Cómic e Ilustración 2011

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En 3º o 4º de primaria una profesora interceptó un cómic mío. Estábamos en el aula de castigo y teníamos que hacer los deberes. El cómic contaba la historia de una invasión alienígena con grandes dosis de sexo y el uso ligero y gratuito de palabras malsonantes. Evidentemente con ocho años mi perspectiva sobre el sexo y las palabras malsonantes era muy inocente. Mi tierna visión del mundo no me salvó de tener que explicarle el contenido del cómic a la profesora, después a mi tutora y finalmente a mis padres. Que, en un alarde del dominio de la psicopedagogía kafkiana, decidieron castigarme sin jugar con el equipo de fútbol ese fin de semana. (Más tarde entendería la relación entre sexo, palabrotas y fútbol, aunque eso es otra historia). Seguramente perdimos el partido, y no fue por mi ausencia, éramos malos con y sin mí. Pero aprendí que explicarle a la gente lo que dibujas y escribes suele ser muy complicado y, desgraciadamente muy necesario. Aun así, si me dan la oportunidad, prefiero dejarles hablar, o callar, a los personajes de mis historietas.


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