SOS

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“¿Quién sabe qué se estará perdiendo en este preciso momento?”. Anónimo

Como el número de víctimas se elevó a más de 23.335, según los informes oficiales, el riesgo de enfermedad aumentó. Algunos socorristas viajaron a la región del desastre.

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NUESTRO VIAJE COMENZÓ EN LA CIUDAD DE PYAPON, EN EL SUR DE MYANMAR, UNA DE LAS MÁS SEVERAMENTE AFECTADAS POR EL CICLÓN NARGIS. *

Los expertos dicen que el impacto del Nargis hubiese sido peor que el tsunami de 2004 si la colaboración no llegaba con rapidez. Se estima que, 1.5 millón de personas fueron afectadas y, algunas agencias de ayuda consideran que, 100.000, murieron.

Eran las 8 p.m. cuando salimos agotados, pero satisfechos, de la sala de operaciones. Se nos acercó una mujer y, aunque no pudimos entender lo que nos decía, vimos -por su expresión- que nos daba las gracias. Acabábamos de operar a su hija. Esa escena estaba destinada a ser una de muchas similares; gratitud expresada por personas que, si no hubiera sido por nosotros, habrían perdido la vista y su lugar dentro de una sociedad hambrienta que no puede atender a sus pobres.

Luego de saberse las noticias, voluntarios de IsraAID evaluaron la situación. Decidieron enviar a un pequeño equipo de médicos, enfermeras y especialistas en agua para el auxilio inmediato. El personal informaría a Israel los pasos a seguir. “Vimos en TV lo que estaba pasando en Burma y decidimos que teníamos que encontrar la manera de brindar ayuda”, expresa Shachar Zahavi, director de IsraAID. Sus ejecutivos (que representan a varias organizaciones no-gubernamentales en Israel), seleccionaron a un equipo de voluntarios de dos ONG’s israelíes: F.I.R.S.T e IFA. Dr. Ephraim Laor, destacado especialista en ayuda en desastres, en contacto directo con Naciones Unidas, encabezó el auxilio, que permaneció tres semanas. Los médicos israelíes trataron a los enfermos y los expertos en agua ayudaron a evaluar cuál era la más segura para el consumo. Miles de cuerpos flotaban entre los arrozales. Los sobrevivientes quedaron sin hogar, comida ni agua potable segura.

*

Cerca del edificio principal del hospital local, bajo omnipresentes refugios de bambú, pudimos ver a decenas de pacientes, esperándonos. No había quejas ni favoritismos. Sólo aguardaban su turno. Dentro, filas y filas de camas de hierro, pintadas de un blanco descascarado, llenaban cada sala. Debido a la ausencia de colchones, yacían sobre esteras. Las salas de operaciones compartían un único acondicionador de aire. Allí la temperatura podía superar los 30°. Dudamos sobre si podíamos intervenir en esas condiciones. Entre el desempaque del equipo y la preparación de las salas de cirugía, y con la humedad ya afectándonos, comenzamos a examinar pacientes, a ser operados al día siguiente. Después de alistar a los dos primeros encontramos que una de las dos máquinas utilizadas en cirugía de cataratas estaba rota y, luego, que el personal local de apoyo quirúrgico sólo hablaba el inglés más básico, lo que hacía muy difícil la comunicación. Estábamos en medio de una operación cuando, de pronto, se apagaron las luces; situación muy frecuente en Myanmar. El equipo médico local tenía linternas prontas para iluminar el campo operatorio. Fueron de poca ayuda ya que no podían ocupar el lugar del muy necesario microscopio de iluminación. Así que nuestro único recurso fue esperar. Nuestro día siguiente anunció otra maratón quirúrgica. Esta vez demostramos procedimientos para beneficio de los médicos locales en la esperanza que todo conocimiento que compartiésemos ayudaría a atender a sus pacientes.

“Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”. M.L. King

Después de una intensa semana dijimos adiós a Pyapon y viajamos a Mandalay, la segunda mayor ciudad de Myanmar. Llegamos un domingo y fuimos al hospital local. Conocimos al personal y nos instalamos. Comenzamos a examinar a las decenas de pacientes que nos esperaban. Pronto se nos unió Mou, la nurse principal, que nos ayudaría en la comunicación con médicos y pacientes gracias a su inglés relativamente bueno. Con Mou y sus enfermeras, muy eficientes, todo salió bien. Operamos pacientes y enseñamos al personal médico local. Después de dos semanas nos fuimos de Myanmar, con su pueblo tan cálido y su belleza, que parece congelada en el tiempo y que siempre permanecerán en nuestros corazones.


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