Eugenio Espejo

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SERIE ESTUDIOS

No sería sino hasta finales de los años sesenta, con críticas amargas como la de Gonzalo Zaldumbide en En torno a Espejo (1967) o miradas extranjeras de mucha mayor imparcialidad como la de Philip Louis Astuto en Eugenio Espejo (1747-1795). Reformador ecuatoriano de la Ilustración (1969) que los estudios sobre el ilustrado quiteño volverían a adoptar una matriz de corte objetivo y hasta científico. Una vez superado el período de la apoteosis, Espejo pediría ser valorado en su justa talla, aunque no siempre se abandonaría el tono encomiástico y grandilocuente, a veces incluso dentro de los estudios considerados serios (parece claro, por cierto, que aparte de lo que dijeron sus enemigos cuando vivía, Espejo nunca ha sido mayormente vilipendiado en nuestra historia). A partir de Astuto —que en realidad había mostrado su interés por el Precursor una década antes con su Eugenio Espejo: A Man of the Enlightenment in Ecuador (1957, traducido en 1959)—, se ubicó por primera vez a Espejo de manera profunda en medio del contexto de la Ilustración hispanoamericana que le correspondía, y con ello se empezó a hacer un mayor esfuerzo por entender su posición frente al mundo en la comprensión del contexto de pensamiento que vivió su época. Con estos antecedentes, los setentas y ochentas serían etapas de especialización en el ámbito de Espejo, con posturas cada vez más fundamentadas, precisas, definitivas y ecuánimes. Entre 1972 y 1973 aparecía la importante colección de Clásicos Ariel, que incluía tres

tomos dedicados al Precursor —incluyendo amplios pedazos de su obra—, y en la que Hernán Rodríguez Castelo realizaba por primera vez —y con éxito— un análisis estilístico de Espejo que consideraba sus escritos a la luz de sí mismos y no repetía las consideraciones limitadas de González Suárez y la gran mayoría de críticos que lo siguieron. Por las mismas fechas el alemán Ekkehart Keeding presentaba sus logradas contribuciones para la comprensión de Espejo en su contexto en artículos como “Las Ciencias Naturales en la Antigua Audiencia de Quito: el sistema copernicano y las leyes newtonianas” (1973) y su ya clásico y hasta ahora no superado “Espejo y las banderitas de Quito de 1794: ¡Salva Cruce!” (1974). Aporte decisivo fue aquel de los estudios del pensamiento que se originaron a partir de los trabajos en el Ecuador del mendocino Arturo Andrés Roig, que con su Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana (1977) arrancó con una corriente desde entonces fundamental para nuestra comprensión no solamente de Espejo, sino de todo el pensamiento producido en nuestro país, tomado de ahí en adelante como actividad coherente con el desarrollo de la filosofía occidental y a la vez proceso articulado y válido en sí mismo. Cercano a Roig, y de hecho su discípulo, Carlos Paladines Escudero inició en la época su larga trayectoria como uno de los dos especialistas contemporáneos más descollantes de las últimas décadas en el tema de Espejo —el otro es Carlos Freile Granizo—,

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