Historia Universal: La Edad Media

Page 100

Red Española de Historia y Arqueología

En el año 423, un oficial del imperio romano de occidente llegaba a Hungría. Se llamaba Aecio. Un usurpador se había hecho proclamar emperador en Rávena y Aecio venía en su nombre a contratar a los hunos como mercenarios. Sus negociaciones tuvieron éxito, pero al llegar con sus sesenta mil hunos a Italia, la revuelta había sido sofocada y muerto el usurpador. Aecio no se desconcertó en absoluto. Se puso sencillamente al servicio del régimen que había querido derribar y, después de pasar algunos años en las Galias, fue elevado al cargo de general en jefe por Placidia, madre del emperador niño, la misma hija de Teodosio el Grande, cuyo matrimonio con el príncipe visigodo Ataúlfo provocara tanto escándalo. De esta manera, Aecio se convirtió, de hecho, en soberano del imperio romano de occidente. Más de una vez se ha llamado a Aecio "el último de los romanos", y no sin razón. Habiéndose propuesto como ideal de su vida devolver al imperio los países perdidos con las invasiones germánicas, no vaciló en aliarse con los mismos hunos para alcanzar esta meta. Durante un tiempo dispuso de su eficacísima ayuda, pero al convertirlos en el sostén del imperio, originaba un peligro mayor que el de los propios germanos. Así se demostró en su cruda realidad cuando, en 438, los hunos tuvieron en Atila un monarca de excepcional categoría. Según Jordanes, Atila "era hombre de ademanes arrogantes, tenía una mirada singularmente ágil, aun cuando cada uno de sus movimientos dejaba traslucir el orgullo de su poderío”. Prisco cuenta una recepción en el campamento de Atila: "Había mesas a cada lado de la de Atila. Un primer sirviente llevó ante Atila un plato de carne; detrás de ése, otros distribuyeron pan y luego otros, depositaron legumbres sobre la mesa. Pero mientras para los otros bárbaros, como asimismo para nosotros, los manjares venían bien arreglados en vajilla de plata, a Atila se le sirvió en una escudilla de palo, y únicamente carne. En todo mostraba la misma austeridad. Su vestido era simple y no ofrecía otro lujo que la limpieza. Aun su espada, los cordones de sus calzas, las riendas de su caballo no estaban, como las de los demás escitas, adornadas de oro, gemas ni materiales preciosos algunos (...). Cuando vino la tarde, se encendieron antorchas. Dos escitas se ubicaron frente a Atila y recitaron cantos compuestos por ellos para celebrar sus victorias y virtudes guerreras. Después apareció un orate, que se explayó en dislates e inepcias completamente horras de sentido común, haciendo reír a carcajadas a todo el mundo."

En 451, el "azote de Dios", como la historia ha apodado a Atila, lanzó sus hordas contra el imperio romano de occidente. Partiendo de Hungría, sus formidables ejércitos —medio millón, según la tradición— avanzaron en masa, pasaron el Rin e invadieron Galia, quemando y robando todo a su paso. La civilización occidental estaba herida de muerte. Incluso en los momentos más críticos, Aecio supo conservar su sangre fría y el equilibrio de un romano antiguo. Se dirigió a toda prisa a las Galias y asumió en persona el mando supremo del ejército, constituido principalmente por burgundios, francos y otras tropas germánicas. Al mismo tiempo mandó emisarios al rey de los visigodos para pedirle ayuda, demanda atendida por el viejo Teodorico, que convocó a todos sus hombres hábiles y acudió en su auxilio.

Los Campos Cataláunicos El memorable encuentro entre ambas fuerzas antagónicas tuvo efecto en los Campos de Chalons, extensa llanura de la Champaña. La batalla duró desde el alba

http://arqueologos.ning.com


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.