LEYENDAS DEL PLAYGROUND

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EARL MANIGAULT_____________________________________ Toda Edad de Oro en una competición no sólo tiene lugar por la presencia de los mejores. Sino por la automática atracción que ejercieron sobre el resto. La excelencia o superioridad de ciertas figuras, hoy legendarias, produjeron un impulso de adhesión que se extendía desde el juego a los ojos, de los protagonistas a los espectadores. De entre todos los genuinos hijos de la calle destacará eternamente una figura casi por encima de todas: Earl 'The Goat' Manigault. Las hazañas de aquel extraño fenómeno fueron admitidas en su lugar y época como algo sobrenatural y con seguridad lo seguirían siendo hoy en día. Rara vez ocurre pero en el curso de la historia surgen prodigios que parecen a salvo de las inexorables leyes de la evolución, de su ritmo lento y gradual, como si dieran un salto a la era que les tocó vivir. La frecuencia de zancada en Jesse Owens o Michael Johnson, o la excelencia dinámica enNadia Comaneci o Greg Louganis materializan esos saltos sin que el presente logre aún igualarlos. Con Manigault puede ocurrir que su vuelo vertical siga siendo el más asombroso de todos los tiempos. Sólo que el mundo no pudo verlo. El tiempo no ha hecho más que engrandecer su leyenda, hasta hacerla a menudo caer en la exageración por el encono en mantener viva la llama de su legado a través de sus testigos. Y de quienes no lo fueron. Para algunos, como Abdul-Jabbar, fue el mejor. Pero incluso de serlo cabría preguntarse en qué. Y conviene aquí el gran matiz: Manigault vivió de una sola actividad: el circo, su sentido más genuino, el más fabuloso quizá nunca visto entre dos aros. Pero el circo de principio a fin. Como si obedeciendo a una profunda exigencia de su organismo se entregara apasionadamente al ejercicio de una sola actividad espontánea. “The Goat was only 6-1, but like 'Jumpin' Jackie Jackson before him and 'Jumpin' Artie Green after, he made his name in the air”, acertaba en describirle el periodista Russ Bengtson. El aire. No el suelo. Se ignora si realmente fue el jugador que más horas de calle entregó al baloncesto. Pero difícilmente hubo algún otro anónimo del asfalto cuyo baloncesto resultara más sensacional. Su biografía, en cambio, fue una tragedia. Y hasta en su grado abría también brecha con otros muchos hijos de la miseria.

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