LEYENDAS DEL PLAYGROUND

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Al caer cualquier tarde de verano en Nueva York los rascacielos de la Avenue regalan una agradable sombra al Foster Park, en el mismísimo corazón de Brooklyn. Allí se apiñaba el gentío buena parte de los setenta para contemplar el plato fuerte de cada jornada, que solía comenzar entre las siete y las ocho, cuando el calor aflojaba. Aunque en realidad la sagrada hora, además del sol, la marcaba la presencia de los más fuertes, los mejores, los que limpiaban la pista de chiquillos para dar paso a los hombres. Pura selección natural. Pero aquella tarde el carnaval arrancó sin una de sus joyas. Lloyd 'The World' Free, Phil 'The Thrill' Sellers, Vinnie 'The Bronx Bull' Johnson y Ronnie Jones entre otros, aguantaban el tirón como podían contra aquellos tipos de la 98 (hoy esencialmente portorriqueña). De pronto, cuando la muchedumbre alcanzó su mayor número se escuchó el rechinar de unos neumáticos sobre el asfalto. Parecían venir de Lots, la avenida principal desde la que una de sus calles se colaba hasta el parque, la zona prohibida. Era un Rolls a toda velocidad. Todos lo pudieron ver. El enorme coche, de un dorado que dañaba la vista, derrapó en un brusco giro y fue a detenerse cruzado en mitad de la calle, fuera del vallado del parque. Del vehículo salió aprisa una curiosa figura ataviada con un larguísimo abrigo de visón, un gran sombrero de gaucho blanco y unas gafas de sol que le cubrían la mitad del rostro. No podía ser otro. Era Fly, el más loco de todo Brooklyn (puede que testigo años atrás de la misma escena de Hammond que relatamos en la quinta entrega e igualmente erotizado por un rocambolesco estilo de vestir que había hecho célebre a otro mito allí, Pee Wee Kirkland). En cuanto fue reconocido, toda aquella gente acostumbrada a sus locuras rompió a gritar, reír y aplaudir. No se veía a menudo un coche como aquel. Fly les brindó un poquito de pasarela por la banda y con toda la tranquilidad del mundo pasó luego a quitarse el abrigo, bajo el que tan sólo calzaba camiseta, calzón y unas viejas Taylor de tela negra. Y sin mediar palabra entró después a escena. (La anécdota aparece relatada con leves diferencias en diversas - 52 -


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