Historia Universal: La Edad Media

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Red Española de Historia y Arqueología

Inocencio intentó apoderarse del reino de Sicilia, pero Manfredo supo detenerle a tiempo. Antes que la lucha terminase, murió Inocencio. Años después, Manfredo se proclamó rey de Nápoles y Sicilia. Manfredo se consideraba italiano y no quería depender de la voluntad del joven rey, su sobrino. Como monarca, siguió las huellas de su padre; su corte fue de nuevo un centro de civilización; respecto a legislatura, administración y vida económica del país, prosiguió la obra reformadora concebida por Federico II. Urbano IV, segundo sucesor de Inocencio, era también enemigo irreconciliable de los Hohenstaufen. Fue patriarca de Jerusalén, francés de nacimiento y, como su célebre predecesor Gregorio VII, de origen humilde. En calidad de legado pontificio, Urbano había sostenido con gran energía y habilidad diplomática a Inocencio IV en su contienda contra los Hohenstaufen y, una vez papa, prosiguió la lucha con igual celo apasionado. Logró encontrar un digno rival de los Hohenstaufen, por haber desistido de serlo el príncipe inglés Ricardo; Urbano escogió al conde Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia. El Padre Santo no podía encontrar mejor pretendiente. Carlos no sólo era un guerrero valiente y hábil capitán, sino también obediente hijo de la Iglesia, como su hermano, entregado a piadoso ascetismo. A finales de 1265, en la basílica de San Pedro, fue coronado rey de Nápoles y Sicilia y al iniciarse el nuevo año (1266) pasó la frontera del reino que esperaba conquistar, con su ejército. Manfredo contaba hacía tiempo con esta posibilidad, pero subestimó a su audaz adversario. Cuando se decidió a marchar contra Carlos de Anjou, era ya demasiado tarde. La batalla decisiva entablóse cerca de Benevento, en el antiguo Samnio. En lo peor de la batalla, Manfredo fue abandonado por varios vasallos felones que se pasaron al enemigo. Así se decidió su suerte y la de Italia meridional. Desesperado, el joven rey se arrojó para morir en las filas de sus enemigos. Su mujer e hijos cayeron en manos de los vencedores. La reina murió cinco años más tarde, en cautiverio. Sus tres hijos crecieron literalmente entre cadenas: sólo al cabo de treinta años se las quitaron, aunque sin recobrar la libertad. Pasados otros diez años de cautiverio, murieron uno tras otro, de inanición y miseria, después que habían perdido la razón hacía tiempo.

Conradino y Carlos de Anjou Muerto Manfredo, nadie hubo en el reino capaz de enfrentarse con el invasor. Carlos entró triunfante en Nápoles. Sicilia cayó también, sin ofrecer resistencia. El nuevo rey trató a sus súbditos con la mayor brutalidad. Gobernaba con ayuda de un grupo de inmigrantes franceses que no tenían otras miras que sacarle a la población el mayor dinero posible. La sumisión de Carlos de Anjou al Padre Santo acabó pronto. Carlos, hijo del autoritario Felipe Augusto, sólo tenía una obstinada idea: apoderarse de toda Italia, como la poseían los Hohenstaufen antes que él. Carlos y el papa (Clemente IV, entonces) intercambiaron cartas ásperas. El Padre Santo le reprochaba de crueldad hada sus súbditos. «Quien se muestra tan inaccesible y desdeñoso hacia sus vasallos, se ve obligado a mantener espada en las manos y coraza en el pecho. ¿Puede llamarse vida a una situación en que sin cesar se desconfía de los súbditos y éstos desconfían de su gobierno?» Pero Carlos de Anjou tenía sus propias ideas a tal respecto. No sentía el menor afecto hacia Sicilia y sus habitantes, considerando su nuevo reino como una fuente de ingresos y base de operaciones para nuevas conquistas. Acariciaba la ambición de apoderarse de Constantinopla y ceñirse la corona imperial de Oriente. Pero, mientras se preparaba para una campaña en la

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