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R E V I S TA D E L A FA C U LTA D D E C O M U N I C A C I O N E S DE LA UNIVERSIDAD PRIVADA DEL NORTE AÑO XII | N°79

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UN PERFIL REVELADOR. Jorge Bergolio o el Sumo Pontífice VERDADES GASTRONÓMICAS. Elogio valiente del ají AQUILES CABRERA. El editor que llevamos dentro

EL DISCRETO ENCANTO DEL BY PASS Además: Vallejo, de lo local a lo universal/ Las flores del Sakura/ Mitos y verdades sobre el “periodismo gonzo”


AÑO 12 | Nº 79 | diciembre de 2013 Revista Editada por la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte

DIRECTOR Luis Eduardo García

ILUSTRACIÓN DE PORTADA Cristian Palacios

EDITOR Y CORRECTOR Aquiles Cabrera

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN José Carlos Castillo

ENTREVISTAS Bergoglio antes de ser Papa Aficiones, rarezas y costumbres humanas del carismático pastor argentino PÁGINA 8

Daniel Rodríguez Risco, fundador UPN Economista, empresario y artista, acaba de publicar el libro “Amor Condicional” PÁGINA 26

COLABORACIONES La Nettiquette Etiqueta empresarial en línea. Por Sara Cortez Pautrat (Desde Canadá) Comunicadora audiovisual y periodista. Presta servicios especializados en Social Media, Contenidos Web e Imagen Corporativa. PÁGINA 4

Vallejo tempranamente universal Poeta universal del Perú Por Sonia Luz Carrillo (Desde Lima) Poeta, periodista y Profesora Principal de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. PÁGINA 10

Costumbres japonesas Por Hanny Nemmoto (Desde Japón) Músico, Diseñador Gráfico Publicitario, poeta de afición, amador profesional de la vida y las mujeres. PÁGINA 16

El lado picante de la comida Por Richard Licetti (Desde Cajamarca) Periodista. Director de la Facultad de Comunicaciones UPN Cajamarca PÁGINA 14

Essalud Infernal Por Miguel Det (Desde Lima) Ser humano, artista gráfico y francotirador. PÁGINA 22

Queridos locos de la infancia Por Alberto Alarcón (Desde Trujillo) PÁGINA 32

Orietta y el sexo Por Orietta Brusa (Desde Trujillo) Docente tiempo completo de la Facultad de humanidades de UPN Trujillo.

Un capítulo perdido de El Principito Escribe: Regina Carrá (Desde Lima) Ilustración: Carlos LaVida (Desde Lima) PÁGINA 35

PORTAFOLIO

LA CENTRAL Cine gonzo, periodismo porno y viceversa Por Eloy Jáuregui (Desde Lima) Es escritor, poeta y periodista. Acaba de publicar “El más vil de los ofidios”. Libro de crónicas. PÁGINA 18

Imágenes del Valle del Colca Por Gerardo Cailloma Director del Departamento de Humanidades UPN Trujillo PÁGINA 30

Las opiniones vertidas en los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente las opiniones y juicios de DÍATREINTA.


C U A D ER N O D EL TR IB AL Escribe: Luis Eduardo García Director de la Facultad de Comunicaciones (Trujillo) leg@upnorte.edu.pe

La prueba PISA y el by pass Las carreteras de la inteligencia no son las mismas que las de una ciudad, aunque se parecen. El quid del asunto está en tomar el camino más corto y correcto.

Los últimos de la fila El 2001 y el 2009, Perú participó también en el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés). Entonces ocupó el penúltimo y antepenúltimo lugar en matemática y comprensión lectora. En la versión 2012, en la que participaron 65 países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), hemos caído más bajo todavía: último lugar en matemática, ciencia y comprensión lectora. Una respuesta mecánica a por qué nos van tan mal en estas materias señalaría a la pobreza económica como el principal causante de esta situación. Sin embrago, si analizamos las cifras presentadas por PISA nos damos cuenta que países como Qatar, que tiene US$72.849 de PBI per cápita (Perú y Colombia tienen el menor PBI per cápita de América Latina: US$10.076 y US$10.175, respectivamente), padecen el mismo mal. ¿Qué ha pasado entonces? La educación es un proceso en el que, además de dinero, se necesita invertir recursos humanos y aplicar estrategias de largo plazo, muy por encima de ideologías y colores políticos. Es decir, la educación tiene que ver con la clase de país que queremos los peruanos de aquí a 20, 30 o 40 años. Si tienes estudiantes incapaces de resolver con éxito problemas aritméticos y algebraicos, reconocer los componentes que intervienen en el efecto invernadero o comprender las ideas rectoras de un ensayo, al cabo de un tiempo tendrás a ciudadanos imposibilitados de transformar la realidad, personas que viven indiferentes frente a la crisis del medio ambiente y seres humanos robotizados por cúmulos de imágenes y datos superficiales. ¿Cómo explicarles y pedirles a estos que se comprometan con temas como la gobernabilidad, la justicia, la inclusión y el respeto a los derechos humanos? El diario “El Comercio” pidió hace poco a un grupo de especialistas una lista de ideas para combatir la crisis educativa reflejada en la prueba PISA. Ellos enumeraron seis ideas clave para remontarla: mejorar las remuneraciones de los profesores, establecer políticas educativas de largo plazo, apoyo total y abierto del Estado a la educación pública, acreditación de la educación privada, asumir la educación como una inversión y aumentar la inversión en educación y mejorar la ejecución del presupuesto en este sector.

Los países asiáticos a los que les va bien (China, Singapur y Hong Kong) han aplicados medidas como énfasis en la selección de los docentes, trabajo en equipo, equilibrio en el número de alumnos en cada clase, mayor autonomía a los docentes y un significativo aumento en el volumen de las inversiones en el campo educativo. Lo que no se dice es que detrás de estas medidas existe algo más importante: un compromiso a largo plazo de toda la clase política y empresarial de esos países para sacar adelante su educación. El by pass de la discordia Pero así como el cambio educativo es un hueso duro de roer, la transformación física de una ciudad tiene también una barrera mental muy fuerte: las costumbres y el absurdo de oponerse por oponerse. Los seres humanos cultivamos hábitos que nos dan en cierta manera seguridad. Todos aquellas rutinas que impliquen inestabilidad o cambio lo único que hacen es colocarnos en una situación de crisis. El by pass de Mansiche ha supuesto aceptar una realidad nueva: otro sentido del tráfico (de norte a sur y no de sur a norte), ir por caminos distintos y a veces por atajos, borrar paradigmas de nuestras mentes y poner en cero el disco duro de nuestra memoria de transeúntes para dar paso a nuevos usos y costumbres. Esto, es lógico, provoca desconcierto y resistencia a lo nuevo. Sin embargo, una cosa es la crisis del cambio y otra es oponerse por oponerse. Se ha dicho que el by pass no encaja con el paisaje urbano de Trujillo, que pone en riesgo la seguridad de los ciudadanos, que atenta contra el medio ambiente y otras cosas más. Que yo sepa, hasta ahora la ciudad no es más fea que hace unos meses, ningún accidente de proporciones ha ocurrido en sus pistas y el aire de Mansiche no es tan irrespirable como el de La Oroya. Yo no estoy a favor ni en contra del by pass. Estoy en realidad a favor del cambio y en contra del absurdo de protestar por protestar. No soy militante de algún partido oficialista ni de algún otro que esté en la oposición. Soy un urbanícola por vocación, por libertad y por cariño. Una ciudad que crece al ritmo de Trujillo tiene que mutar su rostro, tiene que modernizarse y, sobre todo, tiene que cambiar en el lugar en el que toda ciudad cambia primero: la mente de sus ciudadanos. -3-



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Carta para Aquiles Martín Hace unos días, nuestro entrañable amigo Aquiles Martín Cabrera Ludeña, editor por muchos años de esta revista, se marchó de este mundo. Su huella está presente en este número de la revista que corrigió desde su lecho de enfermo con la poca energía que aún le quedaba. Esta carta fue escrita mientras él luchaba contra el cáncer que trataba de arrebatarle la vida. Al final, su muerte nos dejó una hermosa lección: que la tragedia de vivir no consiste en desaparecer, sino en que no sabemos vivir la vida como corresponde».

Querido Aquiles: Hay muchas cosas que nos unen y otras que nos separan, pero las que nos unen son las más importantes y las que nunca nos podrán lastimar, así no estemos de acuerdo. Ser padres, por ejemplo. Cuando yo era tu profesor de periodismo, tú ya estabas orgulloso de tu hijo Salvador y yo, un cuarentón embutido en su soledad, no tenía ni un perro que le ladre. Me di cuenta cómo ese niño te cambió la vida, y no solo eso, me di cuenta cómo cambió incluso tu manera de escribir. Después, cuando me ocurrió a mí, lo de ser padre, comprendí por qué hacías lo que hacías. Por añadidura, mi vida tuvo otro sentido a partir de esta experiencia. Ahora mismo tengo a Luciana enferma y no puedo dejar de pensar en tu hijo, y en ti mismo que eres a tu vez el hijo enfermo de unos padres maravillosos. Nos une también la pasión por el lenguaje, el culto por las palabras bien usadas y las textos bien escritos. En realidad, tú eres un purista y yo un esteta improvisado. El que descubre los yerros, los gazapos, los deslices y las metidas de pata eres tú. Yo soy solo un notario de las barbaridades. No me equivoqué, por esta razón, cuando te propuse ser editor de díatreinta, una revista de periodismo narrativo más vieja que la mítica Etiqueta negra y más decente que todas las publicaciones frívolas que atiborran los quioscos callejeros. Esta revista ha sido, por muchos años, el refugio de nuestras penas literarias y el motor principal del humor negro del que a veces haces gala. El tercer jurásico del periodismo diatreintero es José Carlos Castillo, una de tus amigos más entrañables, padre a tiempo completo e incompleto, y el único diseñador que se preocupa de que un texto esté bien corregido. Pero sabes una cosa, querido amigo, tú has ido más lejos con el lenguaje. A partir de lo que vives y piensas, me refiero a tu enfermedad, has hecho decir al lenguaje lo que yo, en cincuenta años, Alfieri en cuarenta, y los escritores que admiras, en cientos de años, no hemos podido decir. Cada vez que leo tus mensajes, luminosos y oscuros a la vez, en Facebook, en tu hígado virtual (tu blog) y en los e-mails estilo “martin-dice-hola” siento que has tocado la esencia verbal que los demás estamos condenados a asediar, nunca a tocar por completo. El desenfado, los estiramientos, la sinceridad aplastante, los sentimientos inéditos, la crudeza de los conceptos, la manera de estirar el tiempo con los verbos, las contradicciones de los sentidos, la honestidad despojada de toda ropaje y la fuerza, la poderosa fuerza, con que reniegas de la compasión, la mentira y la artificialidad de quienes te doran la píldora, me convierte en un chancay de a medio en la artesanía del español. No quiero decir que para escribir así hayas tenido que padecer cáncer; lo que digo es que tú usas las palabras como una extensión de tu propio cuerpo; es decir, tienen vida propia. Nos une el culto a la amistad. Hace mucho tiempo que dejé de ser tu profesor, ahora solo soy tu amigo. En realidad, ahora que lo pienso bien, nunca tuve necesidad de enseñarte nada, aunque sí de compartir mucho. Se trataba nomás de asumir roles: yo hacía como que te enseñaba y tú hacías como que aprendías. El que tiene mucho que enseñarme ahora eres tú, aunque no lo digas ni lo quieras. Tienes tu vanidad, pero no llega a tanto. Me has enseñado, querido amigo, aunque no lo creas, cómo se combate el dolor, cómo se da cara a los malos tiempos y cómo se grita en público el encuentro con la brevedad del tiempo Ya no se trata de roles, sino de aprender que en la marcha de la vida, como decía Heráclito, nadie se baña dos veces en las aguas de un mismo río y, por eso mismo, cuán importante es vivir la eternidad del presente. Martín dice y dirá siempre hola. Aquiles, tu lucha nos da una gran lección: que la belleza de vivir consiste en luchar y decir las cosas con pasmosa sinceridad, y no en lamentar lo irreparable. Te escribo para decirte que la amistad es uno de los amores que perdura siempre, para reiterarte cuánto te queremos los que te conocemos de antes y de después de nosotros mismos y para decirte en voz alta -y espero que con corrección gramatical- que sigas peleando y enseñándonos a pelear. Un fuerte abrazo. (Luis Eduardo García)

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La Netiquette Construyendo una reputación on line: un elemento estratégico de interacción entre las empresas con sus usuarios, comentaristas e infaltables trolls.

Escribe: Sara Cortez Pautrat @dreampicker

El término Netiqueta o Netiquette, tiene origen en dos palabras fusionadas de dos idiomas diferentes: Net (red, del inglés) y Etiquette (etiqueta, protocolo, del francés). Según el diccionario Oxford, la primera vez que se utilizó fue en el año 1982 en el entorno de la Usenet.1 Existe la confusión de creer que se trata del manual de estilo y comportamiento de una institución, puesto que incluye reglas de urbanidad en linea, pero en realidad la Netiquette sólo es un porcentaje de éstas reglas, sin embargo una de las más imprescindibles y necesarias para la interacción de la clientela en las redes sociales. La Netiquette da una línea de conducta que mejora radicalmente el flujo de conversación y resuelve conflictos antes que ellos sucedan. El desarrollo de políticas de comunicación actuales deben contemplar, sin ninguna duda, el comportamiento de los usuarios y la 1

interacción entre ellos. Se hace para que todos tengan el derecho a expresar sus opiniones, pero también para mostrarse correctamente como miembros de una comunidad de usuarios. Ello no significa de ninguna manera una censura, sino que, al contrario, posibilita la fluidez del intercambio y eleva la calidad del mismo. Cierto es que ya casi todas las instituciones tienen, de alguna manera, políticas al respecto de la inclusión de sus empleados o colaboradores, en las plataformas digitales. No tenerlas es un descuido mayúsculo, por cuanto hay flujos de información que sólo pueden ser pertinentes a la institución dado su contenido confidencial. Es necesario entonces establecer cómo se espera que sea el comportamiento adecuado de un empleado al respecto de sus comunicaciones internas y externas. Es por ello que muchas institu-

Netiquette in 1994. CBC Archives http://www.cbc.ca/archives/categories/lifestyle/etiquette/etiquettegeneral/netiquette.html

Fotografía: http://www.digitaltrends.com/

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ciones actualmente poseen acuerdos de confidencialidad y tratamiento de las informaciones, así como la utilización de las herramientas de comunicación en linea, personales o profesionales, como cuentas de correos, participación en redes sociales e incluso, divulgación de contenidos sensibles. Sin embargo, la Netiquette no forma parte de las políticas internas de comunicación. Es parte de las externas. Indica al visitante o cliente, la manera aceptable de dar el feedback. Ello significa que tales políticas o statements deben ser siempre puestos en vitrina, para que sean reconocidos de inmediato. De la misma manera, el hacerlos visibles en una plataforma virtual, les hace factibles de ser compartidos cuando sea necesario.

¿Dónde colocarlo? ¿Cómo utilizarlo? Generalmente va en una sección aparte, en la zona de los créditos de la página de inicio de los sitios web, pero si lo considera realmente indispensable, puede estar en la zona donde consigna los accesos a sus redes sociales. Se sugiere la rotación de la información, es decir, compartirlo con la clientela, cada cierto tiempo o cuando se considere necesario, lo que hará que se recuerde constantemente que existe tal política de educación, tanto a los nuevos clientes como a los antiguos. Para utilizarlo, por ejemplo, al borrarse un comentario ofensivo, se debe poner el texto que indica el porqué y el link que refiere a la Netiquette. Por supuesto, un buen manejo de redes sociales es parte de un proceso en el que se empieza con el producto principal. Sin él, cualquier trabajo queda limitado al de apagar fuegos y La Netiquette calmará algunos incendios, pero no todos.

¿Cómo redactar una Netiquette? Explicar que las reglas de convivencia son necesarias para el desarrollo del intercambio de información y que se dan ciertas indicaciones que deben ser seguidas o habrá consecuencias para el usuario. De preferencia enumerar sucintamente cada actitud negativa a ser sancionada, como por ejemplo: 1.

Están prohibidos los insultos de cualquier índole. Si no puede ser capaz de expresar su opinión de manera objetiva, es preferible que se abstenga de hacerlo. Su comentario será borrado sin ninguna explicación.

2.

El Spam está prohibido. Si desea hacer publicidad a su producto, contáctenos a ventas@ejemplo.pe En caso contrario, su usuario será baneado.

3.

Enfóquese en el tema tratado. Si desea enviar su opinión al respecto de otro tema, búsquelo en nuestra web o escríbanos a opinion@ejemple.pe y le haremos la difusión deseada.

4.

Tenga en cuenta que el flujo de las informaciones en nuestros sistema, es muy grande y no podemos ser tan rápidos como usted desea. Si no le respondemos al instante, le pedimos paciencia. Su consulta se resolverá en línea/por correo /le llamaremos en un máximo de N minutos/N horas Etc.

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El Papa

cotidiano Este es el extracto de una entrevista que publicaron los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti en el 2010, cuando Jorge Bergoglio ya era cardenal de Buenos Aires y su nombre hab铆a sonado durante la elecci贸n de Joseph Ratzinger como Papa. Un cuestionario sobre su vida cotidiana, sus gustos, sus afectos y sus costumbres.


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¿Cómo se presentaría ante un grupo que no lo conoce? Soy Jorge Bergoglio, cura. Es que me gusta ser cura. ¿Un lugar en el mundo? Buenos Aires. ¿Una persona? Mi abuela. ¿Cómo prefiere enterarse de las noticias? Leyendo los diarios. La radio la enciendo para escuchar música clásica. ¿Internet? Tal vez haga como uno de mis antecesores, el cardenal Aramburu, que empezó a usarla cuando se retiró, después de cumplir 75 años. Viaja mucho en ‘subte’ (metro). ¿Es su transporte predilecto? Lo tomo casi siempre por la rapidez, pero me gusta más el colectivo, porque veo la calle. ¿Tuvo novia? Sí. Formaba parte de la barra de amigos con la que íbamos a bailar. ¿Por qué finalizó el noviazgo? Descubrí mi vocación religiosa. ¿Alguna afición? De joven coleccionaba estampillas. Ahora, leer, que me gusta mucho, y escuchar música. ¿Una obra literaria? La poesía de Hölderlin me encanta. También, muchas obras de la literatura italiana. ¿Por ejemplo? A I promessi sposi la habré leído cuatro veces. Otro tanto La divina comedia. Me llegan Dostoievski y Marechal. ¿Borges? Usted lo trató. Ni qué decir. Además, Borges tenía la genialidad de hablar prácticamente de cualquier cosa sin mandarse la parte (alardear). Era un hombre muy sapiencial, muy hondo. La imagen que me queda de Borges frente a la vida es la de un hombre que acomoda las cosas en su sitio, que ordena los libros en los anaqueles como el bibliotecario que era. Borges era agnóstico... Un agnóstico que todas las noches rezaba el padre nuestro, porque se lo había prometido a su madre, y que murió asistido religiosamente. ¿Una composición musical? Entre las que más admiro está la obertura Leonora número tres de Beethoven, en la versión de Furtwängler; es, a mi entender, el mejor director de algunas de sus sinfonías y de las obras de Wagner. ¿Le agrada el tango? Muchísimo. Es algo que me sale de adentro. Creo conocer bastante de sus dos etapas. De la primera, mis preferidos son la orquesta de D’Arienzo y, como cantantes, Carlos Gardel, Julio Sosa y Ada Falcón, que después se convirtió en monja. A Azucena Maizani le di la extremaunción. La conocía, porque éramos vecinos, y cuando me enteré de que estaba internada, fui a verla (...). De la segunda etapa, admiro mucho a Astor Piazzola y a Amelita Baltar, que es la que mejor canta sus obras.

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¿Sabe bailarlo? Sí. Lo bailé de joven, aunque prefería la milonga. ¿Una pintura? La crucifixión blanca, de Marc Chagall. ¿Qué películas le gustan? Las de Tita Merello, por supuesto, y las del neorrealismo italiano, en las que mis padres me iniciaron, junto con mis hermanos. No nos dejaron faltar ni a una de Ana Magnani y Aldo Fabrizi, que –al igual que con las óperas– también nos explicaron. Nos marcaban dos o tres cosas para orientarnos; íbamos al cine de barrio, donde pasaban tres películas seguidas. ¿Alguna película que recuerde especialmente? La fiesta de Babette, más reciente, me llegó muchísimo. Y muchas del cine argentino. Me acuerdo de las hermanas Legrand, Mirtha y Silvia, en la película Claro de luna. Tenía 8 o 9 años. Una del gran cine argentino fue Los isleros (...) Y hace unos años me divertí con Esperando la carroza, pero ya no voy al cine. ¿Su deporte preferido? De joven, practicaba el básquet, pero me gustaba ir a la cancha a ver fútbol. Íbamos toda la familia, incluida mi mamá –que nos acompañó hasta 1946– a ver a San Lorenzo, el equipo de nuestros amores: mis padres eran de Almagro, el barrio del club. ¿Algún recuerdo futbolístico? La brillante campaña que el equipo hizo ese año (1946). Aquel gol de Pontoni que casi merecería un premio Nobel. Eran otros tiempos. Lo máximo que se le decía al réferi era atorrante, sinvergüenza, vendido... O sea, nada en comparación con los epítetos de ahora. ¿Qué idiomas habla? Parloteo el italiano (en realidad, pudimos comprobar que lo habla perfectamente). En cuanto a otros idiomas, debería precisar, por la falta de práctica, “los que hablaba”. El francés lo manejaba de corrido; y con el alemán me desenvolvía. El que más me costó siempre fue el inglés, sobre todo la fonética (...) Y, por supuesto, entiendo el piamontés, que fue el sonido de mi infancia. ¿Su primer viaje al exterior? A Colombia , en 1970. Después visité los noviciados de América Latina . En México, conocí por primera vez un barrio cerrado, algo que en aquella época todavía no existía en la Argentina . Me asombró ver cómo un grupo se segregaba del resto de la sociedad. ¿Cómo fue el encuentro con sus familiares en Italia? ¿Qué sintió al conocer la región de sus ancestros? ¿Y qué puedo decir? Que me sentí como en casa hablando en piamontés. Conocí a un hermano de mi abuelo, a mis tíos, a mis primos. La mayor de mis primas tiene 78 años y cuando voy a visitarla me parece como si siempre hubiera vivido allí. La ayudo en las tareas hogareñas, pongo la mesa ... De todas formas, les escapo a los viajes. ¿Por qué? Porque soy casalingo, una palabra italiana que quiere decir hogareño. Amo mi lugar. Amo Buenos Aires.


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«Cuando entré al seminario, mamá no me acompañó, no quiso ir. Durante años no aceptó mi decisión. No estábamos peleados. Solamente que yo iba a casa, pero ella no iba al seminario. Cuando finalmente la aceptó, lo hizo poniendo cierta distancia. En el noviciado, en Córdoba, venía a visitarme». ¿Cómo veía en sus viajes a la Argentina desde afuera? Con mucha nostalgia. Después de un tiempo, siempre quería volver. Recuerdo que cuando estaba en Fráncfort haciendo la tesis, por las tardes paseaba hasta el cementerio. Desde allí se podía divisar el aeropuerto. Una vez, un amigo me encontró en ese lugar y me preguntó qué hacía, y yo le respondí: “Saludo a los aviones... saludo a los aviones que van a la Argentina ...”. Fe y evangelización ¿Cómo reaccionó su familia cuando le dijo que quería ser sacerdote? Primero se lo dije a mi papá, y le pareció muy bien. Más aún: se sintió feliz. Solo me preguntó si estaba realmente seguro de la decisión. Él después se lo dijo a mi mamá, que, como buena madre,había empezado a presentirlo. Pero la reacción de ella fue diferente.“No sé, yo no te veo... Tenés que esperar un poco... Sos el mayor...Seguí trabajando... Terminá la facultad”, me dijo. La verdad es que la vieja se enojó mal. ¿Qué pasó después? Cuando entré al seminario, mamá no me acompañó, no quiso ir. Durante años no aceptó mi decisión. No estábamos peleados. Solamente que yo iba a casa, pero ella no iba al seminario. Cuando finalmente la aceptó, lo hizo poniendo cierta distancia. En el noviciado, en Córdoba, venía a visitarme. Tal vez pensó que no era lo suyo... No sé. De lo que sí me acuerdo es de que cuando se lo dije a mi abuela, que ya lo sabía y se hizo la desentendida, me respondió: “Bueno, si Dios te llama, bendito sea”. E inmediatamente agregó: “Por favor, no te olvidés de que las puertas de la casa están siempre abiertas y de que nadie te va a reprochar nada si decidís volver”. Esa actitud (...) me resultó una gran enseñanza para saber cómo comportarme ante personas que están por dar un paso trascendente en sus vidas.

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http://garabatosderafo.blogspot.com/ -12-


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Vallejo,

tempranamente universal La poesía de César Vallejo es ecuménica porque nunca dejó de ser local y auténtica. El español con el que está escrita es al mismo tiempo una experiencia personal y colectiva que no ha vuelto repetirse en la tradición literaria hispanohablante. Escribe: Sonia Luz Carrillo

César Vallejo es desde sus inicios un escritor capaz de plasmar en su obra las vicisitudes de un ciudadano de todas partes, un creador pleno con sentimiento de universalidad. En esta aproximación se considera como apropiación de lo universal la tarea de los creadores que no solo conservan lo propio sino que, potenciándolo, logran hacer ingresar lo particular y propio al acervo mundial. Desde los primeros poemas de Los heraldos negros (1918) la influencia del Modernismo en la poesía de Vallejo es notable y ha sido ampliamente documentada. Las referencias, los recursos de estilo y los vocablos denotan los rasgos del cosmopolitismo, preciosismo y notas de exotismo caros al movimiento rubendariano. Son muchos los ejemplos que se pueden citar. Aquí, en “La voz del espejo” la voz poética aludirá a “La luz azul que alumbra y da el ser al cardo” y más adelante “Van al pie de brahacmánicos elefantes reales, / y al sórdido abejeo de un hervor mercurial/ parejas que alzan brindis esculpidos en roca”. Las referencias se hacen cada vez más distantes, como en “Santoral” cuando se alude al dios egipcio, símbolo de la fertilidad, “Viejo Osiris! Llegué hasta la pared enfrente de la

vida” y luego al nombre de un rey asirio “Sardanápalo. Tal, botón eléctrico/ de máquinas de sueño fue mi boca”. Para Washington Delgado (2009) “Los heraldos negros de César Vallejo, se inscribe todavía dentro del modernismo, aunque…no totalmente: hay ya indicios de separación o divorcio, a veces leves, a veces marcados. Las influencias de Darío, de Lugones, o de Herrera son claramente perceptibles: abundan los versos con sílabas contadas, las estrofas rimadas, las referencias cosmopolitas, los refinamientos verbales. También son perceptibles las irregularidades métricas, los prosaísmos, la aspereza melódica” (Delgado 2009:45) La ruptura del modernismo se hace patente en Trilce (1922). Los poemas muestran las formas de la vanguardia y sus recursos de experimentación verbal; así la expresión se fragmenta, se modifican las palabras y los versos adquieren autonomía respecto al conjunto: “Nombre Nombre/ ¿Qué se llama cuanto heriza nos/ Se llama Lomismo que padece/ nombre nombre nombre nombre”. (II) El vanguardismo, vasto en búsqueda de nuevas formas para las nuevas realidades, involucra a artistas de diferentes

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especialidades y define su carácter cosmopolita al erigir una estética que, rompiendo con el racionalismo, aspira a crear un lenguaje de dimensiones universales. El poema “XV” de Trilce, cita al escritor francés Daudet, y pone de manifiesto la transposición de tiempos en una visión cinética: “Has venido temprano a otros asuntos/ y ya no estás. Es el rincón/ donde a tu lado/ leí una noche/ entre tus tiernos puntos/ un cuento de Daudet. Es el rincón/ amado. No lo equivoques” Respecto a este poema, el poeta Xavier Abril (1980), en su Exégesis trílcica advierte “la indiscutible influencia mallermeana”. En el prólogo puntualiza: “En mi primer ensayo acerca de Vallejo (1958) estudié algunos de los puntos fundamentales de Trilce: el espacio, el tiempo, el número, el habla, así como el influjo idiomático quevediano y el estético propio de Mallarmé.” Luego explica: “…la llegada a Lima del número de la revista Cervantes, de Madrid, del mes de noviembre de 1919, que contenía el poema de Mallarmé (“Una jugada de dados jamás abolirá el ocaso”) debe haberse producido en diciembre del mismo año o, a lo sumo, en enero de 1920. La asimilación, por parte de Vallejo, de sus princi-

pios estéticos y programáticos, no fue, desde luego, instantánea sino lenta, penetrante, segura… En efecto, la aplicación de los fundamentos teóricos mallarmeanos a Trilce, descubre a su autor la sagaz actitud de mesura, de cálculo, que le orienta hacia el feliz remate de una estética diferenciada y superadora de la precedente.” (Abril 1980:17-18) Los motivos de la cultura occidental apropiados y recreados pueblan los versos de esta obra admirable publicada en 1922, el mismo año en que se publica Ulises de Joyce, La tierra baldía de Elliot, las Elegías de Duino y Anabase de Saint John Perse y los Sonetos a Orfeo de Rilke. “¿Por aquí estás, Venus de Milo?/ Tú manqueas apenas pululando/ entrañada en los brazos plenarios/ de la existencia/ de esta existencia que todaviiza/ perenne imperfección” (XXXVI) Trilce, es exponente de la presencia de la vanguardia en la poesía peruana. Y. precisamente, una de las características de la vanguardia es su carácter cosmopolita, el registro en la creación literaria de las circunstancias surgida en las urbes. En Trilce encontramos las angustias y las faltas de sentido de las urbes y la falta de sentido de la propia existencia.

Fuentes ABRIL, Xavier (1980) Exégesis trílcica. Lima, Editorial gráfica Labor. DELGADO, Washington (2009)“Las novedades poéticas de César Vallejo”. En: Dolor, cuerpo y esperanza en Vallejo. Lima, Fondo editorial del Congreso del Perú. VALLEJO, César (1968) Obra poética completa. Edición facsimilar. Lima, Francisco Moncloa editores.

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El descubrimiento del fuego Lo picante es un rasgo indeleble de nuestra cocina y pretender eludirlo bajo cualquier argumento deviene en causa perdida. Escribe: Richard Licetti

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Uno El huarique quedaba en una calle agujereada de La Victoria y las guitarras de los Hermanos Dávalos eran a la distancia el indicio inequívoco de lo que allí se cocinaba. Sólo había que traspasar el umbral de aquella picantería pletórica de comensales para constatarlo: portentosos adobos, rachis, chupes de camarón, pasteles de papa, malayas y ubres fritas, rocotos rellenos, solteritos y bastante más, bajo una atmósfera de sazón poderosa y feliz ritual del manducar, pero sobre todo ante la presencia fogosa de los ajíes en cada mesa, en cada rincón, dejaban en claro que uno se hallaba en un templo de la comida arequipeña. El peregrinaje debía tener lugar una vez por mes, con una convocatoria grande de la familia sureña que celebraba con días de anticipación el inminente encuentro. Cuando el dichoso fin de semana llegaba y la suerte estaba echada, yo intentaba sabotajes de último minuto alegando desde inopinados accesos de asma hasta malestares estomacales fuera de control. Desde luego, mis tretas fracasaron rotundamente y en el recuerdo me veo entrando a la picantería arequipeña devastado por el hecho de tener que sentarme a la mesa, pero aún más, aterrado ante la posibilidad de que siquiera una brizna de ají se colara en mi plato. Dos Sostiene el afamado cocinero Gastón Acurio que “sin ají no existiría comida peruana” y tiene toda la razón. Desde los fogones más modestos hasta las hornillas donde se cuecen las preparaciones gourmet que han puesto a nuestra cocina bajo los reflectores del mundo, el ají es un distinguido protagonista. Se trata de una antigua y bien cultivada relación, que a decir de estudiosos e historiadores surgió en los albores de las culturas prehispánicas, en las elevadas mesetas del Alto Perú, desde donde se extendió a todos los resquicios dejando a su paso una sabrosa estela. Porque no debe existir cocina local en la que no haya un espacio reservado para este fruto de la familia capsicum, cuyo apreciado picor proviene de la capsaicina, una sustancia con propiedades analgésicas, descongestionantes y bactericidas, y cuya ingesta se puede definir como un trance masoquista con final apoteósico. Su consumo simplemente estimula la secreción de endorfina, conocida como la hormona de la felicidad. El Perú es uno de los países privilegiados con la mayor variedad de ajíes y esto explica su presencia en buena parte de las preparaciones, algunas veces como ingrediente de base en ollas y sartenes, y otras como el complemento externo que redondea la contundencia del plato. En torno a las razones por las que el ají reina en las mesas peruanas, podríamos recoger algunas que el escritor mexicano Juan Villoro, en su crónica Dramáticos placeres: el chile mexicano, menciona al referirse a las también ardientes aficiones de sus compatriotas: “cuando le preguntas a un mexicano si algo pica, te dice que no, y tampoco conozco mesero capaz de advertirle a un comensal que la boca se le va a incendiar al morder un chile. Incluso se considera traición a la patria no reconocer su misión esencial: sacar intensas gotas de sudor en quien lo prueba”. Eso es: para los ajiceros de raza no hay límite en esta intensa exploración del averno gastronómico, de modo que nada les picará jamás y siempre tendrán la mirada puesta en la combustión de más alto octanaje. Pero además, tal como se consigna en Ajíes peruanos, sazón para el mundo, volumen editado por la Asociación Peruana de Gastronomía (Apega), el idilio entre el Perú y lo picante se sustenta en argumentos invencibles: El ají enciende el apetito y aporta sabor, chispa, gusto, calor y aroma a las comidas. El ají gusta porque es tan peruano como el pollo a la brasa o la chicha morada y por tanto es un sello de identidad. El ají es tradicional, parte de nuestra cultura, las ganas de probarlo se recrea en los genes. Por último, no todo es sufrimiento con el ají, pues al suplicio inicial en boca sobreviene un momento que trasciende lo puramente gustativo y alcanza una cota orgásmica. Amén. Tres Nadie puede querer lo que desconoce y durante buena parte de mi existencia mantuve prudente distancia del universo picante. Mi más grande audacia tenía que ver con el cebiche, plato al que siempre consideré único depositario de una cuota de rocoto o ají. Todo lo demás, dado mi ínfimo comercio con él, era desfigurado por el picor. Pero la hora de un encuentro serio y doloroso con el ají -para ser exacto con el chile- era parte de mi itinerario y debía llegar. Fue a punto de cumplir los 30 años en un barrio latino de la ciudad de Phoenix, en Arizona, adonde había ido para supervisar los trabajos de tres sinaloenses que acababan de cruzar a pie la frontera. Mi primo Marco, propietario del condominio, me dijo antes de dejarnos que había instruido a su administradora para que nos sirviera la comida en su debido momento. El debido momento fue las cinco de la tarde, cuando los hombres languidecían y se sostenían a duras penas con los helados que compré a un providencial candy truck que pasó cerca. Sentados alrededor de una mesa en cuyo centro humeaban las tortillas recién retiradas del comal, aguardábamos que nuestra anfitriona sirviera la sopa que terminaba de preparar mientras los berreos de sus cinco hijos menores de cinco años y unos corridos fronterizos urdían un fondo inquietante. La sopa llegó a la mesa tan caliente como las tortillas y me dispuse a dar cuenta de ella cuando advertí que no tendría cómo hacerlo: sobre la mesa no había cucharas. Me

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sentí corto de pedir una porque mis acompañantes casi se la habían acabado con la ayuda de las tortillas. Después de varios intentos logré encarrujar una de las piezas y pude dar el primer sorbo. La experiencia, confieso, fue terrible: aquella provocativa sopa roja con trozos de pollo picaba de manera inconcebible, al punto que la respiración se me cortó y luego me sobrevino una crisis de tos violenta que sólo pude contener varios minutos después ante el desconcierto de los sinaloenses, que pensaron que estaban asistiendo a mi muerte. Recobrada la calma, no me quedó más que hacer de tripas corazón y tomarme toda la sopa porque los zarpazos de la gastritis ardían por igual. Hubo desde luego estragos residuales, pero pasados unos días el feo recuerdo del instante en que probé la sopa de chile guajillo dio paso a una insospechada actitud de apertura: si ya había pasado por esa prueba de fuego, ¿por qué no seguirle el rastro a lo picante? Tal fue el inicio de cáusticos y gratificantes hallazgos que no han parado hasta el día de hoy. Primero con lo más ardiente del acervo centroamericano: chiles poblanos, anchos, jalapeños y uno que debe quemar como el mismísimo infierno -el habanero-, insustituible en los generosos burritos de medio metro del Chipotle, cadena de comida texmex que honra el nombre de otro venerable chile. Ya en el Perú, proseguí mi discreto proceso de retractación. Y en esta andanza el lanzamiento de ajíes y rocotos en sachets por parte de una conocida firma de alimentos industrializados confirmó mi preferencia por lo picante, pues contrariando a los conocedores pienso que estos productos lo ofrecen en la justa medida. Pero también he aprendido a hincarle el diente a rocotos en salmuera, salsitas de ají limo o arnaucho y a las uchucutas imprescindibles de la cocina del sur, todos ellos provocadores de sensaciones de mayor calibre. Ahora comprendo por qué una papa a la huancaína, un sudado, un ají de gallina, un cau cau, un adobo, y en fin, cualquier plato de nuestra suculenta cocina reclama su grado de picor. Es ese fuego, que en mi caso supuso un descubrimiento tardío pero valioso, el que les imprime una impronta de sabor único, irrepetible, memorable, inconfundiblemente peruano.

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Un poco de la vida en Jap贸n Desde el otro lado del mundo, una mirada sensible a este hermoso y desconocido pa铆s lleno de tradiciones, valores y flores. Escribe: Hanny Nemotto @HannyNemotto


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La mayoría de personas por no decir todos, los llaman chinos. Concepto erróneo porque lo chinos son de China, la palabra adecuada sería “Nippon”, es el término correcto para mencionar a los japoneses. Todo empezó hace muchos años atrás, desde que nuestra sangre arribó por el puerto del Callao en la república del Perú en 1899. La inmigración japonesa llegó con contratos de trabajo para el campo agrícola. Es la breve historia de por qué existen muchas personas con descendencia japonesa en Perú y es por lo mismo que ahora muchos de ellos podemos vivir en Japón. Somos extranjeros en un país completamente diferente al nuestro con un porcentaje de sangre nipona que corre en nosotros. -Amanece en Japón, 6:30 de la mañana e ingresan los primeros rayos de sol con fuerza por la ventana, no queda duda de que Japón es el país del Sol Naciente. También es hora de levantarse para empezar un día laboral de 12 horas diarias de lunes a sábado. El japonés en general es muy amable y hospitalario, pero la vida diaria puede ser muy exigente y estresante. Por lo mismo termina siendo muy diferente para cada persona. En Japón se almuerza al medio día aproximadamente. La comida japonesa tiene mucha variedad. Los platos más conocidos son el sushi, sashimi, yakiniku, yakitori, shabu shabu, tempura, okoyonomiyaki, ramen o un simple tazón de nooodles. La calidad de atención al cliente en Japón es exquisita. Primero te dan la bienvenida al entrar en la tienda con un alto y sonoro “irashaemaseeeee”, y se lo siguen repitiendo todo el rato y sin parar a todo el que entra. Te guardan la compra en las bolsas y no dejan de darte las gracias hasta que sales por la puerta con la inclinación de la cabeza como muestra de respeto. Se dice que a más inclinación más respeto. Yo he visto inclinaciones que han superado los 45 grados. El reciclaje en Japón es algo que cumplen con mucha responsabilidad todos los residentes, la basura se separa en bolsas diferentes que las venden en los supermercados del barrio. Cada tipo de basura tiene un lugar específico para tirarla: las botellas de gaseosas (limpias, sin tapas (que se colocan en una bolsa aparte), ni etiquetas y aplastadas, bandejitas de telgopor o tecnopor (limpias también), cartones de leche (limpios y desarmados), etc. Las bolsas con basura combustible (restos de comida, pañales, etc.) se tiran en fechas especificas según el barrio en el que vives. -En muchas ciudades de Japón, durante los meses de julio y agosto se celebra una gran cantidad de festivales de fuegos artificiales. Se llaman Hanabi, algo así como “Flores de Fuego” (Hana significa “flor” y bi, “fuego”). Dependiendo de cada ciudad, el espectáculo tiene una duración de una hora a hora y media. No escatiman en gastos y queman una cantidad de fuegos artificiales increíbles.

La gente va muy temprano y reserva su lugar. Hay juegos y venta de comidas a precios bajos. Se llevan todos los utensilios que se puedan imaginar, arman un picnic y tomándose una cervecita, esperan que la noche dé comienzo al espectáculo. Muchas personas vestidas de “Yukata”, una especie de kimono de verano, que casi todos los japoneses y algunos occidentales usan durante el Hanabi. Es tan común ver a una mujer con yukata como a un hombre. Por supuesto que los modelos y colores varían según el sexo, pero es muy pintoresco ver a las parejitas vestidas así. -Y cómo no hablar de la flor que representa a este hermoso país: el Sakura. ¿Qué es el Sakura? Sakura es el nombre que se le da en Japón a la flor del cerezo. La palabra también se utiliza para referirse a tres especies de plantas del género Prunus. Los árboles de cerezo permanecen forrados únicamente de hojas verdes y desnudos durante el invierno; pero hacia el inicio de la primavera, florecen, transformándose así en un verdadero hito para el pueblo nipón. Nadie es inmune al poder de las estaciones en Japón y cada una que comienza es sinónimo de festejos. Durante el florecimiento del Sakura, los japoneses salen a celebrar haciendo picnic y bebiendo sake debajo de los cerezos florecidos. Esta tradición es conocida como hanami (hana significa “flor” y mi, “mirar”). Es algo así como reunirse con amigos para mirar las flores. Cada estación tiene su encanto, su festejo y su color. Así con el otoño, el país se tiñe de colores rojizos, la primavera elije un rosado pastel para festejar su llegada. El Sakura no dura los tres meses de la primavera sino apenas unas dos semanas máximo. Creo que su encanto tiene bastante que ver con eso, con su carácter efímero. Solo durante esos días Japón se viste de un rosa pastel y los nipones vuelven a sacar sus cámaras para captar la mejor imagen. A veces rosado, y a veces más blanco, así son los colores del Sakura. Pasados los 10 o 15 días del florecimiento, las hojas del Sakura comienzan a caer. ¡Es como ver nevar en primavera! Las hojas son tan diminutas que parecen pequeños copos de nieve. Es realmente hermoso y bien japonés. El Sakura no es simplemente árboles florecidos, el Sakura conecta a los japoneses con la naturaleza de una manera muy genuina. Me gusta el Sakura y, por sobre todo, cómo lo viven. -Amo el Perú pero siento que Japón es un gran país, por los valores que tienen y aprenden desde pequeños. Cerca a mi casa vive una obasan (abuelita) que tiene sus chacras de cultivos de verduras y ella vende sus propias cosechas en un pequeña vivienda prefabricada, muchas veces ella no se encuentra ahí, pero hay un cajita para meter el dinero de lo que uno se esté llevando, es un gran ejemplo de HONESTIDAD, HONRADEZ y SINCERIDAD (shoojiki).

“Nadie es inmune al poder de las estaciones en Japón y cada una que comienza es sinónimo de festejos y colores”.

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Prensa, ron y películas piratas A proposito del “periodismo gonzo” Escribe: Eloy Jáuregui @ eljauregui

Johnny Depp se ha tomado 161 botellitas de whisky en medio de prostitutas, salsa y el sol de la playa. Depp es Paul Kemp, un periodista norteamericano que vive en San Juan de Puerto Rico a principio de los sesentas. Un free lance recién salido de la Fuerzas Armada de los EE.UU. y que desea destacar en el diario The San Juan Star. Depp nos muestra una constante en el universo de la prensa de ese entonces. Él es un novelista sin libro y por lo tanto un borracho solitario metido a reportero. El periódico está a punto de cerrar y todos cohabitan entre el calor de “la isla del encanto”, el sórdido deseo arrecho, el trago y la desazón genética. Es una película, cierto, pero es verdad. La ficción siempre es verdad, y no lo voy a explicar otra vez. En el film de Bruce Robinson, “Los diarios del ron”, Depp le rinde un homenaje a su amigo Hunter S. Thompson, el profeta del periodismo “Gonzo”, un jijuna. Es una ‘aguaitada’ a un episodio que vivió el primer Thompson. Un film de periodistas. Intento donde la magia del cine resulta infructuosa. Todas las películas desde el periodismo resultan un acto fallido. Las hacen sujetos que supones que ser hombre de prensa es andar de Quijote. Se equivocan. Así como no hay grandes películas sobre el fútbol tampoco existen películas memorables sobre la gente de prensa y su medio. Antes de cualquier cosa, resultarán aburridas y nada de lo que cuentan es cierto. En el cine todo lo cierto es falso y al revés, y no lo voy a esclarecer otra vez.

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La película al final es un laxante ético y finaliza como un mamarracho sintético. Queda la vida de Depp o de Hunter S. Thompson como muestra médica, y las sentencias: “no dejes que la realidad te estropee una buena historia” y el “no dejes que la ficción se pierda una buena historia real”. Y Thompson sabe del equilibrio que nace del hecho de que la realidad le gana a la ficción, pero a su vez necesita de las herramientas de la ficción para que su verdad resplandezca. Paja, Thompson cada vez está confrontando a los periodista de diferentes grupos sanguíneos. Esos insensatos de la sección política, los obtusos de espectáculos y deportes, los inhumanos de economía y el resto, aquellos que escriben crónicas y los que redactan el horóscopo, que son lo mismo. Una verdadera jauría altanera y sin caldo de fondo. Qué es el periodismo gonzo La palanca nietzscheana de “vivir peligrosamente” (es decir, a forro) para soñar con un vómito de imágenes y metáforas y pesquisas, que se plasmen luego en una crónica, obvio sin que antes no te pudra una incontinencia de bilis, es la máxima de Thompson. ¿Y qué carajo es “gonzo”? Cierta vez Thompson dijo que no sabía. Estaba borracho de solemnidad. Para unos es un concepto que deviene del italiano para calificar a alguien de “bobo”. En el Perú se diría “pavo”. Y también habla de una sana costumbre de los irlandeses afincados en Boston, aquellos que son capaces de tenerse en pie cuando el resto de sus compañeros de borrachera ya están “hechos”, derrumbados, orinados por los perros. En el libro “El escritor gonzo” de Anagrama 2012, Thompson trata de explicar su fórmula. Dice que como es una suerte de canto total debería leérsele como quien escucha una ópera bastarda en un ambiente cuadrafónico. Que para apreciar su valor uno tiene que ubicarse en una habitación amplia, si es por la tarde mejor, con fuego en la chimenea y si hay estímulos de “drogas & música”, mucho mejor. Huevadas. Digo yo. Si uno quiere leer, mejor en las mañana. Si uno quiere escribir, mejor en las mañanas. Y si uno quiere hacer el amor “sincompasión” y con la más fogosa pasión, mejor en las mañanas. Como ‘Papá’ Hemingway. El periodismo antes que oficio o profesión es un desafío apasionante y reto mortal. Estar frente a una página/pantalla en blanco ya es un trance. Cada periodista deberá ganarle al otro. Con sabiduría e ingenio. Con investigación y creatividad. Con inmersión y originalidad. Thompson lo sabe como cualquier redactor de Trome --el “diario papá”, que según la agencia KPMG, es leído por más de 2 millones de personas todos los días--, que ejecuta una rutina de mostrar/enseñar lo que los otros desconocen. El periodismo así, genera chiflados como Thompson igual que produce una recua de intonsos que son emperadores del lugar común y la estupidez. Leer periodismo “gonzo”, no obstante, es una brisa refrescante pero con olor a pescado podrido. Sin embargo vale la pena el esfuerzo en un universo mediocre que reitera lo que dice la vieja y putrefacta prensa tradicional. El cine de periodistas Hay dos películas peruanas sobre el periodismo que me gustan. “Reportaje a la muerte” de Danny Gavidia –bien Diego Berti y mejor Marisol Palacios—que narra el famoso motín en El Sexto y que cuenta desde ese infierno un romance chicha entre un camarógrafo y la reportera que termina en el ring de las cuatro perillas. No es cierto, desconozco mayormente. La otra es del gran Pancho Lombardi, “Tinta

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roja” homónima a la novela del chileno Alberto Fuguet. Drama duro en la redacción de un diario limeño. Mezcla de “Última hora” y “La Tercera”, cuando los periodistas eran bohemios y no los yuppies que hoy adormilan en las redacciones de descafeinadas de hogaño. Ni los periodistas somos tan sórdido ni tampoco unos santos. Todo lo contrario, existimos como cualquier hijo de vecino solo que con más angustias y menos plata. Yo ingresé a mis tiernos 24 añitos a la redacción de un periódico con gente cuajada por no decir maleada. No tomaba, apenas jugo de papaya. Belaunde había regresado para su segundo gobierno en 1980 y había como una primavera democrática en el Perú hasta que apareció Sendero Luminoso y ahí se jodió la cosa. El famoso “Chivo” Castillo me dio su secreto y el ron me convirtió en un tipo duro. Desayunaba con Pomalca y la cortaba con Cartavio ante el espanto de mis papás. “Es que así me hago experto en la ‘pirámide invertida’ y uso de los adverbios”, les decía. Fui ahijado de Paco Landa y ese bautizo duró una semana y terminó con ‘jalapato’. Nunca fui el mismo. ¡Ah, los periodistas! A propósito, en estos días se estrena la segunda temporada de ‘The Newsroom”, la serie de televisión creada por Aaron Sorkin para HBO. El rollo cuenta cómo se vive en un informativo de un canal de noticias norteamericano 24 horas al estilo CNN. Este año regresará también a la BBC “The Hour”, serie ambientada en un informativo semanal a finales de los 50. ¿Interesa qué miércoles le sucede a la gente mientras trabaja en la televisión? Me llega. Prefiero una serie sobre trabajadores de construcción civil o sobre la rutina de los gym de Chacarilla del Estanque. Pobre la televisión Yo mismo fui periodista de televisión y hasta llegué a productor periodístico en un programa de reportajes de los domingos en un canal del que no quiero hablar. Su dueño, Genaro Delgado Parker quien con amenazas me quiso obligar a preparar un reportaje sobre el negociado de la compra de aviones Sukhoi a Bielorrusia por el gobierno peruano en 1997 con Fujimori y Montesinos. Cierto, me negué. Era un robo escandaloso que repartía millones a los dueños de todos los canales de televisión. Yo hice el reportaje diciendo que aquello era una ratería. Obvio, no salió. Ese domingo me botaron acusándome de antipatriota. Yo los mandé a la mierda y me quedé pateando latas. Al mes me divorcié. Mi ex esposa no soportó verme lejos de la televisión. Pobre. En el caso de “Sala de Prensa o “The Newsroom”, su creador Aaron Sorkin nos muestra cómo se vive detrás de cámaras de un popular programa de noticias por cable en el canal ficticio ACN Network. Es gente “rara” desde el nuevo productor ejecutivo, el equipo de la sala de prensa y el jefe de la división. Hay un primer día de locos. Todos, no obstante, están comprometidos en una misión patriótica enfrentando los obstáculos corporativos, comerciales e incluso a sus propios dramas personales. Sorkin, que es un gran escritor y curioso, investigó en muchos programas de noticias de cable y se metió en el MSNBC’s , convivió con Chris Matthews el del programa “Hardball” así como departió en los sets de Fox News Channel y CNN. En su equipo está el veterano actor Jeff Daniels. Fiero y mañoso, le da vida a Will McAvoy, el conductor y periodista respetado y controversial, un auténtico republicano caleta. Emily Mortimer es MacKenzie McHale, una mujer de calzón duro. El resto son periodistas y sus enemigos, los gerentes. John Gallagher Jr. en el papel de


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James Harper, Alison Pill caracteriza a Maggie Jordan, y Dev Patel, interpretando a Neal Samp. Todos son una manga de chiflados. No obstante, todos son la gran reserva de las series y películas norteamericanas: los actores secundarios. Sin ellos, EE.UU no tendría reservas éticas ni canteras inmorales. El imperio informativo En estos días analizo el tratamiento del conflicto en Siria y lo comparo con los detalles que encontré viendo mi copia pirata. “¿Qué hace de América el mejor país del mundo?”, pregunta un espectador al principio de “The Newsroom” a Will McAvoy. “Estados Unidos lidera el mundo en tan solo tres cosas: el número de ciudadanos en la cárcel, el número de adultos que creen que los ángeles existen y en el gasto militar”. Es una verdad pero parece mentira. Aaron Sorkin nos demuestra cómo funcionan las instituciones en los Estados Unidos. Cómo opera la prensa en general ahora mismo, en tiempo de elecciones. Es retazo de la misma tela. Esa historia que está narrada en “Ciudadano Kane” de Orson Welles, el clásico del cine, considerada como la mejor película de la historia sobre el magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst. Y es también “Todos los hombres del presidente” de Alan J. Pakula sobre el ‘caso Watergate’ y los periodistas Woodward y Bernstein destapando la olla republicana del mismísimo presidente Richard Nixon. Es “Buenas noches y buena suerte” de George Clooney que cuenta el conflicto entre el periodista Edward R. Murrow con el se-

nador Joseph McCarthy, ambientada en los primeros años del periodismo televisivo. Y déjenme recomendarles con pinzas “Frost/Nixon” de Ron Howard. Homenaje al periodista que fue el británico David Frost muerto el 1 de setiembre del 2013 quien entrevistó a Richard Nixon luego del caso Watergate y cuando había permaneció en silencio por cerca a un lustro. El film describe esas horas en 1977 con un atribulado Frost, periodista de cuarta y que en realidad era apenas excéntrico presentador. En resumen, me quedo con “Días de radio” del mejor Woody Allen. La influencia de los medios en el Nueva York de la Gran Depresión. Donde hacen el amor la idolatría de los oyentes y las ilusiones de las estrellas de la radio. Bellamente sórdida. Finalmente, cuando se le pregunta a Aaron Sorkin si nos va a mostrar la podredumbre de la prensa en EE.UU dice: “Ahí están cadenas como Fox; y siempre que digo esto me acusan de rojo. Lo que no entienden es que mi problema con Fox no es su ideología republicana. Mi problema es que mienten y con sus mentiras no hacen otra cosa que engañar al espectador. Son varias las encuestas que demuestran que en EE UU el público peor informado es el que sigue Fox News. Están peor informados que los que no escuchan las noticias. Eso les hace muy peligrosos. Somos una gran potencia armada y muy desinformada. Es culpa de los periodistas que no insisten en lo que deben, que no preguntan lo necesario en lugar de preocuparse por los índices de audiencia, y también de los espectadores, que nunca deben ser el elemento pasivo de la ecuación”. Ni hablar, a meternos a esta “Sala de prensa”.

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díatreinta • diciembre 2013

¿Y la educación sexual? La sexualidad es tan vieja como el ser humano y, sin embargo, frente a ella seguimos siendo los mismos ingenuos e irresponsables de siempre.

Ilustración: Evolución de la humanidad Milo Manara / milomanara.com

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Escribe: Orietta Brusa

De vez en cuando, no sabiendo en realidad donde dirigirse, el gobierno se sale con uno de sus delirios. Uno de los más recientes es la prohibición del aborto hasta cuando está en peligro la vida de la embarazada. En defensa del embrión (la mujer no es vida). El otro, dejar a los padres la tarea de enseñar educación sexual a sus retoños. Este proyecto es más divertido que el anterior ya que no mata a nadie. No mata pero sí deforma. El 75% de víctimas de violación sexual en el Perú son mujeres menores de edad y la mayoría de atacantes son personas conocidas por la víctima, reveló un estudio que recoge información de la última década. La cuarta parte de las violaciones contra menores son cometidas por parientes cercanos, el 12% por el padrastro. Asimismo, el 93% de las personas agredidas son mujeres, y es más probable que la violación ocurra en el hogar que en la calle. “La probabilidad de que te viole un taxista en la calle es brutalmente menor a que te viole un familiar consanguíneo en cualquier hora del día”, afirmó el antropólogo Jaris Mujica, autor del libro “Violaciones Sexuales en el Perú 2000-2009.“ En este periodo se han registrado 63 mil 545 denuncias al respecto. La tasa de denuncias es de 44 por cada 100 mil habitantes. Claro que, quien comete estos abusos, enseñará también a la víctima a callarse. Peor aún: las mujeres de la familia, sobre todos las madres, defienden al violador porque es “hombre”, porque sin él no saben cómo salir adelante, porque ha sido el comportamiento de la chica que lo provocó, etc. Hay también la escuela de pensamiento de las descendientes de María, la palestina: las madres vírgenes. Nunca tuvieron sexo y, si lo tuvieron, no lo disfrutaron. Se acuerdan solo de cuánto sufrieron para parir pero no de cuánto gozaron para concebir ya que una mujer decente no goza de su sexualidad, soporta la del esposo para poder tener hijos. Muchos son los padres machos de verdad que, también sin ser violadores, son orgullosos de las hazañas de sus cachorros (machos) y celosos como maridos de la vida extrafamiliar de las hijas que se resignarán a respetar solo cuando las infelices serán propiedad legal de otro macho. Lo que piensa la gente, la ignorancia completa de la fisiología (“Dios me ha dado un hijo”, elevando una trivial relación biológica hasta la divinidad), el desinterés para la psicología como por cualquier otra ciencia, la doble moral, los principios de una religión que se inspira en un libro de hace 3,000 años y en los preceptos de una curia formada por machos castos que no ha cambiado mucho desde el 1800, son las bases sobre las cuales va a fundarse la educación sexual que puede dar la mayoría de los padres.

CRÓNICAS MARCIANAS

Agreguemos el rol principal de la mujer que, sobre todo en los países emergentes, es el de esposa y madre. La imagen de la profesional es todavía algo de muy formal. De hecho, el embarazo temprano afecta principalmente a las mujeres adolescentes con educación primaria 33.9 %, de las que viven en la selva 25.3%, de las que se encuentran en el quintil inferior de riqueza 22.4%, y en el área rural 19.7%. ¿Qué porcentaje en la Universidades de la costa? Si las jóvenes universitarias, o preuniversitarias, cuidaran más de su futuro, cuidarían más de su presente, sin esperar un adulto conformista que le enseñe cómo no embarazarse. Además, para muchas mujeres, el matrimonio es la solución de todo y su relación con la pareja es centro de la vida. Pero, por lo que concierne la educación que hasta ahora ha proporcionado el colegio, no estamos mucho mejor. En fin ¿Quién va a enseñar este curso? ¿Biólogos, médicos, sexólogos? Por supuesto que no: profesores y profesoras de lengua, matemáticas, inglés, religión que son padres y madres con todo su equipaje de prejuicios, idiosincrasias, ignorancia. A veces, con la censura de Cipriani que nunca se resiste a meter su pico en algo que ni de lejos le concierne. Las quejas de muchos estudiantes que he entrevistado sobre este tema, es que la educación sexual es un cursillo perdido entre la planificación familiar (anti embarazo) y la biología (funcionamiento de útero, ovarios, testículos, etc.). Pero esta “educación” nunca se preocupa de cómo se producen los distintos roles, bajo el peso de una sociedad neoliberal que, más que nunca, necesita la división de género para que siempre haya mano de obra barata y consumidores. Necesita de esta división porque, negando los derechos más elementales a las madres, engaña a las pobres obteniendo la reproducción gracias a heroínas y mártires listas para el sacrificio. Todavía existen chicos que exigen la prueba de amor, así llaman los pequeños cavernícolas una relación sexual. Lógico que la llamen así con toda la importancia que le dan curas, padres, maestros. Y las chicas se la creen y además se embarazan porque, siendo vírgenes, no se atreven a pedir el condón. Tienen que aparecer ingenuas y poco precavidas. El amor no se mide ni se controla. ¿Y si las mujeres, más o menos jóvenes, se volvieran autodidactas? Primero se caería el negocio: expertos de TV, revistas para mujeres, tiendas con artículos para bebés, disfraces de novia, la parafernalia estética, y bebés, bebés, bebés… todo al tacho. Segundo: tendríamos que organizar expediciones hasta la Antártida para encontrar los millones de egos masculinos perdidos. A ver si alguien las va a auspiciar.

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díatreinta • diciembre 2013

Todas las caras de Daniel Economista, empresario, cineasta y escritor. A Daniel Rodríguez Risco muchos trujillanos lo recuerdan como el joven empresario de 24 años que fundó el ITN, Fleming College y luego UPN y que luego incursionó en el cine y la narrativa con cierto éxito . ¿Quién es realmente este personaje?

Escribe: Aquiles Cabrera @Higadex

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díatreinta

“A los 38 años tuve una crisis vocacional. Era empresario. Había fundado dos universidades, dos institutos tecnológicos y dos colegios particulares. Me iba muy bien. Vivía en una mansión en Trujillo, rodeado de choferes, secretarias… venían a visitarme congresistas, embajadores… la verdad que me iba muy bien, pero era una persona absolutamente infeliz. Un día dije: Ya no doy más, y a los 38 dejé todo eso y vine a Lima a hacer cine”, dice Daniel con la naturalidad y orgullo de un niño que te cuenta sus logros escolares.

Daniel Rodríguez parece un tipo normal, un tío “buena gente”, un caballero cortés. Desde un principio me pidió amablemente que no lo trate de usted. Detrás de su despreocupada sonrisa se esconde un maniático del orden, un jefe temible y excéntrico, un joven emprendedor, empresario y exitoso, un lector exhaustivo de 4 a 8:15 de la mañana, literato oscuro de 8:30 a.m. hasta el medio día, tenista apasionado de 1 a 2 de la tarde, economista puntilloso que revisa sus negocios y finanzas de 3 a 5 p.m., cineasta incomprendido hasta las 7 de la noche... Y luego, un tipo normal, un padre de familia o un buen amigo que ve películas o sale a la calle a comer y distraerse. Daniel me asegura que su vida transcurre de una actividad a otra los siete días de la semana. “Soy una persona que cree que el descanso es cambiar de actividad, para mí descansar no es dormir o tirarme en la playa, para mí descansar es hacer algo distinto, entonces, soy como una especie de doctor Jekyll y mister Hyde, tengo doble personalidad”, afirma mientras lo miro perplejo pensando que su vida más se asemeja al Tractat del lobo estepario que a la mítica novela del escocés Robert Louis Stevenson. Definitivamente Daniel Rodríguez no es un tipo normal. Terminó el colegio a los 14 años, lo adelantaron por sus excelentes notas, a esa edad ingresó a la Universidad Agraria, pero estudió Economía y Administración en la Universidad de Missouri - Rolla. A los 19 años ya se había graduado como economista. Era una máquina de estudiar. Le interesaba mucho la literatura, el cine, la empresa y la educación. Pero era joven y se enamoró de una chica de Islandia, vivió con ella un año en aquel país. A los 20, estudió Cine en Barcelona. Vivió experiencias que la mayoría de personas viven a los 30, o mejor dicho, nunca. A los 22 volvió al Perú para estudiar literatura en la Universidad Católica pero no acabó la carrera. Trabajó para el grupo Apoyo en las revistas Debate y Perú Económico. En el año 80 fue editor de un suplemento económico producido por Apoyo y publicado en el diario El Comercio llamado Oikonomos. A los 23 años ya era profesor de economía en el Centro Pre universitario de la Universidad de Lima. “Ahí se me ocurrió la idea de fundar un instituto”, recuerda lleno de alegría. En aquel momento le pregunto, ¿por qué Trujillo?, en 1983, ¿cuál fue la visión? —Muy simple. Mi padre tenía un local alquilado a unas personas que no le pagaban. Él me hizo una propuesta: si logras desocupar a estos inquilinos, yo te alquilo el local para que hagas tu instituto. Entonces me fui a Trujillo. Dicho local queda en la Av. Del Ejército. Daniel comenzó a visitar los demás institutos, no existían las universidades privadas, solo estaba la Universidad Nacional de Trujillo, en la que los pocos que lograban ingresar, tenían que esperar dos años y medio para poder matricularse y empezar clases. — ¿Y los demás institutos? —Me parecieron bastante informales, por ejemplo, decían “las clases inician el 8 de mayo”, y comenzaban el 3 de junio. A veces incluso ni les pagaban a los profesores. No había una calidad en el servicio. Entonces dije, ¿por qué no crear un instituto que justamente sea todo lo contrario?, ¿qué mejor nombre que ponerle “El instituto Serio”? Los alumnos usaban corbata, las chicas corbatina, pullover color ladrillo, falda debajo de la rodilla, sin maquillaje. Era como una escuela militar. Todos los profesores debían entrar con terno. Algo impensable en esta época. Cuando Daniel cumplió 25 años de edad ya tenía 6 mil alumnos matriculados en su instituto. ** En 1987, el año que Alan García anunció que estatizaría la banca, Daniel viajó a Paraguay. Vivió un año en Asunción. Allí formó el Instituto Tecnológico de Asunción. “Funcionó muy bien, fue muy gracioso porque utilizábamos la misma publicidad que la de Trujillo, solo le cambiábamos la locución, los trujillanos aparecían hablando guaraní en comerciales en Asunción. Nunca nadie lo supo”, dice entre risas.

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Los spots de los que habla Daniel fueron producidos por la agencia publicitaria “Tren de comunicaciones” que él mismo había fundado para este propósito. Para ello trajo a un creativo de España y un director argentino. Fueron, quizá, los primeros spots de TV realizados en la ciudad de Trujillo. El colegio Fleming En el verano de 1990, los señores Daniel Iturri, Winston Barber y Ricardo de Montreuil se encontraban en el balneario Las Delicias cuando se toparon con Daniel. Allí le contaron que había un gran descontento de los padres de familia trujillanos con la calidad educativa de los colegios tradicionales. Le dijeron que había llegado la hora de crear un nuevo colegio de calidad para que estudien sus hijos. Así nació la idea de fundar el Fleming College. (Tomado del discurso Fleming: 20 años. Daniel Rodríguez. Trujillo, setiembre de 2011). “La idea resonó en mi cabeza unos días y finalmente decidí contársela a un amigo con el que siempre nos reuníamos para hablar de proyectos: David Fischman. A David –que por entonces ni siquiera intuía que terminaría siendo el gurú del liderazgo que es hoy en día– le gustó la idea de hacer un colegio y me propuso sumar a su hermano Roberto al equipo. Roberto es un hombre práctico que nos ayudará a aterrizar el proyecto, pues tú y yo somos demasiado soñadores”. El Fleming también sería diferente. Daniel empezó a visitar los mejores colegios de la ciudad. Todas las puertas se abrían para el joven promotor del instituto más exitoso. El gran descubrimiento fue que todos estos colegios se parecían bastante entre sí. Así que decidieron hacer lo opuesto. Si estos colegios eran católicos; el Fleming sería laico. Si atendían sólo a hombres o mujeres; ellos serían mixtos. Si valoraban mucho la tradición; ellos serían innovadores. Si enseñaban pésimo el idioma inglés, ellos enseñarían inglés de la mejor manera. “Con las disculpas a Sir Alexander Fleming, el nombre lo pusimos con David Fischman porque sonaba tal como se escribía. Su pronunciación no era difícil, era serio, y tenía fácil recordación”, me cuenta Daniel como quien confiesa una travesura. ** Del cole a la Universidad “La UPN se creó exactamente un minuto antes que la UPC”, dice Daniel y a estas alturas de la conversación si él decía que había encontrado la piedra filosofal, le hubiera creído. “El congreso votó la creación de la UPN y un minuto después votó la creación de la UPC. Yo mismo hice el lobby durante un año con un equipo de abogados. Son hermanas gemelas, las fundamos con David Fischman y un grupo de socios”. A los dos años vendió sus acciones de la UPC. “Esa universidad consumía mucho dinero y yo necesitaba dinero para sacar adelante la UPN”. Decidió quedarse en Trujillo, en aquella época ya tenía una mansión en Moche, familia, choferes, era visitado por embajadores, pero... y aquí comienza la historia, era un hombre muy infeliz, así que decidió dejarlo todo e irse a vivir a Lima. De la universidad... al mundo de los sueños. A los 38 años fundó la productora Cinecorp. Hizo un corto llamado El Colchón, le fue muy bien, viajó a Grecia, a Es-

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paña, a Francia. Ganó muchos premios. Después hizo un segundo corto: El triunfador. También le fue bien, se vio en todo el mundo. Luego llevó un curso de dirección de actores en Cuba. A los 40 años, dos años después de decidirse a vivir su verdadero sueño, le ofrecieron una beca para estudiar una maestría en cine en la New York University. “Me convertí en el perro de los alumnos de segundo y tercer año, porque allá era como una carrera militar, tienes que cargar cables, rieles, ir a comprar las donuts para los gringos, preparar los cafés, tirarme en un charco con la cámara a las 3 de la mañana con nieve… y de pronto, de ser rector, terminé en los zapatos del alumno, chicos arrogantes de 24 años”. ¿Qué fue lo más importante que aprendió de esa experiencia? Yo venía de un mundo donde era el rector de la universidad, mandaba a todos, y de pronto estaba allá, levantándome a las 4 de la mañana para cargarle a un gringo los rieles del dolly, y eran cámaras de cine bien pesadas. Pasaba todo el día en un parque congelándome cargando estos rieles, aprendiendo cómo se hacían las películas. Ahí me di cuenta de que al alumno le interesa un pepino quién es el rector, quién es el vicerrector, los decanos, los convenios. Lo único que le interesa al alumno es que el profesor que le toque le transmita algo que sea útil, y también que los equipos que tiene la universidad funcionen y le sirvan para poder hacer sus trabajos, nada más. Entonces, mi experiencia como alumno me permitió enriquecer nuevamente mi rol como rector. Al mismo tiempo mejoré mis habilidades para filmar películas. Me fui a Tailandia, filmé una película en Chiang Mai, que es el Trujillo de Bangkok. Mi director de fotografía era tailandés, Tanon Sattarujawong, le decíamos Non. Hablo en pasado porque ahora es un monje budista. Me he quedado sin director de foto. Ha dejado la vida mundana para siempre, es un hombre que se ha despojado de todas las posesiones materiales y vive mendigando la comida, no tiene ningún bien material y todo el día está en meditación buscando el nirvana. ¿El cine te ha hecho feliz? El cine me ha liberado, es como la literatura, una forma de expresión. Es como una terapia sicológica también, una necesidad expresiva que yo tengo, la derivo a través de la literatura o a través del cine. Cinecorp hizo la producción de Altiplano, una película en la que se invirtió 4 millones de dólares, es el filme más costoso que se haya hecho en el Perú, Magaly Solier fue la protagonista. ¿Alguna vez el empresario y el director de cine se vieron enemistados? Cuando estrené la película El Acuarelista en Trujillo, decidí ponerme el seudónimo: Daniel Ró. No quería que me vieran como el rector Daniel Rodríguez dirigiendo una película. Fue gracioso porque en el diario La Industria, en un mismo día salí en la portada como Daniel Ró presentando mi película, y también aparecía en la página de economía, en terno, como rector de la universidad. Era como dos personas con diferente nombre pero era yo mismo, al final abandoné el seudónimo porque no pegó, el DVD de la película salió como Daniel Rodríguez, ya no tengo conflictos.


diciembre 2013 • díatreinta

¿El artista se ha comido al empresario? Sí, totalmente, cada vez me interesa menos el tema empresarial, hace tiempo que no compro un libro de empresa. Cuando era niño mi padre siempre me impulsó a ser mi propio jefe y he hecho todo lo posible por demostrarle eso. Creo que lo he hecho bien, que cumplí mi tarea. El mundo artístico es ahora lo que me apasiona. No podría trabajar para nadie. Si en este momento todas mis empresas se van a la quiebra, preferiría vender sánguches de pollo en la esquina a trabajar en un banco. ¿Qué más hizo como empresario para cumplir con el mandato de su padre? Entré en hotelería, la casa donde antes vivía es ahora un hotel, se llama “De Sol y Barro”, estoy buscando venderlo. Hice el grifo Amigo, ese grifo lo hice con Cecilia Mannucci y Ricardo Morel, ahora pertenece a Shell. También estoy metido en minería, soy socio de la minera Chimú.

¿Por qué no se encuentra nada de información sobre ti en Internet? La verdad es que no me interesa, mi hija me convenció de abrir una cuenta de Facebook pero nunca más volví a entrar. En la computadora solo sé usar Word, Google y enviar correos electrónicos. No tengo más tiempo, me dedico a vivir, a hacer las cosas que me gustan. A futuro, ¿te ves como un monje budista? (Daniel suelta una sonora carcajada). No, pero digamos que a medida que pase el tiempo voy a estar más dedicado solamente a escribir y a hacer cine, los negocios van a ir desapareciendo. El año que viene vamos a filmar un thriller psicológico con elementos de terror llamado El Vientre. Cinecorp también va a incursionar en televisión con una serie novelada de 40 capítulos. Pero a mí me interesa en primer lugar la literatura. Tengo un libro de cuentos listo para ser publicado, se llama “La chica del tenis” y estoy terminando de escribir una novela.

El empresario debe encontrar espacios, una demanda que no está siendo atendida, ese es un espacio para actuar, para crear algo. El empresario que piensa que está buscando el dinero como un fin, no lo va a encontrar nunca. Al alumno le interesa un pepino quién es el rector, los decanos, los convenios. Lo único que le interesa es que el profesor que le toque le transmita algo que sea útil, y también que los equipos que tiene la universidad funcionen y le sirvan para poder hacer sus trabajos, nada más. Mi hija me convenció de abrir una cuenta de Facebook pero nunca más volví a entrar. En la computadora solo sé usar Word, Google y enviar correos electrónicos. No tengo más tiempo, me dedico a vivir, a hacer las cosas que me gustan. El empresario tiene que ser desprejuiciado, buscar cómo solucionar problemas a un grupo de personas, o cómo crearles una nueva necesidad, mirar las cosas y cuestionarlas todo el tiempo, y ver qué es lo que está faltando. No podría trabajar para nadie. Si en este momento todas mis empresas se van a la quiebra, preferiría vender sánguches de pollo en la esquina a trabajar en un banco.

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PORTAFOLIO: Viaje al Colca por: Gerado Cailloma



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Pacorita Según Martín Adán, los locos están en la calle y los cuerdos en el manicomio. Pacorita y su pañuelo rojo no están ni dentro ni fuera, sino en el recinto donde se alojan los recuerdos más remotos y entrañables. Escribe: Alberto Alarcón Ilustraciones: Cristian Palacios

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Hoy recordaré a uno de los loquitos de mi infancia, en Talara, cuando esta ciudad era una réplica de los villorrios de la Norteamérica del sur: casas de ladrillo expuesto, alineadas de dos en dos, con un amplio jardín y un corredor con hamaca; casas separadas por arena muerta, con amplias ventanas y techos planos, desde donde los niños nos arrojábamos en un juego prohibido que aunaba el miedo a la altura y la alegría de caer sin hacernos daño. ¡Ah, los loquitos de mi infancia! Ellos y las primeras travesuras, los primeros amigos, los primeros amores, los lugares donde ocurrían las leyendas de terror contadas por los padres, los sitios peligrosos que atraían como un vaho de serpiente, forman parte de ese retablo maravilloso que son los recuerdos de la infancia. Mis loquitos de esta época son dos: la María Cajetas y Pacora, o mejor Pacorita, como lo llamaba mi madre. La María Cajetas era una mujer cuarentona y enjuta, cuya obsesión era rodearse de grandes cajas de cartón, de esas que los comerciantes botaban en las puertas del mercado luego de vaciarlas de su contenido. La recuerdo vestida siempre de blanco, peinada con un moño impecable y dos alegres chavelitas sobre una de sus orejas, rodeada de sus cajetas y sentada sobre un banco paticojo, con los brazos cruzados, como una novia lista para su viaje de bodas. Era una loquita sin delirios, serena, dedicada sólo a mirar el paso del tiempo y de los transeúntes, ajena a todo. Parecía una extraña virgen cartonera en el centro de una ciudad sonámbula, sobre cuyo cielo pasaban, de rato en rato, bandadas de cormoranes que partían del mar. Pero no abundaré sobre ella, dejémosla allí, con sus ojos pequeñitos mirando para adentro, y pasemos a ocuparnos de Pacora, o mejor Pacorita, como lo llamaba mi madre. Mi barrio, o parque como se llamaba entonces, era el 73. Allí empezaba la pequeña ciudad de Talara que terminaba casi a orillas del mar. Sobre mi barrio se levantaba un gran acantilado conocido como el Tablazo, ahíto, arriba, de pedregones amarillentos, y de blancas dunas cerca de nuestras casas. A la izquierda, pasando la carretera que bajaba de El Tablazo: una gran extensión de arena, con pequeños trechos gredosos, donde imperaban grandes arbustos de vichayos y unos cuantos algarrobos. Ese era el lugar donde los mozalbetes, desobedeciendo a nuestros padres, íbamos a cazar lagartijas o a hornear camotes mientras conversábamos sobre cosas reales o inventadas. La arena era suave como el seno de una madre, la sombra un alivio de

la canícula, y el aire que arrojaban los algarrobos o el ir y venir de las hojas de los vichayos una invitación a la siesta placentera. Allí, sin embargo, éramos furtivos invasores, pues ese era el reino de Pacorita. Allí, en el más grande y frondoso de los vichayos, vivía él, ermitaño y silencioso. Lo veíamos salir muy temprano y regresar a su arbusto cuando la tarde empezaba a morir. Tiempo después, me enteraría de que Pacora es un pueblo de Lambayeque; que de ese pueblo de chirimoyales había llegado Pacorita a Talara, y que por eso lo llamaban así. Si bien era lambayecano, comentaban algunos, no había llegado por tierra sino por mar, pues había sido marinero en uno de los muchos barcos cargueros que llegaban al puerto. Sea como sea, al amanecer, se lo veía desde lejos, al pie de su vichayo, alistándose para salir a recorrer las calles de Talara. Empezaba por mi barrio y se detenía en mi casa, donde mi madre le obsequiaba el humeante café del desayuno. Pacorita vestía con un terno que alguna vez había sido azul o negro, y ahora solo una prenda ruinosa, desleída, llena de parches y zurcidos. Lo curioso en él era el pañuelo rojo con el que se cubría la boca, sin quitárselo nunca. Este detalle era un misterio que todo el mundo quería desentrañar. Se corrían historias; unos decían que la lepra le había deformado la boca, y otros que la sífilis. Ninguno de ellos, sin embargo, podía demostrarlo. Pacorita, como la María Cajetas, era un loquito afásico, taciturno. Cuando llegaba a mi casa y extendía su cacharro para recibir el desayuno, nunca hablaba, sólo agradecía con una inclinación de cabeza, luego se ponía de espaldas, levantaba el pañuelo con sus manos extrañamente pintarrajeadas, y empezaba a beber. En cuanto terminaba, guardaba el cacharro y los panes sobrantes en una alforja descolorida y se perdía por las calles de la ciudad. Poco a poco, Pacorita y su pañuelo rojo se fue convirtiendo en una obsesión, no sólo para mí sino también para mi patota del barrio, especialmente para Yoyo Torres, el mayor de nosotros y nuestro líder. En cierta ocasión, Yoyo lo había seguido, sin dejarse notar, durante todo un día. “Almorzó en Acapulco y hasta chupó naranjas, pero no se deja ver la boca”, nos contó desalentado. Acapulco era el barrio de las picanterías, a unos cuantos metros del mar. Un domingo soleado, Yoyo y El Dormido Guerrero lo vieron abandonar la ciudad y dirigirse por unos arenales al lugar de los pecados: La Quebrada, un prostíbulo al aire libre, donde las mujeres ofrecían sus servicios sexuales debajo de unos algarro-

bos, cubiertos apenas con unas cortinas de plástico. Lo siguieron y, por la noche -en el corredor de mi casa- nos contaron que Pacorita se había limitado a mirar a las mujeres en el momento de exhibir sus cuerpos a los parroquianos. “Todo el rato estuvo sentado con unos cartones en la mano -dijo El Dormido Guerrero-, recién como a las cuatro de la tarde se retiró”. El vichayo donde vivía Pacorita era igualmente un lugar prohibido. Nuestros padres lo habían determinado así y nosotros no comprendíamos por qué. Pero íbamos a escondidas, y una vez allí mirábamos de lejos el vichayo vedado, intrigados por saber qué había bajo su sombra. Una añeja camisa amarrada sobre el arbusto, flameando con el aire de los días, era la marca con la que Pacorita señalaba su posesión. Hasta que nuestra paciencia rebalsó. Una tarde, después del almuerzo, Yoyo nos propuso ir al lugar y revisar “la casa” de Pacorita. A esa hora nunca estaba él, almorzaba en Acapulco y luego se iba a la playa, cerca del muelle, donde se sentaba a mirar el mar, los barcos cargueros y el vuelo lento de los cormoranes. Aprovechando la situación, los cinco mozalbetes del barrio, con Yoyo a la cabeza, nos deslizamos al descampado. Ya en el lugar, nos dirigimos al vichayo de Pacorita. Era grande, y por dentro estaba podado como para crear un recinto natural. Se respiraba frescura y al mismo tiempo el humor de lo habitado. Al pie del tronco principal yacía una maleta descuajeringada donde el loquito guardaba su ropa. Junto a ella, una botella de agua, una sucia muñeca dormilona y dos naranjas, su fruta favorita. La cama era un hoyo cubierto de cartones y su manta un poncho vetusto que encontramos envuelto, a modo de cabecera. Estábamos a punto de retirarnos cuando sentí bajo mis pies una porción de tierra fofa. Se trataba, sin duda, de un entierro. Al excavar, nos topamos con un arcón viejísimo amarrado con soguillas, y dentro de él, sobre una apretada pila de cartones, una bolsa con lápices de carbón, lápices de colores y una latita de acuarelas. Los cartones eran rectangulares y estaban perfectamente cortados. Cuando los volteamos, todos nos miramos sorprendidos. En cada uno de ellos, Pacorita había plasmado un dibujo o una pintura, con trazos realmente singulares. Ahí estaban dibujadas o pintadas las meretrices de La Quebrada, con sus pechos desnudos y sus pubis oscuros; alegres, desafiantes. Las líneas y los colores parecían vibrar; trasminaban la lascivia de las mujeres y el frescor de -33-


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la sombra que arrojaban los algarrobos sobre sus frentes. En otros cartones, había barcos dibujados desde diversos ángulos; proas, anclas y escobenes en primer plano. Y en otros: cromáticos pájaros pamperos, marineros bebiendo y bandadas de cormoranes. Pacorita, a no dudarlo, era un artista; había perdido la razón y el habla, pero no su destreza para atrapar lo bello. Mirando esos cartones, asombrados, no nos percatamos de que la tarde comenzaba a caer. Pacorita llegaría en cualquier momento. Yoyo y el zambo Luzuriaga intentaron separar cuatro cartones con la intención de robárselos. Molesto, puse mis manos sobre ellos y los devolví a su lugar. Ni Yoyo ni el zambo Luzuriaga me dijeron nada, solo agacharon la cabeza, y luego, todos juntos, sin hacer comentarios, regresamos al barrio. Esa fue mi primera gran exposición de pintura. Sin etiqueta, sin ceremonias. La llevé siempre dentro de mí como un vernissage itinerante, como una fiesta de formas y colores que alegró mis momentos más amargos y mis días de nostalgia. Ah, Pacora, Pacorita, tú y tu arcón enterrado en un vichayo me enseñaron a contemplar la vida con los colores de lo humano y lo sublime. Nunca dejaré de recordarte, con tu pañuelo rojo sobre la boca y bebiendo, de espaldas a nosotros, el humeante café con que mi madre te esperaba cuando el alba irrumpía, y los niños, somnolientos y desganados, preparábamos nuestros bolsos para ir a la escuela.

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