LEYENDAS DEL PLAYGROUND

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Aquella de San Diego en 1978 fue su última oportunidad. Unos años después, cuando ya no había nada que hacer, Raymond Lewis se juraría no volver a renegociar nunca ningún contrato. Pero ya era demasiado tarde. Ningún equipo de ninguna liga contaría con sus servicios. Su figura dejó simplemente de existir. Ya incluso antes, durante los largos intervalos entre uno y otro portazo (19731975-1978) nadie, absolutamente nadie, llamó a su puerta. Y que uno de los mejores jugadores de ataque del mundo (a criterio del autor el mejor anotador puro de menos de 1.90 de todos los tiempos) se quedara sin equipo en la plenitud de su vida deportiva y no pisara ni NBA ni ABA ni CBA no puede entenderse sin asociar su caso a algún tipo de circunstancia extradeportiva, lo que algunos, pocos, muy pocos autores se atrevieron e ello, dieron en llamar 'Black List'. Las Black Lists son como los Men in Black: nadie puede asegurar su existencia pese a que la realidad haya demostrado en multitud de ocasiones que, en efecto, existen. Jim Garrison, el fiscal que dedicó su vida a investigar la trama JFK (todavía vivo) declaró en su biografía haber sido objeto presencial de sus advertencias una remota noche en la ciudad. Y muchos de quienes engrosaran la implacable lógica de la Lista Negra morirían en circunstancias nunca aclaradas. Las Listas Negras siempre existieron en todos los ámbitos de la esfera social. En todos. Su esencia reside en eliminar estorbos en secreto, sin dejar constancia en ningún rincón. ¿Cómo pueden funcionar entonces en el ámbito deportivo? De mil maneras distintas: los corrillos privados y mentideros telefónicos se mantienen vivos en todo momento. Igual que nadie quiso hacerse cargo de Rodman a su despido en Dallas (la propia NBA presionó en la retaguardia al saber el incontrolable streptease que se les venía encima), nadie quiso afrontar el fichaje de Raymond Lewis, un hombre que según la lógica de la Lista había sido capaz de poner en jaque a franquicias sin haber disputado un solo minuto de juego, y yendo más allá, que podía 'largar' sobre cómo un par de universidades le habían, literalmente, comprado. Demos la palabra de nuevo a Paul Feinberg, reacio a conclusiones - 44 -


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