Leer para comprender

Page 71

de la blusa, huía siempre de don Homobono, que, indefectiblemente, (4) ordenaba devolver la libertad al prisionero. –¿Te gustaría que hicieran eso contigo? –les decía. El argumento no tenía vuelta de hoja. A ninguna criatura le gustaría que hicieran con ella la mitad de las cosas que ella hace con los grillos. Sin embargo, don Homobono, como queriendo dar mayor fuerza a su razonamiento, añadía entre condescendiente (5) y orgulloso: – Pues ya ves. Si la madre Naturaleza quiere... Don Homobono se quedaba como cortado. Era que se solazaba (6) con la idea de lo que iba a decir. – Pues si la madre Naturaleza quiere, hace lo mismo contigo. Don Homobono sonreía satisfecho. El chiquillo lo miraba absorto (7). «Verdaderamente, don Homobono tiene razón –pensaba–. Lo mejor será soltar el grillo. ¡Mira que si a la madre Naturaleza se le ocurre... No, más vale no pensar en ello». El grillo caía al suelo, levantaba al aire sus cortas antenas y corría a esconderse debajo de la primera mata. Las noches de agosto son lentas y pesadas como losa, aun en aquella ciudad, estación veraniega. Don Homobono, completamente desvelado, estaba nervioso. ¡Ese grillo! El grillo, como si no fuera con él, seguía con su monótona canción, con aquella triste salmodia (8) con la que llevaba tres horas largas. – ¡Cri, cri!... ¡cri, cri!... ¡cri, cri!... Don Homobono, el filósofo rural de los pantalones de pana, estaba desazonado (9). Verdaderamente, la cosa no era para menos. El grillo seguía con su ¡cri, cri! Desesperadamente; con su ¡cri, cri! que contestaba al ¡cri, cri! de grillo de la huerta, al ¡cri, cri! del grillo de la carretera, al ¡cri, cri! del grillo del vecino prado, al ¡cri, cri!... ¡No es posible! ¡No se puede seguir así! Don Homobono se levantó como una furia del Averno (10). Encendió la luz... Allí, en el medio de la habitación, estaba el grillo gritando estúpidamente ¡cri, cri!, ¡cri, cri!, como si eso fuera muy divertido. Al principio pareció como no darse cuenta. Después se paró, dijo un poco más bajito su ¡cri, cri!, dio unos cortos pasitos... Don Homobono, con la imagen del crimen reflejada en su faz (11) con la mirada ardiente, el ademán (12) retador (13) y una zapatilla en la mano, se olvidó de sus prédicas (14) y... El grillo, despanzurrado, parecía uno de esos trozos de medianoche (15) que quedan tristes y abandonados en el suelo después de los bautizos.

Camilo José Cela, Cuentos para leer después del baño

72


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.