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Un espacio de privilegio para un estilo musical propio que desata pasiones sin fronteras, un género que día a día va conquistando el mundo con sus cortes, quebradas y poesía. Se editan los primeros tangos Cuando aún no había concluido el siglo diecinueve fueron tentados algunos compositores para editar sus obras. Las editoriales, que venían observando la difusión del género, el gran caudal de músicos que tocaban en distintos escenarios porteños, como así también el eco que tenía esa música en los sectores populares, decidieron apostar a la edición de los tangos más relevantes. Lo que venía siendo un reclamo de músicos y público en general se concretó a través de dos o tres editoriales que, de esta forma, contribuyeron a darle un nuevo espaldarazo a la música de Buenos Aires. Con la edición de las obras, los únicos que hacían verdadero negocio eran las editoriales, que compraban los tangos a sus autores por muy poco dinero y luego de impresos los vendían, sin otorgar ningún tipo de regalías a sus autores.

“El Choclo” Las obras de Ángel Villoldo, por ejemplo, que comenzaron a imprimirse a comienzos del siglo pasado, contaban con tiradas de varios miles de ejemplares que llegaban a muchísimos hogares y músicos de toda condición. El tango «El Choclo», cuya edición se formalizó en 1905, se extendió como reguero de pólvora por toda la ciudad. Se tocaba no solamente en los cafés y salones de baile, también se escuchaba por las calles y en todo lugar donde hubiera un músico aficionado al tango.

Con la edición de los tangos ya no se perdían las obras como en tiempo pasado, en que muy pocas pudieron conservarse y difundirse a través del tiempo. El éxito conseguido a través de los impresos fue de tal envergadura que, en poco tiempo, la gente común llegaba a las editoriales para comprar la partitura de su obra preferida o para encargar aquella que todavía no había sido impresa. Ante la firmeza de la demanda, los compositores fueron tentados, con anticipos o mejoras en los valores de compra, para que no dejaran de componer nuevas obras. Cada tirada representaba miles de ejemplares que se distribuían en distintos comercios del ramo, no solo de Buenos Aires sino también de Montevideo. Inclusive se llegó a formalizar un negocio paralelo para atender a aquellos que componían sin saber música (de los que quedaban muchos a principios del 1900) y necesitaban pasar sus obras al pentagrama. Estos contrataban a músicos profesionales que, por unos cuantos pesos, pasaban al papel sus composiciones y de esa forma podían presentarse ante las editoriales para venderlas. Todos estos tejes y manejes se prestaban a que los autores y compositores fueran, en definitiva, los menos favorecidos por el negocio. Más aún en el caso de los músicos sin formación, que debían recurrir a otras personas para poder transcribir sus obras en una partitura. Pese a todas estas circunstancias no cabe duda que la edición de las obras tangueras fue un hecho positivo que aportó mayor difusión al genero. El modo en que las editoriales difundían las obras nuevas fue motivo también para que los autores inmortalizaran una costumbre muy porteña. Nos referimos al Organito; medio a través del cual se hacían escuchar por las calles los últimos tangos editados, para que la gente luego comprara los impresos. El Organillero fue un gran difusor del tango. Su recorrido por los barrios de la ciudad se constituyó en una sana costumbre, esperada por la gente en cada esquina. Muchos son los tangos que lo nombran, que dan testimonio de esa tarea alegre, siempre recompensada con la sonrisa espontánea de alguna porteña de ley. Su paso por los conventillos encendió cortes y quebradas; más de uno se inició en el baile al ritmo lento, pero cadencioso, de un organito. ¿Cómo no va a traer recuerdos?, ¿Cómo no ser agradecido con el fiel organillero que todas las tardecitas le ponía melodías tangueras al despertar de la luna? Hector Romay "El Tango y sus protagonistas" - Bureau Editor

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