido nazi alemán y, en consecuencia, finaliza con la destrucción del régimen de terror impuesto; sino que hunde sus raíces mucho más profundamente, de modo que ciertos acontecimientos históricos puntuales han servido, simplemente, como catalizadores de un odio latente desde hace ya más de dos mil años. “Muerto el perro, no se acabó la rabia”, podríamos concluir, parafraseando el dicho popular. La misma línea de pensamiento lleva Vecinos, el ensayo de Jan T. Gross centrado en el pogromo padecido por la comunidad judía de Jedwabne durante la ocupación alemana de Polonia. Lo más estremecedor de aquellos acontecimientos es que no son achacables directamente a las tropas germanas de ocupación, sino que fueron los propios polacos cristianos los autores materiales del asesinato de mil quinientas personas. 148


Otras visiones del Holocausto dadas por la industria literaria son más sentimentales y, hasta cierto punto, simplificadas. Denuncian la barbarie, la penosa situación de los judíos centroeuropeos, la frialdad de los verdugos, sí; pero sin profundizar demasiado en razones, comportamientos y causas de tales actos. Esta forma de acercamiento es la habitual en la mayoría de las obras de ficción dirigidas al gran público, tanto al adulto -Capesius, el farmacéutico de Auschwitz, de Dieter Schelesak-, como al juvenil -El niño con el pijama de rayas, de John Boyne, o el magnífico relato autobiográfico Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr-. El origen común a estos relatos quizás podría localizarse en un texto clásico, el Diario de Anna Frank, capaz de presentar el horror desde el punto de vista de una adolescente y provocar la empatía del lector con las víctimas. Las novelas del Holocausto, las que responden a una finalidad que podríamos llamar industrial, son capaces de encoger el alma, por descontado, ya que su referente es de un impacto tremendo; sin embargo, en muchas ocasiones, el lector activo puede quedarse con la sensación de que hay aristas sin explorar o apenas apuntadas en la narración. Desde mi punto de vista, la principal virtud de estos productos comerciales radica en que pueden despertar en el receptor las ganas de saber más, funcionando así como una especie de puente que conduzca a relatos o estudios más auténticos. Para finalizar, ha de apuntarse cómo la presencia literaria de la cuestión judía no se agota en el genocidio de los años cuarenta. En la segunda mitad del siglo XX han comenzado a aparecer textos que abordan el nacimiento del estado de Israel y del actual conflicto entre árabes e israelíes. Esta línea de acercamiento

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pienso que tiene un origen concreto en Éxodo, novela de León Uris publicada en 1958. La obra, que relata la migración hacia Palestina de un nutrido grupo de refugiados judíos en Chipre y la posterior fundación del estado sionista, obtuvo una gran difusión y éxito de ventas en un mundo occidental probablemente aquejado de un implacable complejo de culpa a causa del exterminio del pueblo judío y la actitud de las democracias liberales en el años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Han sido bastantes las obras que, desde entonces, han abordado la cuestión, a veces como núcleo central de la narración, en otras ocasiones como una presencia lateral o marco complementario de una trama de naturaleza bien diferente. Es bastante habitual, por ejemplo, que en el subgénero de espías figure el Mossad, la agencia isaraelí de inteligencia, como una de las fuerzas en conflicto. Pero más alla de la utilización lateral del conflicto sionista, debe destacarse la obra del israelí Amos Oz, una de las voces más autorizadas en la actualidad sobre la cuestión. Este autor nacido en Jerusalem en 1939 se nos presenta como enemigo acérrimo del sionismo excluyente y aborda el problema desde un plano muy personal en algunas de sus obras. Así sucede en su autobiografía Una historia de amor y oscuridad, en la novela Una pantera en el sótano y también en el breve relato La bicicleta de Sumji. En estas tres obras la cuestión judía no es el núcleo temático, sino parte de su experiencia personal, familiar y social; un elemento más que conforma la personalidad de un judío que, ante todo, es un hombre, y nada más que un hombre. Al leer los relatos de Oz no puede evitarse el recordar las palabras de Shylock:

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¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos haceis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Amos Oz muestra en sus obras que después de tantos siglos de cuestión judía es posible que esta no exista. Es muy probable que la cuestión judía no haya sido más que una cuestión humana. Y si todo se reduce a un conflicto entre hombres, en ese caso podríamos resolverlo como hombres. El novelista se atreve, incluso, a proponer una agenda de trabajo futuro en La bicicleta de Sumji: Todo cambia. Mis amigos y conocidos, por ejemplo, cambian las cortinas del cuarto de estar como cambian de empleo, cambian de domicilio, cambian acciones ordinarias por bonos del Estado, o viceversa, y bicicletas por motos; truecan sellos, postales, monedas, los buenos días, ideas y opiniones; algunos intercambian también sonrisas. Porque vivir es cambiar, es dialogar, regatear, alcanzar acuerdos, llegar a tocar con las yemas de los dedos la paz.

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CUANDO LA REALIDAD IMITA AL ARTE, Y VICEVERSA

Es 1861 un año importante en la vida de Gustavo Adolfo Bécquer. Ha conocido a Casta Esteban poco tiempo atrás y el 19 de mayo de ese mismo año la convertirá en su esposa, quizás para olvidar el fracaso de su relación con Julia Espín. También es el tiempo en que compone una de sus leyendas más conocidas, “Maese Pérez, el organista“, un brillante relato cuya acción se sitúa en el Convento de Santa Inés de la capital sevillana. En ese mismo año 1861, Winnefred Coghan abandona al hermano del poeta, Valeriano D. Bécquer, con quien se había casado en 1857 y del que había tenido dos hijos, Alfredo y Julia. Gustavo había sido el padrino de bautismo de la niña en 1860 y, al parecer, quien decidió su nombre como homenaje a su gran amor. La relación entre el poeta y la sobrina fue muy estrecha, hasta el punto de que será Julia Bécquer un personaje importante en la fortuna e interpretación de la obra del poeta sevillano. No es de extrañar que Gustavo Adolfo relatara algunas de sus historias a la sobrina, convertida por su nombre en recuerdo permanente de otra Julia distante y, por ello, en parte integrante del sustrato emocional de algunos de sus textos. La realidad y el arte, en definitiva, no están tan distantes como cabría pensar. 152


Pero todavía puede estirarse más la implicación de vida y literatura en el caso becqueriano. Avancemos una década. El 23 de septiembre de 1870 muere Valeriano en Madrid y dos meses después, el 22 de diciembre, le llega la hora al poeta. Uno de sus últimos poemas aborda ese futuro inminente: ¿Adónde voy? El más sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas. En donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba. Destruído en lo físico y en lo espiritual, Gustavo Adolfo Bécquer abandona este mundo con la certeza de haber fracasado en todo, también en la parcela artística. Sin embargo, la llama del hombre que probablemente sentaba sobre sus rodillas a su ahijada para contarle historias de aparecidos prendió en la pobre niña Julia, esa criatura abandonada por la madre y que había perdido al padre y al tío en el mismo año. Julia Bécquer vuelve a Sevilla en 1870, quizás acogida por algún pariente, y cinco años después, en 1875, ingresa como pupila en un convento. Había muchas instituciones religiosas en la Sevilla de aquellos años; pero Julia Bécquer -no podía ser de otra manera- escoge la congregación de las clarisas franciscanas del convento de Santa Inés. Quiero creer que en la decisión de la niña influyó poderosamente el recuerdo del padrino, la música del órgano de Maese Pérez, la atmósfera que el poeta fue capaz de construir en torno al número 1 de la calle Doña María Coronel. La realidad y la ficción, el azar y la voluntad, el olvido recordado, todo

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se confunde y se explica en las vidas de la familia Bécquer. Julia no llegó a profesar. Años después se casaría y tendría varios hijos, como sabemos gracias a su posterior irrupción en la discusión sobre el poeta, sobre su herencia literaria y las motivaciones de su obra. No obstante, hubo un momento en su vida en que llegó a formar parte de esa amalgama caótica en que, a menudo, se convierten el arte y la vida.

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PROVINCIANISMO TEMPORAL

En su muy recomendable Adiós a la universidad, Jordi Llovet introduce unas palabras de T. S. Eliot que no por estar escritas en 1945 han perdido la menor validez: En nuestra época [...] está naciendo un nuevo tipo de provincianismo que acaso merezca un nombre nuevo. Es un provincianismo, no del espacio, sino del tiempo, para el cual la historia es la mera crónica de los dispositivos humanos que, cumplido su servicio, se han desechado; para el cual el mundo es propiedad exclusiva de los vivos, una propiedad sobre la que los muertos no tienen derecho [...] El peligro de esta clase de provincianismo es que todos, todos los pueblos del planeta podemos volvernos provincianos juntos; y que todos quienes no se conformen con ser provincianos no tengan otra opción que volverse ermitaños. T. S. Eliot, “¿Qué es un clásico?”, en Sobre poesía y poetas, Barcelona, Icaria, 1992, pp. 72-73. La cita es contundente. De su lectura puede extraerse el amargo sentimiento de que en estos tiempos de constante y único presente, del viva lo nuevo y muera lo viejo, el espacio reservado para las humanidades, cuya base se encuentra en el pasado, es 155


por fuerza insignificante. El latín no es competencia para el inglés como lengua de cultura; los clásicos se digieren, reducen, adaptan y simplifican para que puedan ser ingeridos por unos adolescentes a los que nada puede decirles porque se pretende el acercamiento a ellos en clave exclusivamente contemporánea; la novela más comercial ha olvidado la enseñanza que siglos de narración haya podido dejar, porque vende el estilo directo, trepidante, la acción; la valoración de los hechos y logros del pasado se realiza desde posturas tan actuales que alcanzan, incluso, la ridiculización de quienes con su esfuerzo y su punto de transgresión pusieron los ladrillos de nuestra contemporaneidad. Juan Ruiz es un machista y Boccaccio también, Shakespeare es antisemita y a Quevedo le pierde su homofobia. Fin del acercamiento a la tradición. En ocasiones, los que disfrutamos con las humanidades en su sentido más amplio chocamos con el enemigo en nuestra propia casa, un enemigo procedente de diferentes escuelas obcecado en afirmar el sinsentido de la historia literaria, como si ésta se redujese al catálogo de autores y obras de un determinado periodo. Pero la historia, y la de la literatura también, es mucho más. Es comprender el por qué se produjo algo, por qué se compuso o creó, cuáles fueron las causas que lo determinaron, qué supuso para sus contemporáneos. La historia literaria no debe aprenderse, sino aprehenderse. Sólo de esa manera podremos enfrentarnos a nuestro mundo actual y comprobar, como escribió Antonio Machado, que “hoy es siempre todavía”.

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José Mª González-Serna Sánchez

Los ojos como platos

Publicaciones de Aula de Letras Sevilla, 2012


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